OPINIÓN de Esther Pineda G.-
No existe un solo modelo de mujer, coexisten una infinidad de modos de ser mujer, de ejercer la feminidad, y por tanto diversas formas de feminismo, es por ello que hoy se hace necesario visibilizar las experiencias de las mujeres afrodescendientes, sus especificidades, aquellas que nadie o muy pocos y pocas han contado, ni el feminismo ni los movimientos en afro-resistencia. Pues como afirma Bell Hooks:
El feminismo nunca ha surgido de las mujeres que de forma más directa son víctimas de la opresión sexista; mujeres a las que se golpea a diario, mental, física y espiritualmente; mujeres sin la fuerza necesaria para cambiar sus condiciones de vida. Son una mayoría silenciosa. (2004: 35)
No obstante, esta mayoría silenciosa, históricamente ha reclamado y reclama a gritos desde sus gargantas sin voz la consideración de sus experiencias, distintas a las de la generalidad de las mujeres, y cuya lucha ha quedado absorbida por estos movimientos, en los cuales ha participado en pro de la superación de sus estados de opresión sin verse ella emancipada.
Pero algunos ideólogos intentarán justificar este fenómeno arguyendo que: “el sufrimiento de las mujeres bajo la tiranía sexista es un vínculo común entre todas las mujeres que trasciende las particularidades que las diferentes formas de tiranía adoptan” (…) por lo cual, “el sufrimiento no puede ser medido ni comparado”. (Fritz, citado en Hooks, 2004: 36)
Contrario a ello, la experiencia histórica afirma que el sufrimiento, la opresión y la desigualdad sí ha de experimentarse de diversas formas, distinguiéndose, profundizándose y/o agravándose por la pertenencia del o la sujeto a un determinado grupo racial, económico, político, su situación geográfica, como asimismo su preferencia sexo-afectiva.
Hecho es común en una sociedad organizada en torno a criterios de alteridad categórica, donde se define un “otro”, por naturaleza diferente y opuesto, como enemigo a soslayar, pero en el cual la mujer afrodescendiente ha sido excluida del proceso de construcción de un otro frente al cual definirse como opresora/explotadora, “se nos ha negado un ‘otro’ al que podamos explotar u oprimir” (Hooks, 2004: 19) producto de su posición en la pirámide social, al encontrarse víctima de una coacción plural la cual solo ella experimenta, al ser interceptada por el racismo, el sexismo, el clasismo, pero también por la homofobia y el esteticismo, en respuesta a los criterios de explotación, exclusión y apropiación propios de la ideología del desprecio, es decir, la ideología capitalista, patriarcal y racista.
De esta manera la mujer afrodescendiente se encuentra a merced de todos y de todas, en un primer lugar a merced del hombre por su sola condición de tal, ya sea del hombre blanco, negro o indígena; en segundo lugar oprimida por el componente de clase, sojuzgada por el hombre y la mujer capitalista, pero también por el hombre blanco proletario, los cuales operan a través del sexismo patriarcal y el clasismo.
En tercer lugar, también expuesta a lo que conocemos como patriarcado negro, los hombres afrodescendientes entran en abierta pugna con los hombres blancos y eurodescendientes, los cuales históricamente han socavado el poder del varón negro mediante la apropiación de sus mujeres, así este hombre tradicionalmente desprovisto de su poder y autoridad, solo puede homologarse al blanco, como asimismo, afirmar su masculinidad y su raza subordinando a la mujer negra.
Finalmente, la mujer afrodescendiente se encuentra también bajo el yugo de la mujer blanca, a la cual se le ha concedido el racismo como elemento sojuzgador; pero también subordinada a ésta como consecuencia de que a la mujer negra se le exige definirse a partir y en relación al prototipo socialmente establecido de la feminidad, así, a la mujer afrodescendiente se le ha separado y despojado de la condición de feminidad, feminidad ajena, pues ha sido definida desde la masculinidad para el ejercicio de la mujer blanca, las mujeres afrodescendientes han estado ausentes de consideración en la configuración de este proceso, por lo cual no encuentra un referente en sí misma, sus posibilidades de acenso social, familiar, económico y personal estarán condicionados por su efectiva adecuación a los rasgos físicos, gestuales, actitudinales y comportamentales de la mujer blanca.
