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Capital financiero, Estado y crisis econ贸mica en Europa

OPINI脫N de Nacho 脕lvarez   

A lo largo de la historia del capitalismo se han sucedido diversos periodos, en cada uno de los cuales la interrelaci贸n de los elementos que articulan el proceso de acumulaci贸n se ha producido de forma distinta. As铆, el papel que ha tenido el Estado en la econom铆a, el rol que ha jugado el capital financiero o la conformaci贸n de un determinado patr贸n de distribuci贸n de la renta son elementos que se han relacionado de forma diversa seg煤n el periodo hist贸rico.

Conquistas sociales, “represi贸n financiera” y modelo de acumulaci贸n posb茅lico

En El 18 brumario de Luis Bonaparte Marx afirma que hay grandes hechos que se presentan dos veces a lo largo de la historia: una como tragedia y la otra como farsa. Sin embargo, comprobamos hoy d铆a como una misma tragedia puede repetirse con escasas variaciones, y sin necesidad siquiera de la sutileza que caracteriza a la farsa.

En 1929 estall贸 una profunda crisis que hundi贸 a la econom铆a mundial en la Gran Depresi贸n. En el estallido de dicha crisis tuvo un papel crucial la hegemon铆a del capital financiero y la formaci贸n de una enorme burbuja accionarial. El desempleo y la pobreza se dispararon en EEUU y en Europa. Durante la d茅cada siguiente y, de nuevo, al finalizar la II Guerra Mundial diversos pa铆ses europeos vivieron situaciones de intensa confrontaci贸n pol铆tica y social, dadas las dur铆simas condiciones laborales y las enormes necesidades sociales existentes en el momento. Dicha confrontaci贸n fue particularmente intensa en aquellos pa铆ses donde el movimiento sindical ten铆a fuerza.

En mayo de 1936 el Frente Popular gana las elecciones en Francia. Ese mismo mes estalla una oleada de huelgas y ocupaciones por todo el pa铆s (casi 10.000 ocupaciones, 3 millones de huelguistas), que empuja a las organizaciones patronales –y tambi茅n al propio gobierno de L茅on Blum– a aceptar en los Acuerdos de Matignon las principales reivindicaciones del movimiento sindical: subida generalizada de los salarios, jornada laboral de 40 horas semanales, vacaciones pagadas, libertad sindical y establecimiento de convenios colectivos.

Tras la II Guerra Mundial, en las elecciones brit谩nicas de 1945 el conservador Winston Churchill fue sorprendentemente derrotado por el candidato laborista Clement Attlee, que recog铆a en su programa electoral las principales aspiraciones del pujante movimiento sindical brit谩nico: pleno empleo, asistencia sanitaria universal y gratuita, reforma fiscal progresiva y sistema de protecci贸n social “desde la cuna hasta la tumba”. El Partido Comunista Italiano –con un fort铆simo peso electoral– form贸 parte tras las elecciones de 1946 del gobierno de coalici贸n nacional, del que ser铆a expulsado un a帽o despu茅s bajo las presiones de la administraci贸n Truman como prerrequisito para la puesta en marcha del Plan Marshall. En Francia, el enorme prestigio que hab铆a acumulado el Partido Comunista Franc茅s en la lucha contra el fascismo le llev贸 a ser la fuerza pol铆tica m谩s votada en las elecciones a la Asamblea Nacional de Noviembre de 1946.

Al finalizar la II Guerra Mundial las pujantes organizaciones pol铆ticas y sindicales de la clase trabajadora estaban bajo el control de la socialdemocracia, por un lado, y del estalinismo, por otro. Esto impidi贸 que los movimientos de masas del momento desembocasen en procesos abiertamente revolucionarios. No obstante, la fortaleza de estos movimientos arranc贸 importantes concesiones a las patronales de los respectivos pa铆ses.

As铆, se consiguen incrustar en el aparato del Estado conquistas sociales y democr谩ticas relativamente ajenas a la l贸gica de la rentabilidad, dando lugar a nuevos marcos institucionales espec铆ficos de los pa铆ses europeos: sistemas universales de protecci贸n social, reg铆menes tributarios basados en una fuerte progresividad fiscal, pleno empleo como condici贸n y derecho b谩sico de ciudadan铆a, nacionalizaci贸n de los sectores econ贸micos estrat茅gicos, profunda regulaci贸n de los distintos mercados y, especialmente, del sector financiero (identificado como responsable de la Gran Depresi贸n de los a帽os treinta), etc. Se despliega con ello el programa hist贸rico de la socialdemocracia, en su doble alcance: contenci贸n del movimiento obrero en el marco del capitalismo y conquista del Estado a fin de utilizarlo como herramienta de progreso social.

