OPINI脫N de Miguel 脕ngel S谩nchez de Armas
Preso de una preocupante nostalgia, hoy comparto con mis lectores las reflexiones que escrib铆 a fines de los ochenta para un encuentro en la C谩mara de Diputados. En aquella jornada pens茅 que la situaci贸n no podr铆a ser peor. La relectura hoy no aviva mi optimismo.
1. La inserci贸n de nuestro pa铆s en un concierto mundial que como nunca est谩 interrelacionado, ha dejado de ser ret贸rica de discursos: es una realidad.
2. Mucho antes de que la reordenaci贸n econ贸mica mundial nos insertara en una regi贸n de “libre comercio”, M茅xico hab铆a entrado en una suerte de zona franca en donde los medios de comunicaci贸n dejaron de tener fronteras nacionales en el sentido cl谩sico de la expresi贸n. Los sat茅lites, los sistemas de cable y la comercializaci贸n internacional de la informaci贸n, no s贸lo hicieron que el mundo llegara a M茅xico en forma casi instant谩nea, tambi茅n expusieron a nuestro pa铆s a la mirada permanente del conjunto de naciones.
3. Al igual que el sistema de producci贸n protegido que durante d茅cadas privilegi贸 el modelo de desarrollo mexicano, la informaci贸n fue un bien dosificado, contenido dentro de nuestras fronteras, portador de valores que se ten铆an como refractarios a la influencia de “modelos” del extranjero.
4. En este contexto, nuestra opini贸n p煤blica ten铆a como referencia principal el conocimiento de los hechos que en forma lineal eran servidos desde la esfera de la conducci贸n del Estado. Como en la econom铆a, M茅xico era una “isla”. El desarrollo estabilizador ten铆a su complemento en una suerte de alejamiento deliberado de lo que acontec铆a en otras zonas del planeta. Los medios mexicanos serv铆an a sus audiencias, en el mejor de los casos, un men煤 informativo que contrastaba lo “bueno” dentro del pa铆s, con el “caos” del exterior. En M茅xico hab铆a paz y crecimiento, con algo de pobreza inevitable, pero solucionable, mientras que en otras latitudes eran la guerra, los asesinatos pol铆ticos, la inestabilidad, los golpes de Estado y el hambre. “En M茅xico no pasa lo que en Etiop铆a”, era una frase que las audiencias mexicanas de los cincuenta pod铆an repetir sin cargo de conciencia.
5. En la utop铆a mexicana del crecimiento y bienestar, los diarios en las ciudades se multiplicaban sin alcanzar amplios tirajes, la televisi贸n cubr铆a el territorio con “diversi贸n” y no informaci贸n, y la radio crec铆a en el modelo de la “sinfonola” permanente y gratuita.
6. La crisis del fin del echeverriato -incubada en un modelo de desarrollo poco cuestionado- no s贸lo sacudi贸 a la econom铆a: permiti贸 que amplios sectores de la sociedad descubrieran que no hab铆an sido bien servidos por los medios. Salvo excepciones valoradas mucho despu茅s, pero entonces satanizadas como visiones catastrofistas, los medios fueron comparsas acr铆ticos, cuando no sumisos, del r茅gimen. ¿Qui茅n en los medios se atrev铆a a poner en duda la sabidur铆a de la conducci贸n del pa铆s si estaba fresco el recuerdo de impresos que desaparecieron por ejercer una postura medianamente cuestionadora, o por que criticaron la figura presidencial por omisi贸n o deliberadamente?
7. Tlatelolco fue quiz谩 el espejo negro de la naci贸n. Salvo las excepciones de rigor, los mexicanos leyeron, vieron y escucharon que un peque帽o intento de insurrecci贸n “azuzado por ideolog铆as ex贸ticas” no hab铆a logrado empa帽ar el compromiso de M茅xico como anfitri贸n del mundo en la Olimpiada. Los cuestionamientos y cr铆ticas publicados m谩s all谩 de nuestras fronteras fueron conocidos s贸lo en los estrechos c铆rculos con acceso a la prensa extranjera.
