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Dolor, acci贸n y palabra

Por Miguel 脕ngel S谩nchez de Armas  

A Javier Sicilia, alegor铆a de la rabia y el dolor de un pueblo decidido a no dejarse vencer por el silencio.
Por estos d铆as recorre el mundo, y entre nosotros, la imagen de que M茅xico es un pa铆s en problemas. A la brutal desigualdad, a la criminal impunidad, al asfixiante centralismo, ahora se suma la violencia del crimen organizado en sus diversas facetas. ¿Treinta mil muertos? ¿Miles de secuestrados? Deb铆a bastar uno solo para generar una gran alerta nacional.

Sustituir la cultura de la guerra por la cultura de la paz. Deteng谩monos unos instantes en este concepto. M茅xico, escuchamos a diario, est谩 en una guerra contra el crimen organizado que se ha ramificado en toda la sociedad. Pero hay otra guerra en la que hemos fracasado: la guerra contra la pobreza que agobia a nuestro pueblo. “El mal que causa mayor sufrimiento –dice H. Cohen- es la pobreza. La pobreza es la figura hist贸rica en la que se concreta el sufrimiento de la humanidad; pero la pobreza no es una fatalidad, un destino: es causada por el ser humano. Por ello es hist贸rica y por ello es una injusticia. Si la desigualdad entre los seres humanos es resultado de la acci贸n humana, ¿tiene sentido hablar de igualdad? No, si no asumimos la responsabilidad de la injusticia. El pobre no es pobre porque pague una culpa, sino porque vive en una situaci贸n de injusticia creada por los otros hombres… y por lo tanto, 茅stos tendr谩n que responder por ella”. Es 茅sta la verdadera guerra que debemos librar. El crimen organizado es s贸lo una consecuencia. La ra铆z profunda de nuestros males es la pobreza y la injusticia que no hemos sabido solucionar.

Al decir “M茅xico”, debi茅ramos abrir los ojos y el coraz贸n al momento que vive la naci贸n. Nos horrorizamos con las im谩genes en el noticiario y las narraciones de los diarios, pero somos autistas para lo que no nos afecta directamente. No pensamos, como lo advirtiera Martin Niem枚ller, que la inacci贸n frente al mal pavimenta su camino a nuestra puerta. Todos recordamos la 煤ltima l铆nea de aqu茅l su doloroso verso: “Y entonces vinieron por m铆… pero ya no hab铆a nadie que alzara la voz”.

Me parece que la reconstrucci贸n –o construcci贸n, como lo prefieran- de la idea de “M茅xico”, pasa por recuperar el sentido y el valor de la acci贸n individual como lo est谩 haciendo hoy Javier Sicilia, como en su momento lo hicieron Rosario Ibarra, Isabel Miranda, Nelson Vargas, Alejandro Mart铆 y muchos otros que tuvieron el valor de no permitir que el silencio ahogara su dolor.

Los asesinatos en Ju谩rez nos indignan, pero no nos mueven a la acci贸n. Leemos las cifras de los muertos en el combate al narcotr谩fico como las de las bajas en Irak o las cifras del genocidio en Ruanda. La conducta indignante de gobernadores y altos funcionarios y la presunci贸n de que han delinquido, apenas nos merece un alzamiento de hombros. Que doce millones de mexicanos sobrevivan con diez pesos al d铆a ha dejado de ser noticia.

* * *

El dolor no tiene explicaci贸n. Lo sufrimos, pero si queremos entenderlo no ternemos palabras que lo descifren. Para nombrar algo que nos desgarra y quiebra contamos apenas con unos cuantos pobres y limitados vocablos. Si grito: “¡me duele!”, puede ser lo mismo un golpe que el vac铆o que deja la muerte, la tristeza por el sufrimiento ajeno, o la p茅rdida del amor.

El dolor es nuestro gran y perenne acompa帽ante. Siempre con nosotros, nos descubre a la primera luz y cierra nuestros p谩rpados en el instante en que nos disolvemos en la eternidad. Es el sudario del fugaz paso por este mundo que algunos llaman valle de l谩grimas. Nada m谩s humano que el dolor. El dolor es tan nuestro, que si le ponemos medida, resulta m谩s largo que la vida y m谩s intenso que el amor.

“Si hablo, no se calma mi dolor; si callo, ¡qu茅 se va a apartar de mi!” As铆 se quejaba Job nada menos que de la violencia del Alt铆simo.

Pero tal vez esta murmuraci贸n sin esperanza encierre una posible soluci贸n al dilema del dolor. La palabra es la luz. El silencio las tinieblas. La palabra es el dolor pero tambi茅n el silencio lo es. En las entra帽as de esta paradoja busquemos la respuesta a la elusiva comprensi贸n del dolor.

