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Dígame, oiga: ¿Y ahora qué hacemos con Gadafi?

Por Carlos Tena

Les colocan, les apoyan, comercian con ellos... y luego ¡¡a la horca!!

Si alguien cree que el espíritu que anima las revoluciones democráticas en América latina, pudiera tener un hermano gemelo entre las que se producen en 2011 en África, Medio y Extremo Oriente, es que gusta de manipular esos movimientos populares. Está claro que millones de ciudadanos, hartos de miseria y sangre, dictaduras y tiranías, salgan a las calles, con armas y sin ellas, para que algo cambie en sus vidas. Sin embargo, no están sobrados precisamente de líderes con la credibilidad suficiente como para encarar un futuro que debería ser, ante todo, nacionalista y plural, solidario y socialista. Ese peligro quiere conjurarlo la CIA, el MOSAD y, si me apuran, hasta Cristiano Ronaldo.

Nadie puede dudar que la castigada sociedad árabe, lacerada desde hace siglos, expoliada como lo fue y es aún Latinoamérica, precise de una liberación a la que pueden colocarse los epítetos más variopintos. Mas, a la hora de condenar sistemas políticos que no resultan del agrado de Occidente, resulte curioso que el anatema se concretase en Irak, Irán, Libia o Siria, países que comenzaron a decantarse por el euro, rechazando el dólar como única unidad de cambio, cuando de pagar el petróleo se tratara. Todos ellos, países con una inmensa reserva de riquezas naturales.

Es evidente que (marginando por un minuto las brutalidades que cometieran sus dirigentes), la invasión y genocidio cometido en la primera de esas cuatro naciones no tuvo en cuenta tal dato, sino más bien la herejía que supuso la elección de la moneda europea, como un desplante que Wall Street no toleró. La invasión de Bagdad se había decidido, mientras un patético Sadam clamaba al profeta y a su dios, acelerando su injustificado final. Aún flotan en el aire las imágenes repulsivas del ahorcamiento del líder iraquí. Aún avergüenza el crimen que se cometió contra Ceacescu y su esposa, tras la caída del muro de Berlín. Hasta el más sádico de los asesinos merece un proceso justo. ¿Cómo puede una llamada civilización cristiana, un primer mundo, llegar a esos extremos de vesania y soberbia?

Regresando a las revueltas: ¿Acaso es que hay visionarios que creen ver a hermanos árabes de Bolívar o San Martín, el Ché o Fidel, Allende o Chávez, cabalgando o caminando en esas revueltas? La coincidencia en ambos casos (América y África) no radica en las poderosas razones para aquellas protestas de una población ávida de libertades civiles, sino en un detalle, que parecen eludir tanto la derechona capitalista, como la izquierda de salón: que EEUU (y más tarde sus hermanos de la CE) impuso, allá donde quiso, una suerte de dictadores a su antojo, de El Salvador a Chile, de Marruecos a Pakistán, de Filipinas a Japón, a los que vendieron armamento, tolerando genocidios, consintiendo el asesinato de opositores, cometiendo en fin las mismas tropelías que James Monroe bendijera cuando habló de “América para los americanos”, y que hoy Obama amplía: “El mundo para el capitalismo”.

James Monroe: “América para los americanos”. Obama: “…y África, también”

Y llegado el momento, ese primer mundo exige deshacerse de aquellos viejos y caducos tiranos, para llenar el nuevo escaparate con maniquíes de corte occidental, que permanecerán en el poder por espacio de 4 u 8 años. El tirano seguirá oculto en las leyes, en sus parlamentos y su economía. Porque la dictadura es el capitalismo. Y a ese pájaro es complicado cortarle las alas, cuando menos, aunque luzca ropajes de marca y camisa de seda.

Hoy, la diferencia radica en la pose, en el talante. Barak evita representar, gracias a sus indudables buenos modales y presencia elegantemente desenfadada, que diría la cantante Martirio, los exabruptos ideológicos de su antecesor, manejando un discurso firme, con aureola de tonos pastel, aunque con la misma radicalidad y belicismo. Lo que un día, parafraseando al inolvidable Miguel Gila, resumí en un artículo que titulé “Obama mata flojo”.

Las formas son importantes para millones de seres humanos educados en imaginar talante y personalidad a partir de una vestimenta determinada. Un hombre bien afeitado, peinado, ataviado con traje y corbata; una mujer vestida a “lo María Teresa Fernández de la Vega” no pueden ser un/a terrorista, ni siquiera amiga/o de sospechosos partidarios de esos kamikazes que llevan explosivos atados a la cintura.

Me parece lógico. Resulta más creíble que esa clase de ciudadanos representen a otro tipo de asesinos y delincuentes, cuyas actividades criminales superan las del más sádico de los miembros de ETA o Al Qaeda. Pienso en Aznar, Blair, Bush, Solana, Sarkozy o Berlusconi, todos ellos cumpliendo a rajatabla con el vestuario requerido, sonriendo en una rueda de prensa, en una cena oficial o reunión del G-20.