8. La antena parab贸lica fue como el martillo y cincel con que se empez贸 a perforar el muro que nos proteg铆a de la maldad del mundo. Como en las ondas conc茅ntricas, mayores porciones de la sociedad pudieron contrastar las informaciones de los medios nacionales con los del extranjero. Una obligada primera fase de la apertura enriqueci贸 esta posibilidad con la presencia de t铆tulos de revistas y diarios extranjeros en las estanter铆as de cada vez mayor n煤mero de comercios. Cierta clase ilustrada -crecientemente numerosa, por lo dem谩s- comprendi贸 la importancia de leer Time antes que Exc茅lsior. La proliferaci贸n de m谩quinas de facs铆mil anul贸 pr谩cticamente la eficacia del “mecanismo protector” contra las “malas noticias” o las informaciones inconvenientes para la naci贸n que hab铆a sido la confiscaci贸n de publicaciones en los puntos de entrada al pa铆s. La televisi贸n por cable, inmune a la censura o a la interferencia en virtud de las reglas del juego impuestas por el comercio y la apertura internacional -es decir, por la “modernizaci贸n”-, complet贸 el derrumbe de los muros y nos puso en un plano de igualdad informativa con los centros de mayor desarrollo democr谩tico. La noche en que los primeros cohetes norteamericanos cayeron sobre Bagdad, el terror en los hogares de Pihuamo, Jalisco, M茅xico, no fue inferior, y s铆 simult谩neo, al que se experiment贸 en aquellos de las verdes colinas de Annandale, Virginia, Estados Unidos.
9. Sin embargo esta penetraci贸n de los medios internacionales, poco pareci贸 sacudir a los medios nacionales. Siempre con las excepciones de rigor, nuestra televisi贸n, nuestros diarios y nuestra radio, continuaron m谩s o menos con el mismo modelo informativo.
10. Parece que la radio fue la que primero entendi贸 este fen贸meno, y gen茅ricamente el medio que a la fecha m谩s ha ensanchado esa libertad fundamental que es la de expresi贸n. No se pueden ubicar con precisi贸n fechas, pero en la 煤ltima d茅cada se han multiplicado programas informativos de mayor duraci贸n (hasta cuatro horas seguidas), m谩s cr铆ticos y abiertos a la participaci贸n del p煤blico, y con mayor alcance territorial. Hemos visto tambi茅n el surgimiento de canales dedicados exclusivamente a proporcionar informaci贸n.
11. En los medios impresos, tambi茅n en la 煤ltima d茅cada, o con mayor precisi贸n, desde la crisis de Exc茅lsior en 1976, tenemos una corriente, a煤n insuficiente pero constante, de ofertas period铆sticas que se apartan del modelo tradicional. El “fen贸meno Proceso”, de un periodismo preocupado con desvelar el lado oscuro del poder p煤blico y privado y ajeno a la informaci贸n complaciente, no fue exclusivo de la capital. En todo el pa铆s tuvo seguidores que han corrido diversa fortuna.
12. Por lo que corresponde a las audiencias, es innegable que hoy existe en el pa铆s un p煤blico m谩s exigente, menos indiferente, m谩s cr铆tico y cuestionador de los medios (y de las autoridades). Exam铆nese el fen贸meno del 88: las elecciones m谩s re帽idas y cuestionadas de la historia moderna, fueron tambi茅n el escenario para el mayor cuestionamiento social de los medios de que se tenga memoria. Y en particular ah铆 encontr贸 su Waterloo el hasta entonces incontestado mito del poder de penetraci贸n y convencimiento de la televisi贸n. Ya hay mediciones (cfr. Arredondo, et al.) que nos permiten comprobar la primera observaci贸n emp铆rica: el voto en los centros urbanos fue en sentido contrario al que propon铆a el mensaje televisivo. Se comprobaba que el “efecto bumerang” no era una invenci贸n de la academia.
