Por Gustavo Duch
Me cuentan de un doctor de personas que trabaja por Brasil. En un dispensario pobre, de una poblaci贸n pobre, de un departamento pobre, parece que el galeno descubri贸 un remedio casero que todo lo cura, sin necesidad de medicamentos que les enferman s贸lo de pensar en c贸mo los pagar谩n.
-Doctor, me duele la garganta.
-Eso ser谩 que usted quiere, pero no puede, contar alto y fuerte las cosas que le apenan, las cosas que le preocupan, las cosas que le indignan.
-Mire Doctor, las u帽as est谩n quebradizas y deformes.
-Habr谩 que analizarle. Es claro que le bajaron las defensas- dice el doctor acariciando a su gato.
-Doctorcito, mire que resfriado que tengo.
-Eso ser谩 que su alma llora. Su masculinidad mal entendida, no le deja llorar por donde debiera y cuando debiera.
-Doctor, me duele la cabeza.
-Eso ser谩 que muchas dudas pasan por ah铆, y ah铆 se instalan por demasiado tiempo.
-Doctor, ¿me toma la presi贸n? Creo que est谩 bien alta.
-Mejor d铆game, ¿a qu茅 tiene miedo?
-Doctor, las menstruaciones se alargan y me incomodan.
-Mujer, ¿le aprieta el ser mujer?
-Doctor, me arde el est贸mago.
-Eso ser谩 que ah铆 abajo se le acumula la rabia y no la puede liberar.
Y toda la parroquia del doctor sale con recetas parecidas: cada d铆a consuma dos o tres conversaciones; retire de las comidas la rapidez y las prisas; escuche a su cuerpo cada ocho horas; grite profundamente frente a una injusticia o colectivice sus luchas. Y me llora todas las penas y me r铆e sin l铆mites.
Es el terror de las farmac茅uticas.
Me cuentan de un doctor de personas que trabaja por Brasil. En un dispensario pobre, de una poblaci贸n pobre, de un departamento pobre, parece que el galeno descubri贸 un remedio casero que todo lo cura, sin necesidad de medicamentos que les enferman s贸lo de pensar en c贸mo los pagar谩n.
-Doctor, me duele la garganta.
-Eso ser谩 que usted quiere, pero no puede, contar alto y fuerte las cosas que le apenan, las cosas que le preocupan, las cosas que le indignan.
-Mire Doctor, las u帽as est谩n quebradizas y deformes.
-Habr谩 que analizarle. Es claro que le bajaron las defensas- dice el doctor acariciando a su gato.
-Doctorcito, mire que resfriado que tengo.
-Eso ser谩 que su alma llora. Su masculinidad mal entendida, no le deja llorar por donde debiera y cuando debiera.
-Doctor, me duele la cabeza.
-Eso ser谩 que muchas dudas pasan por ah铆, y ah铆 se instalan por demasiado tiempo.
-Doctor, ¿me toma la presi贸n? Creo que est谩 bien alta.
-Mejor d铆game, ¿a qu茅 tiene miedo?
-Doctor, las menstruaciones se alargan y me incomodan.
-Mujer, ¿le aprieta el ser mujer?
-Doctor, me arde el est贸mago.
-Eso ser谩 que ah铆 abajo se le acumula la rabia y no la puede liberar.
Y toda la parroquia del doctor sale con recetas parecidas: cada d铆a consuma dos o tres conversaciones; retire de las comidas la rapidez y las prisas; escuche a su cuerpo cada ocho horas; grite profundamente frente a una injusticia o colectivice sus luchas. Y me llora todas las penas y me r铆e sin l铆mites.
Es el terror de las farmac茅uticas.