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Al torero en su cogida

OPINI脫N de Julio Ortega   

Torero, no pienses que tu muerte en la arena me deja indiferente. Tampoco lo hacen tus heridas. Y esa mueca convulsa, aunque te cueste creerlo, mejor dicho: a pesar de que te convenga negarlo, me sobrecoge y entristece. As铆 pasa cuando la empat铆a con el sufrimiento de otros no se construye sobre la distinci贸n entre especies, sino que se apoya en la conciencia del padecimiento ajeno y del valor que la propia vida posee para cada cual. S茅 que te resultar谩 dif铆cil entenderlo y que a煤n haci茅ndolo preferir谩s no admitirlo, pues tal sinceridad desmontar铆a una de las falacias m谩s ru铆nes y recurrentes utilizadas por el mundo de la tauromaquia para denostar a los que pedimos la abolici贸n. Y no est谩is sobrados de razones precisamente.

Lo cierto es que se me antoja un instante terrible aquel en el que el cuerno del toro desaparece en tu ingle o se hunde en tu rostro desencajado. Igual de espantoso, torero capaz de sentir miedo y dolor, que el de tu espada ensartada en el animal hasta la empu帽adura mientras el acero le atraviesa piel, m煤sculos, nervios y v铆sceras. 脡l, para su desgracia en un mundo donde la reacciones humanas son la 煤nica medida, no sabe gritar, pero est谩 tan dotado como t煤, mam铆fero vestido de luces, para experimentar angustia f铆sica y ps铆quica..

Ambos cuerpos sangrientos y desvencijados, el tuyo de hombre y el suyo de toro, los entiendo como un tributo absurdo y dram谩tico a la escenificaci贸n de la violencia transformada en tradici贸n intocable, en espect谩culo y en negocio. Pero no es una tragedia sobrevenida por azar, ni la consecuencia indeseable de una acci贸n virtuosa y necesaria. Son la estupidez y la brutalidad elevadas a arte imprescindible cobr谩ndose el precio m谩s alto por la crueldad, la ambici贸n, la ignorancia y el ego铆smo del ser humano.

Tu muerte me estremece tanto como la del toro, es verdad. Pero existe un matiz que diferencia tu suerte de la suya: 茅l no escogi贸 entrar en la plaza para ser torturado y ejecutado. Es, por lo tanto, la v铆ctima. T煤 saliste triunfante al ruedo de forma voluntaria con la intenci贸n de martirizarlo y acabar con su vida. Eres, pues, el verdugo. Y s贸lo muy de vez en cuando el destino te depara lo que al toro t煤 le reservas siempre.

A pesar del papel que cada uno ten茅is asignado (el animal jam谩s puede elegir el suyo), mi entra帽as se encogen si cualquiera de los dos, se dobla cayendo sobre la arena para masticar su sangre e intentar respirar sin que el ox铆geno le llegue a los pulmones. No os ocurre sin embargo lo mismo a vosotros, taurinos de sensibilidad tan selectiva, porque cuando eres t煤, matador, el que recibe el da帽o, los gritos de tus pares expresan su profunda aflicci贸n, pero al ser el toro agonizante al que se le escapa la vida por sus hemorragias brotan los aplausos y las ovaciones. ¿Te imaginas que hici茅semos nosotros lo mismo mientras te llevan en brazos a la enfermer铆a? Ah贸rrate el esfuerzo porque tal cosa no ocurrir谩. Jur谩is amar al toro y le procur谩is suplicio hasta la muerte. Nosotros, sin amaros, no deseamos vuestro dolor y tampoco el suyo. Esa es la diferencia entre el concepto que ten茅is de respeto a la vida ajena y el nuestro.




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