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El Mingo Echeverri, Periodista Especializado

Por Eduardo Pérsico   

Alguien dijo ‘tango viene de tangó, voz de los esclavos africanos’, y el Mingo le suscribió ‘sí, y también fue muy bailado por los griegos. ¿No se acuerdan cómo milongueaba Sócrates?’. Y en ese entrevero semántico se mezclarían raíces, esencias y vocablos sin mucho destino. ‘Ya debería saberse que ni los militares consiguieron prohibir la sensibilidad al Mingo Echeverri cuando dispuso que a Buenos Aires la inventaron cien locos, cien tipos aburridos cerquita del suicidio’, recitó un gordito y ahí el grupo entró de lleno a recordar al Mingo, el más grande, atemporal y atávico vate de la lírica nacional ciudadana y popular más conocida, y de  la otra vaya uno a saber. Porque aunque él siempre dijera que tango era el de antes sin precisar ninguna fecha, incluída la semana pasada, antes de 1890 el Mingo Echeverri ya sostenía que el auténtico tango nació cuando los autores famosos compraban sus partituras a inspirados creadores, unos flacos con corbatín y todo, que vendían tangos por un bife más medio litro de vino tinto, y si la obra tenía éxito el autor podía reclamar luego las papas fritas. Aunque los herederos del gran Francisco Canaro juraron que este no hizo gran negocio porque al sumarle los tangos comprados en la fonda, el hombre debió gatillar más de trescientas comidas y al fin le hicieron un baile a beneficio para salvarlo.

No sólo esos chismes conoce el Mingo, por tratarse sin duda del inventor, descubridor, duende de la noche, patrón del espíritu popular, la poesía callejera y la mufa sensiblera que respira nuestra Reina del Plata. Y tanto es así que en una noche en un fondín de Pedro Mendoza y envuelto por las nieblas del Riachuelo, este genio creador descubrió el más categórico giro literario que llevó de un viaje a la canción porteña canción de Buenos Aires, a ser universal. Sin ayuda y ahí solo, a solas solo, el Mingo Echeverri eternizó de un trago la hermandad de bandoneón con corazón, - o al revés, según- imbatible rima que ni al mismo Bécquer se le cruzara por el mate. Una genialidad absoluta que a la misma Malena, que él la iniciara en cantar el tango con voz de sombra en un bulín de la calle Ayacucho, le emocionó hasta el tono oscuro de callejón, esa inflexión recibida del Echeverri y luego el gordo Manzi registrara a su nombre. Pero bué, esas cosas; por eso sin el Mingo no hay historia popular ni otro menjunje que se le parezca, y todo lo dicho, pensado o a decir carece de valor ni sentido. Es que las definiciones del espíritu, la esencia y las ‘almáticas’ le pertencen todas; desde el alma del arrabal, el alma popular o el alma de Buenos Aires, ciudad única en el mundo que tiene, salieron de su frondosa imaginación. Y en eso el único renglón de conflicto resonó al instituir el alma del bandoneón; muchos músicos se agarraron a piñas para conectar el ‘alma’ sólo a su instrumento y él, hombre de paz, los dejó que se mataran. Tampoco participó en la discusión por apropiarse deo origen, la esencia, el espíritu y los perfiles del tango más otras intoxicaciones, que para él, un gigante, era mínimas. Tan fue así que en una clase magistral de la suyas apuntó ‘discutir la esencia trae mal olor’ y lo ovacionaron durante horas. O más o menos.

La Galleguita que el Mingo levantó del puerto

Un fenòmeno el Mingo Echeverri., figura secular y por justicia hoy, distinguido Periodista Especializado. Y en esa condición por 1924 le apareció la Galleguita, la divina que a la playa argentina llegó una tarde abril, y él la levantó del puerto.