13. Por lo que respecta al marco legal, tanto la libertad de expresi贸n como el funcionamiento de los medios, son temas a帽ejos en nuestra sociedad. Desde la disposici贸n de no considerar a la imprenta como instrumento de delito, recogida en la constituci贸n del 57, hasta el a煤n no suficientemente explorado y comprendido “derecho a la informaci贸n”, pasando por una Ley de Imprenta anterior al actual texto constitucional, y a煤n vigente, la discusi贸n social sobre estos temas en M茅xico ha sido rica y permanente, por mucho que pueda cuestionarse su eficacia.
14. Pareciera que desde el poder hay una visi贸n esquizofr茅nica de los medios: el discurso y el ritual oficiales los presentan como cimiento y argamasa de nuestra democracia, y celebran su independencia y su rol de vigilantes y acotadores del poder, mientras que en la realidad cotidiana se privilegia a los que se mantienen en la ortodoxia del status quo.
15. Un ejemplo ya cl谩sico de esta visi贸n pudiera ser el del gobernante que al mismo tiempo que se neg贸 a pagar para que le pegaran, instruy贸 a su Congreso para que aprobara una modificaci贸n del texto constitucional garantizando el “derecho a la informaci贸n”. Pero el prop贸sito fue fallido: la sociedad, supuesta beneficiaria, no lo entendi贸; los medios, tambi茅n supuestos beneficiarios, se opusieron ferozmente, y tampoco lo entendieron. Se tuvo que recurrir a la simulaci贸n: una consulta nacional como quiz谩 nunca antes se hab铆a dado en la materia, fue diluida en la frivolidad de una frase todav铆a no igualada en su cinismo: “no se le encontr贸 la cuadratura al c铆rculo”. Y si la ofensa no fue recogida, se debi贸 quiz谩 a que las partes supuestamente beneficiadas ten铆an m谩s inter茅s en sepultar el asunto que en seguir discuti茅ndolo.
La iron铆a: el mismo que se neg贸 a “pagar para que le pegaran”, termin贸 su sexenio, informativamente hablando, en manos del m谩s pagador y manipulador de todos los jefes de prensa. En el ocaso, “pag贸 para que no le pegaran”.
16. Ah铆 se vio lo delicado que es el tema. Por el lado de los medios, cualquier iniciativa para modificar el marco legal se percibir谩 siempre como un intento de control por parte del Estado, y ser谩 enfrentado con energ铆a y eficacia, como lo demuestran las discusiones sobre el mismo derecho a la informaci贸n, o sobre c贸digos que han pretendido castigar las filtraciones y preservar la “confidencialidad” de ciertas acciones de Estado. Por el lado de la sociedad, siempre habr谩 mayor simpat铆a hacia los medios tal como est谩n ahora, pese -esa es la paradoja- a la conciencia creciente de que poco han servido, gen茅ricamente, a las mejores causas de la sociedad, que para un nuevo marco legal que en el papel ofrezca mejores condiciones. Ello es consecuencia, quiz谩 no 煤nica pero importante, de una generalizada desconfianza en el aparato del gobierno y en sus intenciones.
17. Sin embargo, discutir, reflexionar, analizar a los medios, es algo cuya importancia hoy ni los mismos medios pueden minimizar. Y como en la an茅cdota de los economistas, los medios son demasiado importantes para dejarlos s贸lo en manos de los periodistas, los editores y los empresarios. Los medios son por necesidad un bien social, y su discusi贸n es por necesidad asunto de la sociedad toda, incluido el gobierno.
18. ¿Puede el Congreso esperar una reacci贸n favorable de los medios y de la sociedad en este intento de “actualizar la legislaci贸n en materia de comunicaci贸n social”? Dif铆cilmente. No deben olvidar los diputados que los propios medios se han encargado de ofrecer de ellos una imagen de holgazaner铆a, molicie, frivolidad y desinter茅s por las verdaderas causas populares. Al d铆a de hoy, en el argot del gremio se llama “diputado” al desconocido que se encuentra muerto en la v铆a p煤blica. Injusta imagen, s铆; pero de ninguna manera algo que deba ignorarse.
