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La música: elemento de identidad en el ser humano

OPINIÓN de  Marta Herraiz Portillo   

El ser humano que habita en cada uno de nosotros nos diferencia del resto de los seres vivos por nuestra capacidad de emocionarnos, y es así como la música consigue explorar y penetrar en nuestra conciencia emocional, transfiriéndonos una serie de emociones y sentimientos que forman parte de nuestra historia sonoro-musical. Este archivo sonoro que cada uno almacenamos dentro nos genera una identidad, por un lado individual como seres autónomos y únicos, y por otro como parte de un grupo social y de una forma más global se convierte en un lenguaje emocional que nos conmueve como seres humanos universales. Pero, ¿qué papel juega y ha jugado la música como elemento de identidad?.

La música o los sonidos musicales están completamente inmersos en nuestras vidas, y tal es así que desarrollan un papel fundamental en el inconsciente individual y colectivo de las personas. Si la música no fuera más que una serie de estructuras artificiales, comparables a imágenes decorativas, nos proporcionaría un placer estético, pero nada más. Sin embargo, puede hacernos llorar, generarnos un placer intenso, o nos ayuda a recrear situaciones pasadas, es decir, tiene una estrecha relación con los sentimientos, y no puede considerarse como un simple sistema incorpóreo de relaciones entre sonidos.

Desde el seno materno

Numerosas investigaciones que toman como punto de partida al niño que se encuentra en el seno materno han demostrado que éste reacciona tanto al ruido no estructurado como a la música con movimientos que su madre puede sentir. Tras el nacimiento, el intercambio vocal entre la madre y el niño sigue contribuyendo a una relación muy determinante para su desarrollo emocional como adulto. En este sentido, la música y las declamaciones melódicas se convierten en un elemento de identidad del niño, teniendo su origen en los intercambios verbales rituales que se producen entre la madre y el bebé durante su primer año de vida. En este tipo de intercambios, los elementos más importantes del lenguaje son los relativos a la expresión emocional y no aquellos que contribuyen a información objetiva, es decir, al significado léxico gramatical. Por tanto, los niños, al igual que los hombres primitivos, cantan, lloran y balbucean sonidos para expresar sus sentimientos y sus necesidades como paso previo a hablar para expresar sus pensamientos.

Desde este punto de vista y dada la deshumanización tan acuciante que se está produciendo en las sociedades modernas invadidas por tecnologías de comunicación artificiales, cada vez se hace más necesario volver la vista atrás y recuperar los instintos comunicativos para que un ser humano nazca y se desarrolle emocionalmente de forma satisfactoria. La utilización de la propia música en general y del canto en particular, como elemento identitario del niño favorecen este desarrollo.

Actualmente, en diferentes programas de Musicoterapia y de canto prenatal, existen numerosas prácticas donde se busca un mayor fortalecimiento del vínculo entre la madre y su hijo a través de la creación de canciones propias, de melodías y ritmos que asocian el componente emocional de la madre con su hijo para que le sostenga en su desarrollo posterior.  

Pero la propia naturaleza es sabia y encontramos preciosos ejemplos de estas prácticas en sociedades menos evolucionadas tecnológicamente y más atentas a la capacidad emocional inherente en el ser humano. Así, podemos citar el que nos relata la escritora Tolba Phanem. Esta luchadora africana por los derechos civiles de las mujeres cuenta que  “...cuando una mujer de cierta tribu de África sabe que está embarazada, se interna en la selva con otras mujeres y juntas rezan y meditan hasta que aparece la canción del niño. Saben que cada alma tiene su propia vibración que expresa su particularidad, unicidad y propósito. Las mujeres entonan la canción y la cantan en voz alta. Luego retornan a la tribu y se la enseñan a todos los demás. Cuando nace el niño, la comunidad se junta y le cantan su canción. Luego, cuando el niño comienza su educación, el pueblo se junta y le canta su canción. Cuando se inicia como adulto, la gente se junta nuevamente y canta. Cuando llega el momento de su casamiento, la persona escucha su canción. Finalmente, cuando el alma va a irse de este mundo, la familia y amigos se acercan a su casa e igual que para su nacimiento, le cantan su canción para acompañarlo en su transición. En esta tribu de África hay otra ocasión en la cual los pobladores cantan la canción. Si en algún momento durante su vida, la persona comete un crimen o un acto social aberrante, se le lleva al centro del poblado y cantan su canción. La tribu reconoce que la corrección para las conductas antisociales no es el castigo, es el amor y el recuerdo de su verdadera identidad. Cuando reconocemos nuestra propia canción ya no tenemos deseos ni necesidad de hacer nada que pueda dañar a otros. Tus amigos conocen tu canción y te la cantan cuando la olvidaste. Aquellos que te aman no pueden ser engañados por los errores que cometes o las oscuras imágenes que muestras a los demás. Ellos recuerdan tu belleza cuando te sientes feo, tu totalidad cuando estás quebrado, tu inocencia cuando te sientes culpable y tu propósito cuando estás confundido [1]”.

