Cuento de Eduardo P茅rsico
Cada palabra arrastra su propia memoria.
- Y al final del juego, el rey, la reina y los peones caen a la misma caja – balbuce贸 don Ricardo al juntar las piezas del ajedrez. Afuera el domingo pintaba algo anochecido y el viejo emprendi贸 un relato que Carlos, su enfermero, conoc铆a en detalles.
- Por el a帽o cuarenta en todo el pa铆s s贸lo veraneaban los bacanes, y Mar del Plata iba del asilo Unzu茅, la Perla, la Bristol y barrios de calles rellenadas con escombros del Casino viejo. Yo andaba por los veinte a帽os y ‘promesa del ajedrez nacional’ entr茅 a un torneo magistral en el hotel Provincial – ah铆 secaba la frase el viejo, recuperaba aire y segu铆a conque los extranjeros se juntaban a chupar whisky por litros y un espa帽ol muy divertido, al sentarse a jugar le propuso ‘si me aguantas cuarenta jugadas te pago a esa buscona que anda por ah铆’. Como por la movida cincuenta 茅l pudo ganarle el tipo cumpli贸 su palabra y la Bety lo visitar铆a en la habitaci贸n.
- Era hermosa, algo mayor que yo y como las cosas no salieron bien al repintarse los labios ella me prometi贸 que volver铆a por su cuenta – dijo don Ricardo que por ese rengl贸n sol铆a pedir ‘Carlitos, serv铆 dos vasos de vino, por favor’.
- Hoy a eso no lo acompa帽o, Ricardo – contest贸 el muchacho sin moverse de su lado.
- … as铆 que dos d铆as despu茅s la Bety volvi贸 a verme en el hotel; sin tacos altos ni medias negras ella era una piba com煤n de veinticinco a帽os que a sonrisa y ternura me ense帽ar铆a a jugar en la cama sin apremio. ‘En el amor nadie gana ni pierde, nene’, y ella que al nombrarla Beatriz se apret贸 a mi pecho como si me necesitara, esa tarde inaugur贸 mi sentir a una mujer entre mis brazos. Y pasados tantos a帽os, suele retornar la imagen de ella al irse ‘gracias por llamarme Beatriz pero yo ser茅 siempre la Bety’, y acariciarme la cara. Una visi贸n que revivo junto al momento de aquel 煤nico cuerpo que construimos juntos, algo que en mi a帽oranza ni le imagino los rigores del tiempo sobre nosotros dos. Algo extra帽o, ¿no?. Pero ella era una pupila de Mat铆as Arg眉ello que ah铆 pesaba mucho y la iba de taxista sobre un Nash de color verde. Un renombrado personaje que cierta noche le supo manotear el revolver de un malandra que lo apuntaba, ‘ma帽ana te lo devuelvo, guacho’, y con los a帽os su grito resonar铆a por la costa siempre m谩s estridente.
Desde la habitaci贸n se ve铆a a las sombras adue帽adas del patio y Carlos el enfermero, bien sab铆a que luego de cierto silencio el viejo hablar铆a de las fotograf铆as de los jugadores extranjeros en la Villa Ocampo con Victoria, la due帽a de casa, y enseguida entraba en unos fraseos divagantes y contradictorios. Nunca iguales eran esas invenciones que lo har铆an sentir mejor, admit铆a el enfermero y bien lo escuchaba, pero que en ese atardecer en retirada parecieron suspendidas. Iguala a otra parrafada que don Ricardo repet铆a con fruici贸n: ‘siempre recupero la mirada lluviosa de la Betty en un bar de Buenos Aires, cuando perdi贸 de vista al Arg眉ello y eligi贸 venirse conmigo a Barracas. La 茅poca del adi贸s a la ropa llamativa con medias negras aunque a toda hora 茅ramos dos cachorros insaciables. Aunque vos lo sab茅s, pibe, esta ciudad pareciera borrar a la gente pero nada le cost贸 al Arg眉ello encontrarme una tarde en el Argentino de Ajedrez. ¿Usted me busca, don?, me le anim茅, y quiz谩 por andar lejos de su 谩mbito aquel guapo perdi贸 firmeza y me invit贸 a charlar el asunto con buen modo, tomando un caf茅. Y si ust茅 est谩 seguro que ella vivir谩 mejor, yo me abro. Pero si no, ojo, me apur贸 pero yo me la jugu茅, Carlitos: Arg眉ello, v谩yase de aqu铆 tranquilo que yo s茅 bien lo que hago. Y el tipo se fue.
El enfermero prefer铆a no desangelar aquel desplante de guapeza imaginario que conten铆a cierto estilo, y esa vez el viejo tampoco pronunciar铆a.
- Viviendo en Buenos Aires un tiempo anduvimos bien, como ya te dije, hasta que al llevarla conmigo a un torneo en Necochea y todav铆a el apareo se fogoneaba por su cuenta, volvimos a pasarla mal. Peor que la primera vez y tal vez por eso yo perd铆 tan mal con Rosetto, y del regreso recupero el tornasol de la tarde sobre su pelo y que casi sin hablarnos nos bajamos los dos en Mar del Plata. Su mirada hab铆a perdido adolescencia y anduvimos la estaci贸n ferroviaria en silencio, si al fin una palabra o un roce aumentar铆a la pena. Y hasta supongo ver unos rasgos de neblina al partir el tren a Buenos Aires y all谩 la Bety, otra vez de cintura ajustada y medias oscuras subiendo al Nash del Arg眉ello. Reducida a ser siempre ella s贸lo en mi memoria - una frase que ya ni asomar铆a.
El enfermero no reprimi贸 una l谩grima al prolijarle un mech贸n de pelo y acomodar su cuerpo sobre la cama. Y reci茅n levant贸 el tel茅fono. (Dic.011)
Cada palabra arrastra su propia memoria.