19. ¿Hasta d贸nde se extender谩 la sensaci贸n de que los diputados invertir谩n una considerable porci贸n de energ铆a y de recursos en un tema sin salida cuando la naci贸n se encuentra en el centro de la m谩s aguda y peligrosa crisis de los tiempos modernos? No quiero sugerir, por supuesto, que el tema no sea de capital importancia precisamente por la crisis, sino de la percepci贸n social que se tenga del mismo.
20. Vista la necesidad, habr铆a que buscar otros caminos para abordar la discusi贸n. En primer lugar, separar lo t茅cnico -por as铆 decirlo-, de lo social; reagruparlo y no mezclarlo. Por ejemplo, sat茅lites, inform谩tica, antenas parab贸licas y telecomunicaciones, por su naturaleza t茅cnica -que no 煤nica, enti茅ndase- pueden ser abordados con menos complicaciones. Derecho a la informaci贸n, prensa escrita, radio, televisi贸n, cine, libros, teatro, requieren de mayor cuidado. ¿Por qu茅 no iniciar el abordamiento del gran tema criticando la ausencia de una pol铆tica de comunicaci贸n social del gobierno de la Rep煤blica? Habr铆a mayor atenci贸n razonada a una propuesta para que sea el propio aparato de gobierno el que d茅 el ejemplo de transparencia en sus relaciones con los medios. Ya se han dado pasos en ese sentido (pago de viajes, cancelaci贸n de pagos por la libre, disminuci贸n de los presupuestos publicitarios, venta de los medios del Estado, apertura de las fronteras al papel, legislaci贸n sobre gastos de propaganda pol铆tica, etc.). ¿Puede razonablemente exigirse a los medios que certifiquen sus audiencias cuando el gobierno se reh煤sa a hacer p煤blico el monto de su gasto publicitario y propagand铆stico? Estas son cuestiones que podr铆an dar pie a una discusi贸n que, de entrada, no genere un muro de desconfianza entre los medios y entre las audiencias.
Preso de una preocupante nostalgia, hoy comparto con mis lectores las reflexiones que escrib铆 a fines de los ochenta para un encuentro en la C谩mara de Diputados. En aquella jornada pens茅 que la situaci贸n no podr铆a ser peor. La relectura hoy no aviva mi optimismo.
1. La inserci贸n de nuestro pa铆s en un concierto mundial que como nunca est谩 interrelacionado, ha dejado de ser ret贸rica de discursos: es una realidad.
2. Mucho antes de que la reordenaci贸n econ贸mica mundial nos insertara en una regi贸n de “libre comercio”, M茅xico hab铆a entrado en una suerte de zona franca en donde los medios de comunicaci贸n dejaron de tener fronteras nacionales en el sentido cl谩sico de la expresi贸n. Los sat茅lites, los sistemas de cable y la comercializaci贸n internacional de la informaci贸n, no s贸lo hicieron que el mundo llegara a M茅xico en forma casi instant谩nea, tambi茅n expusieron a nuestro pa铆s a la mirada permanente del conjunto de naciones.
3. Al igual que el sistema de producci贸n protegido que durante d茅cadas privilegi贸 el modelo de desarrollo mexicano, la informaci贸n fue un bien dosificado, contenido dentro de nuestras fronteras, portador de valores que se ten铆an como refractarios a la influencia de “modelos” del extranjero.
4. En este contexto, nuestra opini贸n p煤blica ten铆a como referencia principal el conocimiento de los hechos que en forma lineal eran servidos desde la esfera de la conducci贸n del Estado. Como en la econom铆a, M茅xico era una “isla”. El desarrollo estabilizador ten铆a su complemento en una suerte de alejamiento deliberado de lo que acontec铆a en otras zonas del planeta. Los medios mexicanos serv铆an a sus audiencias, en el mejor de los casos, un men煤 informativo que contrastaba lo “bueno” dentro del pa铆s, con el “caos” del exterior. En M茅xico hab铆a paz y crecimiento, con algo de pobreza inevitable, pero solucionable, mientras que en otras latitudes eran la guerra, los asesinatos pol铆ticos, la inestabilidad, los golpes de Estado y el hambre. “En M茅xico no pasa lo que en Etiop铆a”, era una frase que las audiencias mexicanas de los cincuenta pod铆an repetir sin cargo de conciencia.
