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A los héroes del animalismo. Esos que nunca salen en las portadas

OPINIÓN de Julio Ortega.-
30.07.13. 

El movimiento... Puedes llamarlo como prefieras porque todas las denominaciones son variantes de una misma verdad incontestable, de una misma verdad asesinada por ellos cada día y resucitada, cada día, por nosotros. El movimiento animalista, decía, susurra, habla, grita minuto a minuto, hora tras hora, exigiendo políticos con sensibilidad también hacia los animales de otras especies, y el "también" lo escribo con un poco de sorna y un mucho de amargura, porque ni para los humanos tienen (la mayoría) miramientos los de los de esta casta. No todos, repito, no todos.

El movimiento por los derechos de los animales reclama periodistas capaces de ser voz y pluma para contar al mundo cuál es la terrible suerte de estas criaturas, esas que nunca comprarán un diario y ni puñetera idea tienen de cómo sintonizar una emisora. O cuerpos de seguridad del estado en cuya vocación de servicio público quepan los que jamás pagarán su sueldo. Perdón, sí que lo harán, tal vez no con billetes, pero saldarán su deuda de vida con una mirada tan limpia y sincera que es imposible que el que la cobre pueda olvidarla. El dinero, incluso el que sirve para comprar voluntades, deja de habitar en la memoria en cuanto le entregas la última moneda al comerciante de turno.

El movimiento por la consideración ética a los animales demanda, al fin, ciudadanos con moral universal, con empatía no especista, con valor, dignidad y afán de justicia escritos con mayúsculas, escritos en el esperanto de la solidaridad y no en aquel idioma pequeño y que atiende a las reglas de la gramática mezquina de aquellos cuya biblioteca finaliza en los confines inmediatos de su microcosmos particular.

Pero este movimiento, con tantos nombres, con tantos enemigos y con tantas víctimas, que a nadie más tienen, no sólo pide todo eso. Es también ejemplo. Un ejemplo escrito con sudor, firmado con lágrimas y lacrado con sangre.



El incendio de Vallirana en Barcelona, como el pasado año ocurrió con el de Girona, como en los de Mallorca, Galicia, Valencia... Como en tantos y tantos otros que causaron tragedias similares, tragedias ignoradas. Sí, ignoradas por la mayoría. ¿Cuántas veces escuchamos, entre la cifra de humanos muertos o heridos, la de familias desalojadas o la de hectáreas calcinadas, la de animales carbonizados o perdidos? Sólo las oiremos transformados en pérdidas económicas para los ganaderos. Jamás el locutor de turno dice: han muerto doce caballos, entre ellos tres potrillos, dieciocho perros, veinte gatos, no sé cuántos conejos, zorros, cervatillos o jabalíes. Jamás... La piel calcinada, la carne abrasada, los músculos achicharrados, los globos oculares reventados por el calor, todo ese dolor infinito, todo ese miedo pasa a ser setecientos mil, tres millones o una cantidad todavía por determinar de euros. Son el balance de una compañía de seguros. Sus dolor no duele, sólo cotiza en bolsa. Nunca hay peritos para el sufrimiento cuando de animales se trata, sólo hay tasadores para el lucro cesante humano.

A todas y todos los que habéis participado oliendo el humo, masticando cenizas y pisando la desolación, a todas y todos los que habéis difundido en vuestros muros, acogido en vuestras casas y apoyado desde la distancia... ¡¡Gracias!! Una vez más no hay palabras para describir la admiración que siento por vosotros y el orgullo que me entra al poder decir que soy vuestro compañero. Para siempre.







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