OPINI脫N de Gustavo Duch
Busquemos de nuevo las causas del hambre en el planeta Tierra. La crisis en el Cuerno de 脕frica nos obliga a ello y, ciertamente, tenemos acceso a informaciones claras y concluyentes que relacionan esta nueva hambruna a realidades no climatol贸gicas, porque hasta la sequ铆a imprevista responde a un cambio clim谩tico producido por una civilizaci贸n industrial lejana y ajena a las personas all铆 sobreviviendo. La especulaci贸n alimentaria, la marginaci贸n de la agricultura campesina y aut贸ctona de la zona, el acaparamiento de las mejores tierras por capitales extranjeros, la imposici贸n de cultivos para la exportaci贸n, etc. son –repetidas- las peores cat谩strofes inventadas por la codicia del ser humano.
Y ahora que las tenemos ubicadas, ¿c贸mo las enfrentamos? Evidente, en primer lugar y con toda la energ铆a posible, el an谩lisis llama a una acci贸n pol铆tica -la soberan铆a alimentaria- para contrarrestar y evitar m谩s hambres, m谩s pobreza a cambio de tantas riquezas y de tantos empachos. En segundo lugar, y se insiste mucho en este tema, con nuestro consumo individual con el que tambi茅n podemos ‘ejercer’ solidaridad. Efectivamente, tenemos f贸rmulas e iniciativas a mano para un consumo responsable: recuperar los mercados campesinos, las cooperativas de consumo, la alimentaci贸n de temporada y ecol贸gica, etc. Y una, muy poco expuesta, difundida y defendida (quiz谩s por ser de caj贸n, quiz谩s porque est谩 devaluada en nuestro pensamiento, quiz谩s por recordar tiempos de penurias a煤n recientes, quiz谩s por estar envuelta muchas veces con tintes religiosos) que, pienso, hay que recuperar: ‘la frugalidad’.
Las 煤ltimas d茅cadas de nuestra civilizaci贸n se ha rendido a los buffets para atiborrarse a precio fijo; las comilonas en d铆as festivos y el empacho posterior; las bacanales de calor铆as en cruceros, bodas y comuniones; las palomitas y refrescos de tama帽os XXL; el compre dos y ll茅vese tres; y en definitiva, un culto desmedido a comer sin medida.
Pensemos, no s贸lo en una cuesti贸n de nuestra salud (la obesidad es un grave problema en nuestras generaciones) sino tambi茅n en lo que representa. Porque en un planeta finito donde los recursos para producir alimentos son limitados (tierra f茅rtil, agua de riego, energ铆a, etc.) los abusos y excesos para unos est贸magos son finalmente alimentos que otras personas no podr谩n llevarse a la boca.
S铆, ciertamente, parece como cuando de peque帽o no quer铆a comer alguno de los platos de mi abuela y ella me dec铆a, -c贸metelo por los ni帽os pobres de 脕frica, y yo no me imaginaba mi potaje de garbanzos viajando a Etiopia. Pues la abuela ten铆a raz贸n. Y mucha, porque compartimos un planeta con un 煤nico metabolismo global. No es que el potaje viaje de Norte a Sur, es que la raci贸n de merluza exagerada que nos preparamos puede provenir perfectamente de Namibia, donde se pasa hambre. Y si nos sirven un bistec enorme que es imposible de atacar, esa ternera ha estado alimentada con soja sudamericana en tierras que ya no producen comida para las gentes locales. Y as铆 con mucha y mucha comida que acabamos desperdiciando. Exactamente, seg煤n estudios encargados por la FAO, cerca de un tercio de los alimentos que se producen cada a帽o en el mundo para el consumo humano se pierden o desperdician. Se desperdician porque ‘no puedo m谩s’; porque se compra para muchos d铆as y se echa a perder; o por las normativas de caducidad. Se pierden muchos alimentos antes de ser comidos porque no dan la talla o el color exigidos por los supermercados o porque la cadena entre productor y el consumidor es tan larga que mucha comida perece en el intento.
As铆 pues, a帽adamos a nuestro cat谩logo de consumidores y consumidoras responsables la frugalidad, el comer lo justo y suficiente. Expulsar la cultura del despilfarro comestible. Porque, mientras no desmembremos este sistema alimentario totalitario, lo que engorda, mata.