El modelo de acumulaci贸n posb茅lico –铆ntimamente vinculado a las conquistas arrancadas por el movimiento obrero durante estos a帽os– se articula en Europa en torno a los siguientes elementos: un progresivo crecimiento del empleo, que permite un intenso incremento del consumo y la demanda agregada; un avance de la productividad que sostiene la rentabilidad y, con ello, la inversi贸n empresarial; un proceso de redistribuci贸n de rentas a favor de los salarios, al crecer 茅stos por encima de la productividad; un Estado que acompa帽a la progresi贸n regular de la demanda agregada mediante pol铆ticas econ贸micas monetarias y fiscales expansivas; la institucionalizaci贸n de los procesos de negociaci贸n colectiva entre patronal y sindicatos a nivel sectorial y nacional, estructur谩ndose con ello el marco de las relaciones laborales y el conflicto social; y, finalmente, una f茅rrea regulaci贸n p煤blica sobre el sector financiero y bancario, que subordina las prioridades del capital financiero a las necesidades de financiaci贸n de la actividad productiva y yugula la tendencia inherente del sistema capitalista al sobreendeudamiento.

No obstante, no debe idealizarse el papel que cumple el Estado a favor de los intereses de la mayor铆a social durante este periodo, en la medida en que la consolidaci贸n del Estado del Bienestar y su mantenimiento en el tiempo dependen en 煤ltima instancia del grado de organizaci贸n y de la capacidad de reivindicaci贸n de la clase trabajadora.

Neoliberalismo y restauraci贸n de la hegemon铆a financiera

La profunda crisis de rentabilidad que atraviesan las econom铆as desarrolladas desde principios de la d茅cada de 1970 –determinada por la din谩mica de sobreacumulaci贸n, la p茅rdida de eficiencia de las nuevas inversiones y las dificultades crecientes de valorizaci贸n– supondr谩 la quiebra del modelo de acumulaci贸n posb茅lico.

Las crisis capitalistas son momentos de profunda reconfiguraci贸n econ贸mica, pero tambi茅n pol铆tica y social. El fuerte incremento del desempleo, junto con los l铆mites que mostraba el instrumental keynesiano para enfrentar la crisis, facilitaron que las clases dominantes impulsasen una ofensiva para recuperar el terreno perdido durante las d茅cadas anteriores, imponiendo las denominadas medidas neoliberales: privatizaciones generalizadas, apertura externa de las econom铆as e impulso del proceso de mundializaci贸n, liberalizaci贸n de los mercados de bienes y servicios, desreglamentaci贸n de la esfera financiera, flexibilizaci贸n de los mercados de trabajo, etc.

En particular, dos fueron los pilares sobre los que se asent贸 a partir de 1980 la estrategia neoliberal: en primer lugar, quebrar la capacidad contractual del movimiento sindical (inicialmente en EEUU y Reino Unido, posteriormente tambi茅n en la Europa continental); en segundo lugar, atender las exigencias de los actores financieros, fortalecidos durante la d茅cada de 1970 como consecuencia del reciclaje de los petrod贸lares y de la ruptura del sistema monetario internacional de Bretton Woods.

Estas medidas conllevaron una importante transformaci贸n del papel que el Estado y el capital financiero desempe帽aban en la econom铆a. Despu茅s de tres d茅cadas en las que los poderes p煤blicos hab铆an impuesto un “cors茅” a la banca, la generalizada desreglamentaci贸n de este sector posibilit贸 la restauraci贸n de la hegemon铆a financiera (tan caracter铆stica de las d茅cadas de principios del siglo XX). El resto de conquistas sociales alcanzadas al terminar la II Guerra Mundial pasaban a situarse igualmente en el punto de mira, inici谩ndose una erosi贸n paulatina que se extender铆a –con mayor o menor intensidad seg煤n los pa铆ses– a lo largo de las d茅cadas de 1980, 1990 y 2000.