Hecho que engendraría el endorracismo, el autodesprecio instigado, o como le llamaría Galeano: el suicidio del alma, al aceptar mirarse a sí mismas con los ojos del amo como consecuencia de la presión racista.
Para convertirse en blancas damas de castilla, algunas mujeres indias y negras se untaban el cuerpo entero con un ungüento hecho de raíces de un arbusto llamado guao. La pasta de guao quemaba la piel y la limpiaba, según se decía, del color malo. Un sacrificio en vano: al cabo de los alaridos de dolor y de las llagas y las ampollas, las indias y las negras seguían siendo indias y negras. (Galeano, 1999)
Es por ello que el feminismo tal como lo conocemos, ese feminismo que ha definido como su mayor preocupación la dignificación y autonomización de la mujer burguesa, eurodescendiente y heterosexual, cuya vida “transcurría, entera, en el hogar, y su vida no se concebía con otro sentido posible que la de ser ‘para el hombre’, como novia primero y luego, ya definitivamente, como esposa y madre”. (Aranguren, 1982: 12) se presenta como insuficiente, insuficiente para dar respuesta, explicar y transformar la realidad y experiencias de las mujeres afrodescendientes, feminismo en el cual las mujeres afrodescendientes, y las afro-sexo diversas han quedado excluidas por el racismo, el clasismo y la homofobia.
Las mujeres afrodescendientes si bien comparten la experiencia del ser mujer, su construcción de la feminidad y los elementos socio-culturales implicados como los roles, la estética, el trabajo, clase social, entre otras, harán referencia a experiencias completamente distintas.
No obstante, no debemos olvidarnos de los movimientos afrodescendientes, los cuales tampoco han dado respuesta a la situación, condición y necesidades de la mujer, se han orientado a la visibilización de la opresión afrodescendiente de forma generalizada, luchando por espacios de poder, consolidándose como una lucha por la afirmación entre hombres, blancos y negros.
Movimientos afrodescendientes que van a caracterizarse por sus dinámicas patriarcales, sexistas y heteronormativizadas, en los cuales la emancipación de la mujer afro se ve impelida por el sexismo y homofobia sedimentada en el seno de estos movimientos.
Si bien, nosotras mujeres, por nuestra condición de tal compartimos nuestra opresión de género, como también hombres y mujeres afrodescendientes somos víctimas del racismo, las formas en que en ambos casos se manifiesta la opresión va a diferenciarse, acentuarse o profundizarse según nuestra condición de hombres y mujeres o nuestra pertenencia a un grupo racial y fenotípico distinto.
Nos encontramos entonces frente a una racialidad masculinizada y frente a una feminidad racista, por lo cual se hace necesaria la deconstrucción positiva de estos movimientos, en pro de una consolidación democratizadora, incluyente y visibilizadora de la diversidad, nos encontramos entonces frente a la necesidad de un feminismo negro, capaz de romper con la estructura tradicional, eurocentrizada y heteronormada del feminismo, pero también requerimos la organización de un movimiento afrodescendiente feminista, capaz de trascender el patriarcado negro homofóbico, movimientos en los cuales sea posible la desnaturalización del rechazo, la exclusión y la invisibilización de los individuos fundamentado en criterios racialistas y sexistas, capaz de validarnos, reconocernos y visibilizar nuestras experiencias diferenciadas.
Bibliografía:
Hooks, Bell & otras. (2004) Otras inapropiables. Madrid, Traficantes de Sueños.
Aranguren, José L. (1982) Erotismo y liberación de la mujer. Barcelona, Editorial Ariel.
Galeano, Eduardo. (1999) Espejos blancos. Montevideo. Revista Brecha, número 717.
* Esther Pineda G., socióloga. Escritora, investigadora y ensayista. http://estherpinedag.wordpress.com/.
