OPINIÓN de Antonio Hermosa.-
No hay poder más fuerte que el poder de las creencias y ello,
intrínsecamente peligroso en sí dada la incapacidad humana de no creer en
cualquier cosa pese a los milenios de supuesta civilización que pesan sobre
nuestras espaldas, lo es más cuando, como es del todo previsible, hay
religiones –o partidos políticos- al acecho. Manipular la mente por cualquier
medio y a cualquier precio, máxime cuando no se dispone de fuerza material que
te fuerce a creer –como diría
Maquiavelo– lo que el amo quiere que creas, es el ser o no ser de las
administraciones de salvación, un oficio cuyos mandarines no pueden permitirse
el lujo de desatender por cuanto les va en ello la existencia. O sea, que nada
debe sorprender el hecho de que ahora al tal Papa le haya dado por salvar al
mundo, y en especial a los jóvenes, que tan fácil tienen el descarrío, desde twitter.
La Iglesia Católica no pasa por un buen momento, la pobre; y ésa es
una de las razones por las que se aferra a sus prebendas, aunque ni mucho menos
la única, ya que en su ADN de sanguijuela yace fija la idea de depredar la
sociedad, a la que presta el servicio, impagable para un creyente, de abusar
permanentemente de ella. En efecto, desde hace años los templos sufren un
incesante despoblamiento ante la sequía de conciencias dispuestas sin más a la
colonización; o en protesta por el comportamiento incalificable de los
pastores, que han hecho de la sodomía un arte casi tan perfeccionado como el
del cinismo, la hipocresía o el latrocinio; o por la náusea que despiden los
desmanes de su ideología, siempre atrincherada en la caverna donde nutre los
prejuicios con miedo al objeto de perpetuar su poder.
O, más simplemente aún, por el comportamiento observado por feligreses
de pro, tipo Ana Mato, ese sucedáneo de ministra que ha decretado expulsar a
solteras y lesbianas de la reproducción asistida pública: como si aquéllas no
fueran mujeres y carecieran de los mismos derechos que las habilitadas para el
puesto. Una medida discriminatoria y aberrante en la que una ideología despiadada
se ensaña con quienes no comparten credo al tiempo que da cuenta en la práctica
de la igualdad cristiana teóricamente profesada por la gürteliana ministra. Que una corrupta pretenda dar lecciones de
moral forma parte del negocio de la política; que una intolerante pretenda dar
lecciones de caridad y fe forma parte del negocio de la salvación: y es que, en
casos así, ambas lecciones no son sino las dos caras de la medalla del negocio
del poder tal y como hoy día se ejerce, al menos, en el mundo católico. Que con
su brujería pretendan recortar nuestros derechos es literalmente inadmisible.
¡Y se extrañarán de que hasta los suyos abandonen el carro eclesial! Volvemos,
pues, al tema que parecía abandonáramos.
El Papa, cabeza armada de una organización que -en un párrafo del
Catecismo católico redactado o con mala conciencia o por un mal traductor, si
bien deja clara su función de “autoridad” y su rol de mediación entre el tal
dios y (la voluntad de) el creyente- se autoproclama “administradora de la redención”,
ha decidido poner coto a la sangría mediante una peculiar cruzada tecnológica
dirigida a los usuarios de twitter,
vendiéndoles salvación a precios de saldo, para intentar atraer a unos cuántos
parroquianos más al redil y reverdecer los mustios pastos católicos para que
ovejitos y ovejitas balen a destajo. El medio es nuevo, como se ve, pero el
procedimiento era más nuevo hace diez siglos, cuando Urbano II decidió en el
año 1095 condonar la penitencia de los cruzados que confesaran sus pecados mediante
indulgencias, el mismo instrumento que el mofletudo papa actual ha decidido
usar para acelerar la salvación de los asistentes a las jornadas de la juventud
a celebrar durante la actual semana en Rio de Janeiro y, como he dicho, la de
quienes las sigan por la aludida red social: eso sí, no basta sólo con chatear,
¡faltaría más!, sino que los mensajes saben mejor si se adoban con algunos de
los elementos de la parafernalia oratoria religiosa de antaño -ruegos,
súplicas, deprecaciones, plegarias- o, por decirlo con las palabras textuales,
siguiendo “siempre con la debida devoción” el ceremonial. Seguramente, Dios
estará atento a no pasar ni una y a chivarse con inquisidor escrúpulo a su
vicario de todos aquéllos que obren con la devoción indebida, lo cual garantiza
el cumplimiento de la prescripción y de su finalidad, a saber,
re-espiritualizar los corazones tan esquivos del personal.
