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De elecciones y columnistas

OPINI脫N de Miguel 脕ngel S谩nchez de Armas   

La semana pasada arranc贸 el gran marathon electoral sexenal y conforme aumente la temperatura pol铆tica veremos asomar por doquier, entre la espesura de los bosques de diarios, revistas y p谩ginas web que engalanan nuestro pa铆s, los tiernos tallos de una mir铆ada de columnas.

Este es un fen贸meno que se repite con la regularidad y la intensidad del arribo de las monarcas a los cerros de Angangeo y no es privativo del M茅xico grillo. En Chattanooga, en Taldi-Kurgan, en Corrientes, en Taipei, en Puerto Moresby, en Harare o en Puerto Moresbi... en donde quiera que haya elecciones y medios, siempre florecer谩n columnas con el arribo de la primavera de los sufragios.

De todo leeremos en los siguientes meses en estos espacios que anta帽o arrojaban luz a los hechos sociales y que hoy, lo digo con tristeza, m谩s bien azolvan los canales de comunicaci贸n: an谩lisis inteligentes y genuflexiones y ataques; prosa acerada y pu帽aladas traperas a la sintaxis... As铆 que como un servicio social para quienes ya se ajustan la visera y se arremangan los pu帽os frente al teclado, perm铆taseme ofrecer algunas consideraciones en voz alta que pudieran o no ser de utilidad a las mujeres y hombres que se est谩n incorporando a este g茅nero definido como peri贸dico dentro del peri贸dico, pero que yo entrego como profesor que he sido de muchas generaciones de estudiantes de periodismo:

Si el origen de la columna es la necesidad de los lectores de recibir algo muy personal, nada m谩s personal puede ofrecer el periodista que su propio estilo. De aqu铆 que una de las caracter铆sticas distintivas de la columna como g茅nero period铆stico, y probablemente la m谩s notable de todas, sea la libertad con que el autor desarrolla su estilo.

La columna tiene caracter铆sticas propias, de forma y contenido, que la singularizan e identifican. Cierto que todos los g茅neros period铆sticos tienen algo en com煤n y que resulta dif铆cil hacer muy exactas diferenciaciones t茅cnicas entre ellos. La columna, sin embargo, es el g茅nero period铆stico que m谩s claramente puede diferenciarse de todos los dem谩s.

En el editorial el redactor tiene fundamentalmente tres clases de limitaciones. Una, la pol铆tica del peri贸dico, que lo obliga a asumir una posici贸n y a conservar el tono que le ha sido marcado; otra obvia limitante, es el tema que se le fij贸; y la tercera consiste en la extensi贸n del escrito impuesta por el formato de las p谩ginas editoriales.

El art铆culo es quiz谩 el g茅nero period铆stico que m谩s se asemeja a la columna en cuanto a la libertad tem谩tica, el enfoque y la utilizaci贸n del lenguaje. Sin embargo, el art铆culo es monotem谩tico y est谩 sujeto generalmente a una estructura que no da mucho de s铆, aunque supongan lo contrario los lectores y hasta algunos articulistas.

Pero antes de seguir despertando entusiasmo vale la pena que nos hagamos esta pregunta: ¿acaso en la columna su autor no tiene ninguna clase de barreras y puede hacer exactamente lo que quiere?

Los viejos militantes del periodismo sabemos que en una publicaci贸n bien estructurada nadie, ni su propio director, tiene una libertad absolutamente sin l铆mite. Por encima del funcionario de mayor jerarqu铆a en un peri贸dico se encuentran valores que nadie puede ignorar.

Seguramente habr谩 que hacer algunas consideraciones sobre 茅tica profesional. Una fuerza tal como la que representan las columnas –me refiero, por supuesto, a las que abordan temas pol铆ticos- no puede ser dejada al libre juego de los intereses sin que el m谩s alto de ellos, el inter茅s social, sea servido cumplidamente y, llegado el caso, se le pueda resguardar. Sobre todo ahora.

