Por V铆ctor Montoya
En julio de 1987 viaj茅 a Portugal, con la intenci贸n de ver el proceso electoral que se ven铆a desarrollando entre bombos y platillos. Cuando llegu茅 a Lisboa, la ciudad blanca y cuna de conquistadores, me sorprendi贸 ver una caravana de personas vestidas de naranja, cubiertas de pegatinas con el retrato de An铆bal Covaco Silva y agitando fren茅ticamente las banderas del Partido Social Dem贸crata (PSD).
Mientras era conducido al hotel, en medio del caos del tr谩fico, ante mis ojos cruzaban camionetas cargadas de meg谩fonos que hac铆an vivas a sus candidatos entre un estruendo de voces y bocinas. En las avenidas principales, la propaganda proselitista estaba dividida casi en partes iguales entre los carteles naranjas del PSD y los emblemas blanco-azules de la Coalici贸n Democr谩tica Unitaria (CDU), encabezada por el Partido Comunista Portugu茅s (PCP).
La ciudad, que parec铆a nacida del abrazo del Tajo y el mar, desparramada por las siete colinas que dominan las aguas del mar de la Paja, ten铆a la fachada leprosa y los pavimentos agujereados. Esta capital, que antes ol铆a a jazm铆n y canela, a sardinas asadas a la brasa y a caf茅 reci茅n tostado, no ol铆a m谩s que a tubos de escape y gases de autom贸viles, y, por las tardes, cuando los cubos de basura sal铆an a la calle, se observaba incluso a personas que buscaban su comida entre los desperdicios como aves de rapi帽a.
Todos los d铆as, cuando el resplandor ros谩ceo de los rayos del sol anunciaba el ocaso, unas escalinatas y un laberinto de calles empinadas me conduc铆an a los barrios t铆picos de Alfama, la Mauraria y el Barrio Alto; uno de los m谩s pintorescos del casco antiguo de la ciudad, y hasta cuya cima se deb铆a ascender por medio de un funicular en el que cab铆an pocas personas. Todo esfuerzo val铆a la pena si se quer铆a degustar un buen plato de gambas con piri-piri cerca de la ventana de un restaurante que permitiera contemplar las aguas glaucas del mar y ver el aire salpicado de gaviotas.
Por las noches, como todo visitante ansioso por vivir y revivir las emociones m谩s vibrantes de la ciudad, recorr铆a las callejuelas de Alfama. De las ventanas sal铆an jirones de m煤sica potuguesa o africana y de las puertas actores entrados en a帽os. En medio de la calle hab铆an hombres ataviados de negro, invitando a los transe煤ntes a pasar la noche en una especie de pe帽a folkl贸rica llamada “fado”, donde los portugueses ofrec铆an un espect谩culo de su tristeza y su tragedia, a trav茅s de una viola acompa帽ada de un canto desgarrado y melanc贸lico. Adem谩s, en este barrio de vida nocturna, al igual que en el centro comercial de Baixa, que est谩 entre la plaza del Roc铆o y la del Comercio, daba la impresi贸n de haberse instalado el lujo en medio de la pobreza.
Tras los pasos de Fernando Pessoa
Queda claro que estando en Lisboa se hace necesario recorrer por las mismas calles que transit贸 Fernando Pessoa, un hombre enigm谩tico y de heter贸nimos diversos, que de d铆a ejerc铆a como traductor, m谩s exactamente como «corresponsal extranjero de casas comerciales», y de noche escrib铆a poes铆a, una poes铆a que se desdoblaba en varios autores ficticios, como cuando un ni帽o juega a su gusto y capricho con los personajes creados por las aventuras de su imaginaci贸n.
Aunque sus bi贸grafos coinciden en se帽alar que era partidario de un nacionalismo m铆stico, del que deb铆a ser abolida toda infiltraci贸n cat贸lico-romano, ten铆a divergencias con las ideas comunistas y simpatizaba con el orden mon谩rquico de una naci贸n, pues consideraba que el sistema mon谩rquico ser铆a el m谩s apropiado para un pa铆s como Portugal, que en ese entonces ten铆a bajo su control a colonias allende los mares. Sin embargo, de haberse dado un plebiscito para elegir entre un reg铆men mon谩rquico y un Estado republicano, 茅l estaba dispuesto a votar a favor de la Rep煤blica.
