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Europa, la resistencia de los indignados

OPINIÓN de Salvador González Briceño   

A los manifestantes del 15 de octubre, por el derecho a la indignación con un grito de libertad.

Frente a la crisis económica actual que padece el viejo sistema capitalista, financiero, usurero y globalizador europeo[1] —comenzó a tronar por lo más débil: Grecia, Portugal, Irlanda, España e Italia, ¡por ahora!—, se carece de más opciones para salir avante que las ya tradicionales medidas restrictivas, abiertamente atentatorias de los niveles de bienestar de una sociedad, que no la debe pero sí la paga.

Es porque los gobiernos no le responden a la población como a los banqueros y a los especuladores por igual, cuando como en estos casos la población toma las calles en señal de protesta. Es porque los gobiernos desatan una serie de medidas para tonificar las finanzas, para rescatar a los bancos y por consiguiente, para sostener los niveles de paridad monetarios —en este caso el euro—, para soportar el peso del endeudamiento del Estado, etcétera, sostener los privilegios de unos pocos.

Medidas todas por las cuales los gobiernos tratan de resolver, a través de la contención o recorte de los presupuestos sociales, de los servicios que presta el Estado, el control de los salarios, o el desempleo generalizado, por la simple razón de que el Estado neoliberal hizo hasta lo imposible para desinflar o abandonar toda participación en la economía. Pero no la economía en general —como no sucedió nunca—, sino en cumplimento de los requerimientos del rescate de los usureros, de los bancos prototipos o modelo y de los gobiernos de otros países que avalan tales medidas taxativas.

Alemania y Francia, a conveniencia, han tomado la sartén por el mango. Pese a las restricciones legales desde los acuerdos de Maastricht para la Unión Europea (UE), ambos países están trabajando y participando del rescate de los demás países [¡dizque!]; no obstante más bien quieren el rescate de los amos de las finanzas. Antes Alemania habría adquirido “bonos de deuda” de algunos países como Grecia, de la mano de la propia UE, el Banco Central Europeo (BCE) y el Fondo Monetario Internacional (FMI).

Ahora, el papel de rescatar a los bancos de la casi inminente quiebra lo está asumiendo el propio BCE. El caso es que, por supuesto, esa no es la salida para la crisis europea. Lo hemos dicho en otras ocasiones: así como están en riesgo los eslabones débiles del sistema, también lo está el resto de la (des)UE. Por dos motivos: 1) porque la crisis es global y, 2) porque las acciones tradicionales de rescate al sistema financiero serán insuficientes y altamente costosas. El G-20 presume que resolverá la crisis de deuda europea en octubre.

Peor aún, que con las medidas restrictivas actuales no habrá solución, como empobrecimiento derivado de la debilidad de los estados. Y no sólo de los países en crisis señalados, sino del resto de Europa. Esto sin olvidar la consabida debilidad estatal que dejará a las economías entre el abandono y la penumbra. En otras palabras: en los tiempos de la Gran Depresión, en Estados Unidos, Franklin Delano Roosevelt tenía los recursos o los medios para impulsar la economía con el New Dale. Y lo logró.

Pero ahora ni el Estado de EU ni los estados europeos cuentan con los recursos para rescatar a todas las economías en crisis, porque se trata no de una crisis endémica sino sistémica. Así que, en cuanto continúe la depresión, en primer término se generalizará todavía más allá de las mismas bolsas, porque abarcará a todos los países capitalistas del orden global; en segundo, no habrá quién lance una tabla de salvación. ¿O acaso los gobiernos se someterán a las condiciones de, por ejemplo China como segunda economía mundial, que sería el único país con ciertos recursos para apoyar en este caos del capitalista mundial, sin suponer que lo hará? Con todo y que no haya un rescate sostenido por esa vía.

En el ínter, las acciones de los presidentes Angela Merkel y Nicolás Sarkozy, de asistir a los gobiernos de los países con problemas, resultarán en el corto plazo meros paliativos. Porque todo lo que se hace es en aras de rescatar los abultados déficits de los estados para luego apostarle a la preservación de los sistemas financieros.

Ese es el cuento de nunca acabar. Porque los sistemas financieros son los verdaderos causantes del desastre. Una crisis que, cuando se presente en toda su magnitud, y eso será de un momento a otro, habrá un crujido mayor al de 1929; sencillamente más profundo porque arrastrará a un gran número de países. Y luego salir del caos costará ¡sangre, sudor y lágrimas! ¡Pero por supuesto que no a los hombres que están al frente!

De ahí derivan las movilizaciones de la sociedad, principalmente jóvenes conectados vía las redes sociales en varios países de la vieja Europa. “Los ciudadanos no son mercancías en manos de políticos y banqueros”, es el grito de los españoles. Jóvenes que están reaccionando contra las artimañas de los gobiernos, tanto para proteger a los especuladores como para socializar los elevados costos. Y si el indicador de desempleo no se mueve a la baja, es porque los estados no operan para impulsar la economía en la creación de empleos. O, incluso, por la llamada financiarización[2] económica.

