Por Julio Ortega
Existe un denominador com煤n entre cazadores y toreros. Es obvio que hay m谩s y su evidencia se ve, se toca, se oye y hasta se huele, porque el miedo y el dolor es lo que tienen: que el cerebro muestra ante ellos una permeabilidad que a todos llega, s贸lo que algunos 煤nicamente les conceden importancia cuando son propios y desprecian los ajenos. Pero el hecho compartido que motiva este texto resulta especialmente estremecedor y nauseabundo porque encarna la prueba de c贸mo hay seres humanos que cuando as铆 les conviene, no tienen reparos en echar mano de la perversi贸n moral para degenerar conceptos de por si dignos.
Lidiadores y monteros afirman una y otra vez, sin titubeos ni sonrojos, que ellos aman y respetan a sus v铆ctimas. Por supuesto que no emplean este sustantivo, v铆ctimas, para referirse a ellas, pero como el lenguaje a煤n siendo moldeable presenta l铆mites a partir de los cuales es inviolable, lo que est谩 claro es que algunas acepciones de este t茅rmino se ajustan perfectamente a la relaci贸n entre un escopetero y un corzo o entre un matador y un toro. V铆ctimas entonces, no amigos ni adversarios. No disputan un desaf铆o elegido voluntariamente por ambos ni se encuentran en igualdad de oportunidades. No son contrincantes, sino verdugo y condenado con papeles previamente asignados.
Entiendo el amor por activa como el compartir lo bueno y lo malo, generosidad, colaboraci贸n, cuidado, tolerancia y cari帽o demostrado. Por pasiva como admiraci贸n, respeto y defensa. Pero ni en una descripci贸n ni en otra me siento capaz de encajar el plomo y el acero como manifestaciones de ese sentimiento. El primero horada y abrasa, el segundo horada y desgarra. Ambos provocan sufrimiento y los dos matan. ¿Respetar es infligir terror y padecimiento?, ¿amar es arrebatar la vida? S贸lo un psic贸pata o un hip贸crita sin el menor sentido de la decencia podr铆a proclamar que esos son los sentimientos que le unen a quien no duda en martirizar y asesinar.
Voltaire dijo: “Hay quienes s贸lo utilizan las palabras para disfrazar sus pensamientos”. Estaba en lo cierto. Cazadores y toreros se ajustan a la reflexi贸n del ilustrado franc茅s. No aman a los animales de cuyo tormento y muerte son responsables porque para ellos constituyen meros instrumentos v谩lidos para obtener un fin. No voy a decir que les produzca placer verles padecer. No, no es eso. Simplemente su miedo o su dolor no les inquieta ni conmueve, al igual que nos pasa cuando se nos rompe el destornillador a los que s铆 establecemos distinciones entre la utilizaci贸n de un ser vivo con capacidad para sentir y una herramienta. La diferencia entre unos y otros radica en que nosotros no situamos en la misma categor铆a a un animal que a un utensilio. Es cuesti贸n de 茅tica. O de sensibilidad. O de raciocinio. De lo que no hay duda es de que s铆 es un asunto de justicia.
Entiendo, porque as铆 es la naturaleza humana, que actos cargados de degradaci贸n necesitan por parte de sus autores o valedores de argumentos que los justifiquen ante la sociedad. Aunque se trate como en este caso de acciones legales. Tambi茅n lo es la pena de muerte en algunos pa铆ses y eso no la convierte en noble ni en inevitable. Por eso sus defensores enarbolaran mil y una razones para apoyarla, pero al final no dejar谩n de ser explicaciones torticeras fabricadas a la medida de un fin reprobable por lo cruel y da帽ino de sus consecuencias. S铆, comprendo que lo hagan, pero no puedo ir m谩s all谩 porque no cabe – o no deber铆a hacerlo - la empat铆a ante la violencia ejercida sobre otras criaturas. Tal actitud s贸lo podr铆a recibir el calificativo de complicidad y entonces, nada nos diferenciar铆a de los violentos.
Termino con otra frase, en este caso del Poeta Thomas Stearns Eliot: “Entre la idea y la realidad, entre los actos y el gesto, cae la sombra”. En este caso, la sombra es tortura y sangre, la sombra es dolor y muerte. Porque aunque la idea proclamada sea el afecto y el gesto vendido la admiraci贸n, la realidad se llama proyectil y cuchillo, y el gesto puya, banderilla, estoque y puntilla. O viceversa. Poco importa, pues en ambos casos, cazador y torero no son m谩s que despiadados sayones para aquellos a los que juran amar. Qu茅 sobrecogedora combinaci贸n de ego铆smo, sadismo y falsedad.