Seguir las huellas de Pessoa en Lisboa, es seguir los pasos de uno de los escritores m谩s grandes de la lengua portuguesa, aunque 茅l se despidi贸 del mundo sin haber visto publicada la mayor parte de su obra literaria, que sigue siendo motivo de an谩lisis y controversias. Muri贸 a los escasos 47 a帽os de edad debido a afecciones hep谩ticas, asociadas a una cirrosis provocada por el excesivo consumo de “脕guia Real”, un aguardiente que hoy se bebe tanto como la poes铆a de quien lo hizo famoso. Por eso los aficionados a su obra y al alcohol, est谩n casi obligados a echarse unas copas de “脕guia Real” a su paso por las calles donde estuvo el poeta como un fantasma enfundado en un traje oscuro, abrigo, sombrero y gafas.
Caminar por las calles de Chiado, que es una de las zonas m谩s tradicionales de la ciudad, entre el Barrio Alto y la Baixa, es respirar y escuchar los versos de los poetas que frecuentaron los bares y restaurantes de este barrio a finales del siglo XIX y principios del siglo XX. De todos ellos, Fernando Pessoa es quien m谩s huellas ha dejado en las aceras. Por eso no es casual que, con el transcurso del tiempo, se le haya erigido una estatua de bronce hoy situada en la calle Garrett, cerca del “LargodoChiado”, donde sus admiradores y admiradoras pueden verlo sentado en su silla preferida, luciendo sus 1,73 m de altura, con la pierna cruzada y la mano apoyada sobre la mesa, como quien espera con insoportable paciencia la copa que solicit贸 alejado de los quitasoles y consciente de que “ser poeta o escritor no constituye una profesi贸n, sino una vocaci贸n”.
La “Revoluci贸n de los Claveles”
En abril de 1974, bajo la luz p谩lida de un amanecer, se derrumb贸 a la dictadura fascista m谩s vieja del Viejo Mundo, en menos de 24 horas y bajo la direcci贸n de 200 capitanes, marcados por la experiencia de la guerra colonial.
Era de esperarse, pues ya a finales de la d茅cada de los ‘60, el r茅gimen dictatorial se aisl贸 y anquilos贸, en un mundo occidental en plena efervescencia social e intelectual. Entretanto en sus viejas colonias, como Mozambique y Angola, arrastradas por los movimientos de descolonizaci贸n, hab铆an estallado en revueltas desde principios de la d茅cada y obligaban a Portugal a mantener por la fuerza de las armas el imperio portugu茅s que estaba instalado en el imaginario de los ide贸logos del r茅gimen. De ah铆 que el pa铆s se vio abocado a invertir grandes esfuerzos en una guerra colonial de pacificaci贸n, actitud que contrastaba con el resto de potencias coloniales que trataban de asegurarse la salida del continente africano de la mejor manera posible.
Mientras esto suced铆a en las colonias, en la capital portuguesa se abr铆an las alamedas para el triunfo de la revoluci贸n de abril; una sublevaci贸n armada en la cual no corri贸 sangre y que fue bautizada casi inmediatamente como la “Revoluci贸n de los Claveles”, gracias a una mujer an贸nima que, pertrechada de la flor de temporada, regal贸 un ramo de claveles a los soldados que tomaban posici贸n en las calles de Lisboa. Horas m谩s tarde, los millones de claveles, que llegaron de los huertos y los campos aleda帽os a la ciudad, fueron puestos en el ca帽贸n de los fusiles, en los ojales de las camisas, en los jarros, cubos y latas. As铆, la revoluci贸n de abril encontr贸 su bandera en las manos de una mujer que, besando y abrazando a los soldados, distribuy贸 claveles en lugar de pitillos y cerillas.
