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ESPAÑA. Ministro Gallardón

OPINIÓN de Antonio Hermosa.-

¿Y si derogáramos a Gallardón? ¿A esa gallina clueca que pía fingiendo rugir? ¿Y si lo derogáramos, no porque vaya a derogar las leyes que los obispos le mandan derogar, sino por putita episcopal? ¿Y si lo derogáramos de una vez y para siempre, no porque vaya a derogar la ley del aborto y la del matrimonio homosexual, que igual ni no, sino por la cobardía que le impide llamar a las cosas por su nombre siendo ministro y teniendo poder, y que le patenta una vez más como farsante redomado en lugar de, maquiavelianamente, como artista de la simulación o de la disimulación? ¿Y si lo derogáramos por tratar de imponer o facilitar la imposición del catecismo moral de cavernarios impenitentes y de impenitentes cavernícolas a una sociedad del siglo XXI que en algún momento de su historia reciente pareció democrática y aconfesional, pero que tiene la conciencia asaetada por gallardones totalmente carentes de gallardía? ¿Y si derogáramos a la putita y al chulo por traficar con creencias y valores al menos tan dignos como los suyos y por, traficando, aspirar a convertir la política en un lupanar?

Al principio buque insignia aparente de un gobierno que iba a salvar el mundo, empezando por España, con su sola formación, bien que el mundo -¿conjura astral?- ni se enteró y más nos hubiera valido que España tampoco lo hubiera hecho; de un gobierno que al rato de hacerse la foto era ya un amasijo de incapaces, incompetentes, inútiles y corruptos, al mando de quien parece haber nacido solo para encarnar esa panoplia de virtudes dado que otras no se ven ni, por el momento, se atisban: y él, el mandón, al mando a su vez de otros que mandan más que él, entre ellos aquel inefable Aznar, el pelele que se metió a matón al meternos en la guerra de Iraq. Eso al principio, pero luego, en realidad, nada más que un vulgar ídolo de cartón piedra levantado por él mismo para sí mismo y secuaces, prepotente hasta la aberración frente a los adversarios, chulo sin disimulo frente a los neutrales, y adulador hasta las profundidades del hocico ante los superiores: ¿no recuerdan aquellas imágenes suyas en los mítines del matrimonio sin burbujas en los que su linda carita empollona no era sino el poema cumbre del arrobamiento escrito por una inspirada estupidez? La hipocresía se declaraba satisfecha: la adulación nunca volvería a ser un monumento tan vivo como aquél al que las sucesivas muecas de su cara iban dando forma. Era ya entonces lo que es hoy, solo que agazapado en sí mismo pareció auto-estafarse y con ello estafar a otros. Creía que mostrar algún desacuerdo con la verdulera de Aguirre le daba patente de corso para ser la cara amable de la derecha española, aunque luego, intuyo, dormiría toda la noche con el cilicio a cuestas por haber mostrado desacuerdo con la Presidenta Aguirre, su Jefa.

Al principio buque insignia aparente de un partido serio -¡palabrita de Mariano!- y transparente -¡palabrita de Bárcenas!-, que ha hecho de la corrupción su ideología, del amiguismo y nepotismo partidista su santo y seña ante la justicia, de su palabra pública una cospedala por momentos ininteligible, y mentirosa cuando se la entiende, del cinismo su verdad, de una prepotente arrogancia la justificación de su responsabilidad, de la amenaza su política y del incumplimiento sistemático de sus promesas electorales su programa. Con Gallardón en primera línea del frente. Y con algunos descerebrados funcionales, pero buenos patriotas y grandes obedientes, en sus flancos. Al principio, digo, ofendido disidente de lujo -¿quién lo diría hoy?- de un partido que da miedo al sentido común y a la honestidad, que ha erradicado de la gramática política de sus élites la palabra dimitir y con ella los últimos residuos de dignidad que aún les quedaban a sus miembros, que produce delincuentes en serie y los convierte en sus tesoreros, dando cuerda así a la araña de la corrupción para que invada cuanto le rodea y enmarañe en sus telarañas su entera política y, por ser partido de gobierno en un régimen democrático, el corazón de la propia democracia. Eso, al principio: hoy, una sotana con gallardón más.

¿Y si prosiguiéramos con la resistencia a la canaille, movilizando opiniones e intereses? ¿Y si derogáramos ahora a algún Gallardón con pedigrí pero sin gallardía y pronto, de paso, a su partido, si los condenáramos a una travesía del desierto de la que resultara una derecha civilizada, laica y democrática? Mejor andar alerta y no dejar pasar ni una, porque corremos el riesgo de que España, con su gobierno, esto es, con sus niveles de cobardía, corrupción e incompetencia, se plante ante las próximas elecciones como uno de los condenados de García Márquez, uno de esos pueblos que, en lo referente a la democracia al menos, no vuelven a tener una nueva oportunidad sobre la tierra.






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