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Ana Ponce e Ivo Rovira captan la mirada de la ceguera

EL SALERO/ AGENCIAS.- La fotógrafa Ana Ponce  y el fotógrafo Ivo Rovira han captado la mirada de las personas ciegas en Etiopía, en su libro Los ojos que no ven. El proyecto ha visto la luz tras trece meses de trabajo, dos viajes al país africano y el patrocinio de la ONCE para retratar la realidad de sus ciudadanas y ciudadanos.

El viaje de Gidela
Ana Rovira e Ivo Ponce han explicado que se embarcaron en este proyecto de casualidad después de perder un avión en Estambul que les llevaba a Addis Abeba (Etiopía).

Durante el tiempo de espera coincidieron con Julio de la Cámara y Pilar, dos cooperantes de la ONG Proyecto Visión. "Compartimos un día entero con ellos y decidimos reencontrarnos en la clínica de Mekele donde operaban y visitaban -desde hace más de 17 años- los problemas de la vista que sufre una gran parte de la población etíope debido a enfermedades o accidentes", ha indicado Rovira.

El proyecto fue tomando forma poco a poco una vez comprobaron en persona lo que significa ser ciego en un país como Etiopía. "Intentamos comprender y entender cómo debe ser perder la visión en un país así, intentar convivir y vivir totalmente ciegos durante largos años y un buen día, sin esperarlo, recuperar la vista en tan solo un día", han señalado.

La ONG Proyecto Visión se dedica a operar a personas ciegas no congénitas en la clínica que tienen en Mekele. Una vez llegaron al centro, "tras tres semanas recorriendo el país", su mirada "se cruzó con multitud de ojos enfermos esperando ser visitados y operados".

En ese momento, en el que se encontraban en el vestíbulo de la clínica, les vinieron a la memoria imágenes recurrentes del país que habían visitado de sur a norte durante las últimas tres semanas.

"Mujeres y niñas recogiendo agua en pequeños pozos excavados en la tierra, completa carencia de higiene, moscas adheridas a los ojos, y vemos en sus ojos enfermos el resultado de una vida difícil, casi imposible", han recordado.

EL VIAJE DE GIDELA


Gidela despertó junto a su hija con la primera luz del amanecer. Abrió los ojos sin ver nada. Hace 10 años los primeros síntomas de cataratas aparecieron en sus ojos nublándole progresivamente la vista hasta dejarla en total oscuridad. Birhanu, el enfermero cualificado etíope que trabaja para la ONG Proyecto Visión, se presentó un día en su casa. La exploró y le dijo que su ceguera tenía cura. Le entregó un pequeño papel de color rosa citándola en la Saint Louise Eye Clinic de Mekele para ser operada. Calentaron agua, prepararon té, comieron algo de pan y comprobaron que entre sus cosas estaba el papel que Birhanu les dio. Hoy debían viajar hasta Mekele. El viaje fue largo, el local bus hacía muchas paradas en el camino y la intensa lluvia no facilitaba las cosas. La hija de Gidela, nerviosa e ilusionada, miraba por la ventanilla intentando imaginar cómo sería su vida después de la operación. Llegaron a Mekele junto a otro grupo de invidentes que también estaban citados en la St. Louise Eye Clinic. Gidela agarraba con fuerza el brazo de su hija. Desde que perdió la vista apenas había salido de su casa. La ciudad bullía de actividad, caminando en grupo desde la estación de autobuses llegaron hasta la puerta de la clínica. Nadie les preguntó más de lo necesario. El nombre de su madre, el lugar donde vivían, una huella dactilar y poco más. Un pequeño censo de la gente que pasaba por la clínica. Gentes del Tigray esperaban sentadas, en calma y sin ninguna prisa, a que alguien las llamase. Después de un tiempo de espera un enfermero acompañó a Gidela a una pequeña habitación. Entró de la mano de su hija, sin preguntas, siguiendo las indicaciones del enfermero se sentó en un taburete. Permaneció así durante un tiempo sin saber hacia dónde dirigir la mirada pues oía palabras incomprensibles en una lengua que desconocía. Al rato alguien le explicó en tigriña la postura que debía adoptar. Hizo lo que le indicaban. Colocó la barbilla sobre la mentonera de acero curvo y frío. Sintió a alguien muy cerca de ella, la voz que oyó la tranquilizó, era Birhanu de nuevo. Le realizaron múltiples pruebas; sin dolor ni molestia alguna se limitaba a seguir las indicaciones. Acabadas dichas pruebas sintió como le ponían un trozo de esparadrapo sobre la ceja izquierda indicando el ojo a operar. Fuera, en el pasillo que unía las distintas salas, la hija de Gidela observaba con atención las idas y venidas de los enfermeros. Mientras, en la sala comedor, los familiares de los enfermos compartían injera mirando la tele mal sintonizada. En otra sala, el olor a café tostado auguraba una “coffee ceremony”.Gidela salió de la habitación y se sentó en un banco junto a otros enfermos esperando a ser operada. Entró en la sala que precedía al quirófano de la mano de una mujer. Se vistió con una bata larga limpia y se lavó las manos y los pies en un barreño con agua fría. Tras colocarle un gorro la hicieron pasar a la sala de anestesia.
Las cosas se sucedieron de forma rápida: una pinza en un dedo para tomarle la tensión, un pinchazo ligero en un ojo y un globo relleno de arena para distribuir la anestesia. La llevaron al quirófano. Se tumbó en una cama y sintió movimiento a su alrededor. Una enfermera preparaba su ojo para la operación. Sin pronunciar palabra, quieta sobre la cama de operaciones, Gidela se estremeció. Había llegado el momento tan esperado. Un oftalmólogo de la ONG Proyecto Visión le quitaría para siempre esa venda blanca que la llenaba de oscuridad.Treinta minutos más tarde oyó una voz amable y reconfortante que la despertó de su sopor. Supo que todo había ido bien. Que en poco tiempo volvería a ver.Su hija, lágrimas en los ojos, la esperaba a la salida del quirófano. Ayudó a su madre a tumbarse en un camastro en una de las habitaciones preparadas para el post-operatorio. Las camas se fueron llenando de pacientes con los ojos vendados. Las conversaciones, los murmullos de esperanza empezaron a elevarse en la sala. Mañana por la mañana, una vez quitadas las vendas, los ojos empezarían a filtrar la luz, al principio toscamente para acabar viéndolo todo con nitidez.
Gidela se durmió soñando con cual sería la primera imagen de su nueva vida.