En la madrugada del 26 de abril, la Junta de Salvaci贸n Nacional aparece en las pantallas de la televisi贸n. En su primer mensaje, la Junta habla ya de la creaci贸n de una Asamblea Constituyente, de la celebraci贸n de elecciones y de la devoluci贸n del poder a los civiles. El pueblo festej贸 tres d铆as y tres noches el fin de la dictadura y el desplome de un imperio de siglos en 脕frica. La alegr铆a popular no ces贸 en las calles y el 1 de mayo, autorizado por primera vez, fue el punto culminante de la revoluci贸n esperada. Los dirigentes pol铆ticos de la oposici贸n retornaron del exilio y los aliados del Dictador Oliveira Salazar abandonaron el pa铆s, seguidos por los empresarios privados.
Durante veinte meses, los portugueses vivieron la borrachera revolucionaria. Los campesinos tomaron las tierras y los obreros ocuparon las f谩bricas. Los grandes capitalistas huyeron con el dinero a cuestas y los esbirros de la dictadura fueron juzgados. La banca y las empresas transnacionales cayeron a golpes de nacionalizaci贸n; en otras palabras, se liquid贸 en poco tiempo el latifundio y el capitalismo monopolista de Estado. Con todo, el Portugal, que produc铆a vagones para el Metro de Chicago, gr煤as para el puerto de Nueva York y equipaba los tel茅fonos de Bahreim, segu铆a siendo un pa铆s subdesarrollado como cualquiera de 脕frica o Am茅rica Latina.
Portugal nunca fue una potencia, ni antes ni despu茅s de la revoluci贸n de abril. Siempre mantuvo a una enorme burocracia par谩sita que viv铆a a costa del Estado, y a una clase media que se modernizaba por fuera pero no por dentro. Portugal era un pa铆s que importaba la mitad de los alimentos que consum铆a, aunque uno de cada cuatro habitantes trabajaba en la agricultura.
Sin embargo, nadie duda de que este pa铆s crecido a orillas del mar, desde donde un pu帽ado de aventureros se lanzaron a conquistar 脕frica y Am茅rica, haya sido en otrora un gran imperio, pero al mismo tiempo una colonia; primero de los ingleses y despu茅s de las transnacionales. Ahora bien, lo extra帽o no estriba en que Portugal siga siendo un pa铆s capitalista atrasado y dependiente, sino en que ese movimiento militar iniciado por los capitanes rebeldes, al son de una canci贸n popular prohibida por el r茅gimen dictatorial, haya desembocado en un proceso contrarrevolucionario. Primero, porque elimin贸 del escenario pol铆tico al carism谩tico teniente coronel Otelo Saraiva de Carvalho; y, segundo, porque el pueblo se volvi贸 a dividir en dos bloques que representan dos modelos distintos de sociedad: la socialista y la capitalista.
Salir a las calles de Lisboa en julio de 1987, era como salir a experimentar una confusa convulsi贸n social, donde nadie entend铆a a nadie. En las plazas miles de personas organizaban m铆tines para respaldar a sus respectivos candidatos; claro est谩, en medio de una agitaci贸n vocinglera. La caravana que acompa帽aba el coche del candidato socialdem贸crata, An铆bal Cavaco Silva, iba rodeado de j贸venes embanderados en una ola de color naranja, mientras el candidato del Partido Socialista (PS), V铆ctor Constancio, caminaba seguido por una camioneta, desde la cual coreaban sus partidarios: “¡Constancio va a pie y no en un coche blindado!”. Cuando el l铆der socialista ingres贸 a la plaza, abri茅ndose paso entre la multitud, algunas de sus admiradoras se le abalanzaron queriendo besarle en la mejilla mientras otros intentaban mirarle de cerca y estrecharle la mano. Y, entre vozarrones que ensordec铆an a cualquier humano, Constancio levant贸 el pu帽o y prometi贸: “No nos aliaremos con el Partido Socialdem贸crata ni negociaremos con el Partido Comunista”.