Porque hemos querido explicarlo en lugar de vivirlo, porque queremos describirlo en lugar de aceptarlo, nos aprisiona y nos conduce por el m谩s lastimero de los senderos. Si hablo, no encuentro alivio a mi dolor. Si callo ah铆 permanece, quem谩ndome las entra帽as y tritur谩ndome los huesos.

¿Estamos entonces ante una m谩s de las inapelables miserias de nuestra existencia? La palabra, lo m谩s humano de lo humano, con lo que nombramos al mundo por el que transitamos, es a la vez descripci贸n y causa eficiente del dolor. “Si hablo, no se calma mi dolor; si callo, ¡qu茅 se va a apartar de mi!”

Esa pregunta tiene un timbre banal y necio y sin embargo debemos formul谩rnosla. El dolor no puede ser pasajero. El dolor es una condici贸n tan humana como respirar.

El dolor nos duele de muchas formas. Todas inefables aunque pretendamos lo contrario. Entre las m谩s profundas est谩 aquella que acompa帽a a la muerte de un ser querido porque anticipa nuestra propia finitud y hace real lo que antes s贸lo fue la sospecha de que el tiempo no es nuestro, nos fue prestado y se nos escurre entre los dedos.

Por eso es que nada podemos decir a quien sabe que nunca m谩s en esta vida escuchar谩 aquel timbre de voz ni sentir谩 el calor de esa mano sobre la suya. Nada, realmente. S贸lo podemos ofrecer compasi贸n. S贸lo nos es permitido desear que el sufrimiento se temple en la certeza de que con la muerte lo 煤nico que acontece es que alguien ha dejado de estar aqu铆... mientras los dem谩s aguardamos nuestro propio ocaso.

El dolor por lo inconcluso es quiz谩 m谩s intenso porque es a la vez padre e hijo de la desesperanza. Es la palabra no dicha, la confesi贸n reprimida, el perd贸n negado. Dice un verso de Cernuda que el amor es lo eterno y no lo amado. Entonces el dolor no nombrado es eterno.

Hay heridas que uno arrastra consigo hasta la muerte, y s贸lo cabe ocultarlas ante los dem谩s. Quiz谩 algunas heridas nos acompa帽en al m谩s all谩. Pienso en las 煤ltimas palabras de Isaac B谩bel frente a los negros ojillos del pelot贸n de fusilamiento: “¡Perm铆taseme terminar mi trabajo!” No ped铆a clemencia. No rogaba por su vida o por su peque帽a hija. Era un grito de dolor por aquello que dejaba pendiente en el amargo camino de la vida.

* * *

El escritor jud铆o Amos Oz ha luchado desde 1977 por un acuerdo que permita a jud铆os y palestinos vivir en paz en ese peque帽o territorio que llamamos Israel. Oz ha tenido el valor de asumir un compromiso para enfrentar al fanatismo, tanto el de los palestinos como el de sus propios compatriotas. Quien est茅 al tanto de la situaci贸n en aquella parte del mundo estar谩 de acuerdo en que esa no es una posici贸n f谩cil. En su libro C贸mo curar a un fan谩tico nos dice:

“Creo que si una persona atestigua una gran tragedia –digamos que un incendio- siempre tiene tres opciones. La primera: alejarse lo m谩s r谩pido posible y dejar que ardan los lentos, los d茅biles y los in煤tiles. La segunda: escribir una col茅rica carta al editor de su diario preferido y exigir la destituci贸n de todos los responsables de la tragedia; o en su defecto, convocar a una manifestaci贸n. La tercera: conseguir una cubeta de agua y arrojarla al fuego; en caso de que no se tenga una cubeta, buscar un vaso; en ausencia de 茅ste, utilizar una cucharita –todo mundo tiene una cucharita.

“S铆 –dice Amos Oz-, cierto que una cucharita es peque帽a y que el incendio es enorme… pero somos millones, y todos tenemos una cucharita. Quisiera fundar la Orden de la Cucharita. Quisiera que aquellos que comparten mi visi贸n –no la de echarse a correr o escribir cartas, sino la de utilizar una cucharita- salieran a la calle con el distintivo de una cucharita en la solapa, para que nos reconozcamos quienes estamos en el mismo movimiento, en la misma fraternidad, en la misma orden, la Orden de la Cucharita.”

Es decir, la suma de las aparentemente peque帽as voluntades y acciones es lo 煤nico capaz de poner remedio a los m谩s grandes males. En el caso de M茅xico, esos males se llaman pobreza, desigualdad, injusticia e impunidad. Terminemos con ellos y habremos resuelto el azote de la inseguridad. Sum茅monos a los Sicilia, a las Ibarra y Miranda, a los Vargas y Mart铆… No permitamos que el silencio nos ahogue en sangre.















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