- ¿No trajiste valija? – le preguntó, ella musitó ‘sin más prenda ni tesoro que mis negros ojos moros y mi cuerpito gentil’, modesta la chica y al toque nomás el Mingo la consoló en su bulín una movida semana. Luego y sin poder ubicarla en la cadena de la Zwig Migdal le procuró hacer la noche en un cabaret de barrio, masomeno, pero nobleza obliga, sin sacarle un solo peso y propio de la gauchada argentina. Y por eso el Mingo mucho más se calentó cuando un paisano malvado loco por no haber logrado sus caricias y su amor, - de la Galleguita- se pagó en cuotas un viaje a España para deschavarle a la santa madrecita, también gallega, la sacrificada actividad de esta ejemplar inmigrante que enorgullece a gallegos y porteños, en ese orden. Gran mariconada del paisano malvado que propiciara una inviolable sabiduría popular: ‘tenés que ser gallego para ser alcahuete’; directa calificación que gracias al Mingo Echeverri se hiciera extensiva a las demás congregaciones nacionales y extranjeras, en un avance contra la discriminación que necesitara de un decreto ley para enrolar a los alcahuetes de todo grupo étnico o facción.

Esa militante internacionalidad del Mingo ya define a un verdadero precursor, el mismo que discutiera con muchos tipos iguales o peores a ese gallego rufián, como al fin resultara ese gil de cuarta que en plena calle Florida le grita a la mujer que lo abandonara ‘en la lista de tus cosos, primero, primero yo’. Eso nunca se divulga, varón, ni tampoco son caballerescos los arrugues del estilo ‘portero suba y dígale a esa ingrata, que aquí la espero, que no me voy’, que le hiciera pontificar a nuestro héroe Echeverri ‘este tipo no era gil solamente con las minas; lo era también con los porteros’. Y punto final.

Aunque pese a estas contradicciones y como faro de la sensibilidad, el Mingo trataría con casi todo e listado de mujeres fatales en el tango: con esa rara y encendida de ojos con eléctrico ardor que en el fragor del champán loca reía por no llorar; con la del barrio la piba más bonita y aunque sus viejos no tenían mucha guita con familias muy bacanas se codeó, - un certero logro de movilidad social- y de paso con algún insigne referente de los tangueros según fuera aquel mártir añorador del barrio tranquilo de ayer que en un triste atardecer reconoce al viejo criado de la casita de los viejos, tan sólo por la voz. Una joya o efecto de realismo mágico de samputa que por 1932 hizo que el Echeverri felicitara al Enrique Cadícamo con un prolongado y también, incómodo abrazo. .

Otra vez nuestro prócer al enterarse que un escriba común y no Periodista Especializado como él, divulgara ‘cuando a Carlos Gardel lo engalanaron igual a un Gardel cualquiera, con un mameluco de goma para adelgazar y llevarlo al gran país del norte a canzonetear híbridos, jotas y pasodobles, trocando la N por la R y ‘cartar silencio en la noche’, el único que de frente le paró el carro fue el Mingo Echeverri. Y ya debe saberse; . sucedió en el Café de los Angelitos de Rivadavia y no me acuerdo la otra, cuando el Mingo encaró al morocho Viajero del Abasto y le dijo ‘che gordito, conmigo ni a misa; si querés ser otro invento de la Paramout sin intimidad ni lágrima en la voz, andate a gardelar a otra parte. Pero no te olvides nunca que yo puedo quemarte diciendo por todo el barrio “Gardel es raro, lo han visto con otro” y ahí se acabaron tus andanzas. ¿Me entendió, che? Esto así textual pronunció el Mingo de corrido y ahí Carlitos, el bronce que todavía sonríe, miró tangamente a quien lo acompañaba junto al Tito Lusiardo zapateador de tango que vivió cien años, y le preguntó ¿qué me contursi, Lepera?. Interrogante magistral del Morocho que neutralizó lo dicho hasta entonces y en el futuro también.

Claro, quizá hubieron entredichos nunca aclarados como la silenciosa bronca del Amado Nervo porque el ‘Día que me quieras’ jamás llegaría a ser un tango, y otra historia soterrada que el Echeverri la sabía con puntos y comas, a saber: el nombre, apellido, domicilio y número de documento de quien estrangulara con un lengue blanco al piloto del avión en la república de Medellín, quien después y como de paso pretendiera cobrar derechos de autor por el universal proverbio ‘se vino abajo como Gardel’. Que a esta altura literaria es una verdad éticamente histórica surgida del cerebro de este privilegiado del que hablamos. Y en cuanto seguiremos con varias dudas que el Mingo Echeverri ya explicara como Periodista Especializado un siglo y pico más tarde, será hasta luego.

