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Medio pan y un libro

Por Miguel 脕ngel S谩nchez de Armas  

La pregunta: ¿para qu茅 sirve la literatura?, debiera ser una necedad indigna de ocupar el tiempo de los lectores y los espacios generosos que JdO recibe cada semana en tantos medios. A menos que… ¡No! ¡Alto! La literatura s铆 tiene una funci贸n. No sirve en el sentido utilitario de los productos que la publicidad nos propone a toda hora. Sirve en cuanto faro que nos se帽ala un camino, nos permite conocernos, nos abre la puerta a mundos fant谩sticos y ahuyenta la sobrecogedora sensaci贸n de que s贸lo estamos en esta tierra para comer, crecer, reproducirnos y morir.

¿Rom谩ntica y absurda idea? En los correos de mis lectores hay qui茅n dice que un libro lo oblig贸 a mirarse a las entra帽as; qui茅n que una catarata de im谩genes y recuerdos llev贸 l谩grimas a sus ojos; qui茅n que fue arrebatado por una sorpresa luminosa; qui茅n que en el hilado de im谩genes de una poes铆a encontr贸 la respuesta a sentimientos que le laceraban el alma. Para todos ellos la literatura tuvo un sentido. Una utilidad.

En La tentaci贸n de lo imposible, Mario Vargas Llosa toma como pretexto el an谩lisis de la compleja trama de Los miserables para plantearse la pregunta que todo escritor se hace alguna vez y que para todo autoritario, grande, peque帽o, eficaz o fracasado, es una pesadilla: ¿es subversiva la literatura? Y aqu铆 encuentro otra funci贸n de las letras (de la literatura y de los libros, contenido y continente): salvaguardar la esencia humana.

“¿Por qu茅 destruyen libros los hombres?”, se pregunta con candor Fernando B谩ez en su ensayo. Y se responde: “Tal vez... los motivos profundos est茅n en una declaraci贸n de Fred Hoyle, astr贸nomo y novelista. En De hombres y galaxias, escribi贸 que cinco l铆neas bastar铆an para arruinar todos los fundamentos de nuestra civilizaci贸n. Esta posibilidad terrible, impertinente, codiciosa, nos aturde y no habr铆a razones para no pensar que, tras la excusa autoritaria, se esconda la b煤squeda obsesiva del libro que contenga esas cinco l铆neas.” (¿Recuerdan mis lectores la trama de El nombre de la rosa?)

La memoria colectiva decidi贸 dejar rastro escrito por primera vez hace 5 mil 300 a帽os. Y de inmediato, casi como un reflejo, comenz贸 el hombre a destruir esas tablillas primigenias. Y s铆, desde la intolerancia que acab贸 con la gran biblioteca de Asurbanipal hasta las bombas que destruyeron las bibliotecas y museos de Bagdad en la guerra del Golfo, pasando por las prohibiciones y quemas de libros de todas las grandes religiones y de todos los sistemas pol铆ticos, el autoritarismo nos est谩 diciendo que la palabra y los libros son peligrosos porque sirven para hacernos libres. Como yo francamente no encuentro diferencia entre quienes enviaron a la hoguera los manuscritos in茅ditos de B谩bel y los que pretendieron prohibir la circulaci贸n de Ulises o la de Cari谩tide, deduzco entonces que la literatura s铆 tiene una utilidad.

(Me es inevitable recordar al llorado Voltaire cuando al enterarse de que los ejemplares de Cartas filos贸ficas se estaban quemando en las plazas p煤blicas de Par铆s, exclam贸 con aquella su tremenda iron铆a: “¡Vaya, c贸mo hemos progresado! Antes se incineraba a los escritores… ahora el fuego es s贸lo para los libros. ¡Eso es civilizaci贸n!”)