- Y al final del juego, el rey, la reina y los peones caen a la misma caja – balbuce贸 don Ricardo al juntar las piezas del ajedrez. Afuera el domingo pintaba algo anochecido y el viejo emprendi贸 un relato que Carlos, su enfermero, conoc铆a en detalles.
- Por el a帽o cuarenta en todo el pa铆s s贸lo veraneaban los bacanes, y Mar del Plata iba del asilo Unzu茅, la Perla, la Bristol y barrios de calles rellenadas con escombros del Casino viejo. Yo andaba por los veinte a帽os y ‘promesa del ajedrez nacional’ entr茅 a un torneo magistral en el hotel Provincial – ah铆 secaba la frase el viejo, recuperaba aire y segu铆a conque los extranjeros se juntaban a chupar whisky por litros y un espa帽ol muy divertido, al sentarse a jugar le propuso ‘si me aguantas cuarenta jugadas te pago a esa buscona que anda por ah铆’. Como por la movida cincuenta 茅l pudo ganarle el tipo cumpli贸 su palabra y la Bety lo visitar铆a en la habitaci贸n.
- Era hermosa, algo mayor que yo y como las cosas no salieron bien al repintarse los labios ella me prometi贸 que volver铆a por su cuenta – dijo don Ricardo que por ese rengl贸n sol铆a pedir ‘Carlitos, serv铆 dos vasos de vino, por favor’.
- Hoy a eso no lo acompa帽o, Ricardo – contest贸 el muchacho sin moverse de su lado.
- … as铆 que dos d铆as despu茅s la Bety volvi贸 a verme en el hotel; sin tacos altos ni medias negras ella era una piba com煤n de veinticinco a帽os que a sonrisa y ternura me ense帽ar铆a a jugar en la cama sin apremio. ‘En el amor nadie gana ni pierde, nene’, y ella que al nombrarla Beatriz se apret贸 a mi pecho como si me necesitara, esa tarde inaugur贸 mi sentir a una mujer entre mis brazos. Y pasados tantos a帽os, suele retornar la imagen de ella al irse ‘gracias por llamarme Beatriz pero yo ser茅 siempre la Bety’, y acariciarme la cara. Una visi贸n que revivo junto al momento de aquel 煤nico cuerpo que construimos juntos, algo que en mi a帽oranza ni le imagino los rigores del tiempo sobre nosotros dos. Algo extra帽o, ¿no?. Pero ella era una pupila de Mat铆as Arg眉ello que ah铆 pesaba mucho y la iba de taxista sobre un Nash de color verde. Un renombrado personaje que cierta noche le supo manotear el revolver de un malandra que lo apuntaba, ‘ma帽ana te lo devuelvo, guacho’, y con los a帽os su grito resonar铆a por la costa siempre m谩s estridente.
Desde la habitaci贸n se ve铆a a las sombras adue帽adas del patio y Carlos el enfermero, bien sab铆a que luego de cierto silencio el viejo hablar铆a de las fotograf铆as de los jugadores extranjeros en la Villa Ocampo con Victoria, la due帽a de casa, y enseguida entraba en unos fraseos divagantes y contradictorios. Nunca iguales eran esas invenciones que lo har铆an sentir mejor, admit铆a el enfermero y bien lo escuchaba, pero que en ese atardecer en retirada parecieron suspendidas. Iguala a otra parrafada que don Ricardo repet铆a con fruici贸n: ‘siempre recupero la mirada lluviosa de la Betty en un bar de Buenos Aires, cuando perdi贸 de vista al Arg眉ello y eligi贸 venirse conmigo a Barracas. La 茅poca del adi贸s a la ropa llamativa con medias negras aunque a toda hora 茅ramos dos cachorros insaciables. Aunque vos lo sab茅s, pibe, esta ciudad pareciera borrar a la gente pero nada le cost贸 al Arg眉ello encontrarme una tarde en el Argentino de Ajedrez. ¿Usted me busca, don?, me le anim茅, y quiz谩 por andar lejos de su 谩mbito aquel guapo perdi贸 firmeza y me invit贸 a charlar el asunto con buen modo, tomando un caf茅. Y si ust茅 est谩 seguro que ella vivir谩 mejor, yo me abro. Pero si no, ojo, me apur贸 pero yo me la jugu茅, Carlitos: Arg眉ello, v谩yase de aqu铆 tranquilo que yo s茅 bien lo que hago. Y el tipo se fue.
El enfermero prefer铆a no desangelar aquel desplante de guapeza imaginario que conten铆a cierto estilo, y esa vez el viejo tampoco pronunciar铆a.
- Viviendo en Buenos Aires un tiempo anduvimos bien, como ya te dije, hasta que al llevarla conmigo a un torneo en Necochea y todav铆a el apareo se fogoneaba por su cuenta, volvimos a pasarla mal. Peor que la primera vez y tal vez por eso yo perd铆 tan mal con Rosetto, y del regreso recupero el tornasol de la tarde sobre su pelo y que casi sin hablarnos nos bajamos los dos en Mar del Plata. Su mirada hab铆a perdido adolescencia y anduvimos la estaci贸n ferroviaria en silencio, si al fin una palabra o un roce aumentar铆a la pena. Y hasta supongo ver unos rasgos de neblina al partir el tren a Buenos Aires y all谩 la Bety, otra vez de cintura ajustada y medias oscuras subiendo al Nash del Arg眉ello. Reducida a ser siempre ella s贸lo en mi memoria - una frase que ya ni asomar铆a.
El enfermero no reprimi贸 una l谩grima al prolijarle un mech贸n de pelo y acomodar su cuerpo sobre la cama. Y reci茅n levant贸 el tel茅fono. (Dic.011)