Existe un denominador com煤n entre cazadores y toreros. Es obvio que hay m谩s y su evidencia se ve, se toca, se oye y hasta se huele, porque el miedo y el dolor es lo que tienen: que el cerebro muestra ante ellos una permeabilidad que a todos llega, s贸lo que algunos 煤nicamente les conceden importancia cuando son propios y desprecian los ajenos. Pero el hecho compartido que motiva este texto resulta especialmente estremecedor y nauseabundo porque encarna la prueba de c贸mo hay seres humanos que cuando as铆 les conviene, no tienen reparos en echar mano de la perversi贸n moral para degenerar conceptos de por si dignos.
Lidiadores y monteros afirman una y otra vez, sin titubeos ni sonrojos, que ellos aman y respetan a sus v铆ctimas. Por supuesto que no emplean este sustantivo, v铆ctimas, para referirse a ellas, pero como el lenguaje a煤n siendo moldeable presenta l铆mites a partir de los cuales es inviolable, lo que est谩 claro es que algunas acepciones de este t茅rmino se ajustan perfectamente a la relaci贸n entre un escopetero y un corzo o entre un matador y un toro. V铆ctimas entonces, no amigos ni adversarios. No disputan un desaf铆o elegido voluntariamente por ambos ni se encuentran en igualdad de oportunidades. No son contrincantes, sino verdugo y condenado con papeles previamente asignados.
Entiendo el amor por activa como el compartir lo bueno y lo malo, generosidad, colaboraci贸n, cuidado, tolerancia y cari帽o demostrado. Por pasiva como admiraci贸n, respeto y defensa. Pero ni en una descripci贸n ni en otra me siento capaz de encajar el plomo y el acero como manifestaciones de ese sentimiento. El primero horada y abrasa, el segundo horada y desgarra. Ambos provocan sufrimiento y los dos matan. ¿Respetar es infligir terror y padecimiento?, ¿amar es arrebatar la vida? S贸lo un psic贸pata o un hip贸crita sin el menor sentido de la decencia podr铆a proclamar que esos son los sentimientos que le unen a quien no duda en martirizar y asesinar.
Voltaire dijo: “Hay quienes s贸lo utilizan las palabras para disfrazar sus pensamientos”. Estaba en lo cierto. Cazadores y toreros se ajustan a la reflexi贸n del ilustrado franc茅s. No aman a los animales de cuyo tormento y muerte son responsables porque para ellos constituyen meros instrumentos v谩lidos para obtener un fin. No voy a decir que les produzca placer verles padecer. No, no es eso. Simplemente su miedo o su dolor no les inquieta ni conmueve, al igual que nos pasa cuando se nos rompe el destornillador a los que s铆 establecemos distinciones entre la utilizaci贸n de un ser vivo con capacidad para sentir y una herramienta. La diferencia entre unos y otros radica en que nosotros no situamos en la misma categor铆a a un animal que a un utensilio. Es cuesti贸n de 茅tica. O de sensibilidad. O de raciocinio. De lo que no hay duda es de que s铆 es un asunto de justicia.
Entiendo, porque as铆 es la naturaleza humana, que actos cargados de degradaci贸n necesitan por parte de sus autores o valedores de argumentos que los justifiquen ante la sociedad. Aunque se trate como en este caso de acciones legales. Tambi茅n lo es la pena de muerte en algunos pa铆ses y eso no la convierte en noble ni en inevitable. Por eso sus defensores enarbolaran mil y una razones para apoyarla, pero al final no dejar谩n de ser explicaciones torticeras fabricadas a la medida de un fin reprobable por lo cruel y da帽ino de sus consecuencias. S铆, comprendo que lo hagan, pero no puedo ir m谩s all谩 porque no cabe – o no deber铆a hacerlo - la empat铆a ante la violencia ejercida sobre otras criaturas. Tal actitud s贸lo podr铆a recibir el calificativo de complicidad y entonces, nada nos diferenciar铆a de los violentos.
Termino con otra frase, en este caso del Poeta Thomas Stearns Eliot: “Entre la idea y la realidad, entre los actos y el gesto, cae la sombra”. En este caso, la sombra es tortura y sangre, la sombra es dolor y muerte. Porque aunque la idea proclamada sea el afecto y el gesto vendido la admiraci贸n, la realidad se llama proyectil y cuchillo, y el gesto puya, banderilla, estoque y puntilla. O viceversa. Poco importa, pues en ambos casos, cazador y torero no son m谩s que despiadados sayones para aquellos a los que juran amar. Qu茅 sobrecogedora combinaci贸n de ego铆smo, sadismo y falsedad.