A m铆 me parece pleon谩stico hablar de la relaci贸n que tenemos con los libros. Es como hablar de la relaci贸n que tenemos con lo humano. Hay escritores que fulguran desde la primera letra del primer p谩rrafo de la primera p谩gina de sus textos. Vasconcelos sosten铆a que esos libros deben leerse de pie. Yo digo que no pueden ser abiertos impunemente... ¡como tampoco hacer el amor! Un momento cualquiera vamos por la vida atendiendo nuestros propios asuntos y en el siguiente, ¡zas!, un tono de voz, un aroma, un roce de piel… o el primer p谩rrafo de un libro, tienen en nosotros el efecto de un rayo y ya no volvemos a ser iguales.

La correspondencia espiritual con lo impreso ha sido materia de largas y espl茅ndidas disquisiciones. Tomemos por ejemplo a Henry Miller. De entre su obra, Los libros en mi vida me hipnotiza. Es un texto de una belleza extra帽a porque hace las veces de confesionario de las lecturas de mayor influencia en este autor. El escritor no defiende en 茅l sus preferencias literarias, s贸lo las presenta. Es como una larga rese帽a de sus lecturas, a las que no califica sino explica c贸mo las percibi贸, c贸mo las sinti贸, con cu谩les se qued贸 y por qu茅. Dice Miller que el libro que yace inane en un anaquel es munici贸n desperdiciada. Que los libros deben mantenerse en constante circulaci贸n, como el dinero. Que el libro no s贸lo es un amigo sino que sirve para hacernos conquistar amigos. Que enriquece al que se apodera de 茅l con toda el alma, pero enriquece tres veces m谩s al que lo analiza.

Goethe estaba convencido de que al leer no se aprende nada, sino que nos convertimos en algo. La lectura no como un ejercicio erudito sino como una forma de vivir.

M谩ximo Gorki encontraba que al platicar sobre sus lecturas las distorsionaba y les agregaba cosas de su propia experiencia. Y ello ocurr铆a porque literatura y vida se le hab铆an fundido en una sola cosa. Para 茅l un libro era una realidad viviente y parlante. Menos una “cosa” que todas las otras cosas creadas o a crearse por el hombre.

Edmundo Valad茅s vivi贸 convencido de que el libro que uno desea con toda el alma siempre encuentra el camino hacia nosotros. De mi querido amigo son estas palabras: “Poder leer es ya no volver a estar solo. Desde temprana edad, los libros me han sido compa帽eros inseparables: en ellos contraje ese bello «vicio impune», el 煤nico que no suscita remordimientos: el de la lectura”.

Podr铆a escribir un libro con citas as铆. Como de Samuel Johnson, quien, seg煤n sus contempor谩neos, no le铆a libros sino bibliotecas. O sobre la defensa de los tomos subrayados de S谩inz, para quien un texto se convierte en la lectura 煤nica e intransferible de un ser singular cuando 茅ste le mete pluma y resaltador a las p谩ginas. O quiz谩 sobre el aspecto subversivo y liberador de la literatura, magistralmente abordado en La tentaci贸n de lo imposible de Vargas llosa.

Un mar de tinta y una monta帽a de papel no bastar铆an para consignar todo lo que puede escribirse acerca de lo que Robert Darnton llam贸 El coloquio de los lectores y yo, las afinidades secretas.

Pienso que esta relaci贸n de lo humano y lo escrito fue magistralmente expuesta por Federico Garc铆a Lorca en septiembre de 1931 durante la inauguraci贸n de la biblioteca del pueblo Fuente Vaqueros, en Granada. Medio pan y un libro, titul贸 la alocuci贸n que con alegr铆a comparto:

“Cuando alguien va al teatro, a un concierto o a una fiesta de cualquier 铆ndole que sea, si la fiesta es de su agrado, recuerda inmediatamente y lamenta que las personas que 茅l quiere no se encuentren all铆. «Lo que le gustar铆a esto a mi hermana, a mi padre», piensa, y no goza ya del espect谩culo sino a trav茅s de una leve melancol铆a. 脡sta es la melancol铆a que yo siento, no por la gente de mi casa, que ser铆a peque帽o y ruin, sino por todas las criaturas que por falta de medios y por desgracia suya no gozan del supremo bien de la belleza que es vida y es bondad y es serenidad y es pasi贸n.

