OPINI脫N de Miguel 脕ngel S谩nchez de Armas
Para don Sergio Obeso en su LXXX aniversario. Ab imo pectore.
¿Una peque帽a cosa es una cosa peque帽a? No piense el lector que amanec铆 anfibol贸gico. Creo que la pregunta tiene sentido en este mundo nuestro de las grandes haza帽as y los a煤n mayores avances tecnol贸gicos.
Ejemplos sobran y no necesito recurrir a demasiados para dar sentido a mi pregunta. Desde un acorazado a mil quinientos kil贸metros en el 脥ndico o el Mediterr谩neo, la gran armada puede colocar una bomba inteligente justo en el centro del b煤nker donde se ocultan los cabecillas del eje del mal y adem谩s transmitir en vivo la haza帽a al mundo, pero no pudo salvar la vida a un pu帽ado de ancianos en un asilo de Nueva Orle谩ns durante un hurac谩n.
Nos dejamos deslumbrar con demasiada facilidad por “lo grande” y por “lo portentoso” e ignoramos las peque帽as cosas que son las verdaderas maravillas de la vida.
Pensemos en nuestro cuerpo. Lo llevamos por la vida como un estuche necesario pero estorboso. Lo saturamos de toxinas y grasas que toman por asalto el h铆gado, las arterias y el coraz贸n. Inyectamos gas venenoso a presi贸n en los pulmones. Lo asfixiamos con la ropa de moda. Los elegant铆simos tacones altos que tan bien resaltan el derri猫re son tortura china para la columna vertebral. La corbata de alegres colores que aprisiona el cuello y anuncia nuestra capacidad de compra, frena el flujo de sangre al cerebro.
Echemos un vistazo a nuestro alrededor y descubriremos peque帽as y maravillosas entidades. Una hormiga es capaz de transportar objetos cientos de veces m谩s pesada que ella: si fuese del tama帽o de un perro ser铆a m谩s poderosa que el m谩s potente de los bulldozers. Una mariposa monarca viaja miles y miles de kil贸metros y regresa al 谩rbol en que naci贸 con mayor precisi贸n que un rayo l谩ser. El murci茅lago se gu铆a en la oscuridad con un sonar que ya quisieran en la NASA para un d铆a de fiesta. Pocos tejidos m谩s resistentes que la membrana del jitomate. Si nuestra piel tuviese proporcionalmente la misma fuerza, el filoso cuchillo de un asaltante nos har铆a los mandados.
De la estrella m谩s cercana a la tierra, Proxima Centauri, sabemos casi todo: que est谩 a 4.3 a帽os luz, que tiene una magnitud aparente de -0.3, que integra un sistema de tres cuerpos en donde dos giran uno alrededor del otro en un periodo de 80 a帽os y el tercero en aproximadamente un mill贸n de a帽os... ¡Fant谩stico! Pero ac谩 abajo, en el planeta de las peque帽as cosas, ¿realmente conocemos y comprendemos c贸mo funciona la clorofila, el insignificante pigmento verde gracias al cual podemos vivir? S铆, claro. Sabemos que est谩 compuesto por grandes mol茅culas de carbono e hidr贸geno y que en su n煤cleo tiene un 煤nico 谩tomo de magnesio. O sea, que lo conocemos tan bien como a Proxima Centauri. Con la salvedad de que a diferencia de aqu茅lla, la clorofila posee la modesta habilidad de transformar la energ铆a luminosa del sol en energ铆a qu铆mica, lo cual permite la vida vegetal, lo que a su vez sustenta la vida animal, la que por su parte posibilita que en la llamada tierra habite una especie que tiene conciencia de s铆 misma y se autoproclama humana. Apenas una peque帽a cosa.
Creo que fue en una pel铆cula de ciencia ficci贸n (o quiz谩 en un poema) donde se dijo que somos “polvo de estrellas”. Suena bien, pero adem谩s es cierto. El pu帽ado de sales y minerales a que se puede reducir nuestro cuerpo valdr铆a en el mercado algo as铆 como $23.50 y no hay ninguno que no pueda encontrarse disperso en el universo conocido. Y qu茅 decir de nuestro ADN o de nuestras mol茅culas. El primero lo heredamos de una musara帽a de poco menos de diez cent铆metros que vivi贸 hace 210 millones de a帽os (morganucodon oehli). Y ls segundas… es posible que una de las que anduvieron por el dedo gordo del pie izquierdo de Ner贸n est茅 ahora alojada en la periferia de mi ombligo o en otra zona m谩s interesante. Quiero decir que una vez que pasamos a mejor vida (o peor, nadie sabe), nuestras mol茅culas se desparraman y se integran a otros seres o a otras cosas.