5. En la utop铆a mexicana del crecimiento y bienestar, los diarios en las ciudades se multiplicaban sin alcanzar amplios tirajes, la televisi贸n cubr铆a el territorio con “diversi贸n” y no informaci贸n, y la radio crec铆a en el modelo de la “sinfonola” permanente y gratuita.
6. La crisis del fin del echeverriato -incubada en un modelo de desarrollo poco cuestionado- no s贸lo sacudi贸 a la econom铆a: permiti贸 que amplios sectores de la sociedad descubrieran que no hab铆an sido bien servidos por los medios. Salvo excepciones valoradas mucho despu茅s, pero entonces satanizadas como visiones catastrofistas, los medios fueron comparsas acr铆ticos, cuando no sumisos, del r茅gimen. ¿Qui茅n en los medios se atrev铆a a poner en duda la sabidur铆a de la conducci贸n del pa铆s si estaba fresco el recuerdo de impresos que desaparecieron por ejercer una postura medianamente cuestionadora, o por que criticaron la figura presidencial por omisi贸n o deliberadamente?
7. Tlatelolco fue quiz谩 el espejo negro de la naci贸n. Salvo las excepciones de rigor, los mexicanos leyeron, vieron y escucharon que un peque帽o intento de insurrecci贸n “azuzado por ideolog铆as ex贸ticas” no hab铆a logrado empa帽ar el compromiso de M茅xico como anfitri贸n del mundo en la Olimpiada. Los cuestionamientos y cr铆ticas publicados m谩s all谩 de nuestras fronteras fueron conocidos s贸lo en los estrechos c铆rculos con acceso a la prensa extranjera.
8. La antena parab贸lica fue como el martillo y cincel con que se empez贸 a perforar el muro que nos proteg铆a de la maldad del mundo. Como en las ondas conc茅ntricas, mayores porciones de la sociedad pudieron contrastar las informaciones de los medios nacionales con los del extranjero. Una obligada primera fase de la apertura enriqueci贸 esta posibilidad con la presencia de t铆tulos de revistas y diarios extranjeros en las estanter铆as de cada vez mayor n煤mero de comercios. Cierta clase ilustrada -crecientemente numerosa, por lo dem谩s- comprendi贸 la importancia de leer Time antes que Exc茅lsior. La proliferaci贸n de m谩quinas de facs铆mil anul贸 pr谩cticamente la eficacia del “mecanismo protector” contra las “malas noticias” o las informaciones inconvenientes para la naci贸n que hab铆a sido la confiscaci贸n de publicaciones en los puntos de entrada al pa铆s. La televisi贸n por cable, inmune a la censura o a la interferencia en virtud de las reglas del juego impuestas por el comercio y la apertura internacional -es decir, por la “modernizaci贸n”-, complet贸 el derrumbe de los muros y nos puso en un plano de igualdad informativa con los centros de mayor desarrollo democr谩tico. La noche en que los primeros cohetes norteamericanos cayeron sobre Bagdad, el terror en los hogares de Pihuamo, Jalisco, M茅xico, no fue inferior, y s铆 simult谩neo, al que se experiment贸 en aquellos de las verdes colinas de Annandale, Virginia, Estados Unidos.
9. Sin embargo esta penetraci贸n de los medios internacionales, poco pareci贸 sacudir a los medios nacionales. Siempre con las excepciones de rigor, nuestra televisi贸n, nuestros diarios y nuestra radio, continuaron m谩s o menos con el mismo modelo informativo.