La ideolog铆a neoliberal predicaba una progresiva retirada del Estado de la econom铆a. Sin embargo, el salto entre el discurso y la realidad fue siempre apreciable: el Estado no se retirar谩 durante el periodo neoliberal de la econom铆a, sino que modificar谩 sus pautas de intervenci贸n para ponerse al servicio de la nueva hegemon铆a financiera. El Estado, que hab铆a sido el marco institucional en el que el movimiento obrero organizado hab铆a consolidado la protecci贸n laboral y social, pasa a ser “capturado” nuevamente por los intereses del capital financiero. Esta captura institucional determinar谩 nuevas prioridades para las administraciones p煤blicas: facilitar la ampliaci贸n de los marcos de valorizaci贸n del capital y garantizar la rentabilidad privada.

La eliminaci贸n de los controles de capitales, la liberalizaci贸n de los mercados monetarios y de los tipos de inter茅s administrados, la apertura de los mercados burs谩tiles, la flexibilizaci贸n de los coeficientes m铆nimos de reservas que deb铆an mantener las instituciones financieras, o el impulso dado por las administraciones a los mercados de deuda p煤blica son ejemplos del tipo de medidas mediante las cuales los Estados facilitaron la restauraci贸n de la hegemon铆a financiera.

Por otro lado, las pol铆ticas de rentas basadas en la “desinflaci贸n competitiva” impusieron un bloqueo en el crecimiento de los salarios reales, una desconexi贸n del crecimiento de 茅stos con relaci贸n al crecimiento de la productividad y, como consecuencia, una distribuci贸n de la renta favorable a los beneficios empresariales.

Este conjunto de medidas posibilit贸, en primer lugar, una recuperaci贸n de la rentabilidad; pero adem谩s permiti贸 que el exceso de liquidez del sistema –fruto del nuevo patr贸n de distribuci贸n de la renta, favorable a los beneficios empresariales– se valorizase crecientemente en el 谩mbito financiero. Sin embargo, desembridar las econom铆as europeas de las regulaciones financieras y bancarias mantenidas en d茅cadas anteriores tambi茅n increment贸 la inestabilidad intr铆nseca del sistema y su insostenibilidad.

Deuda, crisis y regresi贸n social

El patr贸n de acumulaci贸n que se despliega a partir de 1980 con las medidas neoliberales es un patr贸n dirigido fundamentalmente por los intereses del capital financiero, que da lugar a una l贸gica crecientemente “financiarizada”.

La capitalizaci贸n burs谩til de las principales plazas financieras se dispara, sobrepasando varias veces el peso del PIB de las distintas econom铆as nacionales; el valor de las transacciones financieras crece mucho m谩s r谩pidamente que la actividad comercial y productiva; las instituciones financieras (banca comercial, banca de inversi贸n, fondos de pensiones, fondos de inversi贸n, compa帽铆as de seguro, hedge funds…) ejercen un intenso poder en los mercados de divisas, deuda y acciones, determinando el funcionamiento de las diversas econom铆as nacionales as铆 como de la econom铆a mundial en su conjunto; la presencia en las estructuras accionariales de estas instituciones impone estrategias industriales basadas en la masiva distribuci贸n del excedente empresarial, la ausencia de reinversi贸n, las operaciones de reestructuraci贸n y refocalizaci贸n empresarial, as铆 como la extensi贸n de la subcontrataci贸n; finalmente, se incrementa notablemente el peso de los “ingresos rentistas” (intereses, dividendos, rentas de la propiedad, etc.) sobre el total de la renta nacional.

En realidad, no podemos caracterizar esta “l贸gica financiarizada” que se despliega desde 1980 como novedosa. Asistimos m谩s bien a una extrema agudizaci贸n de algunos de los rasgos inherentes a la l贸gica del capital.

El drenaje hacia la esfera financiera de la liquidez no invertida en la actividad productiva ha conllevado la formaci贸n de enormes burbujas financieras y crediticias, aumentando el valor nominal de los activos y, con ello, el creciente divorcio entre el 谩mbito financiero y el productivo. As铆, uno de los rasgos m谩s significativos de este periodo es la enorme sobrevaloraci贸n de los activos que se ha producido. Esta sobrevaloraci贸n ha determinado que los activos financieros e inmobiliarios hayan pasado a tener –en general– un valor nominal muy superior a su valor real(siendo este 煤ltimo equivalente a la suma de los pagos futuros derivados de la tenencia de dichos activos). No obstante, el divorcio entre el 谩mbito financiero y el productivo nunca puede llegar a completarse, ni es sostenible en el tiempo: el fuerte crecimiento de las cotizaciones burs谩tiles no puede progresar indefinidamente si no est谩 respaldado por incrementos en la productividad y los beneficios reales de las sociedades, del mismo modo que el continuo incremento de la deuda no puede mantenerse si no crecen los ingresos de las empresas y los hogares endeudados.

