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La muerte del individuo. El individuo virtual y sus identidades

Por Jorge Majfud

Es un lugar com煤n en nuestras instituciones las pol铆ticas para ahorrar papel reemplaz谩ndolo por archivos PDF, etc. Est谩 claro que las tecnolog铆as electr贸nicas han hecho posible no solo una mayor democratizaci贸n mundial de la informaci贸n y de algunos medios digitales de producci贸n sino que, adem谩s, ha evitado que esa masiva popularizaci贸n del acceso a la participaci贸n de la vida moderna (que fastidiaba a Ernest Renan en el siglo XIX y a Ortega y Gasset a principios del XX) no se traduzca en una cat谩strofe ecol贸gica mayor de la que ya tenemos.

Sin embargo, este mundo virtual no es tan “environmentally friendly” (“amable con el ambiente”) como se pretende. Todo tiene un precio. Usando el correo electr贸nico ahorramos energ铆a y evitamos una contaminaci贸n mayor que si envi谩semos cartas de papel por correo postal. Pero seguramente en la era del correo tradicional no envi谩bamos ni recib铆amos cientos de cartas por d铆a.

Desde hace algunos a帽os sabemos que hacer una brev铆sima investigaci贸n on line usando un buscador como Google emite tanto di贸xido de carbono como al hervir una caldera. Consideramos que una b煤squeda razonable emite 7 gramos de CO2, lo que m谩s o menos se corresponde con la aclaraci贸n de Google que dice que cuando uno aprieta “search” solo se consume/libera 0.2 gramos.

Esta referencia ecol贸gica puede ilustrarnos un problema semejante a nivel psicol贸gico y social cada vez que consideramos la “nueva libertad” y las nuevas posibilidades de comunicaci贸n de los individuos por el mero hecho de estar conectados. Ya hemos escrito mucho sobre este punto y no vamos a repetir. Pero ahora me interesa molestar un poco m谩s sobre el problema central de este fen贸meno del individuo-conectado.

Hace unos d铆as, mientras esperaba en un mall o centro comercial (lo que en espa帽ol latinoamericano se dice “shopping center”, tan equivoco como la palabra “plaza” usada en Estados Unidos) me detuve a descansar. En un instante dej茅 de mirar toda la gente que estaba buscando cosas para comprar y observ茅 el resto de la gente que no estaba comprado cosas. Delante de m铆 pas贸 un padre seguido de tres ni帽os, con un iPhone en una mano, el pulgar explorando la diminuta pantalla y sus ojos absortos en una lista de mensajes recibidos. Una chica entro a una tienda y revis贸 varias camisas sin dejar de leer su correo. Dos chicas m谩s, repitiendo la misma pr谩ctica, se cruzaron incre铆blemente sin chocarse. En el nivel de abajo dos j贸venes y un hombre mayor reposaban en cuatro sillones. Cada uno ten铆a un BlackBerry, un iPad, un iPod y un iPud en una mano, sobre una rodilla, o en la mesita de al lado. (El insistente prefijo “i” puede referir “intelligent” o, ¿por qu茅 no?, “yo” en ingl茅s, algo as铆 como “yo-Telefono”, “yo-Cosa”; porque cuando el mercado insiste con un s铆mbolo, es porque el verdadero significado es el contrario.) Ninguno resisti贸 m谩s de un minuto sin revisar algo. Casi siempre cambiaban de postura y se pon铆an a escribir, tal vez contestaban un correo o chateaban con alguien que no deb铆a ser ninguno de los otros dos que estaban al lado.

Siempre pens茅 que el fen贸meno de las comunicaciones hab铆a puesto de relieve, a un nivel cr铆tico, alguna obsesi贸n hist贸rica o natural de la humanidad por la comunicaci贸n. Algo as铆 como el impulso de los insectos en la noche que orbitan alrededor del fuego y van a morir incinerados all铆 mismo. Al fin al cabo, la gente habla y escribe, en gran medida, no porque tenga algo importante o crucial que decir, sino por el solo hecho, placer o necesidad de sentirse comunicados, desde un novelista hasta un m茅dico o un mec谩nico.