El Mingo sabía irse de Garufa

No por nada el Mingo Echeverri, cachuzo a besos y descolao de abrazos más lo puños gastados en mesas de escolaso y otras infracciones hechas sin mala intención, tuviera esa autoridad para frenarlo al Victor Soliño, uno de los responsables de ‘Garufa’, afrenta que tantos televisivos y radiales creyeran un hermoso tango. ‘Oiga mocito’ le dijo el Mingo al Soliño, ‘usté y sus dos amigos son unos reciènvenidos a lo popular verdadero y por eso se ensañaron contra un pobre tipo que durante la semana meta laburo y el sábado se cree un doctor. ¿Y que tiene eso de malo para quien como usté la juega de no gorila ni de reaccionario? Déjese de joder mi amigo, por favor, y tenga más ojo con la gente del barrio La Mondiola’. Y ahí levantó el índice para que el otro le respondiera ‘si usted Echeverri supiera donde queda ese barrio’, algo que sobre el pucho el Mingo abarajó: ‘eran ranchos y casillas de madera a lo sumo de dos ambientes alineados en la costa uruguaya de Punta Carretas a Malvín, escribió usté mismo, no se olvide’. Así que el Soliño bien solo balbuceó ‘una zona donde se dejaba actuar con medida tolerancia a esa gente’, suficiente para que el Mingo le advirtiera a ese también autor de ‘Niño bien’, - otra descalificación aristócrata- ‘camine con más ojo y no sea atan gil. Porque eso de meterse con la vieja que aprecia en su hijo a un bandido que se divierte, es una bajeza infinita y si usté quiere ridiculizar a un trabajador crezca y no sea tan pelotudo. Y primero revise que si ese mismo Garufa se aviva un día que él no es un rana fenomenal sino un chabón explotado y tomado en joda, en vez de llegar a la milonga en cuanto empieza agarra un fierro y al primero que le revienta el marote es a un rufián alcahuete de su estilo’.

Fue implacable el Mingo y casi le mete un sopapo al Soliño ese, además de insultar y a tantos otros fabricantes de opinión tan lejos de él, Periodista Especializado. Pero claro, el gran tributo al laburante que sale a divertirse ya lo había hecho el mismo Gardel, al decir que Garufa más que un tango era una ‘gilada’ que él no pensaba cantar. Casi nada lo del Morocho. .

El Mingo Echeverri también fue iniciador de la rubia Mireya que en realidad era la hermana del loco Cepeda; un chabón y hermano muy celoso. Alguien dijo que se psicoanalizaba el fulano, un tipo que la acompañaba al baile de Hansen y dos por tres le daban alguna piña para piantarle la hermana. Sí que fue triste la vida del guapo Cepeda, casi tanto como la de Margarita, tan agrandada al creerse Margot hasta venirse ‘guarda abajo’ en una patineta vertiginosa. Pobre mina que calentara tanto al Celedonio Flores por 1920 y a la que el Mingo, medio en curda eso sí, una noche de reyes le pegó una biaba silenciosa, ‘como hay que darle la biaba a las minas y a los subversivos’, dijera algún almirante, de funyi, por 1978. Pero bué, el Mingo la sacudió porque la vieja de Margot, pobre vieja, lava toda la semana pa poder parar la olla con pobreza franciscana mientras ella la va de partenaire en No Sé Qué, Bataclán. Y a pesar de esas hidalgas contradicciones el Mingo, sugeridor del eche mozo nomás écheme y llene hasta el borde la copa de champán, es a quien reverenciamos y nada más. El que le criticara en 1928 a Rodolfo Sciamarella ‘llevátelo todo mi pilcha y mi vento pero a ella dejala porque es mi mujer’ sin aguardar la opinión de la jermu y asunto que tanto atrasó la igualdad de género que en el tango tiene menos hinchas que los feministas. Y por eso mismo el Mingo Echeverri alguna vez le aconsejó al Santos Discépolo ‘vos sos hermano de Armando, así que aflojá con eras mujer, pensé en mi madre y me ensarté y seguir culpando a las minas que si no te afanaron, se fueron’. Y hablaron de esa bronca que algunos llaman ‘misoginia’, mirá vos, y al fin de su carrera el narigón Discepolín con Mordisquito bien se liberó al entender que esas terribles fulanas que él tanto despreciara, eran las laburadoras que madrugaban para ir a enfermarse de pelusa en los pulmones en la Alpargatas o congelarse en fosforeras y frigoríficos. Y bué, con ese tema el flaco ‘un poco se retrasó’, dijo el Mingo, pero cuando Discepolín entró en razones, todo dicho señoras y señores...