10. Parece que la radio fue la que primero entendi贸 este fen贸meno, y gen茅ricamente el medio que a la fecha m谩s ha ensanchado esa libertad fundamental que es la de expresi贸n. No se pueden ubicar con precisi贸n fechas, pero en la 煤ltima d茅cada se han multiplicado programas informativos de mayor duraci贸n (hasta cuatro horas seguidas), m谩s cr铆ticos y abiertos a la participaci贸n del p煤blico, y con mayor alcance territorial. Hemos visto tambi茅n el surgimiento de canales dedicados exclusivamente a proporcionar informaci贸n.
11. En los medios impresos, tambi茅n en la 煤ltima d茅cada, o con mayor precisi贸n, desde la crisis de Exc茅lsior en 1976, tenemos una corriente, a煤n insuficiente pero constante, de ofertas period铆sticas que se apartan del modelo tradicional. El “fen贸meno Proceso”, de un periodismo preocupado con desvelar el lado oscuro del poder p煤blico y privado y ajeno a la informaci贸n complaciente, no fue exclusivo de la capital. En todo el pa铆s tuvo seguidores que han corrido diversa fortuna.
12. Por lo que corresponde a las audiencias, es innegable que hoy existe en el pa铆s un p煤blico m谩s exigente, menos indiferente, m谩s cr铆tico y cuestionador de los medios (y de las autoridades). Exam铆nese el fen贸meno del 88: las elecciones m谩s re帽idas y cuestionadas de la historia moderna, fueron tambi茅n el escenario para el mayor cuestionamiento social de los medios de que se tenga memoria. Y en particular ah铆 encontr贸 su Waterloo el hasta entonces incontestado mito del poder de penetraci贸n y convencimiento de la televisi贸n. Ya hay mediciones (cfr. Arredondo, et al.) que nos permiten comprobar la primera observaci贸n emp铆rica: el voto en los centros urbanos fue en sentido contrario al que propon铆a el mensaje televisivo. Se comprobaba que el “efecto bumerang” no era una invenci贸n de la academia.
13. Por lo que respecta al marco legal, tanto la libertad de expresi贸n como el funcionamiento de los medios, son temas a帽ejos en nuestra sociedad. Desde la disposici贸n de no considerar a la imprenta como instrumento de delito, recogida en la constituci贸n del 57, hasta el a煤n no suficientemente explorado y comprendido “derecho a la informaci贸n”, pasando por una Ley de Imprenta anterior al actual texto constitucional, y a煤n vigente, la discusi贸n social sobre estos temas en M茅xico ha sido rica y permanente, por mucho que pueda cuestionarse su eficacia.
14. Pareciera que desde el poder hay una visi贸n esquizofr茅nica de los medios: el discurso y el ritual oficiales los presentan como cimiento y argamasa de nuestra democracia, y celebran su independencia y su rol de vigilantes y acotadores del poder, mientras que en la realidad cotidiana se privilegia a los que se mantienen en la ortodoxia del status quo.
15. Un ejemplo ya cl谩sico de esta visi贸n pudiera ser el del gobernante que al mismo tiempo que se neg贸 a pagar para que le pegaran, instruy贸 a su Congreso para que aprobara una modificaci贸n del texto constitucional garantizando el “derecho a la informaci贸n”. Pero el prop贸sito fue fallido: la sociedad, supuesta beneficiaria, no lo entendi贸; los medios, tambi茅n supuestos beneficiarios, se opusieron ferozmente, y tampoco lo entendieron. Se tuvo que recurrir a la simulaci贸n: una consulta nacional como quiz谩 nunca antes se hab铆a dado en la materia, fue diluida en la frivolidad de una frase todav铆a no igualada en su cinismo: “no se le encontr贸 la cuadratura al c铆rculo”. Y si la ofensa no fue recogida, se debi贸 quiz谩 a que las partes supuestamente beneficiadas ten铆an m谩s inter茅s en sepultar el asunto que en seguir discuti茅ndolo.
La iron铆a: el mismo que se neg贸 a “pagar para que le pegaran”, termin贸 su sexenio, informativamente hablando, en manos del m谩s pagador y manipulador de todos los jefes de prensa. En el ocaso, “pag贸 para que no le pegaran”.