Es asombroso que esta humanidad nuestra haya logrado la haza帽a de poner hombres en la luna y lanzar m谩quinas inteligentes a las profundidades del espacio mientras permanece con una ignorancia supina respecto de nuestro propio planeta. Casi con la mano en la cintura se puso en 贸rbita el telescopio Hubble para fisgonear en las galaxias m谩s distantes, pero hasta hace unas cuantas d茅cadas los ge贸logos debat铆an y se mordisqueaban entre s铆 por diferencias sobre la edad de la tierra. Y no deja de ser una paradoja que mientras nuestro establisment cient铆fico-tecnol贸gico recientemente pudo pegarle con una sonda espacial a un cometa a un mill贸n de kil贸metros, no haya logrado meter en cintura a los agentes microsc贸picos que causan en Sida.
Por fortuna a lo largo de la historia notables hombres y mujeres han dedicado la vida a explicarse y explicarnos los misterior de nuestro entorno. Por ejemplo Albert Einstein, el m谩s notable hombre de ciencia del siglo XX que con s贸lo la fuerza de su mente, sin las supercomputadoras y los batallones de asistentes que hoy est谩n a disposici贸n de los investigadores en las universidades, pudo penetrar los enigmas del universo y explicarlos en un lenguaje llano e incluso encantador.
A los 26 a帽os produjo un documento de tres cuartillas y tres pasos titulado ¿La inercia de un cuerpo depende de su contenido de energ铆a? que es el antecedente de la f贸rmula matem谩tica m谩s conocida en el mundo: E=mc2 (pero si hoy se presentara al Conacyt muy probablemente ser铆a rechazado por carecer de marco te贸rico, bibliograf铆a y formato APA, de tal suerte que don Alberto no podr铆a estar en el Sistema Nacional de Investigadores).
En el Laboratorio de Inteligencia Artificial del Instituto Tecnol贸gico de Massachusetts, EUA, se perfecciona lo que se ha descrito como un “robot humano, con capacidades similares a las de una persona”. Esta m谩quina posee un “cerebro” integrado por 239 procesadores y puede “ver” gracias a cuatro c谩maras de v铆deo digital y distingue las facciones de sus creadores; mueve tronco, cabeza y brazos con la precisi贸n de un humano (no tiene piernas a煤n) y, gracias a su complejidad, es capaz de “aprender” de su medio ambiente. Se llama Cog. Seg煤n los tecn贸logos, los descendientes de este robot podr谩n estar a cargo de tareas peligrosas para el hombre, como apagar fuegos o pilotear naves espaciales en misiones a otros mundos. Y, digo yo, podr铆an tambi茅n operar las m谩quinas de muerte que en las guerras futuras emprendan las potencias, hasta que un d铆a una de esas m谩quinas cobre conciencia de s铆 misma y decida que los humanos son demasiado est煤pidos como para tenerlos alrededor.
Una de las intensas pol茅micas en el cristianismo (y supongo que tambi茅n en otras religiones), tiene que ver con el castigo a quienes violentan los preceptos, tuercen las reglas o, como decimos por ac谩, se pasan por el arco del triunfo los mandamientos. Este no es un asunto menor. A riesgo de simplificarlo, consiste en que en un universo regido por un dios infinitamente misericordioso, quienes reciben dones materiales y espirituales debieran ser los “buenos” o “virtuosos”, en tanto que las enfermedades y las desgracias caer铆an sobre los “malos”, o “pecadores”. El problema consiste en la frecuencia con que vemos lo contrario: personas limpias, bondadosas y justas van a la bancarrota, pierden a su familia y padecen c谩ncer de h铆gado, mientras que un Pinochet muere en cama rodeado de sus seres queridos y con abultadas cuentas bancarias. Para salvar este dilema sin poner en entredicho la sabidur铆a divina, surgi贸 la doctrina del castigo diferido. Es decir, Augusto, como tantos otros tiranos, pudo haber expirado tranquilo y rico, pero las almas de quienes su r茅gimen masacr贸 lo esperar铆an en la barca de Caronte para acompa帽arlo y depositarlo en la rosticer铆a eterna, y quiz谩 colaborar en los escarmientos reservados a los genocidas.
Bueno, es evidente que la proximidad de las fiestas decembrinas me ha secado el cacumen, as铆 que pongo punto final a estas disquisiciones.
Carta a Garc铆a
La columna de la semana pasada provoc贸 reacciones asaz diversas. Mientras que algunos se identificaron con Hubbard, otros satanizaron al mensajero (¡yo!) como enemigo de la humanidad y defensor del capitalismo salvaje, je, je.
