OPINI脫N de Julio Ortega.-
"... No puedo estar m谩s tiempo sin torear, es como una droga que la necesitas para vivir, as铆 que ya estamos de nuevo aqu铆 metidos. Entrenando, matando toros, haciendo tentaderos y poniendo la vista en la pr贸xima temporada".
Matar toros es para 茅l una droga sin que la que no puede vivir -as铆 lo reconoce-, y habr铆a que a帽adir que su drogadicci贸n, que no es una enfermedad sino una perversi贸n, responde al nombre de asesinato (legal, como los de los circos romanos), el drogadicto al de asesino (legal, como los verdugos de la Inquisici贸n) y que en vez de meterse sustancias en sus venas lo que hace es derramar la sangre que circula por las de aquellos con cuya vida acaba despu茅s de un rato de tortura (legalmente, como lo hicieron los fascistas en las ejecuciones junto a las tapias de los cementerios).
Se droga en p煤blico y se droga a puerta cerrada. Todos podemos calcular, a la vista de las salvajadas que ocurren en la arena de una plaza con espectadores, las atrocidades a煤n peores que tendr谩n lugar cuando no hay testigos. O puede que no, que seamos incapaces de imaginarlo, porque la cobard铆a de un criminal acostumbrado a cebarse con la inferioridad (legal y real) de su v铆ctima, se transforma en sa帽a inconcebible cuando sabe que nadie puede observarle.
Siempre se ha utilizado como ejemplo de depravaci贸n la expresi贸n "vender droga en la puerta de un colegio". Estos camellos del sufrimiento, estos narcotraficantes de vidas, se meten directamente en las aulas para repartirla entre los alumnos.
Y nuestros pol铆ticos, no todos, es cierto, son los capos de una mafia que alimenta ese negocio sangriento convirtiendo a Espa帽a en un nido de sicarios criminales disfrazados de empresarios y artistas.
¡Que mata al toro!
Declaraciones del matarife (l茅ase torero) conocido como El Cid:
Declaraciones del matarife (l茅ase torero) conocido como El Cid:
"... No puedo estar m谩s tiempo sin torear, es como una droga que la necesitas para vivir, as铆 que ya estamos de nuevo aqu铆 metidos. Entrenando, matando toros, haciendo tentaderos y poniendo la vista en la pr贸xima temporada".
Matar toros es para 茅l una droga sin que la que no puede vivir -as铆 lo reconoce-, y habr铆a que a帽adir que su drogadicci贸n, que no es una enfermedad sino una perversi贸n, responde al nombre de asesinato (legal, como los de los circos romanos), el drogadicto al de asesino (legal, como los verdugos de la Inquisici贸n) y que en vez de meterse sustancias en sus venas lo que hace es derramar la sangre que circula por las de aquellos con cuya vida acaba despu茅s de un rato de tortura (legalmente, como lo hicieron los fascistas en las ejecuciones junto a las tapias de los cementerios).
Se droga en p煤blico y se droga a puerta cerrada. Todos podemos calcular, a la vista de las salvajadas que ocurren en la arena de una plaza con espectadores, las atrocidades a煤n peores que tendr谩n lugar cuando no hay testigos. O puede que no, que seamos incapaces de imaginarlo, porque la cobard铆a de un criminal acostumbrado a cebarse con la inferioridad (legal y real) de su v铆ctima, se transforma en sa帽a inconcebible cuando sabe que nadie puede observarle.
Siempre se ha utilizado como ejemplo de depravaci贸n la expresi贸n "vender droga en la puerta de un colegio". Estos camellos del sufrimiento, estos narcotraficantes de vidas, se meten directamente en las aulas para repartirla entre los alumnos.
Y nuestros pol铆ticos, no todos, es cierto, son los capos de una mafia que alimenta ese negocio sangriento convirtiendo a Espa帽a en un nido de sicarios criminales disfrazados de empresarios y artistas.