De momento parece que no se podrán obtener mediante venta, como en sus
buenos tiempos medievales, y que produjeron la reacción de Lutero acusando al
Papa de vender el cielo por lotes, vale decir, el cisma de la Reforma en el
seno del cristianismo; pero llegará, ya verán. A todo esto, el papa polaco
recién canonizado, suprimió durante su pontificado el purgatorio y el infierno
después, temeroso quizá de conocer su futuro; y si las indulgencias se conceden
para abreviar la estancia de la oveja descarriada en el infierno, mas no por
recortar gastos por eso de la crisis, ¿no hay aquí algo que, en fin, igual le
hace al fiel la picha espiritual un lío? Para mí que o se debería haber
restituido el purgatorio con la gloria y gracia de un tiempo o suprimido las
indulgencias, o bien sustituido con otra cosa, como, por ejemplo, el regalo de
una entrada para visitar los museos vaticanos y, así, in situ, contemplar arrobados El
Dedo. Por lo demás, ninguna
preocupación para quienes desean respetar las tradiciones y adquirir
indulgencias haciendo tintinear en sus bolsas las monedas o la tarjeta de
crédito, pues antes o después se toparán con un mercadillo de indulgencias ad hoc, e incluso de ofertas especiales:
¡si sabrá la Iglesia de negociar con la superstición!
Porque, a fin de cuentas, es de eso de lo que se trata: de mantener el
dominio totalitario sobre las mentes al objeto de no ceder en sus privilegios
sociales y en su posición de poder sobre la sociedad, con independencia de lo
que piense o desee la mayoría de la misma y con independencia de las leyes que
protegen la libertad de todos, incluso frente a las creencias de esa pútrida
naturaleza, sancionando la tolerancia. Si para ello se ven forzados a recurrir
a las nuevas tecnologías, pues se recurre: el fin justifica los medios, aunque
los apóstoles del totalitarismo enmascaren ese principio, el de su acción, con
la máxima pragmática de la adaptación a los nuevos tiempos. Es un modo de
proceder que bien ha podido inspirarse en el modus operandi del terrorismo islámico, que desde luego sabe de
adaptaciones a los nuevos tiempos tecnológicos para divulgar su mensaje divino, bien que se valga de
medios conspicuamente diferentes. No obstante, si de adaptación se trata, igual
habría de considerar asimismo llegada la ocasión de cambiar su opinión acerca
del rol de la mujer en la sociedad, de los homosexuales, del papel de la
familia, de la educación, del divorcio, del aborto, etc.: no es materia sobre
la que adaptarse lo que falta, según
se ve. Es sólo voluntad de hacerlo lo que precisamente no sobra.
Así pues, la Iglesia, una vez más, cambia las formas para perpetuar su
contenido. Forma parte de su esencia, y la estupidez humana, máxime si sazonada
por el temor y un núcleo duro de intereses espurios, garantiza para la
eternidad su existencia; pero para quien desde tiempos inmemoriales tiene
vendida su alma al diablo se requiere algo más que un mero cambio de Papa, o un
gesto nuevo de brujería informática, para ganarse la indulgencia.