Las profesoras Santiago y Montes la distribuyeron entre alumnos, profesores y autoridades universitarias. Desde Sevilla mi tocayo Veyrat recuerda que cuando era un joven militante antifranquista expres贸 sus dudas “a un viejo camarada exiliado desde la guerra civil, sobre una orden recibida desde Espa帽a, que yo deb铆a cumplir en Par铆s. Me cit贸 un art铆culo del manual del soldado sovi茅tico, pues hab铆a luchado en ese ej茅rcito durante la II Guerra Mundial; no recuerdo su n煤mero pero s铆 el contenido de aquella frase del catecismo militar: ‘¿Qu茅 es la iniciativa?: La mejor manera de cumplir una orden.’ Nunca lo olvid茅 y me lo ha recordado ahora tu art铆culo.”
En cambio Paco Blancas desde Tijuana critica: “Esta an茅cdota de la tal carta es una jalada incompleta y absurda, se ocupa un p谩rrafo para contarla y 4 hojas para tratar de explicarla. No s茅 de cuales ‘lideres’ se est谩 usted compadeciendo, los que yo conozco son gente arrogante que tratan a los dem谩s como si fueran tontos e inferiores, l铆deres s铆, de pacotilla, que no se ganan ni el respeto ni la consideraci贸n de nadie y que s贸lo ejercen el poder que ostentan, pasando sobre todo y sobre todos. Si usted es uno de ellos, o es un subordinado de ellos lo compadezco. Yo por mi parte no soy un ‘corre-ve-y-dile’ que haga las cosas porque me lo est谩 mandando un l铆der, yo no soy un lambe-huevos.”
Y mi admirado Musacchio me pone frente al pared贸n: “Creo que tu texto es una abierta invitaci贸n a que los subordinados acaten las 贸rdenes m谩s absurdas, lo que es norma en los ej茅rcitos, pero no en la vida. Es, tambi茅n, una desafortunada defensa del capitalismo salvaje, 茅se que no quiere personas, sino robots. El subordinado que duda sobre la validez de las 贸rdenes, el que inquiere en torno a las razones, es el que hace pensar a los jefes porque 茅l mismo piensa. De modo que... No me eche ingl茅s, joven (traducci贸n: no me chingues).”
Para don Sergio Obeso en su LXXX aniversario. Ab imo pectore.
¿Una peque帽a cosa es una cosa peque帽a? No piense el lector que amanec铆 anfibol贸gico. Creo que la pregunta tiene sentido en este mundo nuestro de las grandes haza帽as y los a煤n mayores avances tecnol贸gicos.
Ejemplos sobran y no necesito recurrir a demasiados para dar sentido a mi pregunta. Desde un acorazado a mil quinientos kil贸metros en el 脥ndico o el Mediterr谩neo, la gran armada puede colocar una bomba inteligente justo en el centro del b煤nker donde se ocultan los cabecillas del eje del mal y adem谩s transmitir en vivo la haza帽a al mundo, pero no pudo salvar la vida a un pu帽ado de ancianos en un asilo de Nueva Orle谩ns durante un hurac谩n.
Nos dejamos deslumbrar con demasiada facilidad por “lo grande” y por “lo portentoso” e ignoramos las peque帽as cosas que son las verdaderas maravillas de la vida.
Pensemos en nuestro cuerpo. Lo llevamos por la vida como un estuche necesario pero estorboso. Lo saturamos de toxinas y grasas que toman por asalto el h铆gado, las arterias y el coraz贸n. Inyectamos gas venenoso a presi贸n en los pulmones. Lo asfixiamos con la ropa de moda. Los elegant铆simos tacones altos que tan bien resaltan el derri猫re son tortura china para la columna vertebral. La corbata de alegres colores que aprisiona el cuello y anuncia nuestra capacidad de compra, frena el flujo de sangre al cerebro.
Echemos un vistazo a nuestro alrededor y descubriremos peque帽as y maravillosas entidades. Una hormiga es capaz de transportar objetos cientos de veces m谩s pesada que ella: si fuese del tama帽o de un perro ser铆a m谩s poderosa que el m谩s potente de los bulldozers. Una mariposa monarca viaja miles y miles de kil贸metros y regresa al 谩rbol en que naci贸 con mayor precisi贸n que un rayo l谩ser. El murci茅lago se gu铆a en la oscuridad con un sonar que ya quisieran en la NASA para un d铆a de fiesta. Pocos tejidos m谩s resistentes que la membrana del jitomate. Si nuestra piel tuviese proporcionalmente la misma fuerza, el filoso cuchillo de un asaltante nos har铆a los mandados.
