MSF: Los campos de refugiados de la zona están desbordados. La organización atiende a los recién llegados que esperan en asentamientos improvisados en el desierto
Jahara Ahmed Abdi, de 35 años, hace poco cruzó la frontera keniana con su marido y los tres hijos que todavía le quedan, en busca de un lugar seguro lejos de la violencia que azota a su país. La familia vivía en Mogadiscio, la capital somalí, pero cuando el hijo de 8 años de Jahara murió en un bombardeo, comprendieron que era demasiado peligroso quedarse. Pagaron 150 dólares –casi la mitad de los ingresos anuales de una familia media somalí– para que les llevaran al otro lado de la frontera. Ahora están en el desierto, cerca del campo de refugiados de Dagahaley.
Dagahaley es uno de los tres campos de refugiados de Dadaab, al noreste de Kenia. Los campos se crearon para albergar a refugiados somalíes en 1992, un año después de que estallara la guerra civil en su país. Originalmente construido para 90.000 personas, hoy Dagahaley acoge a cerca de 300.000 refugiados.
“Cada semana llegan entre 1.400 y 1.500 personas procedentes de Somalia. El campo está cada vez más abarrotado, con lo que hay menos espacio y muchas más dificultades para quienes ya viven allí”, explica Mohammad Daoud, coordinador de terreno de MSF en Dagahaley. MSF trabaja en el campo desde 2009, gestionando un hospital de 110 camas y cuatro puestos de salud.
Sin que se vislumbre el final del conflicto somalí, Daoud prevé la llegada de muchos más refugiados. Después de viajar largas distancias, con frecuencia a pie, los refugiados llegan exhaustos y con muchos problemas de salud. Las necesidades médicas en Dagahaley son enormes, y el hospital y los puestos de salud de MSF ya han sobrepasado el límite de su capacidad. Actualmente, 600 pacientes ingresan en el hospital cada mes y se realiza una media de 10.000 consultas externas.
Los recién llegados se ven obligados a buscar un lugar donde vivir fuera del desbordado campo de Dagahaley. Cuando Jahara Ahmed Abdi y su familia llegaron a finales de octubre de 2010, otros refugiados les ayudaron a construir una choza donde vivir. MSF les dio lonas de plástico para que pudieran protegerse de las inminentes lluvias. No hay letrinas ni nada más que maleza detrás de su precario refugio, y la amenaza de que las hienas ataquen a sus hijos es una preocupación constante. Todavía no han recibido ninguna ración de alimentos por parte de las autoridades y dependen de sus vecinos, que comparten con ellos lo poco que tienen.
Actualmente hay 5.000 personas viviendo en campamentos improvisados a las afueras de Dagahaley. Unas 700 nuevas familias llegaron entre agosto y noviembre de 2010, y todas ellas viven ahora en refugios improvisados. La zona es propensa a inundaciones y, cuando llegaron las primeras lluvias de la estación a principios de noviembre, el asentamiento temporal quedó anegado. Muchas familias perdieron sus raciones de comida y las pocas pertenencias que aún tenían.
La estación de lluvias probablemente durará hasta finales de enero. En estas difíciles condiciones de vida y sin un refugio adecuado, es de prever que la salud de la gente se resienta. Las aguas estancadas aumentan el riesgo de diarreas e infecciones transmitidas por el agua, y especialmente los niños pueden desarrollar infecciones respiratorias. El equipo de MSF trabaja las 24 horas respondiendo a las necesidades médicas de los recién llegados. “Normalmente les hacemos un examen médico, los vacunamos y los trasladamos al hospital en caso necesario”, explica Mohammad Daoud.
Daoud describe el sufrimiento de un recién llegado. “Un anciano se acercó a nosotros y nos dijo que había encontrado a un hombre muy enfermo. Fuimos con él hasta un árbol solitario en medio de la nada. Su escasa sombra servía de cobijo a un burro de aspecto cansado, una carreta, dos cabras, cinco niños cubiertos de polvo jugando en el suelo y un hombre joven que yacía inmóvil sobre una manta. La familia había llegado ese mismo día procedente de Somalia. La esposa del joven se había ido en busca de ayuda o de comida, no estábamos seguros. El hombre intentó sentarse pero no pudo sin ayuda. No había comido en muchos días. Tenía fiebre alta y necesitaba ser trasladado al hospital. Afortunadamente, el anciano se ofreció a cuidar de los tres niños más pequeños hasta que la madre regresara”.
Al día siguiente, Daoud visitó al joven en el hospital. “Seguía muy enfermo pero ya no tenía fiebre. Regresamos a buscar a su familia y los encontramos con el anciano, que el día anterior no era más que un extraño para ellos. Les había encontrado una pequeña choza donde dormir y había compartido su ración de comida con ellos”.
Desde las inundaciones de noviembre, cuando empezaron las lluvias, la situación de las familias que viven a las afueras del campo de Dagahaley ha mejorado un poco. Cada familia tiene un refugio y algunas partes del campamento –no todas– disponen de suministro de agua limpia. Todavía no hay letrinas. Durante meses, la gente ha estado esperando ser reubicada en una ampliación de uno de los campos existentes, pero el traslado se ha pospuesto varias veces y no es probable que sea hasta enero como muy pronto. En noviembre, MSF lanzó un comunicado de prensa apelando a las autoridades kenianas y las organizaciones de ayuda a que llevaran a los refugiados a un alojamiento más adecuado de inmediato. Hasta que esto se produzca, las familias siguen esperando y no dejan de llegar nuevos refugiados.
*Fotografías de Nenna Arnold / MSF