Esa acumulaci贸n de “activos ficticios”se sit煤a precisamente en la base de la crisis actual. La fuerte expansi贸n del cr茅dito que las econom铆as desarrolladas han experimentado a lo largo de las 煤ltimas d茅cadas ha alcanzado tal dimensi贸n que ha hecho evidente para los acreedores la imposibilidad de ejercitar sus derechos de cobro sobre los deudores. La consiguiente desvalorizaci贸n de los “activos ficticios” acumulados ha dado paso a una intensa “recesi贸n de balances” (hogares, empresas e instituciones financieras intentan desendeudarse simult谩neamente, cortocircuit谩ndose con ello el cr茅dito, el consumo y la inversi贸n).

La cadena se rompe siempre por el eslab贸n m谩s d茅bil. Eso explica que la crisis de la deuda haya aflorado con el episodio de las hipotecas subprime, o con los ataques a las deudas soberanas de los pa铆ses de la periferia europea. No obstante, la din谩mica de sobreendeudamiento es generalizada. Cuando en 2008 estalla la crisis, seg煤n datos del McKinsey Global Institute, la deuda total (p煤blica y privada, de hogares, empresas e instituciones financieras) equivale en Alemania al 274% del PIB, en Francia al 308%, en Espa帽a al 342% y en el Reino Unido al 380%. Estados Unidos (290% del PIB) y Jap贸n (460%) no son ajenos a esta din谩mica.

La acumulaci贸n masiva de deuda y de activos financieros sin respaldo real se presenta por tanto como una din谩mica insostenible, una “salida en falso” a la crisis del capitalismo de los a帽os setenta. Pero adem谩s, m谩s all谩 de su insostenibilidad en el tiempo, esta acumulaci贸n de deuda se ha convertido en una palanca de recomposici贸n social, dando lugar a una enorme batalla social. Esta batalla decidir谩 qu茅 grupo social carga con el peso de la deuda y de los activos t贸xicos. El papel del Estado en este punto vuelve a ser de nuevo crucial.

Desde el momento en el que estalla la crisis de la deuda en Europa, los Estados –y particularmente, las instituciones de la Uni贸n Europea– se han puesto al servicio de los intereses del capital financiero nacional e internacional, hasta el punto de transformar una crisis bancaria en una crisis fiscal.

Los Estados europeos se encontraban con sus cuentas p煤blicas equilibradas en el momento en el que estalla la crisis: seg煤n datos de AMECO, en 2007 el d茅ficit p煤blico de la UE-27 se situaba en el -0,9% del PIB; en 2011 dicho d茅ficit hab铆a pasado al -4,5%. Esta din谩mica es similar en la mayor铆a de pa铆ses: entre 2007 y 2011 el d茅ficit p煤blico con relaci贸n al PIB pasa del -2,8% al -5,2% en Francia, del -1,6% al -3,8% en Italia, del -2,7% al -8,3% en el Reino Unido, del -6,8% al -9,2 en Grecia, del -0,1% al -3,9% en B茅lgica y del -3,2% al -4,2% en Portugal. Aquellos pa铆ses que se encontraban en situaci贸n superavitaria tambi茅n pasaron a tener problemas fiscales: Holanda pasa del +0,2% al -4,6%, Irlanda del +0,1% al -13% y Espa帽a del +1,9% al -8,5%.

Las causas de este incremento del d茅ficit p煤blico son diversas: la crisis econ贸mica ha determinado un aumento de los gastos por desempleo en muchos pa铆ses, al tiempo que se hund铆a la recaudaci贸n del IRPF, del IVA y, especialmente, del impuesto de beneficios.