La obra de 142 páginas está editada en castellano, catalán e inglés y cuenta con 104 fotografías. El libro se divide en tres partes. La primera se centra en el Viaje de Gidela. Aquí tanto Ponce como Rovira se centran en retratar a Gidela, una mujer ciega por cataratas desde hace muchos años, hasta que la operaron y le devolvieron la visión.

El proyecto fotográfico comenzó el día de antes en su casa, su trayecto hasta la clínica acompañada de su hija como lazarillo y las pruebas médicas preoperatorias. La intervención se desarrolló satisfactoriamente y Gidela volvió a su casa un día después con la visión recuperada.

La segunda parte del libro se centra en Los ojos del Tigrayque es la provincia donde se encuentra la clínica. Esta sección del libro es una serie de retratos de lugares y personas que muestra cómo son las gentes de esta zona y su cultura.


El Tigray es la más septentrional de las nueve regiones étnicas de Etiopía. Es el hogar de la etnia tigray, su capital, Mekele. Limita al norte con Eritrea, al oeste con Sudán, al este con la región de Afar, y al sur con la región de Amhara. De acuerdo con el censo de población en 2007, la región Tigray tenía una población total estimada de 4.314.456 personas, con una superficie estimada de 50.078,64 kilómetros cuadrados y un volumen aproximado de 985.654 casas, con un promedio de 4,4 personas por casa. El grupo étnico predominante en la región es el Tigré (96,5%), con presencia de otros grupos como los Amhara, los Afar, los Agaw, Oromo y los Kunama. La mayoría de la población profesa la religión cristiano copta etíope, seguida de la musulmana. El pueblo tigray (tigré o tigriña) es un grupo étnico que se encuentra emplazado preferentemente en el sur, centro y norte de Eritrea y en la zona montañosa septentrional de la región de Tigray. En Etiopía constituyen aproximadamente el 6,2% de la población total del país y en Eritrea alcanzan el 47% de su población total. Su lengua es el tigriña que también es oficial en Eritrea. La población urbana de la región equivale al 19,53% del total de población. La mayoría de la población Tigriña se dedica a la agricultura. Las regiones montañosas de Tigray reciben escasas lluvias, y solo durante un par de meses al año. Normalmente el campo se cubre con cactus y otro follaje de clima seco. Ser agricultor en estas condiciones es algo muy duro.
Llegar a Mekele desde Addis Abeba nos costó dos días. Dos días en los que circulamos por la carretera que une Addis con Mekele, capital del Tigray y más lejos con la frontera de Eritrea. En cuanto accedes al Tigray algo cambia. No es cosa sólo del paisaje, que se va tornando más agreste, más pétreo. Los campos de labranza, a orillas de los lagos, pronto desaparecen. Todo es piedra, rocas, montañas despobladas y muchas casas de barro con techos de uralita.Pero hay algo más. Algo que al principio se te escapa. Y cuando te das cuenta te paralizas, enmudeces, meditas. No ves a casi nadie como tú. No queda casi nadie de tu misma edad. Muchos niños y ancianos, pero no quedan casi adultos. Toda la gente de entre 25 y 45 años aproximadamente está desaparecida. El SIDA y la guerra con Eritrea, terminada hace poco más de 10 años han sido implacables con estas gentes. Sin embargo se mantienen fuertes, orgullosos y elegantes. Sus miradas, sus saludos hombro con hombro mientras te aprietan una mano son firmes y amistosas. Tras regresar de nuestro primer viaje de la St. Louise Eye Clinic en Mekele, supimos con certeza que queríamos trabajar allí el tema del retrato. Viajamos esta segunda vez con los flashes de estudio en la maleta para poder fotografiar con una luz constante. Las salas de descanso y postoperatorio del hospital vacías de camas y gente durante algunas horas al día podían servirnos de estudio fotográfico improvisado. Gentes de toda la provincia del Tigray entraban en el recinto del convento “Daughters of Charity” en el que se hallaba ubicada la clínica. A través de sus caras, de sus ropas, de los tatuajes de sus mujeres, joyas y escarificaciones alrededor de los ojos uno sigue intentando entender sus costumbres, cultura y religiones. Nunca antes habían sido retratados y pese a ello nos miraban directos a cámara. Sus ojos nos muestran las enfermedades que muchos de ellos han contraído. Glaucoma, Cataratas, Tracoma, golpes con las astas de un buey, infecciones provocadas por la falta de agua y las moscas. La serie de retratos que allí hicimos muestra a los pacientes, familiares, lazarillos y enfermos que posaron para nosotros durante los días que estuvimos en el hospital.