16. Ah铆 se vio lo delicado que es el tema. Por el lado de los medios, cualquier iniciativa para modificar el marco legal se percibir谩 siempre como un intento de control por parte del Estado, y ser谩 enfrentado con energ铆a y eficacia, como lo demuestran las discusiones sobre el mismo derecho a la informaci贸n, o sobre c贸digos que han pretendido castigar las filtraciones y preservar la “confidencialidad” de ciertas acciones de Estado. Por el lado de la sociedad, siempre habr谩 mayor simpat铆a hacia los medios tal como est谩n ahora, pese -esa es la paradoja- a la conciencia creciente de que poco han servido, gen茅ricamente, a las mejores causas de la sociedad, que para un nuevo marco legal que en el papel ofrezca mejores condiciones. Ello es consecuencia, quiz谩 no 煤nica pero importante, de una generalizada desconfianza en el aparato del gobierno y en sus intenciones.
17. Sin embargo, discutir, reflexionar, analizar a los medios, es algo cuya importancia hoy ni los mismos medios pueden minimizar. Y como en la an茅cdota de los economistas, los medios son demasiado importantes para dejarlos s贸lo en manos de los periodistas, los editores y los empresarios. Los medios son por necesidad un bien social, y su discusi贸n es por necesidad asunto de la sociedad toda, incluido el gobierno.
18. ¿Puede el Congreso esperar una reacci贸n favorable de los medios y de la sociedad en este intento de “actualizar la legislaci贸n en materia de comunicaci贸n social”? Dif铆cilmente. No deben olvidar los diputados que los propios medios se han encargado de ofrecer de ellos una imagen de holgazaner铆a, molicie, frivolidad y desinter茅s por las verdaderas causas populares. Al d铆a de hoy, en el argot del gremio se llama “diputado” al desconocido que se encuentra muerto en la v铆a p煤blica. Injusta imagen, s铆; pero de ninguna manera algo que deba ignorarse.
19. ¿Hasta d贸nde se extender谩 la sensaci贸n de que los diputados invertir谩n una considerable porci贸n de energ铆a y de recursos en un tema sin salida cuando la naci贸n se encuentra en el centro de la m谩s aguda y peligrosa crisis de los tiempos modernos? No quiero sugerir, por supuesto, que el tema no sea de capital importancia precisamente por la crisis, sino de la percepci贸n social que se tenga del mismo.
20. Vista la necesidad, habr铆a que buscar otros caminos para abordar la discusi贸n. En primer lugar, separar lo t茅cnico -por as铆 decirlo-, de lo social; reagruparlo y no mezclarlo. Por ejemplo, sat茅lites, inform谩tica, antenas parab贸licas y telecomunicaciones, por su naturaleza t茅cnica -que no 煤nica, enti茅ndase- pueden ser abordados con menos complicaciones. Derecho a la informaci贸n, prensa escrita, radio, televisi贸n, cine, libros, teatro, requieren de mayor cuidado. ¿Por qu茅 no iniciar el abordamiento del gran tema criticando la ausencia de una pol铆tica de comunicaci贸n social del gobierno de la Rep煤blica? Habr铆a mayor atenci贸n razonada a una propuesta para que sea el propio aparato de gobierno el que d茅 el ejemplo de transparencia en sus relaciones con los medios. Ya se han dado pasos en ese sentido (pago de viajes, cancelaci贸n de pagos por la libre, disminuci贸n de los presupuestos publicitarios, venta de los medios del Estado, apertura de las fronteras al papel, legislaci贸n sobre gastos de propaganda pol铆tica, etc.). ¿Puede razonablemente exigirse a los medios que certifiquen sus audiencias cuando el gobierno se reh煤sa a hacer p煤blico el monto de su gasto publicitario y propagand铆stico? Estas son cuestiones que podr铆an dar pie a una discusi贸n que, de entrada, no genere un muro de desconfianza entre los medios y entre las audiencias.