Lo mismo esas pequeñas broncas poco le quitan al Mingo Echeverri, milonguero, sensiblero, cabaretero, milonguero y otros eros, más hacedor de casi todos los ones; corazón, bandoneón, pasión, desilusión, tropezón que cualquiera da en la vida y emoción, un on que los cantores de hoy no despliegan mucho porque se les cae el peluquín. Pero el Echeverri además de ser la voz de mi Buenos Aires querido no habrá más penas ni olvido, ideó a ese grandioso sonreidor y cantor Carlos Gardel que pudimos conseguir, y una vez casi jugando les preguntó al Sebastián Piana y al Cátulo Castillo ¿dónde estará mi arrabal, quién se robó mi niñez, en qué rincón luna amiga volcás como entonces tu clara alegría? Un capo el tipo, no me digan.

El Mingo Echeverri, gaucho Cruz y Martín Fierro

No resultaría fácil revisar los estudios que el Periodista Especializado Mingo Echeverri hiciera sobre la intertextualidad y sus adyacencias, pero abajo van algunas ideas suyas que pueden orientarnos mejor.

Se entiende que toda historia se interpreta más allá de lo sucedido y por debajo palpita mucho de cuánto no se contó. Ya quedaron sin relato mínimas acciones de alguna batalla que luego la historia estimara decisiva, entredichos en voz baja de tantos personajes de novela o el suponer qué turgente calentura se bancó el cochero al transportar detrás suyo a la madame Bovary con el Rodolfo Boulanger, dándose en un cuerpo a cuerpo como en la guerra. Y en similar frontera de omisiones, cómo podría restituirse el amasijo previo entre Juan Moreira con su amante en el prostíbulo donde luego lo mataron, o sin viajar muy lejos mis ejemplos, repasemos el quilombo cerebral de Funes el memorioso cada vez que el viejo Borges se olvidaba de darle su pastilla recordativa, esa misma que le devolvía al marote el formato de un árbol, hoja por hoja. Y en mi obligación como Periodista Especializado advertir como literato bien formado y no esos gansos que abundan en esta redacción, revelaré ciertos diálogos de Martín Fierro con el gaucho Cruz omitidos en el libro del José Hernández, que refieren puntuales anocheceres entre esos dos aparceros de la soledad pampeana.

- Y sí, - habría dicho el gaucho Cruz- por aquí el agua está donde crece el duraznillo blanco. A un metro abajo nomás; pero ahora más me interesa saber otra cosa, mi querido Martín: ¿usté es freudiano o lacaniano?
- Según de ande sople el pampero, don Cruz. ¿Pero diande me pregunta eso de la intimidá?
- Es que si una pareja no debe tener secretos, ¿porqué la paisanada ya anda rumoreando de lo nuestro?...
- A ver si afloja con eso, por favor. No perdamos más tiempo que a usté también pasearse sin chiripá le queda lindo. Y véngase ya pal catre, remolón.

- - Como usté diga, porque la noche es larga.

- - O como sea, gaucho loco.

Naturalmente, nuestra profesionalidad impide reponerle al libro de José Hernández esos renglones y al autor ni media palabra, pero le vitoreamos su decoro y hombría de bien ante aquella relación tan intrigante. ME.




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