OPINIÓN de Carlos Carnicero.-
Siempre creí en la frase de Oscar Wilde: “en la vida, cuando vayas adelantando a alguien, salúdale con respeto, porque te lo encontrarás al bajar”. A mi me ha ocurrido varias veces; quienes me hicieron la vida imposible, en algunos casos, luego dependieron de mi. No me ensañé porque la venganza es una ejecución que a mi no me motiva pasión.
Estos días estoy disfrutando mucho con mi buena memoria. Me acuerdo del regreso de Baltasar Garzón a la Audiencia Nacional, después de su efímero paso por el PSOE. No consiguió su objetivo de ser ministro del Interior. Y en vista de su frustración, sacó del cajón de la Audiencia el sumario del secuestro de Segundo Marey, unos días antes de que prescribiera, para empitonar a sus competidores y compañeros del PSOE. Enemistad manifiesta.
Entonces, los que hoy empiezan a llamar “delincuente” a Luís Bárcenas, para negarle toda credibilidad, aplaudían con las orejas al policía Amedo. En todas estas tramas obscenas siempre hay un actor fijo: Pedro J. Ramírez. Se reunían Francisco Álvarez Cascos, el policía que sería condenado por homicidio en la trama GAL, y Pedro J. Ramírez, que unos años antes –la hemeroteca está disponible- alababa los asesinatos del GAL para salvar a España.
En este remake de la historia, ahora Bárcenas es el bribón, a quien quieren echar es a Mariano Rajoy y el muñidor de la operación no podía ser otro que el director de El Mundo.
Naturalmente el GAL existió, independientemente de la utilización que hizo de él Pedro J y el PP. Y Bárcenas fue un honorable dirigente del PP, que robaba todo lo que pillaba, antes de que decidiera aliarse con Ramírez.
Mariano Rajoy está probando su propia medicina. Y la ecuación que plantea, de que como Bárcenas es un delincuente que le quiere hacer chantaje, él no tiene responsabilidad alguna, no funciona, como no funcionó cuando Ramírez y el PP eran aliados para echar a Felipe González.
Los bribones no pueden convertirse en buenas personas, solo porque la cercanía del delito les confirma una naturaleza perversa en donde la traición, la conspiración y el poder se convierten en aditivos.
Tiene suerte el PP con la extrema debilidad del PSOE. Pero la opinión pública, los ciudadanos, han dejado de estar atrincherados detrás de una de estas dos siglas. Las encuestas confirman que los españoles, una inmensa mayoría de ellos, no quieren saber nada de este PP ni de este PSOE. Lo que pueda ocurrir a nivel electoral, dadas estas circunstancias, es una gran incógnita.
Personalmente creo que Mariano Rajoy no podrá resistir la presión de su evidente connivencia con Luís Bárcenas. El método del goteo de información, del que es especialista Pedro J, irá subiendo el nivel del lodo en el entorno del presidente. Y España no está para soportar a un presidente bajo sospecha durante mucho tiempo, dada la debilidad de nuestra economía.
Los que se tranquilizan al conocer que, en caso de que Mariano Rajoy recibiera sobresueldos, no firmó recibís, no conocen la historia de los grandes escándalos políticos. Richard Nixon tardó dos años en entregar las cintas de “Watergate” y en salir por la puerta falsa de la historia. Pero al final, cayó.
Solo estoy seguro de una cosa en esta historia. Bueno, en realidad de dos cosas. Pedro J seguirá ejerciendo el oficio de filibustero del periodismo y encontrará nuevas conspiraciones para deleite de sus ambiciones y de su ego. Y habrá nuevos “Zapateros” y “Rajoys” que volverán a confiar en domar a la fiera. ¿No se acuerdan ustedes lo contentos que estaban en el PP con la manipulación del “11-M” que hizo Pedro J. Ramírez? El principio de Heráclito es una constante en la política española. “Todo debe cambiar para que permanezca invariable”. A veces, la teoría de Heráclito se invierte para que siga vigente. Los políticos españoles siguen pensando que una persona de la naturaleza de Pedro J cambiará y en realidad seguirá haciendo siempre lo mismo. Solo cambiarán sus alianzas con los poderosos para conseguir sus objetivos antes de liquidarlos.