No obstante, la enorme suma de las partidas comprometidas por los Estados con los rescates de sus sistemas financieros nacionales ha contribuido ampliamente a incrementar dichos d茅ficits fiscales. Seg煤n datos de la Comisi贸n Europea[iii], entre el 1 de octubre de 2008 y el 1 de octubre de 2011 la Comisi贸n ha autorizado ayudas estatales a los sectores financieros nacionales por valor de 4,5 billones de euros (lo que supone el 36,7% de PIB de la UE). La mayor parte de las ayudas (3’5 billones de euros, el 27,7% del PIB de la UE) fueron acordadas el a帽o 2008, principalmente bajo la forma de garant铆as y avales sobre el pasivo a corto plazo de las entidades bancarias. El bill贸n de euros autorizado con posterioridad a 2008 se ha concentrado en ayudas de recapitalizaci贸n directa a la banca y en la compra de activos t贸xicos, no en garant铆as. Entre 2008 y 2010, el volumen de ayudas efectivamente utilizado por los bancos europeos se ha elevado a 1,6 billones de euros (el 13% del PIB de la UE), situ谩ndose las aportaciones por recapitalizaci贸n y compra de activos t贸xicos en 409.000 millones de euros (el 3,3% del PIB de la UE).

Como vemos, la “captura institucional” protagonizada por los intereses financieros a lo largo de las 煤ltimas d茅cadas ha conllevado que las administraciones p煤blicas europeas irrumpan en la batalla social abierta en torno al pago de la deuda facilitando la socializaci贸n de las p茅rdidas de la banca. Los inciertos derechos de cobro de los acreedores (inciertos en la medida en que para ejercerse precisan de la generaci贸n de una riqueza futura a煤n no producida) pasan a ser garantizados por los Estados europeos (mediante inyecciones de liquidez, avales p煤blicos, compras de activos t贸xicos, ayudas directas o mediante entradas en el capital de las instituciones). Para ello, los Estados se han endeudado nuevamente en los mercados financieros internacionales, imponiendo duros recortes en los gastos p煤blicos y sociales con el fin de garantizar el futuro pago de dicha deuda. Y sin embargo, las instituciones financieras no repercuten en forma de cr茅dito las ayudas recibidas, debido a que est谩n en pleno proceso de saneamiento de balances (supeditado en todo caso al reparto anual de dividendos).

Cinco a帽os despu茅s del comienzo de la crisis los niveles de endeudamiento global no se han reducido. No obstante, las ayudas a la banca han permitido trasladar a las administraciones p煤blicas una parte creciente de los costes asociados a los activos t贸xicos. De esta forma, ser谩 el conjunto de la ciudadan铆a –y especialmente las clases trabajadoras y populares– las que paguen la factura mediante dur铆simos recortes en sus salarios, en los servicios p煤blicos (sanidad, educaci贸n, ayudas a la dependencia, etc.) o en las pensiones. As铆, una profund铆sima transformaci贸n de los marcos laborales, salariales y sociales est谩 aconteciendo en Europa como consecuencia de la crisis.

Asimismo, hay un elemento clave para entender en toda su dimensi贸n la din谩mica, primero, de sobreendeudamiento de las econom铆as europeas y, despu茅s, de socializaci贸n de deudas en beneficio del capital financiero: el papel jugado por el Euro y la Uni贸n Europea. La entrada en vigor del Euro en 2002 supuso una ampliaci贸n de los tradicionales desequilibrios comerciales y financieros intracomunitarios, ensanchando los d茅ficits por cuenta corriente de los pa铆ses perif茅ricos as铆 como sus necesidades de financiaci贸n externa respecto al n煤cleo central de la uni贸n. Pero adem谩s, una vez que estalla la crisis la orientaci贸n de las instituciones de Bruselas es inequ铆voca: el Pacto del Euro institucionaliza la austeridad fiscal y la prioridad del pago de la deuda, para lo cual contempla igualmente la liquidaci贸n de los convenios colectivos as铆 como los recortes salariales, del gasto p煤blico y las pensiones. Recu茅rdese adem谩s que los tratados de la Uni贸n proh铆ben que los Estados europeos puedan recurrir a pr茅stamos de sus propios bancos centrales, teniendo que endeudarse con la banca privada a tipos y condiciones de mercado. Esta intervenci贸n de las instituciones de Bruselas al servicio de los intereses del capital financiero se implementa adem谩s desde un ejecutivo no elegido directamente por los ciudadanos, como es la Comisi贸n Europea, en contra incluso de las decisiones de gobiernos soberanos. Las exigencias que impone la Comisi贸n Europea, acordadas con el BCE y el FMI en el marco de la llamada “troika”, se muestran por tanto dif铆cilmente compatibles con la democracia.

