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El orgullo de las mitras

Por Rafael Fernando Navarro

El orgullo es un pecado. El desprecio, una degradaci贸n de quien lo ejerce. El complejo de superioridad encierra m谩s complejo que superioridad. El falso dominio de lo absoluto es una miseria que empobrece a su poseedor.

En el centro del orgullo, del desprecio, del complejo, de la miseria se coloca a s铆 mismo el Obispo auxiliar de Madrid Juan Antonio Mart铆nez Camino. Con una soberbia vergonzante sale a la plaza p煤blica para condenar, ejerciendo de inquisidor, el matrimonio civil.

La Iglesia se ha apoderado de todas las actividades vitales y las ha sacralizado sin respetar el valor que encierra cada una de ellas en s铆 misma. El hombre, la mujer, la capacidad intelectual, la investigaci贸n, el sexo y sobre todo el amor son soportes insustituibles por su propia presencia sin necesidad de ser referidos a dios alguno. La vida, la muerte, el tiempo se mantienen sobre su propia m茅dula como realidades no referenciadas a deidad ninguna. Las rosas dan elegancia al mundo aunque nadie disfrute su perfume. La humanidad no es un ap茅ndice de la divinidad. La laicicidad es la desacralizaci贸n de la vida para situarla como respuesta al misterio que somos.

Pero la Iglesia s贸lo contempla una conclusi贸n blasfema: todo lo que no sea revestido de esa sacralizaci贸n es maldad. En consecuencia la sociedad civil es buena o mala, moral o inmoral, si se inserta o no en los designios de una ense帽anza dictada desde el sina铆 tronante de las mitras. Porque adem谩s a Dios se le atribuye lo que es nada m谩s que la elaboraci贸n preceptiva del episcopado. Los Obispos se han apropiado de Dios, lo suplantan, ejercen un dominio absoluto sobre 茅l y en su nombre proclaman guerras santas, votos pol铆ticos y directrices sociales. Lo que no est谩 pasado por el tamiz de las mitras no es bueno en absoluto. Fuera de la Iglesia no hay salvaci贸n. Son incapaces de entender que la laicicidad no es anticristianismo, sino autonom铆a de la existencia como valor en s铆 misma.

La historia de la Iglesia no ha sido un ejemplo a lo largo del tiempo. No siempre ha estado en condiciones de reivindicar su ense帽anza como un arquetipo de realizaci贸n humana. Basta con repasar la historia. No todo lo que hoy se proclama como cristiano ha sido tenido por cristiano en el pasado. Desde Constantino hasta ahora las alianzas con el brazo secular han sido constantes. Se ha hecho por la fuerza la implantaci贸n doctrinal en tierras conquistadas y se han defendido directrices que con el paso del tiempo se han visto err贸neas. Hay mucho Galileo anatematizado.

Con soberbia, orgullo y desprecio, el Obispo Camino ha comparado el matrimonio civil con un contrato de telefon铆a m贸vil. “El matrimonio es la uni贸n de cualquier ciudadano por tres meses y a los tres meses ese contrato puede ser disuelto por cualquiera de las partes, sin dar ninguna raz贸n, es decir, es un contrato mucho m谩s leve que contratar un servicio telef贸nico o de telefon铆a m贸vil, que usted tiene muchas dificultades para rescindirlo, para celebrar uno nuevo” El portavoz de los obispos tacha de “irracionales” y “perjudiciales para el bien com煤n” las leyes que regulan las uniones en Espa帽a.

Desde el pedestal de quien posee toda la verdad, de quien hace de Dios una propiedad absoluta, desde el poder铆o econ贸mico, el portavoz del episcopado humilla a todo aquel que se acoge a la legislaci贸n surgida de unos 贸rganos elegidos desde la concordia democr谩tica, con la responsabilidad de quien se siente aut贸nomo en su conciencia frente a manipulaciones externas.

Los Obispos tienen derecho a expresarse libremente. Pero cuando esa expresi贸n comporta una evidente falta de respeto a cualquier decisi贸n personal se exponen a ser juzgados por lo menos con indiferencia.

¿Ser谩n capaces los Obispos de preguntarse alguna vez por el pecado tan repetido de usar el nombre de Dios en vano?

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