La tercera parte de la obra Instantáneas de un país es una selección de imágenes que muestran Etiopía de sur a norte. En ella se pueden ver rastros de guerras recién terminadas y las consecuencias de las hambrunas, entre otras cosas.

Etiopía, oficialmente la República Democrática Federal de Etiopía (en amárico, Ityop’iya), antiguamente conocida como Abisinia o Alta Æthiopía, es un país situado en el Cuerno de África. Es el segundo país más poblado de África, con aproximadamente 85.000.000 de habitantes, después de Nigeria y por delante de Egipto. Limita al norte con Eritrea, al noreste con Yibuti, al este con Somalia, al sur con Kenia y al oeste con Sudán y Sudán del Sur. Tras la independencia de Eritrea, Etiópía se convirtió en un estado sin litoral, dependiendo en gran medida de Yibuti para sus exportaciones marítimas. Con 1.127.127 km2, Etiopía es el vigésimo séptimo país más extenso del mundo. La economía de Etiopía está basada en la agricultura que absorbe el 45% del Producto Interior Bruto, el 90% de las exportaciones y el 80% de la mano de obra. El producto principal es el café destinado en su casi integridad a la exportación, del que viven directa o indirectamente el 25% de la población. Este alto volumen, unido a la variabilidad de los precios internacionales del café, hacen que la balanza exportadora sea muy vulnerable. Los procesos de sequía, agravados en la década de los 80 del siglo XX, además de la larga guerra civil, convirtieron grandes extensiones de terreno de cultivo en áridas o semiáridas, en parte por las condiciones climáticas, en parte por la tala de árboles para leña. Los desplazamientos de población y de refugiados con ocasión de las múltiples guerras con Eritrea, facilitaron el asentamiento de gran número de población en zonas con apenas recursos agrícolas y ganaderos, lo que provocó hambrunas y persistentes degradaciones del suelo que no se ha recuperado. En la actualidad, y tras la firma de la paz definitiva con Eritrea, el número de personas dependientes de la ayuda interior o exterior para la supervivencia se ha reducido de 4,5 millones de personas en 1999, a 2,7 millones de personas en 2003. Único entre los países africanos, Etiopía nunca ha sido colonizada, manteniendo su independencia durante toda la Repartición de África, excepto por un periodo de cinco años (1936-1941), cuando estuvo bajo la ocupación italiana. Es también la segunda nación más antigua del mundo en adoptar el cristianismo como religión oficial después de Armenia. Etiopía fue miembro de la Sociedad de Naciones, firmó la Declaración de las Naciones Unidas en 1942, fundó la sede de la ONU en África, fue uno de los 51 miembros originales de las Naciones Unidas y es uno de los miembros fundadores de la antigua OUA y actual UA. Su capital y ciudad más grande y poblada es Addis Abeba. El nombre Etiopía se deriva del griego Αἰθιοπία Æthiopia, proveniente a su vez de ΑÆthiops ‘etíope’ que en griego significaría “de cara quemada” (αιθ- quemada ὄψ cara). No obstante, antiguas fuentes etíopes afirman que el nombre deriva de “’Ityopp’is” (hijo del bíblico Cush) fundador legendario de la ciudad de Axum.



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