“Por eso no tengo nunca un libro, porque regalo cuantos compro, que son infinitos, y por eso estoy aqu铆 honrado y contento de inaugurar esta biblioteca del pueblo, la primera seguramente en toda la provincia de Granada.

“No s贸lo de pan vive el hombre. Yo, si tuviera hambre y estuviera desvalido en la calle no pedir铆a un pan; sino que pedir铆a medio pan y un libro. Y yo ataco desde aqu铆 violentamente a los que solamente hablan de reivindicaciones econ贸micas sin nombrar jam谩s las reivindicaciones culturales que es lo que los pueblos piden a gritos. Bien est谩 que todos los hombres coman, pero que todos los hombres sepan. Que gocen todos los frutos del esp铆ritu humano porque lo contrario es convertirlos en m谩quinas al servicio de Estado, es convertirlos en esclavos de una terrible organizaci贸n social.

“Yo tengo mucha m谩s l谩stima de un hombre que quiere saber y no puede, que de un hambriento. Porque un hambriento puede calmar su hambre f谩cilmente con un pedazo de pan o con unas frutas, pero un hombre que tiene ansia de saber y no tiene medios, sufre una terrible agon铆a porque son libros, libros, muchos libros los que necesita y ¿d贸nde est谩n esos libros?

“¡Libros! ¡Libros! Hace aqu铆 una palabra m谩gica que equivale a decir: «amor, amor», y que deb铆an los pueblos pedir como piden pan o como anhelan la lluvia para sus sementeras. Cuando el insigne escritor ruso Fedor Dostoyevsky, padre de la revoluci贸n rusa mucho m谩s que Lenin, estaba prisionero en la Siberia, alejado del mundo, entre cuatro paredes y cercado por desoladas llanuras de nieve infinita; y ped铆a socorro en carta a su lejana familia, s贸lo dec铆a: «¡Enviadme libros, libros, muchos libros para que mi alma no muera!». Ten铆a fr铆o y no ped铆a fuego, ten铆a terrible sed y no ped铆a agua: ped铆a libros, es decir, horizontes, es decir, escaleras para subir la cumbre del esp铆ritu y del coraz贸n. Porque la agon铆a f铆sica, biol贸gica, natural, de un cuerpo por hambre, sed o fr铆o, dura poco, muy poco, pero la agon铆a del alma insatisfecha dura toda la vida.

“Ya ha dicho el gran Men茅ndez Pidal, uno de los sabios m谩s verdaderos de Europa, que el lema de la Rep煤blica debe ser: «Cultura».

“Cultura porque s贸lo a trav茅s de ella se pueden resolver los problemas en que hoy se debate el pueblo lleno de fe, pero falto de luz”.

Termino con otra cita, 茅sta de Xavier Villaurrutia, en la famosa carta que le dirigiera a un joven escritor all谩 por 1936:

“¿Tendr茅 que citar de memoria la frase de San Mateo que apren­d铆 en Andr茅 Gide acerca de la salvaci贸n de la vida? ‘Aquel que quiera salvarla, la perder谩 –dice el evangelista-, y s贸lo el que la pierda la har谩 verdaderamente viva’. Releyendo una p谩gi­na de Chesterton, encuentro algo que es, en esen­cia, id茅ntico pero que se acomoda mejor a la crisis del esp铆ritu en que usted parece hallarse: ‘En las horas cr铆ticas, s贸lo salvar谩 su cabeza el que la haya perdido’. ¿Ha perdido usted la suya? Mi enhorabuena. Pi茅rdala en los libros y en los autores, en los mares de la reflexi贸n y de la du­da, en la pasi贸n del conocimiento, en la fiebre del deseo y en la prueba de fuego de las influen­cias que, si su cabeza merece salvarse, saldr谩 de esos mares, buzo de s铆 misma, verdaderamente viva.”

Am茅n.















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