Pero, ¿qu茅 pasa con las columnas, o m谩s precisamente, con los columnistas en M茅xico? Aparte de otros pecados menores, ¿acaso no solemos comportarnos con demasiada arrogancia, al extremo de erigirnos en fiscales, jurados, jueces y verdugos, todo a un tiempo, de personajes de nuestra vida p煤blica? Juicio y sentencia, entre comillas, en los que no se ha querido ver m谩s que un s贸lo aspecto de la cuesti贸n y esto, con frecuencia, sin el tiempo suficiente de reflexi贸n, y sin ofrecer alternativas a los lectores, como si 茅stos, seg煤n el decreto imperial, no tuvieran otra posibilidad que la de leer y obedecer. Juicios en los que, adem谩s, esplende la muy decente m谩xima de que todo mundo es culpable, hasta en tanto demuestre su inocencia… si es que el columnista y el peri贸dico le dan oportunidad de hacerlo.

¿Qu茅 ley, qu茅 convenci贸n, qu茅 asamblea soberana nos ha conferido la potestad de otorgar, con magn铆fica suficiencia, lo mismo salvoconductos imprescriptibles que inapelables pliegos de mortaja a funcionarios, dirigentes pol铆ticos o sindicales, empresas e instituciones?

¿Cu谩ntos peri贸dicos conceden al ofendido por una columna el mismo privilegiado espacio para expresar sus inconformidades o rectificaciones?

¿Cu谩ntos juicios por difamaci贸n se ventilan en estos momentos –en los tribunales para ciudadanos vulgares- contra temibles columnistas?

Una de dos: o en este angelical pa铆s nadie incurre en tales delitos o el r茅gimen jur铆dico de toda una naci贸n y la moral p煤blica se pueden poner en entredicho por la audiencia de unos pocos.

Pero hablar de 茅tica entre nosotros los periodistas es como mencionar el cilindro: casi todos afirmar铆an que lo pueden tocar, pero no muchos se ofrecer铆an de voluntarios para cargar con 茅l. Y no porque deseemos vivir al margen de leyes generales o de particulares c贸digos de honor. Todo lo contrario. Nos preocupa profundamente lo que ocurre, y a veces hasta nos indigna y lo rechazamos. Pero tambi茅n hemos sido perfectamente incapaces de hallar una salida.

As铆 las cosas, el boom de columnistas a que me refiero quiz谩s debiera despertar la conciencia vigilante de la sociedad para detectar a tiempo si este curioso fen贸meno augura un perfeccionamiento del periodismo mexicano o simplemente agrava y extiende una amenaza que ya exist铆a.

Un decidido empe帽o de respetar hasta el escr煤pulo el estatuto especial del columnista y de afianzarlo para fundar con ello lo que puede ser el inicio de una gran tradici贸n, sin duda honrar铆a al director del peri贸dico pero arroja sobre el columnista una tremenda, p煤blica e intransferible carga de responsabilidad.

Los periodistas somos muy dados a la autocomplacencia y muy poco a la autocr铆tica; y desde luego, la sola posibilidad de que otros nos enjuicien nos parece una ofensa intolerable. Pero me parece que ya es tiempo de que en este pa铆s madure la posibilidad de un juicio imparcial y abierto para todas y cada una de las profesiones, sobre todo aqu茅llas que tienen las m谩s altas y por lo tanto la m谩s graves responsabilidades de servicio social.

La sociedad tiene que encontrar una soluci贸n, de alg煤n modo. Es preciso que recupere su capacidad para juzgar a aquellos que dicen servirla, y para no permitir reg铆menes de excepci贸n porque 茅stos llevan inevitablemente a servidumbres como las que quisieran imponer a esa misma sociedad grupos en los que alienta el esp铆ritu del fascismo, y que se valen de ciertos periodistas – principalmente de los que practican g茅neros de opini贸n- para ir creando un infraestructura de ideas que eventualmente les facilite el asalto del poder, al tiempo que esgrimen la invectiva y la calumnia como armas de intimidaci贸n contra todos aquellos funcionarios y l铆deres sociales a quienes consideren enemigos reales o potenciales.

A esto se expone permanentemente quien haya decidido practicar un g茅nero period铆stico que mucho tiene, pues, de solitaria aventura.

A lo largo de muchas conversaciones con don Manuel Buend铆a tuve el privilegio de atestiguar c贸mo sus ideas sobre el periodismo y sus g茅neros se pul铆an y perfeccionaban hasta esplender. Una tarde de mediados de 1981, en la Universidad del Valle de Atemajac, estuve en el auditorio mientras el maestro expon铆a una de las pocas tesis estructuradas sobre este g茅nero. Fue en la conferencia titulada “Origen y proyecci贸n de la columna” que despu茅s publiqu茅 en Ejercicio period铆stico, de donde he tomado los p谩rrafos en cursiva.

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