En medio de este alboroto organizado, el Partido Comunista, dirigido por 脕lvaro Cunhal desde 1961, fue la 煤nica fuerza de izquierda capaz de retener un poco el vendaval de la derecha, con una actitud militante y eficaz. Al cierre de las urnas, se conoc铆a ya la irresistible ascensi贸n al poder de los socialdem贸cratas, con m谩s del cincuenta por ciento de los votos. Este triunfo hist贸rico de la derecha, que por primera vez obtuvo la mayor铆a desde la conquista de la democracia en 1974, implicaba el entierro definitivo de la “Revoluci贸n de los Claveles”, la estrepitosa derrota del Partido Renovador Democr谩tico (PRD), del general Antonio Ramalho Eanes, y un jaque peligroso para la oposici贸n de izquierda, dividida entre socialistas y comunistas.
A帽os despu茅s de aquel bullicio electoral, donde los partidarios de Cavaco Silva apoyaron el modelo de modernizaci贸n marcado por el liberalismo econ贸mico, los portugueses han vuelto a su silenciosa rutina, las contradicciones de clase se han polarizado, las empresas capitalistas han vuelto a retomar el control de la econom铆a nacional y, lo que es lamentable, la “Revoluci贸n de los Claveles” no es m谩s que un viejo recuerdo, como tantas otras que se marchitaron antes de alcanzar su florecimiento total.
Noticias vienen, noticias van
En noviembre de 1987, a tres meses de mi retorno a Estocolmo, el teniente coronel Otelo Saraiva de Carvalho, s铆mbolo de la “Revoluci贸n de los Claveles”, fue condenado a 15 a帽os de prisi贸n, por un tribunal que lo declar贸 culpable de sedici贸n contra las instituciones del Estado.
En las fotograf铆as de la prensa se lo ve铆a sentado dentro de una jaula de cristal y de hierro, en tanto el tribunal declaraba que la organizaci贸n clandestina denominada Fuerza Revolucionaria, fundadas y comandada por 茅l, se dedic贸 a realizar “actos voluntarios y violencia armada”, como atentados con explosivos, atracos y atentados personales contra empresarios y agentes de las fuerzas de seguridad del Estado. El tribunal tambi茅n consider贸 que la organizaci贸n defend铆a el uso de la violencia para impedir un eventual golpe fascista e instaurar el poder popular por v铆a de la insurrecci贸n armada.
El encarcelamiento de este militar carism谩tico, que devolvi贸 la democracia en Portugal y la independencia en Mozambique (colonia donde naci贸 en 1936), dividi贸 a los portugueses en partidarios y adversarios de la tesis de culpabilidad o inocencia. Los que estaban a favor dijeron que el proceso judicial contra 茅l era un proceso pol铆tico contra la “Revoluci贸n de los Claveles”, en tanto los m谩s reaccionarios e institucionalistas dijeron que hab铆a que condenarlo a cadena perpetua por terrorista de extrema izquierda. Cuando en realidad, este hombre que fue el estratega del golpe de Estado que volte贸 a la dictadura fascista, deb铆a haber sido considerado un h茅roe no s贸lo para Portugal sino tambi茅n para todo el mundo. No en vano Saraiva de Carvalho fue homenajeado por Fidel Castro en persona, el 26 de julio de 1975; ocasi贸n en la cual el mandatario cubano consider贸 al carism谩tico l铆der militar "un h茅roe de la revoluci贸n portuguesa contra el fascismo, el imperialismo y la reacci贸n".
De todos modos, Saravia de Carvalho pas贸 varios a帽os haciendo rayitas en las paredes de su celda, como quien ha perdido toda esperanza de transformarse en el Fidel Castro portugu茅s y en el protagonista de un proceso hist贸rico que empez贸 con 茅l y que acab贸 arroj谩ndolo a la c谩rcel, como si hubiese sido estrangulado por la misma criatura que 茅l vio nacer. Por suerte, como todo tiene su soluci贸n en esta vida, gracias a su condici贸n de h茅roe del 25 de abril, se form贸 un amplio movimiento popular en demanda de su indulto, a consecuencia de lo cual se abrevi贸 notoriamente su condena y el presidente M谩rio Soares le otorg贸 la amnist铆a en 1996, aun sabiendo que Saraiva de Carvalho seguir铆a siendo un puntal de referencia para la izquierda alternativa en Portugal, porque quien naci贸 un d铆a para vocear las aspiraciones populares, voceando muere otro d铆a.