Busquemos de nuevo las causas del hambre en el planeta Tierra. La crisis en el Cuerno de 脕frica nos obliga a ello y, ciertamente, tenemos acceso a informaciones claras y concluyentes que relacionan esta nueva hambruna a realidades no climatol贸gicas, porque hasta la sequ铆a imprevista responde a un cambio clim谩tico producido por una civilizaci贸n industrial lejana y ajena a las personas all铆 sobreviviendo. La especulaci贸n alimentaria, la marginaci贸n de la agricultura campesina y aut贸ctona de la zona, el acaparamiento de las mejores tierras por capitales extranjeros, la imposici贸n de cultivos para la exportaci贸n, etc. son –repetidas- las peores cat谩strofes inventadas por la codicia del ser humano.
Y ahora que las tenemos ubicadas, ¿c贸mo las enfrentamos? Evidente, en primer lugar y con toda la energ铆a posible, el an谩lisis llama a una acci贸n pol铆tica -la soberan铆a alimentaria- para contrarrestar y evitar m谩s hambres, m谩s pobreza a cambio de tantas riquezas y de tantos empachos. En segundo lugar, y se insiste mucho en este tema, con nuestro consumo individual con el que tambi茅n podemos ‘ejercer’ solidaridad. Efectivamente, tenemos f贸rmulas e iniciativas a mano para un consumo responsable: recuperar los mercados campesinos, las cooperativas de consumo, la alimentaci贸n de temporada y ecol贸gica, etc. Y una, muy poco expuesta, difundida y defendida (quiz谩s por ser de caj贸n, quiz谩s porque est谩 devaluada en nuestro pensamiento, quiz谩s por recordar tiempos de penurias a煤n recientes, quiz谩s por estar envuelta muchas veces con tintes religiosos) que, pienso, hay que recuperar: ‘la frugalidad’.
Las 煤ltimas d茅cadas de nuestra civilizaci贸n se ha rendido a los buffets para atiborrarse a precio fijo; las comilonas en d铆as festivos y el empacho posterior; las bacanales de calor铆as en cruceros, bodas y comuniones; las palomitas y refrescos de tama帽os XXL; el compre dos y ll茅vese tres; y en definitiva, un culto desmedido a comer sin medida.
Pensemos, no s贸lo en una cuesti贸n de nuestra salud (la obesidad es un grave problema en nuestras generaciones) sino tambi茅n en lo que representa. Porque en un planeta finito donde los recursos para producir alimentos son limitados (tierra f茅rtil, agua de riego, energ铆a, etc.) los abusos y excesos para unos est贸magos son finalmente alimentos que otras personas no podr谩n llevarse a la boca.
S铆, ciertamente, parece como cuando de peque帽o no quer铆a comer alguno de los platos de mi abuela y ella me dec铆a, -c贸metelo por los ni帽os pobres de 脕frica, y yo no me imaginaba mi potaje de garbanzos viajando a Etiopia. Pues la abuela ten铆a raz贸n. Y mucha, porque compartimos un planeta con un 煤nico metabolismo global. No es que el potaje viaje de Norte a Sur, es que la raci贸n de merluza exagerada que nos preparamos puede provenir perfectamente de Namibia, donde se pasa hambre. Y si nos sirven un bistec enorme que es imposible de atacar, esa ternera ha estado alimentada con soja sudamericana en tierras que ya no producen comida para las gentes locales. Y as铆 con mucha y mucha comida que acabamos desperdiciando. Exactamente, seg煤n estudios encargados por la FAO, cerca de un tercio de los alimentos que se producen cada a帽o en el mundo para el consumo humano se pierden o desperdician. Se desperdician porque ‘no puedo m谩s’; porque se compra para muchos d铆as y se echa a perder; o por las normativas de caducidad. Se pierden muchos alimentos antes de ser comidos porque no dan la talla o el color exigidos por los supermercados o porque la cadena entre productor y el consumidor es tan larga que mucha comida perece en el intento.
As铆 pues, a帽adamos a nuestro cat谩logo de consumidores y consumidoras responsables la frugalidad, el comer lo justo y suficiente. Expulsar la cultura del despilfarro comestible. Porque, mientras no desmembremos este sistema alimentario totalitario, lo que engorda, mata.