De la estrella m谩s cercana a la tierra, Proxima Centauri, sabemos casi todo: que est谩 a 4.3 a帽os luz, que tiene una magnitud aparente de -0.3, que integra un sistema de tres cuerpos en donde dos giran uno alrededor del otro en un periodo de 80 a帽os y el tercero en aproximadamente un mill贸n de a帽os... ¡Fant谩stico! Pero ac谩 abajo, en el planeta de las peque帽as cosas, ¿realmente conocemos y comprendemos c贸mo funciona la clorofila, el insignificante pigmento verde gracias al cual podemos vivir? S铆, claro. Sabemos que est谩 compuesto por grandes mol茅culas de carbono e hidr贸geno y que en su n煤cleo tiene un 煤nico 谩tomo de magnesio. O sea, que lo conocemos tan bien como a Proxima Centauri. Con la salvedad de que a diferencia de aqu茅lla, la clorofila posee la modesta habilidad de transformar la energ铆a luminosa del sol en energ铆a qu铆mica, lo cual permite la vida vegetal, lo que a su vez sustenta la vida animal, la que por su parte posibilita que en la llamada tierra habite una especie que tiene conciencia de s铆 misma y se autoproclama humana. Apenas una peque帽a cosa.
Creo que fue en una pel铆cula de ciencia ficci贸n (o quiz谩 en un poema) donde se dijo que somos “polvo de estrellas”. Suena bien, pero adem谩s es cierto. El pu帽ado de sales y minerales a que se puede reducir nuestro cuerpo valdr铆a en el mercado algo as铆 como $23.50 y no hay ninguno que no pueda encontrarse disperso en el universo conocido. Y qu茅 decir de nuestro ADN o de nuestras mol茅culas. El primero lo heredamos de una musara帽a de poco menos de diez cent铆metros que vivi贸 hace 210 millones de a帽os (morganucodon oehli). Y ls segundas… es posible que una de las que anduvieron por el dedo gordo del pie izquierdo de Ner贸n est茅 ahora alojada en la periferia de mi ombligo o en otra zona m谩s interesante. Quiero decir que una vez que pasamos a mejor vida (o peor, nadie sabe), nuestras mol茅culas se desparraman y se integran a otros seres o a otras cosas.
Es asombroso que esta humanidad nuestra haya logrado la haza帽a de poner hombres en la luna y lanzar m谩quinas inteligentes a las profundidades del espacio mientras permanece con una ignorancia supina respecto de nuestro propio planeta. Casi con la mano en la cintura se puso en 贸rbita el telescopio Hubble para fisgonear en las galaxias m谩s distantes, pero hasta hace unas cuantas d茅cadas los ge贸logos debat铆an y se mordisqueaban entre s铆 por diferencias sobre la edad de la tierra. Y no deja de ser una paradoja que mientras nuestro establisment cient铆fico-tecnol贸gico recientemente pudo pegarle con una sonda espacial a un cometa a un mill贸n de kil贸metros, no haya logrado meter en cintura a los agentes microsc贸picos que causan en Sida.
Por fortuna a lo largo de la historia notables hombres y mujeres han dedicado la vida a explicarse y explicarnos los misterior de nuestro entorno. Por ejemplo Albert Einstein, el m谩s notable hombre de ciencia del siglo XX que con s贸lo la fuerza de su mente, sin las supercomputadoras y los batallones de asistentes que hoy est谩n a disposici贸n de los investigadores en las universidades, pudo penetrar los enigmas del universo y explicarlos en un lenguaje llano e incluso encantador.
A los 26 a帽os produjo un documento de tres cuartillas y tres pasos titulado ¿La inercia de un cuerpo depende de su contenido de energ铆a? que es el antecedente de la f贸rmula matem谩tica m谩s conocida en el mundo: E=mc2 (pero si hoy se presentara al Conacyt muy probablemente ser铆a rechazado por carecer de marco te贸rico, bibliograf铆a y formato APA, de tal suerte que don Alberto no podr铆a estar en el Sistema Nacional de Investigadores).