-- V铆ctor Montoya es Escritor boliviano residente en Estocolmo
En julio de 1987 viaj茅 a Portugal, con la intenci贸n de ver el proceso electoral que se ven铆a desarrollando entre bombos y platillos. Cuando llegu茅 a Lisboa, la ciudad blanca y cuna de conquistadores, me sorprendi贸 ver una caravana de personas vestidas de naranja, cubiertas de pegatinas con el retrato de An铆bal Covaco Silva y agitando fren茅ticamente las banderas del Partido Social Dem贸crata (PSD).
Mientras era conducido al hotel, en medio del caos del tr谩fico, ante mis ojos cruzaban camionetas cargadas de meg谩fonos que hac铆an vivas a sus candidatos entre un estruendo de voces y bocinas. En las avenidas principales, la propaganda proselitista estaba dividida casi en partes iguales entre los carteles naranjas del PSD y los emblemas blanco-azules de la Coalici贸n Democr谩tica Unitaria (CDU), encabezada por el Partido Comunista Portugu茅s (PCP).
La ciudad, que parec铆a nacida del abrazo del Tajo y el mar, desparramada por las siete colinas que dominan las aguas del mar de la Paja, ten铆a la fachada leprosa y los pavimentos agujereados. Esta capital, que antes ol铆a a jazm铆n y canela, a sardinas asadas a la brasa y a caf茅 reci茅n tostado, no ol铆a m谩s que a tubos de escape y gases de autom贸viles, y, por las tardes, cuando los cubos de basura sal铆an a la calle, se observaba incluso a personas que buscaban su comida entre los desperdicios como aves de rapi帽a.
Todos los d铆as, cuando el resplandor ros谩ceo de los rayos del sol anunciaba el ocaso, unas escalinatas y un laberinto de calles empinadas me conduc铆an a los barrios t铆picos de Alfama, la Mauraria y el Barrio Alto; uno de los m谩s pintorescos del casco antiguo de la ciudad, y hasta cuya cima se deb铆a ascender por medio de un funicular en el que cab铆an pocas personas. Todo esfuerzo val铆a la pena si se quer铆a degustar un buen plato de gambas con piri-piri cerca de la ventana de un restaurante que permitiera contemplar las aguas glaucas del mar y ver el aire salpicado de gaviotas.
Por las noches, como todo visitante ansioso por vivir y revivir las emociones m谩s vibrantes de la ciudad, recorr铆a las callejuelas de Alfama. De las ventanas sal铆an jirones de m煤sica potuguesa o africana y de las puertas actores entrados en a帽os. En medio de la calle hab铆an hombres ataviados de negro, invitando a los transe煤ntes a pasar la noche en una especie de pe帽a folkl贸rica llamada “fado”, donde los portugueses ofrec铆an un espect谩culo de su tristeza y su tragedia, a trav茅s de una viola acompa帽ada de un canto desgarrado y melanc贸lico. Adem谩s, en este barrio de vida nocturna, al igual que en el centro comercial de Baixa, que est谩 entre la plaza del Roc铆o y la del Comercio, daba la impresi贸n de haberse instalado el lujo en medio de la pobreza.
Tras los pasos de Fernando Pessoa
Queda claro que estando en Lisboa se hace necesario recorrer por las mismas calles que transit贸 Fernando Pessoa, un hombre enigm谩tico y de heter贸nimos diversos, que de d铆a ejerc铆a como traductor, m谩s exactamente como «corresponsal extranjero de casas comerciales», y de noche escrib铆a poes铆a, una poes铆a que se desdoblaba en varios autores ficticios, como cuando un ni帽o juega a su gusto y capricho con los personajes creados por las aventuras de su imaginaci贸n.
Aunque sus bi贸grafos coinciden en se帽alar que era partidario de un nacionalismo m铆stico, del que deb铆a ser abolida toda infiltraci贸n cat贸lico-romano, ten铆a divergencias con las ideas comunistas y simpatizaba con el orden mon谩rquico de una naci贸n, pues consideraba que el sistema mon谩rquico ser铆a el m谩s apropiado para un pa铆s como Portugal, que en ese entonces ten铆a bajo su control a colonias allende los mares. Sin embargo, de haberse dado un plebiscito para elegir entre un reg铆men mon谩rquico y un Estado republicano, 茅l estaba dispuesto a votar a favor de la Rep煤blica.
