OPINI脫N de Ra煤l Wiener
A los que vivimos el impresionante proceso hacia el Congreso de Izquierda Unida a lo largo del a帽o 1988 y asistimos a lo que es hasta hoy el encuentro pol铆tico m谩s grande de la historia del Per煤: cuatro mil delegados elegidos en eventos distritales, provinciales y departamentales, en todo el pa铆s, los conceptos de apogeo y crisis de la izquierda peruana, que utiliza Alberto Adrianz茅n como t铆tulo de su 煤ltimo libro, no nos evocan a dos etapas diferenciadas como podr铆a parecerlo, sino a un mismo momento de la historia.
En otras palabras la izquierda alcanz贸 su punto m谩s alto un d铆a antes de dividirse y descalificarse como alternativa pol铆tica. Fue como si la inmensa responsabilidad de empezar a encarnar una fuerza de masas y tener al frente el proyecto m谩s ambicioso de la derecha peruana organizado alrededor del escritor Mario Vargas Llosa hubiese quedado demasiado grande y hubiera precipitado a llevar las contradicciones internas hacia la explosi贸n.
Muchos tal vez no saben que el sector que despu茅s se llamar铆a Acuerdo Socialista, se retir贸 del Congreso luego de ganar en la 煤nica votaci贸n con papeletas y en c谩mara secreta que hubo en el evento y que estuvo referido al tema de las formas de lucha. Como la diferencia fue muy estrecha y la victoria dependi贸 de los votos del “centro” (PCP, cristianos y otros), el sector que ten铆a un acuerdo con Barrantes se retir贸 afirmando que los radicales conciliaban con la violencia armada y que no hab铆a manera de mantener la unidad que hab铆a existido hasta entonces.
Entre los que se quedaron en la IU hab铆a los que saludaban que se fueran los “reformistas” y consideraban la ruptura una victoria y los que empezaron desde el primer instante a amagar entre los dos extremos convertidos en una especie de fiel de la balanza. El resultado fue que en medio de la bulla de la ruptura, ninguno se atrevi贸 a distanciarse demasiado del otro. El Acuerdo Socialista fue menos moderado de lo que promet铆a y de lo que se le acusaba, y la IU de los radicales se moder贸 a s铆 misma convirtiendo a Pease, que todos asociaban con Barrantes, en su nuevo rostro, de cariz m谩s bien acad茅mico y bajo filo pol铆tico.
Lo extra帽o de todo esto es que nadie parec铆a darse cuenta que nos est谩bamos suicidando; que el reto de ofrecerle al pa铆s una salida al schock de estabilizaci贸n que postulaba la derecha como 煤nico remedio para redistribuir el ingreso y comenzar un nuevo ciclo de acumulaci贸n, y al Estado de guerra que Vargas Llosa promet铆a encabezar para acabar con el terrorismo, se convert铆a en una ilusi贸n con una izquierda hecha flecos. En una etapa como la que viv铆a el Per煤 en 1990, lo que iban a chocar no eran simples posiciones para escoger sino voluntades reales de gobernar.
Nunca se vio en la izquierda peruana lo que despu茅s apareci贸 con Fujimori (un hombre casi solitario decidido a ganar), se volvi贸 a ver en Toledo y finalmente en Humala. Mucho se puede hablar de los caudillos mesi谩nicos y su capacidad para la mentira y el acomodo. Pero en la izquierda donde hab铆a much铆simos jefes no hab铆a convicci贸n de poder. Ni Barrantes que tuvo todo para reunir una mayor铆a en torno suyo, ni mucho menos en los dem谩s dirigentes. Se puede hablar de caudillismo hacia adentro de los partidos, pero no de grandes caudillos de izquierda, capaces de atravesar el desierto y de ganar.
A los que vivimos el impresionante proceso hacia el Congreso de Izquierda Unida a lo largo del a帽o 1988 y asistimos a lo que es hasta hoy el encuentro pol铆tico m谩s grande de la historia del Per煤: cuatro mil delegados elegidos en eventos distritales, provinciales y departamentales, en todo el pa铆s, los conceptos de apogeo y crisis de la izquierda peruana, que utiliza Alberto Adrianz茅n como t铆tulo de su 煤ltimo libro, no nos evocan a dos etapas diferenciadas como podr铆a parecerlo, sino a un mismo momento de la historia.
En otras palabras la izquierda alcanz贸 su punto m谩s alto un d铆a antes de dividirse y descalificarse como alternativa pol铆tica. Fue como si la inmensa responsabilidad de empezar a encarnar una fuerza de masas y tener al frente el proyecto m谩s ambicioso de la derecha peruana organizado alrededor del escritor Mario Vargas Llosa hubiese quedado demasiado grande y hubiera precipitado a llevar las contradicciones internas hacia la explosi贸n.
Muchos tal vez no saben que el sector que despu茅s se llamar铆a Acuerdo Socialista, se retir贸 del Congreso luego de ganar en la 煤nica votaci贸n con papeletas y en c谩mara secreta que hubo en el evento y que estuvo referido al tema de las formas de lucha. Como la diferencia fue muy estrecha y la victoria dependi贸 de los votos del “centro” (PCP, cristianos y otros), el sector que ten铆a un acuerdo con Barrantes se retir贸 afirmando que los radicales conciliaban con la violencia armada y que no hab铆a manera de mantener la unidad que hab铆a existido hasta entonces.
Entre los que se quedaron en la IU hab铆a los que saludaban que se fueran los “reformistas” y consideraban la ruptura una victoria y los que empezaron desde el primer instante a amagar entre los dos extremos convertidos en una especie de fiel de la balanza. El resultado fue que en medio de la bulla de la ruptura, ninguno se atrevi贸 a distanciarse demasiado del otro. El Acuerdo Socialista fue menos moderado de lo que promet铆a y de lo que se le acusaba, y la IU de los radicales se moder贸 a s铆 misma convirtiendo a Pease, que todos asociaban con Barrantes, en su nuevo rostro, de cariz m谩s bien acad茅mico y bajo filo pol铆tico.
Lo extra帽o de todo esto es que nadie parec铆a darse cuenta que nos est谩bamos suicidando; que el reto de ofrecerle al pa铆s una salida al schock de estabilizaci贸n que postulaba la derecha como 煤nico remedio para redistribuir el ingreso y comenzar un nuevo ciclo de acumulaci贸n, y al Estado de guerra que Vargas Llosa promet铆a encabezar para acabar con el terrorismo, se convert铆a en una ilusi贸n con una izquierda hecha flecos. En una etapa como la que viv铆a el Per煤 en 1990, lo que iban a chocar no eran simples posiciones para escoger sino voluntades reales de gobernar.
Nunca se vio en la izquierda peruana lo que despu茅s apareci贸 con Fujimori (un hombre casi solitario decidido a ganar), se volvi贸 a ver en Toledo y finalmente en Humala. Mucho se puede hablar de los caudillos mesi谩nicos y su capacidad para la mentira y el acomodo. Pero en la izquierda donde hab铆a much铆simos jefes no hab铆a convicci贸n de poder. Ni Barrantes que tuvo todo para reunir una mayor铆a en torno suyo, ni mucho menos en los dem谩s dirigentes. Se puede hablar de caudillismo hacia adentro de los partidos, pero no de grandes caudillos de izquierda, capaces de atravesar el desierto y de ganar.