Através de este ejemplo podemos observar que la música aporta una identidad individual y única del ser humano, arropándole al mismo tiempo con un grupo social, pues somos seres que necesitamos de la comunidad para nuestra supervivencia física y emocional.

Identidad social y universal

Al considerar la música como un elemento de identidad social vemos que en las diferentes culturas los seres humanos utilizan el ritmo y la melodía para aliviar conflictos emocionales. Un humano que canta colectivamente, con un modelo de ritmo y melodía acordado y sentido culturalmente, proporciona una forma de emoción compartida que, por lo menos durante su desarrollo, extasía a los participantes experimentando respuestas emocionales muy similares. Ésta es la fuente de solidaridad y buena voluntad que genera el canto coral entre sus participantes: el despertar psicológico de los cantantes está sincronizado y en armonía, aunque sea durante un breve instante temporal. Impregna la conciencia colectiva no dando cabida a situaciones perjudiciales para el individuo, pues mientras dos o más personas se expresan musicalmente no existe posibilidad de conflicto.

Si echamos la vista atrás, ya en la Antigüedad los griegos pensaban que el estudio del canto y de la interpretación de la lira debía formar parte de la educación de todo ciudadano libre. La música era un elemento importante en las fiestas domésticas, los banquetes y los rituales religiosos. En la actualidad, herederos o no de la tradición de la Grecia clásica, muchas sociedades y culturas utilizan la música en su quehacer cotidiano para potenciar y subrayar determinadas acciones y acontecimientos vitales, generando una identidad cultural y social.

Aeste respecto, el antropólogo Raymond Firth, estudioso de la organización económica, la estructura social, la religión y la simbología de las sociedades etnográficas del Pacífico, escribió con respecto a la función que la música aportaba a los habitantes de la Isla de Tikopia: “Por norma, incluso las canciones no se componen con la simple finalidad de ser escuchadas por placer, sino que tienen una función: son cantos fúnebres, el acompañamiento para una danza o serenatas amorosas” [2]. Este autor observó como diferentes actos rituales donde la música tenía un papel imprescindible generaban una identidad social en donde el concepto del individuo como identidad diferenciada quedaba fusionado con la organización grupal de pertenencia.

Pero no nos olvidemos de que, aunque la música consigue generar una identidad individual como seres únicos y diferenciados. una identidad social, dentro de una estructura cultural con la que nos identificamos en nuestro medio familiar y social, también nos transfiere una identidad universal como seres humanos que independientemente de la personalidad que nos define y de la cultura con la que nos identificamos, nos hace formar parte de un flujo sonoro y de movimiento global que nos hace reaccionar, sentir y emocionarnos como personas que forman parte de una misma unidad. Así, todas las culturas, todas las sociedades, tanto de Oriente como de Occidente se integran dentro de ese mismo canal movilizador de emociones que produce la música, apaciguando y acompañando las diferencias entre unos y otros en la búsqueda de un bienestar común.

*Marta Herraiz Portillo es profesora de Secundaria en la especialidad de Música y Musicoterapeuta. Este artículo ha sido publicado en el nº 50 de Pueblos - Revista de Información y Debate , primer trimestre de 2012




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