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Libia, ¿cuál transición?

Por Salvador Briceño

No hay “transición hacia la democracia” —con sus bemoles en esto de la democracia— más complicada, que aquella que avanza desde un “gobierno autoritario” [como lo plantearon Guillermo O’ Donnell y Phillippe C. Schmitter en su obra Transiciones desde un gobierno autoritario, para el caso Latinoamericano] hacia otro pretendidamente más abierto [no en el sentido liberal únicamente como lo planteó Karl R. Popper en su La sociedad abierta y sus enemigos, sino] y dispuesto a atender la demanda social o de la población en un Estado que ha padecido un régimen dictatorial.

Es más, cuando un gobierno autoritario cae, casi siempre el futuro resulta incierto porque las variables pueden ser muchas. Desde la restauración de un nuevo tipo de gobierno represor, o un desenlace confuso con rotación de gobiernos para una solución al problema de institucionalizar tanto al gobierno en cuestión como al sistema político, hasta procesos que den lugar a nuevas confrontaciones violentas con otros fines, pero sin descartar las opciones revolucionarias.

Casos típicos, los que se han vivido en América Latina, porque sabemos que el fin de los gobiernos autoritarios no llega por decreto. Los pueblos que han padecido dictaduras, en países como Cuba, México, Argentina y Chile durante el siglo XX, por ejemplo, saben de lo que se trata. En otras partes del mundo los procesos no son muy diferentes, como es el caso de las transiciones desarrolladas en los países de la otrora órbita soviética. La conclusión —apresurada si se quiere—, es que la democracia no se instala con un proceso electoral si es que se plantea como forma de vida para una sociedad; más no como una eventualidad coyuntural o a contentillo de un sector de dicha sociedad.

Y en los países del norte de África y Medio Oriente, en donde estalló la “Revolución de los Jazmines”, las cosas no serán en los hechos muy distintas. Los gobiernos autócratas que están viendo su fin en países como Egipto, Barhein, Libia, Yemen, Arabia Saudita, Argelia o Siria, no precisamente darán vida a gobiernos “demócratas”, sino a otras cosas. Y será, o a un “nuevo tipo de gobierno represor” o a otros cuya “rotación de gobiernos” no terminen por definir un avance democrático y sobre todo “independiente e institucional” del poder local. Para ir en el sentido señalado por O’Donnell y Schmitter.

En otras palabras, porque lamentablemente en el fondo las cosas no cambiarán mucho; al menos por ahora, y en esta coyuntura. Porque como en Latinoamérica los gobiernos dictatoriales, autoritarios o autocráticos, no dieron pie a gobiernos democráticos en lo subsiguiente. Tampoco ha ocurrido en la exórbita soviética. Pero —a ver—, otro ejemplo: ¿Cuánto le ha costado, en todos los sentidos, a Alemania la reunificación de la parte oriental a la occidental, incluso en el marco del libre mercado con una democracia maniatada como la de los países europeos, que por un lado pregonan libertades pero al menor pretexto reprimen a las gentes? Por donde se mire es un dilema.

Digamos que hay otras dos razones de peso para anticipar que la situación libia será tan compleja como complicada. Al menos no en el sentido del restablecimiento o inauguración de un régimen democrático, como seguramente lo desean los jóvenes rebeldes que participan en sus países con la llamada “Revolución de los Jazmines” [lo dicho valga para que, en todo caso, tomen las medidas pertinentes sobre todo aquellos grupos que tendrán en sus manos la negociación para la tan anhelada transición democrática].

Las dos razones: 1) la geopolítica, 2) la militar. La primera, en dos sentidos: a) porque los mares de petróleo y gas del subsuelo del conjunto de países árabes constituyen las mayores reservas del mundo, y; b) porque en la zona está el estratégico Canal de Suez, el único paso mercantil y miliciano que hay entre el Mar Mediterráneo y el Océano Índico. La segunda, porque el avance de los rebeldes contrarios a Muammar Kadafi fue conseguido gracias al apoyo estratégico y militar de la OTAN, encabezado por Estados Unidos, Francia y Gran Bretaña, y avalado por Naciones Unidas.

Y una dupla de circunstancias más: 1) que los regímenes autócratas han sido aliados permanentes de occidente, coludidos con los intereses ajenos a sus pueblos con tal de mantener los privilegios de permanecer en el poder durante décadas —la corrupción como conducta característica de los gobiernos dictatoriales—, mostrándose serviles con la entrega incondicional de los recursos naturales, léase los energéticos aquí; 2) y una cuestión, en los hechos: ¡qué tipo de gobiernos se han gestado o se crearon en Irak o en Afganistán, países que en su momento han sido militarmente invadidos…!, ¿democráticos? A contentillo de occidente, más bien.

¿Gobiernos democráticos? Todo lo contrario. Unos representantes títeres que responden a los intereses de la geoeconomía y geopolítica occidentales, y no otros prestos y dispuestos a servir a sus propios pueblos. Pero sólo teniendo presente todo esto se puede revertir la tendencia. Téngase en cuenta todo lo que está en juego ahora en Libia, por ejemplo. Los rebeldes están felices porque han llegado hasta la guarida de Kadafi. Y es verdad que este personaje puede caer de un momento a otro. Pero falta lo mejor; mejor dicho, lo peor. Se trata de la definición del rumbo.

¿Hacia dónde irán los libios? ¿Con qué autoridad, cuando no todos los grupos participantes de la rebelión contra Kadafi reconocen al Consejo Nacional de Transición (CNT) —reaccionario, radical y oportunista— como su representante [el divisionismo es natural, y más sin la autoridad moral de un líder que unifique, o un grupo representativo]? Los que han apoyado militarmente meterán su cuchara en todo momento. Es más, otra batalla civil es posible todavía, aún tras la caída de Kadafi —recuérdese que aún preso el dictador, todavía los hijos andan en la batalla y tratarán de incidir en la recomposición del gobierno de su país.

Libia se constituyó en el muro con el cual se topó la “Revolución de los Jazmines”. No habrá mayor avance, sin un control del proceso totalmente autónomo e independiente de las potencias occidentales. Pero al parecer eso ya no es posible porque militarmente han estado presentes países que exigirán su rebanada del pastel en cuanto comiencen la definición y el reparto. Pero el pastel en cuestión es geopolítico y geoeconómico, y no democrático de interés popular. Los invitados habían llegado solos pero con los platos y los dientes afilados para exigir su parte. Esa segunda batalla es la que viene. Y los participantes no tienen buenos modales, porque están acostumbrados al arrebato y el despojo. La democracia, como se ve, tiene muchos recovecos.




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