Y sin trabajo no hay ingresos, como sin recursos no hay consumo. Un círculo vicioso del capitalismo que deviene y es producto de la crisis. El asunto es que esta crisis es global. Una crisis en la que está no sólo la (des)UE sino Europa oriental y Asia; EU y sus satélites como México. Y alcanzará a Latinoamérica, más que menos.

Por supuesto que no habrá salidas reales en tanto las restricciones no se apliquen al mismísimo sistema financiero. Porque tanto banqueros, como todo tipo de especuladores de las bolsas del mundo, están atrás de los beneficios de la acumulación dineraria que manejan. Ahí están, en primera fila, los magnates o los llamados “barones del dinero”. Pero al parecer los gobiernos ni los estados —aún en los países desarrollados— tienen el poder como para contrarrestar suficientemente a los hombres ricos y meterlos en cintura. Salvo la sociedad.

Muchos no pagan impuestos, o son directores o gerentes de grandes monopolios que tienen controlado gran parte del mercado global y se allegan enormes cantidades de los recursos que la sociedad produce, aunque ellos pongan las condiciones. Porque en esta sociedad de consumo “el que tiene más saliva traga más pinole”. Serviles nada más, los gobiernos son incapaces de controlar a los hombres ricos del planeta, y obligarlos a asumir los costos y consecuencias de sus acciones. El Estado, a su servicio también.

Por eso la sociedad sale a las calles. Por ello las acciones de protesta. Porque se le carga todo el peso a la sociedad desde el abandono del Estado con sus medidas restrictivas. Por lo mismo prende la indignación en Europa. Son los jóvenes de algunos países quienes se manifiestan en contra de la globalización que amenaza con despedazarlos económica, social, política y moralmente. Del mismo modo que sucede en EU con el movimiento Ocupa Wall Street, o en Chile con las protestas contra la educación neoliberal.

Por eso se han organizado para impedirlo. Son las movilizaciones en países como España, Francia, Holanda, Italia, Alemania, Portugal, Austria y Londres. Los jóvenes que rechazan los privilegios de los poderosos que generan lo demás; saben que ellos son los causantes del desastre actual. Tan sólo la “larga marcha” —no hay símil alguno con la de Mao en los tiempos de la “Revolución Cultural”— de los indignados que partió de la Puerta del Sol en Madrid, ombligo del 15-M —el 27 de julio— recorriendo mil 700 kilómetros hasta Bruselas como la capital de la UE, demandaron entre otras cosas: “No más privilegios a banqueros”.

Cero privilegios para las grandes fortunas, que evaden impuestos, control al fraude fiscal y a la fuga de capitales hacia los paraísos fiscales. No privilegios a políticos, sus elevados ingresos y al no pago de impuestos, entre otras acciones para que el Estado tenga los fondos suficientes para sueldos más dignos y mejoras en la calidad de vida de la población, etcétera. Porque “los políticos deben entender que su labor debe ser en bien de la sociedad, y no de los mercados” (Reportaje de Proceso N° 1823).

Lo interesante es que todo este rol de la juventud que se indigna frente a las condicionantes del mercado —la crisis del sistema financiero global, con impacto en Europa—, no sería posible en la rapidez con que surge sin el internet, sin las redes sociales, sin facebook y el twitter. El sistema del capital financiero y los estados que los sostienen, no podrán desdeñar la movilización social o utilizar la violencia[3].

La crisis que toca a las puertas de la UE, hoy más bien (des)UE, es ya como el “fantasma” cadavérico del capitalismo. Los jóvenes que se indignan cumplen su rol. Aunque el cambio no esté a la vuelta de la esquina. El caso es que los actores se mueven gracias a la red. Y también se alimentan con posturas como la del fenómeno editorial europeo del panfleto ¡Indígnate!, del veterano Stéphane Hessel. Cual suerte de “Manifiesto comunista” de Marx; que no lo es porque no hay parangón. ¡Indígnate! no llama al cambio socialista, pero sí es una bandera para la “resistencia”.



Correo: maniobrasdelpoder@gmail.com
http://maniobrasdelpoder.blogspot.com

[1] Por supuesto que la crisis comenzó en el sistema financiero de Estados Unidos, pero afectó al resto del mundo. Por ahora nos interesa destacar la siguiente faceta de la crisis europea.


[2] O el control y sujeción de todas las variables económicas de un país por una sola: el sistema financiero que se sobre pone.


[3] Ver, por ejemplo, en http://bit.ly/mWzI5Y, el desalojo violento del “campamento indignado” de Plaza Cataluña, España.




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