Siempre creí en la frase de Oscar Wilde: “en la vida, cuando vayas adelantando a alguien, salúdale con respeto, porque te lo encontrarás al bajar”. A mi me ha ocurrido varias veces; quienes me hicieron la vida imposible, en algunos casos, luego dependieron de mi. No me ensañé porque la venganza es una ejecución que a mi no me motiva pasión.
Estos días estoy disfrutando mucho con mi buena memoria. Me acuerdo del regreso de Baltasar Garzón a la Audiencia Nacional, después de su efímero paso por el PSOE. No consiguió su objetivo de ser ministro del Interior. Y en vista de su frustración, sacó del cajón de la Audiencia el sumario del secuestro de Segundo Marey, unos días antes de que prescribiera, para empitonar a sus competidores y compañeros del PSOE. Enemistad manifiesta.
Entonces, los que hoy empiezan a llamar “delincuente” a Luís Bárcenas, para negarle toda credibilidad, aplaudían con las orejas al policía Amedo. En todas estas tramas obscenas siempre hay un actor fijo: Pedro J. Ramírez. Se reunían Francisco Álvarez Cascos, el policía que sería condenado por homicidio en la trama GAL, y Pedro J. Ramírez, que unos años antes –la hemeroteca está disponible- alababa los asesinatos del GAL para salvar a España.
En este remake de la historia, ahora Bárcenas es el bribón, a quien quieren echar es a Mariano Rajoy y el muñidor de la operación no podía ser otro que el director de El Mundo.
Naturalmente el GAL existió, independientemente de la utilización que hizo de él Pedro J y el PP. Y Bárcenas fue un honorable dirigente del PP, que robaba todo lo que pillaba, antes de que decidiera aliarse con Ramírez.
Mariano Rajoy está probando su propia medicina. Y la ecuación que plantea, de que como Bárcenas es un delincuente que le quiere hacer chantaje, él no tiene responsabilidad alguna, no funciona, como no funcionó cuando Ramírez y el PP eran aliados para echar a Felipe González.
Los bribones no pueden convertirse en buenas personas, solo porque la cercanía del delito les confirma una naturaleza perversa en donde la traición, la conspiración y el poder se convierten en aditivos.
Tiene suerte el PP con la extrema debilidad del PSOE. Pero la opinión pública, los ciudadanos, han dejado de estar atrincherados detrás de una de estas dos siglas. Las encuestas confirman que los españoles, una inmensa mayoría de ellos, no quieren saber nada de este PP ni de este PSOE. Lo que pueda ocurrir a nivel electoral, dadas estas circunstancias, es una gran incógnita.
Personalmente creo que Mariano Rajoy no podrá resistir la presión de su evidente connivencia con Luís Bárcenas. El método del goteo de información, del que es especialista Pedro J, irá subiendo el nivel del lodo en el entorno del presidente. Y España no está para soportar a un presidente bajo sospecha durante mucho tiempo, dada la debilidad de nuestra economía.
Los que se tranquilizan al conocer que, en caso de que Mariano Rajoy recibiera sobresueldos, no firmó recibís, no conocen la historia de los grandes escándalos políticos. Richard Nixon tardó dos años en entregar las cintas de “Watergate” y en salir por la puerta falsa de la historia. Pero al final, cayó.
Solo estoy seguro de una cosa en esta historia. Bueno, en realidad de dos cosas. Pedro J seguirá ejerciendo el oficio de filibustero del periodismo y encontrará nuevas conspiraciones para deleite de sus ambiciones y de su ego. Y habrá nuevos “Zapateros” y “Rajoys” que volverán a confiar en domar a la fiera. ¿No se acuerdan ustedes lo contentos que estaban en el PP con la manipulación del “11-M” que hizo Pedro J. Ramírez? El principio de Heráclito es una constante en la política española. “Todo debe cambiar para que permanezca invariable”. A veces, la teoría de Heráclito se invierte para que siga vigente. Los políticos españoles siguen pensando que una persona de la naturaleza de Pedro J cambiará y en realidad seguirá haciendo siempre lo mismo. Solo cambiarán sus alianzas con los poderosos para conseguir sus objetivos antes de liquidarlos.