Todo lo cual parecer铆a ser algo muy humano: la comuni贸n ser铆a el cl铆max de este impulso de comunicaci贸n.

Estuve media ahora observando, tratando de descifrar el fen贸meno que nos engloba. Tratar de dar respuestas a cada fen贸meno que cae alrededor tambi茅n es otra obsesi贸n. Pero yo no quer铆a resolver esa cuesti贸n antes de tener una idea, al menos vaga, una t铆mida hip贸tesis, del fen贸meno que hab铆a atrapado a el resto de la gente que no estaba comprando, consumiendo (fen贸meno m谩s primitivo y m谩s f谩cil de explicar).

Para responder a esta pregunta hab铆a que preguntarse primero por qu茅 el fen贸meno de hablar por tel茅fono y, sobre todo, de textear, ha reemplazado de forma tan dram谩tica el simple acto de hablar cara a cara, con lo interesante que debe ser sentir con todos los sentidos a un semejante, a otro ser humano.

¿C贸mo explicar, entonces, la contradicci贸n de este impulso hist贸rico de comunicaci贸n con la incomunicaci贸n resultante?

Entonces cre铆 encontrar la l贸gica de esta aparente contradicci贸n. En el mundo de la comunicaci贸n digital no s贸lo se destila en su estado m谩s puro el acto de la comunicaci贸n, que requiere la distancia como obst谩culo de placer, sino que el acto es una confirmaci贸n del individuo aislado, alienado, por la supresi贸n del otro, por la objetivizaci贸n del sujeto.

En este mundo, el otro se ha multiplicado de forma exponencial y proporcionalmente se ha diluido la comuni贸n con cualquiera de ellos. El otro es menos sujeto y mas objeto, desde el momento en que yo, como individuo, puedo decidir cu谩ndo eliminarlo. Es decir, en todo momento me protege la conciencia o la percepci贸n de que el otro no amenazar谩 mi espacio individual con una visita inc贸moda de la que no puedo deshacerme. As铆, el otro est谩 bajo control.

Los j贸venes y el viejo estaban all铆, comunic谩ndose con alguien m谩s, con muchos m谩s, pero su espacio vital, sus individualidades estaban protegidas por un simple bot贸n (que ni siquiera es un bot贸n) capaz de eliminar la presencia del otro, capaz de ponerlo entre par茅ntesis o de arrastrarlos a un tiempo posterior, un tiempo de calendario que depende del individuo-aislado-que-se-comunica.

Al mismo tiempo, esta paradoja genera otra contradicci贸n aparente que es parte de la misma l贸gica. Tampoco el individuo-aislado-que-se-comunica es un individuo en el sentido tradicional. Primero, porque su existencia virtual puede adquirir varias identidades simultaneas. El sujeto se autocosifica con una m谩scara. Segundo, porque su “verdadera identidad” (m谩s exactamente su “identidad oficial”) puede ser robada. El robo de identidad es uno de los terrores crecientes de la nueva civilizaci贸n digital. Una vez que alguien le roba la identidad a Juan Rosas-Z con carnet n煤mero X, ni el pesado peso del gobierno m谩s poderoso del mundo puede hacer mucho. Juan Rosas-Z deja de ser Juan Rosas-Z y adquiere los delitos que alguien m谩s, que ahora se llama Juan Rosas-Z ha cometido en alguna parte del mundo. En algunos casos, se ha verificado que esta pesadilla ha llevado a mucha gente a cambiar su nombre oficial, su identidad, para detener la ola de actos cometidos por su fantasma.

El otro, el fantasma que ha perdido su condici贸n humana de sujeto, ahora forma parte de un mundo fantasmag贸rico donde vive el individuo que tiene a los otros bajo control pero ha perdido el control sobre si mismo.

Queda una esperanza, claro. El individuo-colectivo-humano se ha suicidado muchas veces y muchas veces ha renacido con viejas y nuevas obsesiones. Tal vez sea su forma natural de reinventarse cada quinientos a帽os.

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