Seguir las huellas de Pessoa en Lisboa, es seguir los pasos de uno de los escritores m谩s grandes de la lengua portuguesa, aunque 茅l se despidi贸 del mundo sin haber visto publicada la mayor parte de su obra literaria, que sigue siendo motivo de an谩lisis y controversias. Muri贸 a los escasos 47 a帽os de edad debido a afecciones hep谩ticas, asociadas a una cirrosis provocada por el excesivo consumo de “脕guia Real”, un aguardiente que hoy se bebe tanto como la poes铆a de quien lo hizo famoso. Por eso los aficionados a su obra y al alcohol, est谩n casi obligados a echarse unas copas de “脕guia Real” a su paso por las calles donde estuvo el poeta como un fantasma enfundado en un traje oscuro, abrigo, sombrero y gafas.
Caminar por las calles de Chiado, que es una de las zonas m谩s tradicionales de la ciudad, entre el Barrio Alto y la Baixa, es respirar y escuchar los versos de los poetas que frecuentaron los bares y restaurantes de este barrio a finales del siglo XIX y principios del siglo XX. De todos ellos, Fernando Pessoa es quien m谩s huellas ha dejado en las aceras. Por eso no es casual que, con el transcurso del tiempo, se le haya erigido una estatua de bronce hoy situada en la calle Garrett, cerca del “LargodoChiado”, donde sus admiradores y admiradoras pueden verlo sentado en su silla preferida, luciendo sus 1,73 m de altura, con la pierna cruzada y la mano apoyada sobre la mesa, como quien espera con insoportable paciencia la copa que solicit贸 alejado de los quitasoles y consciente de que “ser poeta o escritor no constituye una profesi贸n, sino una vocaci贸n”.
La “Revoluci贸n de los Claveles”
En abril de 1974, bajo la luz p谩lida de un amanecer, se derrumb贸 a la dictadura fascista m谩s vieja del Viejo Mundo, en menos de 24 horas y bajo la direcci贸n de 200 capitanes, marcados por la experiencia de la guerra colonial.
Era de esperarse, pues ya a finales de la d茅cada de los ‘60, el r茅gimen dictatorial se aisl贸 y anquilos贸, en un mundo occidental en plena efervescencia social e intelectual. Entretanto en sus viejas colonias, como Mozambique y Angola, arrastradas por los movimientos de descolonizaci贸n, hab铆an estallado en revueltas desde principios de la d茅cada y obligaban a Portugal a mantener por la fuerza de las armas el imperio portugu茅s que estaba instalado en el imaginario de los ide贸logos del r茅gimen. De ah铆 que el pa铆s se vio abocado a invertir grandes esfuerzos en una guerra colonial de pacificaci贸n, actitud que contrastaba con el resto de potencias coloniales que trataban de asegurarse la salida del continente africano de la mejor manera posible.
Mientras esto suced铆a en las colonias, en la capital portuguesa se abr铆an las alamedas para el triunfo de la revoluci贸n de abril; una sublevaci贸n armada en la cual no corri贸 sangre y que fue bautizada casi inmediatamente como la “Revoluci贸n de los Claveles”, gracias a una mujer an贸nima que, pertrechada de la flor de temporada, regal贸 un ramo de claveles a los soldados que tomaban posici贸n en las calles de Lisboa. Horas m谩s tarde, los millones de claveles, que llegaron de los huertos y los campos aleda帽os a la ciudad, fueron puestos en el ca帽贸n de los fusiles, en los ojales de las camisas, en los jarros, cubos y latas. As铆, la revoluci贸n de abril encontr贸 su bandera en las manos de una mujer que, besando y abrazando a los soldados, distribuy贸 claveles en lugar de pitillos y cerillas.
