Por Mercedes Cano Herrera y Julio Ortega Fraile
Arrimarse por completo unos a otros en un rinc贸n buscando in煤tilmente protecci贸n, y que el sistema nervioso parasimp谩tico relaje los esf铆nteres favoreciendo la salida de heces y de orina, es una reacci贸n fisiol贸gica repetida en situaciones en las que seres humanos, aterrorizados y paralizados, se saben a merced de sus agresores sin que para ellos exista opci贸n para la lucha o la huida, bien por ser inviable o por la propia naturaleza de los prisioneros. Esa imagen, dantesca y sobrecogedora, donde cobra nombre y forma el precio de los m谩s ruines instintos de algunas mentes perversas y criminales, consigue que se clave en nuestros est贸magos el miedo atroz de individuos indefensos e inocentes a punto de morir, as铆 como la cobard铆a y la crueldad de sus verdugos inconmovibles ante el agudo pavor de las v铆ctimas, de sus v铆ctimas. S贸lo puede provocar - excepto en aquellos de moral muy yerma o ambici贸n desmedida - unas l谩grimas que no logran diluir la rabia y la aflicci贸n por la escena que la retina env铆a a nuestro cerebro y que nos desgarra raz贸n y sentimiento.
Pero no siempre son mujeres, hombres y ni帽os los que aprietan entre s铆 sus cuerpos descompuestos en un desesperado e infructuoso intento por escudarse y evitar tan espantoso final: la fotograf铆a que nos ha llegado de siete toros – de esos que llaman “bravos” – y que al d铆a siguiente ser铆an toreados en Azpeitia por los matadores Fandi帽o, Mora y Gallo, es la mejor y m谩s irrefutable prueba no s贸lo de c贸mo la especie humana comparte respuestas som谩ticas y ps铆quicas con otros animales, sino tambi茅n de hasta qu茅 punto esa pretendida fiereza y agresividad del toro de lidia, no es m谩s que una miserable mentira, un bulo concebido como parte de una estrategia sobre un mam铆fero herb铆voro y pac铆fico que en modo alguno siente deseo ni placer por el enfrentamiento f铆sico, tal y como nos quieren hacer creer para justificar lo injustificable.
Los siete toros, de la Ganader铆a de los “Adolfos”, aparecen en la imagen pegados de costillares y arrimados de nalgas a un muro blanco. En la piedra de esa tapia y a la altura de sus anos se observa una mancha longitudinal y continua: es la que dejan sus heces. Porque esas criaturas - cuya retirada m谩s all谩 es f铆sicamente imposible - derraman en esa salida cegada a la libertad todo el miedo e indefensi贸n que entra por sus ojos y cuyo cerebro no alcanza a interpretar plenamente pero s铆 a intuir como real, extremo e ineludible.
La cultura de la violencia, de la dominaci贸n, de la tortura, de la sangre, de la impiedad, del dolor y de la muerte. La cultura, en definitiva, de las heces. Esa es la que aplauden desde el 谩mbito taurino y la que el Gobierno les ha brindado a los amantes y negociantes de “la Fiesta Nacional”, con la aceptaci贸n de su demanda de transferir buena parte de las competencias sobre tauromaquia del Ministerio del Interior al de Cultura, haciendo posible con esa medida que, entre otras ventajas, gocen de descuentos fiscales – que se sumar谩n a sus ya habituales subvenciones millonarias – y disfruten de mayor fomento y protecci贸n, en una campa帽a incesante de blindaje econ贸mico y 茅tico como respuesta al permanente descenso en el n煤mero de aficionados y a la creciente sensibilidad en contra de una tradici贸n que alimenta la ferocidad y el ensa帽amiento con seres vivos.
A esta decisi贸n viene a sumarse el que en varias localidades espa帽olas las corridas de toros hayan sido ya declaradas “Bien de Inter茅s Cultural”. Y como 煤ltimo objetivo del sector de la tauromaquia est谩 el que la UNESCO proclame la lidia como “Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad”. No deja de resultar amargamente ir贸nica la alusi贸n a la “inmaterialidad” en esta denominaci贸n, cuando en las heridas del toro se podr铆a meter un pu帽o, cuando el say贸n habr谩 de lavar sus manos para eliminar la sangre derramada por el animal, y cuando se pueden escuchar los estertores de su agon铆a. Los veinte minutos de cada toro en la arena, son tan “inmateriales” como veinte minutos de torturas de la DINA a presos en Chile o veinte minutos del tormento de Schnauzi, el cachorro de perro al que no hace mucho un malnacido martiriz贸 durante once horas hasta matarlo y despu茅s colg贸 el v铆deo y la descripci贸n de su “faena” en internet.
Al igual que no es necesario colaborar en una ONG de auxilio a refugiados de guerra o de ayuda a v铆ctimas de la represi贸n para sentir angustia ante la imagen de seres api帽ados y aterrorizados frente a sus ejecutores, adem谩s de un asco infinito por estos 煤ltimos, no tendr铆a que ser condici贸n indispensable formar parte del activismo por los derechos de los animales para conmoverse ante la estampa de siete toros atrapados, asustados e incapaces de contener sus esf铆nteres por saberse abocados a un destino fat铆dico que no podr谩n describir ni concretar, pero s铆 presentir.
Vivimos en una sociedad que transige con semejantes vulneraciones de los derechos m谩s fundamentales de seres vivos, y en la que buena parte de los responsables pol铆ticos estampan su firma para autorizar las ayudas a esta legitimaci贸n de la violencia, con consecuencias f铆sicas letales para las v铆ctimas no humanas pero tambi茅n con efectos graves e indeseables para nuestra especie, y sobre todo para los ni帽os, que crecen recibiendo el mensaje de que es l铆cita la tortura y que el sufrimiento puede ser catalogado como arte. Una comunidad como la descrita, o lo que es lo mismo, una comunidad como la nuestra, est谩 dejando en el muro de la historia la huella de su paso con las heces de un comportamiento tan indigno y primitivo.
Los excrementos fecales de esos desventurados toros hieden mucho menos que las deyecciones morales de una especie, la nuestras, que utiliza su pretendida superioridad para regular a un tiempo el da帽o que inflige a otras criaturas y su impunidad por causarlo.