No existe un solo modelo de mujer, coexisten una infinidad de modos de ser mujer, de ejercer la feminidad, y por tanto diversas formas de feminismo, es por ello que hoy se hace necesario visibilizar las experiencias de las mujeres afrodescendientes, sus especificidades, aquellas que nadie o muy pocos y pocas han contado, ni el feminismo ni los movimientos en afro-resistencia. Pues como afirma Bell Hooks:
El feminismo nunca ha surgido de las mujeres que de forma más directa son víctimas de la opresión sexista; mujeres a las que se golpea a diario, mental, física y espiritualmente; mujeres sin la fuerza necesaria para cambiar sus condiciones de vida. Son una mayoría silenciosa. (2004: 35)
No obstante, esta mayoría silenciosa, históricamente ha reclamado y reclama a gritos desde sus gargantas sin voz la consideración de sus experiencias, distintas a las de la generalidad de las mujeres, y cuya lucha ha quedado absorbida por estos movimientos, en los cuales ha participado en pro de la superación de sus estados de opresión sin verse ella emancipada.
Pero algunos ideólogos intentarán justificar este fenómeno arguyendo que: “el sufrimiento de las mujeres bajo la tiranía sexista es un vínculo común entre todas las mujeres que trasciende las particularidades que las diferentes formas de tiranía adoptan” (…) por lo cual, “el sufrimiento no puede ser medido ni comparado”. (Fritz, citado en Hooks, 2004: 36)
Contrario a ello, la experiencia histórica afirma que el sufrimiento, la opresión y la desigualdad sí ha de experimentarse de diversas formas, distinguiéndose, profundizándose y/o agravándose por la pertenencia del o la sujeto a un determinado grupo racial, económico, político, su situación geográfica, como asimismo su preferencia sexo-afectiva.
Hecho es común en una sociedad organizada en torno a criterios de alteridad categórica, donde se define un “otro”, por naturaleza diferente y opuesto, como enemigo a soslayar, pero en el cual la mujer afrodescendiente ha sido excluida del proceso de construcción de un otro frente al cual definirse como opresora/explotadora, “se nos ha negado un ‘otro’ al que podamos explotar u oprimir” (Hooks, 2004: 19) producto de su posición en la pirámide social, al encontrarse víctima de una coacción plural la cual solo ella experimenta, al ser interceptada por el racismo, el sexismo, el clasismo, pero también por la homofobia y el esteticismo, en respuesta a los criterios de explotación, exclusión y apropiación propios de la ideología del desprecio, es decir, la ideología capitalista, patriarcal y racista.
De esta manera la mujer afrodescendiente se encuentra a merced de todos y de todas, en un primer lugar a merced del hombre por su sola condición de tal, ya sea del hombre blanco, negro o indígena; en segundo lugar oprimida por el componente de clase, sojuzgada por el hombre y la mujer capitalista, pero también por el hombre blanco proletario, los cuales operan a través del sexismo patriarcal y el clasismo.
En tercer lugar, también expuesta a lo que conocemos como patriarcado negro, los hombres afrodescendientes entran en abierta pugna con los hombres blancos y eurodescendientes, los cuales históricamente han socavado el poder del varón negro mediante la apropiación de sus mujeres, así este hombre tradicionalmente desprovisto de su poder y autoridad, solo puede homologarse al blanco, como asimismo, afirmar su masculinidad y su raza subordinando a la mujer negra.
Finalmente, la mujer afrodescendiente se encuentra también bajo el yugo de la mujer blanca, a la cual se le ha concedido el racismo como elemento sojuzgador; pero también subordinada a ésta como consecuencia de que a la mujer negra se le exige definirse a partir y en relación al prototipo socialmente establecido de la feminidad, así, a la mujer afrodescendiente se le ha separado y despojado de la condición de feminidad, feminidad ajena, pues ha sido definida desde la masculinidad para el ejercicio de la mujer blanca, las mujeres afrodescendientes han estado ausentes de consideración en la configuración de este proceso, por lo cual no encuentra un referente en sí misma, sus posibilidades de acenso social, familiar, económico y personal estarán condicionados por su efectiva adecuación a los rasgos físicos, gestuales, actitudinales y comportamentales de la mujer blanca.