En el Laboratorio de Inteligencia Artificial del Instituto Tecnol贸gico de Massachusetts, EUA, se perfecciona lo que se ha descrito como un “robot humano, con capacidades similares a las de una persona”. Esta m谩quina posee un “cerebro” integrado por 239 procesadores y puede “ver” gracias a cuatro c谩maras de v铆deo digital y distingue las facciones de sus creadores; mueve tronco, cabeza y brazos con la precisi贸n de un humano (no tiene piernas a煤n) y, gracias a su complejidad, es capaz de “aprender” de su medio ambiente. Se llama Cog. Seg煤n los tecn贸logos, los descendientes de este robot podr谩n estar a cargo de tareas peligrosas para el hombre, como apagar fuegos o pilotear naves espaciales en misiones a otros mundos. Y, digo yo, podr铆an tambi茅n operar las m谩quinas de muerte que en las guerras futuras emprendan las potencias, hasta que un d铆a una de esas m谩quinas cobre conciencia de s铆 misma y decida que los humanos son demasiado est煤pidos como para tenerlos alrededor.
Una de las intensas pol茅micas en el cristianismo (y supongo que tambi茅n en otras religiones), tiene que ver con el castigo a quienes violentan los preceptos, tuercen las reglas o, como decimos por ac谩, se pasan por el arco del triunfo los mandamientos. Este no es un asunto menor. A riesgo de simplificarlo, consiste en que en un universo regido por un dios infinitamente misericordioso, quienes reciben dones materiales y espirituales debieran ser los “buenos” o “virtuosos”, en tanto que las enfermedades y las desgracias caer铆an sobre los “malos”, o “pecadores”. El problema consiste en la frecuencia con que vemos lo contrario: personas limpias, bondadosas y justas van a la bancarrota, pierden a su familia y padecen c谩ncer de h铆gado, mientras que un Pinochet muere en cama rodeado de sus seres queridos y con abultadas cuentas bancarias. Para salvar este dilema sin poner en entredicho la sabidur铆a divina, surgi贸 la doctrina del castigo diferido. Es decir, Augusto, como tantos otros tiranos, pudo haber expirado tranquilo y rico, pero las almas de quienes su r茅gimen masacr贸 lo esperar铆an en la barca de Caronte para acompa帽arlo y depositarlo en la rosticer铆a eterna, y quiz谩 colaborar en los escarmientos reservados a los genocidas.
Bueno, es evidente que la proximidad de las fiestas decembrinas me ha secado el cacumen, as铆 que pongo punto final a estas disquisiciones.
Carta a Garc铆a
La columna de la semana pasada provoc贸 reacciones asaz diversas. Mientras que algunos se identificaron con Hubbard, otros satanizaron al mensajero (¡yo!) como enemigo de la humanidad y defensor del capitalismo salvaje, je, je.
Las profesoras Santiago y Montes la distribuyeron entre alumnos, profesores y autoridades universitarias. Desde Sevilla mi tocayo Veyrat recuerda que cuando era un joven militante antifranquista expres贸 sus dudas “a un viejo camarada exiliado desde la guerra civil, sobre una orden recibida desde Espa帽a, que yo deb铆a cumplir en Par铆s. Me cit贸 un art铆culo del manual del soldado sovi茅tico, pues hab铆a luchado en ese ej茅rcito durante la II Guerra Mundial; no recuerdo su n煤mero pero s铆 el contenido de aquella frase del catecismo militar: ‘¿Qu茅 es la iniciativa?: La mejor manera de cumplir una orden.’ Nunca lo olvid茅 y me lo ha recordado ahora tu art铆culo.”
En cambio Paco Blancas desde Tijuana critica: “Esta an茅cdota de la tal carta es una jalada incompleta y absurda, se ocupa un p谩rrafo para contarla y 4 hojas para tratar de explicarla. No s茅 de cuales ‘lideres’ se est谩 usted compadeciendo, los que yo conozco son gente arrogante que tratan a los dem谩s como si fueran tontos e inferiores, l铆deres s铆, de pacotilla, que no se ganan ni el respeto ni la consideraci贸n de nadie y que s贸lo ejercen el poder que ostentan, pasando sobre todo y sobre todos. Si usted es uno de ellos, o es un subordinado de ellos lo compadezco. Yo por mi parte no soy un ‘corre-ve-y-dile’ que haga las cosas porque me lo est谩 mandando un l铆der, yo no soy un lambe-huevos.”
Y mi admirado Musacchio me pone frente al pared贸n: “Creo que tu texto es una abierta invitaci贸n a que los subordinados acaten las 贸rdenes m谩s absurdas, lo que es norma en los ej茅rcitos, pero no en la vida. Es, tambi茅n, una desafortunada defensa del capitalismo salvaje, 茅se que no quiere personas, sino robots. El subordinado que duda sobre la validez de las 贸rdenes, el que inquiere en torno a las razones, es el que hace pensar a los jefes porque 茅l mismo piensa. De modo que... No me eche ingl茅s, joven (traducci贸n: no me chingues).”