Desde Ben Gurion y Golda Meier hasta hoy, la política de Israel no ha cambiado

Se ha dicho mil veces, abusando tal vez de la sabiduría popular, que “El habito no hace al monje”, que “Aunque la mona se vista de seda, mona se queda”; este último acaso más cruel que el primero, dado su carácter subliminalmente misógino. Estoy seguro de que más de un diputado del PPSOE habrá pensado en sus compañeras del hemiciclo a la hora de las comparaciones, al menos es lo que deduzco por una conversación entre vecinos de mi barrio, uno partidario de ZP y el otro de Rajoy, en la que el segundo aseguraba que ninguna de las militantes de la extrema derecha (Aguirre, Sáez de Santamaría, De Cospedal) vestían con tan mal gusto como las del centro-derecha (Leire Pajín, Carme Chacón o Trinidad Jiménez), aunque ninguno de los dos se refirió a los ternos masculinos, todos cortados bajo el mismo patrón, como sus discursos aparentemente enfrentados, cuando lo cierto es que en el fondo y la superficie encierran idéntica profesión de fe por el capitalismo salvaje. Y lo bautizo como brutal, a sabiendas de que no conozco un régimen menos civilizado que la plutocracia; no puede existir mercantilismo sin la bestialidad anexa que encarna la protección de lo privado por encima de lo público. Las guerras son privadas, pero pagan los ciudadanos inocentes.

La estratagema publicitada a través de los medios, de que el bombardeo y las balas, el uranio empobrecido y los misiles conforman la única forma civilizada de acabar con los tiranos, llega al colmo de los desatinos. Descubierta la zafiedad del primer mundo a la hora de tapar un crimen con otro más injustificable, llega el momento en que los aliados se preguntan por el destino que le aguarda al líder libio.

Su prensa, televisión y radios no recuerdan que el capitalismo colocó esa clase de dirigentes al frente de naciones tercermundistas, no sin antes negociar con ellos la forma más económica para que exportaran sus riquezas hacia Washington y Londres, París y Berlín, amén de surtir sus arsenales de armamento sofisticado, excepto en lo que a misiles se refiere, no fuera que a alguno de ellos se le ocurriera lanzar sobre Tel Aviv uno de ellos.

Agresiones, matanzas, ocupaciones. Israel y su política de exterminio

Israel pues, puerta de Wall Street, salvaguarda del sionismo más xenófobo, misógino y clasista, cuyos gobiernos han ido masacrando a Palestina desde que se constituyó como estado, debe poseer los artefactos precisos para que no se mueva ni un alma, aunque hayan de caer miles de niños en la defensa de Sión. Para el arrepentimiento y el dolor está el Muro de las Lamentaciones. Ello no resulta escandaloso para las potencias que hoy rasgan las carnes de la población libia, como los medios se rasgan las vestiduras de plasma a la hora de emitir sus servicios Informativos, dejando caer un  lenguaje tan soez desde la óptica profesional, como el que suele usar Rubalcaba a la hora de hablar de la izquierda abertzale.

La hipocresía que encarna el doble rasero de la Civilización Cristiana a la hora de castigar a los responsables de las víctimas en Libia o Siria, alcanza la cota del sarcasmo cuando se ocultan los crímenes de  las tiranías de Kuwait y Arabia saudita, por ejemplo, donde el terrorismo de estado se oculta bajo una puerta llamada censura mediática, cuya llave secreta se encuentra en el despacho oval de la Casa Blanca.

Llegamos así a una guerra solapada (los medios hablan de “victorias rebeldes”) donde la miseria moral  de los aliados encuentra el apoyo de esa izquierda de salón que, manipulando datos, hechos contrastados y puntos de vista, es capaz de acusar de connivencia con la tiranía a quien condena las invasiones bárbaras de estos civilizados y bien trajeados terroristas democráticos, tildando de estalinismo a la ciudadanía que apostó por el diálogo antes que por las balas.

Una paz que duró hasta el asesinato de Arafat

La  conclusión es palmaria: sólo existen los dictadores que señala el capitalismo. Los suyos, “Nuestros hijos de puta” que diría Rooselvet en un alarde de cinismo, sus propios descendientes, sus niños mimados, aquellos a los que se ha encumbrado en el pedestal del poder, reservándoles una saneada cuenta en un banco suizo, pueden cometer ciertos pecadillos, como matar a miles de personas, sin que ninguna prensa perteneciente a las grandes familias mediáticas lo denuncie.

El periodismo “hace rato” (diría un cubano) que no es el cuarto poder, sino el segundo tras las fuerzas armadas, como bien mostró Goebbles, como ostenta Carlos Slim, como demuestran día a día Rupert Murdoch o Silvio Berlusconi. Y millones de personas, habitantes de una Babia global, aldea en el sentido más peyorativo del término, creen estar informados de lo que acontece en el mundo. Ni les importa.

Su destino ya está marcado

El final de Gadafi se acerca a pasos agigantados, para satisfacción de esos compañeros que se dicen progresistas, que podrán refocilarse cuando el coronel cuelgue de una cuerda, como nuevo Sadam Hussein, tras un rápido proceso que jamás sufrieron Duvalier, Pinochet, Solana, Aznar, Blair y Bush, entre otros muchos, merecedores no de la pena de muerte, sino de algo más justo y cabal: unos cuantos años de cárcel, no en una prisión privada, como las que disfrutaron terroristas como Barrionuevo o Galindo, sino en un establecimiento público en el que purgar sus crímenes.

La ejecución de Gadafi será televisada. Entonces, esas mismas mentes que desde una supuesta izquierda justificaron la masacre, saldrán a la palestra gritando y clamando contra la eliminación de la pena capital.

Será tarde. Su óbolo a la bestialidad cometida habrá tenido éxito. Pero su conciencia no quedará impoluta. Más bien, todo contrario.

¿Cuándo aquellos que condenan la pena de muerte se convencerán de que no debe haber excepciones?




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