En la madrugada del 26 de abril, la Junta de Salvaci贸n Nacional aparece en las pantallas de la televisi贸n. En su primer mensaje, la Junta habla ya de la creaci贸n de una Asamblea Constituyente, de la celebraci贸n de elecciones y de la devoluci贸n del poder a los civiles. El pueblo festej贸 tres d铆as y tres noches el fin de la dictadura y el desplome de un imperio de siglos en 脕frica. La alegr铆a popular no ces贸 en las calles y el 1 de mayo, autorizado por primera vez, fue el punto culminante de la revoluci贸n esperada. Los dirigentes pol铆ticos de la oposici贸n retornaron del exilio y los aliados del Dictador Oliveira Salazar abandonaron el pa铆s, seguidos por los empresarios privados.
Durante veinte meses, los portugueses vivieron la borrachera revolucionaria. Los campesinos tomaron las tierras y los obreros ocuparon las f谩bricas. Los grandes capitalistas huyeron con el dinero a cuestas y los esbirros de la dictadura fueron juzgados. La banca y las empresas transnacionales cayeron a golpes de nacionalizaci贸n; en otras palabras, se liquid贸 en poco tiempo el latifundio y el capitalismo monopolista de Estado. Con todo, el Portugal, que produc铆a vagones para el Metro de Chicago, gr煤as para el puerto de Nueva York y equipaba los tel茅fonos de Bahreim, segu铆a siendo un pa铆s subdesarrollado como cualquiera de 脕frica o Am茅rica Latina.
Portugal nunca fue una potencia, ni antes ni despu茅s de la revoluci贸n de abril. Siempre mantuvo a una enorme burocracia par谩sita que viv铆a a costa del Estado, y a una clase media que se modernizaba por fuera pero no por dentro. Portugal era un pa铆s que importaba la mitad de los alimentos que consum铆a, aunque uno de cada cuatro habitantes trabajaba en la agricultura.
Sin embargo, nadie duda de que este pa铆s crecido a orillas del mar, desde donde un pu帽ado de aventureros se lanzaron a conquistar 脕frica y Am茅rica, haya sido en otrora un gran imperio, pero al mismo tiempo una colonia; primero de los ingleses y despu茅s de las transnacionales. Ahora bien, lo extra帽o no estriba en que Portugal siga siendo un pa铆s capitalista atrasado y dependiente, sino en que ese movimiento militar iniciado por los capitanes rebeldes, al son de una canci贸n popular prohibida por el r茅gimen dictatorial, haya desembocado en un proceso contrarrevolucionario. Primero, porque elimin贸 del escenario pol铆tico al carism谩tico teniente coronel Otelo Saraiva de Carvalho; y, segundo, porque el pueblo se volvi贸 a dividir en dos bloques que representan dos modelos distintos de sociedad: la socialista y la capitalista.
Salir a las calles de Lisboa en julio de 1987, era como salir a experimentar una confusa convulsi贸n social, donde nadie entend铆a a nadie. En las plazas miles de personas organizaban m铆tines para respaldar a sus respectivos candidatos; claro est谩, en medio de una agitaci贸n vocinglera. La caravana que acompa帽aba el coche del candidato socialdem贸crata, An铆bal Cavaco Silva, iba rodeado de j贸venes embanderados en una ola de color naranja, mientras el candidato del Partido Socialista (PS), V铆ctor Constancio, caminaba seguido por una camioneta, desde la cual coreaban sus partidarios: “¡Constancio va a pie y no en un coche blindado!”. Cuando el l铆der socialista ingres贸 a la plaza, abri茅ndose paso entre la multitud, algunas de sus admiradoras se le abalanzaron queriendo besarle en la mejilla mientras otros intentaban mirarle de cerca y estrecharle la mano. Y, entre vozarrones que ensordec铆an a cualquier humano, Constancio levant贸 el pu帽o y prometi贸: “No nos aliaremos con el Partido Socialdem贸crata ni negociaremos con el Partido Comunista”.