Hecho que engendraría el endorracismo, el autodesprecio instigado, o como le llamaría Galeano: el suicidio del alma, al aceptar mirarse a sí mismas con los ojos del amo como consecuencia de la presión racista.
Para convertirse en blancas damas de castilla, algunas mujeres indias y negras se untaban el cuerpo entero con un ungüento hecho de raíces de un arbusto llamado guao. La pasta de guao quemaba la piel y la limpiaba, según se decía, del color malo. Un sacrificio en vano: al cabo de los alaridos de dolor y de las llagas y las ampollas, las indias y las negras seguían siendo indias y negras. (Galeano, 1999)
Es por ello que el feminismo tal como lo conocemos, ese feminismo que ha definido como su mayor preocupación la dignificación y autonomización de la mujer burguesa, eurodescendiente y heterosexual, cuya vida “transcurría, entera, en el hogar, y su vida no se concebía con otro sentido posible que la de ser ‘para el hombre’, como novia primero y luego, ya definitivamente, como esposa y madre”. (Aranguren, 1982: 12) se presenta como insuficiente, insuficiente para dar respuesta, explicar y transformar la realidad y experiencias de las mujeres afrodescendientes, feminismo en el cual las mujeres afrodescendientes, y las afro-sexo diversas han quedado excluidas por el racismo, el clasismo y la homofobia.
Las mujeres afrodescendientes si bien comparten la experiencia del ser mujer, su construcción de la feminidad y los elementos socio-culturales implicados como los roles, la estética, el trabajo, clase social, entre otras, harán referencia a experiencias completamente distintas.
No obstante, no debemos olvidarnos de los movimientos afrodescendientes, los cuales tampoco han dado respuesta a la situación, condición y necesidades de la mujer, se han orientado a la visibilización de la opresión afrodescendiente de forma generalizada, luchando por espacios de poder, consolidándose como una lucha por la afirmación entre hombres, blancos y negros.
Movimientos afrodescendientes que van a caracterizarse por sus dinámicas patriarcales, sexistas y heteronormativizadas, en los cuales la emancipación de la mujer afro se ve impelida por el sexismo y homofobia sedimentada en el seno de estos movimientos.
Si bien, nosotras mujeres, por nuestra condición de tal compartimos nuestra opresión de género, como también hombres y mujeres afrodescendientes somos víctimas del racismo, las formas en que en ambos casos se manifiesta la opresión va a diferenciarse, acentuarse o profundizarse según nuestra condición de hombres y mujeres o nuestra pertenencia a un grupo racial y fenotípico distinto.
Nos encontramos entonces frente a una racialidad masculinizada y frente a una feminidad racista, por lo cual se hace necesaria la deconstrucción positiva de estos movimientos, en pro de una consolidación democratizadora, incluyente y visibilizadora de la diversidad, nos encontramos entonces frente a la necesidad de un feminismo negro, capaz de romper con la estructura tradicional, eurocentrizada y heteronormada del feminismo, pero también requerimos la organización de un movimiento afrodescendiente feminista, capaz de trascender el patriarcado negro homofóbico, movimientos en los cuales sea posible la desnaturalización del rechazo, la exclusión y la invisibilización de los individuos fundamentado en criterios racialistas y sexistas, capaz de validarnos, reconocernos y visibilizar nuestras experiencias diferenciadas.
Bibliografía:
Hooks, Bell & otras. (2004) Otras inapropiables. Madrid, Traficantes de Sueños.
Aranguren, José L. (1982) Erotismo y liberación de la mujer. Barcelona, Editorial Ariel.
Galeano, Eduardo. (1999) Espejos blancos. Montevideo. Revista Brecha, número 717.
* Esther Pineda G., socióloga. Escritora, investigadora y ensayista. http://estherpinedag.wordpress.com/.