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Cada piel es de su carne y no de quien la compra

OPINI脫N de Julio Ortega.-

Dec铆a Rousseau que el progreso parec铆a generar seres materialmente ricos y t茅cnicamente poderosos pero moralmente deleznables. Y no deb铆a de estar equivocado cuando la capacidad para crear y el af谩n por destruir no siempre son vasos comunicantes en la conciencia humana. 

En sus laboratorios los cient铆ficos han descubierto c贸mo elaborar tejidos sint茅ticos con los que abrigarse del fr铆o imitando cualquier textura, pero nadie ha encontrado el modo de deshelar la empat铆a en los seres humanos que para combatirlo siguen anclados en el desollado. 

Llegan las bajas temperaturas y numerosas tiendas, por mucho ambientador con aroma de glamour, rostros perfectos y cuerpos esculturales con el que roc铆en sus colecciones de pieles no pueden disimular el hedor a sala de disecci贸n, aunque los cuerpos excoriados a los que se las arrancaron formen una pila de carne desnuda y ensangrentada oculta en los patios de sus proveedores. El “sobrante” de esas criaturas despellejadas y ojos abiertos estar谩 lejos de las miradas, c贸mo no, pero a estas alturas ya nadie puede alegar desconocimiento del proceso. 

Y si la ignorancia no es coartada tampoco lo es la necesidad perentoria. No se trata de una cuesti贸n de supervivencia. Nadie queda expuesto a riesgo porque su chaquet贸n no sea de vis贸n o su estola de piel de zorro. Y como sus usuarios no carecen de informaci贸n ni peligran, la respuesta se escribe con la palabra desprecio. Desde帽an detenerse unos segundos a reflexionar sobre lo que para otros seres implica que ellos se paseen con trozos de cuerpos ajenos por vanidad y deseo de aparentar una posici贸n econ贸mica, real o fingida, superior a la media. 

Al final la peleter铆a no deja de ser otro engranaje en el eterno bucle de la estupidez y la codicia humana. Por medio de la alienaci贸n se estimula el consumo de un producto que es sin贸nimo de poder adquisitivo y de belleza, en aquellos que identifican el estado de bienestar con la satisfacci贸n de sus intereses sin reparar en su precio en muertos, mentalidades para las que la compasi贸n est谩 re帽ida con los privilegios al alcance de su tarjeta de cr茅dito. 

Llegados a tal punto, de qu茅 vale que dispongamos de las herramientas adecuadas para evolucionar en una t茅cnica acompa帽ada del respeto, si hay cavern铆colas morales que pagan por una industria en la que la materia prima son animales a los que tras una vida en cautiverio, les rompen el cuello manualmente, los asfixian con mon贸xido de carbono o les aplican una descarga con electrodos en boca y ano para, muertos o todav铆a conscientes, despegarles toda su piel y transformarla en ropa o complementos de moda. 

Y si la luz sobre el horror de sus h谩bitos y la existencia de alternativas les lleva a plantearse la incompatibilidad entre la 茅tica y su conducta, lo habitual es que se escurran del conflicto echando mano del merchandising que adereza toda aberraci贸n humana, en este caso del tipo: “generan puestos de trabajo”, “no sufren” o “est谩n para eso”.

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