Poco importa si las medidas de austeridad hunden a煤n m谩s a las econom铆as europeas –particularmente a las econom铆as perif茅ricas– en la depresi贸n econ贸mica y profundizan la regresi贸n social. Tampoco parece tenerse en cuenta el hecho de que estas mismas medidas fueron las que llevaron a Am茅rica Latina durante los a帽os ochenta a la llamada “d茅cada perdida” (con un colapso de la actividad econ贸mica, un intenso crecimiento de las desigualdades y un empobrecimiento de las clases medias). El objetivo de las pol铆ticas implementadas es evidente: asegurar el pago de la deuda a los acreedores. Y, de paso, redefinir el terreno de las relaciones salariales, laborales y sociales en beneficio de la rentabilidad privada.

No obstante, parece dif铆cil pensar que la estrategia del capital financiero y de las instituciones de Bruselas podr谩 ser llevada hasta el final: la espiral recesiva a la que la austeridad nos est谩 conduciendo, junto con la acrecentada percepci贸n de injusticia social derivada del proceso de socializaci贸n de las p茅rdidas de la banca, obligar谩 a los gobiernos (tarde o temprano, por voluntad o por necesidad) a modificar su rumbo. Las resistencias pol铆ticas y sociales que dicha estrategia enfrentar谩 dif铆cilmente podr谩n ser ignoradas. Los bruscos giros hacia la austeridad emprendidos –en plena Gran Depresi贸n– por el canciller alem谩n Heinrich Br眉ning en el verano de 1931, por el gobierno franc茅s de Pierre Laval en 1935 o por Roosvelt en EEUU en 1937, evidencian las enormes limitaciones pol铆ticas y econ贸micas de esas estrategias.

El periodo neoliberal nos deja sentados encima de una enorme monta帽a de deudas. La crisis en la que nos hayamos hoy inmersos es la crisis de las soluciones que se instrumentaron ante las dificultades experimentadas por las econom铆as europeas durante los a帽os setenta. As铆, las dos principales palancas que articularon la superaci贸n de dichas dificultades –financiarizaci贸n y contenci贸n salarial– han mostrado su insostenibilidad, dada la din谩mica de sobreendeudamiento a la que han llevado. La batalla social abierta en este momento en Europa pivota precisamente en torno a qu茅 grupos sociales deben pagar dichas deudas, cu谩ndo y c贸mo.

Al ampliar el diafragma con el que observamos la din谩mica econ贸mica a lo largo de todo un siglo comprobamos que lo excepcional en el capitalismo no es precisamente el periodo neoliberal, la desreglamentaci贸n econ贸mica y financiera generalizada, la din谩mica de acumulaci贸n de capital ficticio o la sucesi贸n de crisis econ贸micas. Lo excepcional es precisamente la “represi贸n financiera”, la consolidaci贸n de las conquistas sociales y la regulaci贸n p煤blica en beneficio de la mayor铆a de la poblaci贸n. S贸lo la enorme fuerza de los movimientos de masas pudo imponer dicha excepcionalidad al finalizar la II Guerra Mundial. De hecho, la 煤nica forma de garantizar derechos democr谩ticos como la educaci贸n gratuita, la sanidad universal, las pensiones, el empleo digno o la protecci贸n social pasa hoy d铆a porque movimientos de masas consigan poner de nuevo en entredicho la l贸gica de la rentabilidad privada (en particular, la del capital financiero).

¿Acaso es l贸gico que –con el objetivo de pagar la deuda que la banca ha transferido a los Estados– a los trabajadores se les recorten sus salarios, se cierren los quir贸fanos, se despidan profesores o aumente la regresividad fiscal? ¿Qu茅 legitimidad tiene esa deuda “p煤blica” que se incrementa continuamente, ayer por la desfiscalizaci贸n de las rentas del capital y hoy por el avance de la socializaci贸n de las p茅rdidas bancarias? ¿Por qu茅 debe ser pagada? Es l贸gico que la ciudadan铆a se haga estas preguntas. Precisamente tambi茅n por ello ser铆a l贸gico que se iniciase una auditor铆a de dicha deuda que sirviese precisamente para identificar su car谩cter ileg铆timo.

El p茅ndulo de la historia sit煤a de nuevo a los pueblos europeos y al movimiento sindical frente a dilemas similares a los de la d茅cada de 1930. En sus manos est谩 la reconstrucci贸n de un movimiento de masas que, partiendo de la defensa de los derechos colectivos, avance hacia la impugnaci贸n de un sistema en el que dichos derechos son la excepci贸n, no la norma.




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