En medio de este alboroto organizado, el Partido Comunista, dirigido por 脕lvaro Cunhal desde 1961, fue la 煤nica fuerza de izquierda capaz de retener un poco el vendaval de la derecha, con una actitud militante y eficaz. Al cierre de las urnas, se conoc铆a ya la irresistible ascensi贸n al poder de los socialdem贸cratas, con m谩s del cincuenta por ciento de los votos. Este triunfo hist贸rico de la derecha, que por primera vez obtuvo la mayor铆a desde la conquista de la democracia en 1974, implicaba el entierro definitivo de la “Revoluci贸n de los Claveles”, la estrepitosa derrota del Partido Renovador Democr谩tico (PRD), del general Antonio Ramalho Eanes, y un jaque peligroso para la oposici贸n de izquierda, dividida entre socialistas y comunistas.
A帽os despu茅s de aquel bullicio electoral, donde los partidarios de Cavaco Silva apoyaron el modelo de modernizaci贸n marcado por el liberalismo econ贸mico, los portugueses han vuelto a su silenciosa rutina, las contradicciones de clase se han polarizado, las empresas capitalistas han vuelto a retomar el control de la econom铆a nacional y, lo que es lamentable, la “Revoluci贸n de los Claveles” no es m谩s que un viejo recuerdo, como tantas otras que se marchitaron antes de alcanzar su florecimiento total.
Noticias vienen, noticias van
En noviembre de 1987, a tres meses de mi retorno a Estocolmo, el teniente coronel Otelo Saraiva de Carvalho, s铆mbolo de la “Revoluci贸n de los Claveles”, fue condenado a 15 a帽os de prisi贸n, por un tribunal que lo declar贸 culpable de sedici贸n contra las instituciones del Estado.
En las fotograf铆as de la prensa se lo ve铆a sentado dentro de una jaula de cristal y de hierro, en tanto el tribunal declaraba que la organizaci贸n clandestina denominada Fuerza Revolucionaria, fundadas y comandada por 茅l, se dedic贸 a realizar “actos voluntarios y violencia armada”, como atentados con explosivos, atracos y atentados personales contra empresarios y agentes de las fuerzas de seguridad del Estado. El tribunal tambi茅n consider贸 que la organizaci贸n defend铆a el uso de la violencia para impedir un eventual golpe fascista e instaurar el poder popular por v铆a de la insurrecci贸n armada.
El encarcelamiento de este militar carism谩tico, que devolvi贸 la democracia en Portugal y la independencia en Mozambique (colonia donde naci贸 en 1936), dividi贸 a los portugueses en partidarios y adversarios de la tesis de culpabilidad o inocencia. Los que estaban a favor dijeron que el proceso judicial contra 茅l era un proceso pol铆tico contra la “Revoluci贸n de los Claveles”, en tanto los m谩s reaccionarios e institucionalistas dijeron que hab铆a que condenarlo a cadena perpetua por terrorista de extrema izquierda. Cuando en realidad, este hombre que fue el estratega del golpe de Estado que volte贸 a la dictadura fascista, deb铆a haber sido considerado un h茅roe no s贸lo para Portugal sino tambi茅n para todo el mundo. No en vano Saraiva de Carvalho fue homenajeado por Fidel Castro en persona, el 26 de julio de 1975; ocasi贸n en la cual el mandatario cubano consider贸 al carism谩tico l铆der militar "un h茅roe de la revoluci贸n portuguesa contra el fascismo, el imperialismo y la reacci贸n".
De todos modos, Saravia de Carvalho pas贸 varios a帽os haciendo rayitas en las paredes de su celda, como quien ha perdido toda esperanza de transformarse en el Fidel Castro portugu茅s y en el protagonista de un proceso hist贸rico que empez贸 con 茅l y que acab贸 arroj谩ndolo a la c谩rcel, como si hubiese sido estrangulado por la misma criatura que 茅l vio nacer. Por suerte, como todo tiene su soluci贸n en esta vida, gracias a su condici贸n de h茅roe del 25 de abril, se form贸 un amplio movimiento popular en demanda de su indulto, a consecuencia de lo cual se abrevi贸 notoriamente su condena y el presidente M谩rio Soares le otorg贸 la amnist铆a en 1996, aun sabiendo que Saraiva de Carvalho seguir铆a siendo un puntal de referencia para la izquierda alternativa en Portugal, porque quien naci贸 un d铆a para vocear las aspiraciones populares, voceando muere otro d铆a.
-- V铆ctor Montoya es Escritor boliviano residente en Estocolmo