No hay poder más fuerte que el poder de las creencias y ello,
intrínsecamente peligroso en sí dada la incapacidad humana de no creer en
cualquier cosa pese a los milenios de supuesta civilización que pesan sobre
nuestras espaldas, lo es más cuando, como es del todo previsible, hay
religiones –o partidos políticos- al acecho. Manipular la mente por cualquier
medio y a cualquier precio, máxime cuando no se dispone de fuerza material que
te fuerce a creer –como diría
Maquiavelo– lo que el amo quiere que creas, es el ser o no ser de las
administraciones de salvación, un oficio cuyos mandarines no pueden permitirse
el lujo de desatender por cuanto les va en ello la existencia. O sea, que nada
debe sorprender el hecho de que ahora al tal Papa le haya dado por salvar al
mundo, y en especial a los jóvenes, que tan fácil tienen el descarrío, desde twitter.
La Iglesia Católica no pasa por un buen momento, la pobre; y ésa es
una de las razones por las que se aferra a sus prebendas, aunque ni mucho menos
la única, ya que en su ADN de sanguijuela yace fija la idea de depredar la
sociedad, a la que presta el servicio, impagable para un creyente, de abusar
permanentemente de ella. En efecto, desde hace años los templos sufren un
incesante despoblamiento ante la sequía de conciencias dispuestas sin más a la
colonización; o en protesta por el comportamiento incalificable de los
pastores, que han hecho de la sodomía un arte casi tan perfeccionado como el
del cinismo, la hipocresía o el latrocinio; o por la náusea que despiden los
desmanes de su ideología, siempre atrincherada en la caverna donde nutre los
prejuicios con miedo al objeto de perpetuar su poder.
O, más simplemente aún, por el comportamiento observado por feligreses
de pro, tipo Ana Mato, ese sucedáneo de ministra que ha decretado expulsar a
solteras y lesbianas de la reproducción asistida pública: como si aquéllas no
fueran mujeres y carecieran de los mismos derechos que las habilitadas para el
puesto. Una medida discriminatoria y aberrante en la que una ideología despiadada
se ensaña con quienes no comparten credo al tiempo que da cuenta en la práctica
de la igualdad cristiana teóricamente profesada por la gürteliana ministra. Que una corrupta pretenda dar lecciones de
moral forma parte del negocio de la política; que una intolerante pretenda dar
lecciones de caridad y fe forma parte del negocio de la salvación: y es que, en
casos así, ambas lecciones no son sino las dos caras de la medalla del negocio
del poder tal y como hoy día se ejerce, al menos, en el mundo católico. Que con
su brujería pretendan recortar nuestros derechos es literalmente inadmisible.
¡Y se extrañarán de que hasta los suyos abandonen el carro eclesial! Volvemos,
pues, al tema que parecía abandonáramos.
El Papa, cabeza armada de una organización que -en un párrafo del
Catecismo católico redactado o con mala conciencia o por un mal traductor, si
bien deja clara su función de “autoridad” y su rol de mediación entre el tal
dios y (la voluntad de) el creyente- se autoproclama “administradora de la redención”,
ha decidido poner coto a la sangría mediante una peculiar cruzada tecnológica
dirigida a los usuarios de twitter,
vendiéndoles salvación a precios de saldo, para intentar atraer a unos cuántos
parroquianos más al redil y reverdecer los mustios pastos católicos para que
ovejitos y ovejitas balen a destajo. El medio es nuevo, como se ve, pero el
procedimiento era más nuevo hace diez siglos, cuando Urbano II decidió en el
año 1095 condonar la penitencia de los cruzados que confesaran sus pecados mediante
indulgencias, el mismo instrumento que el mofletudo papa actual ha decidido
usar para acelerar la salvación de los asistentes a las jornadas de la juventud
a celebrar durante la actual semana en Rio de Janeiro y, como he dicho, la de
quienes las sigan por la aludida red social: eso sí, no basta sólo con chatear,
¡faltaría más!, sino que los mensajes saben mejor si se adoban con algunos de
los elementos de la parafernalia oratoria religiosa de antaño -ruegos,
súplicas, deprecaciones, plegarias- o, por decirlo con las palabras textuales,
siguiendo “siempre con la debida devoción” el ceremonial. Seguramente, Dios
estará atento a no pasar ni una y a chivarse con inquisidor escrúpulo a su
vicario de todos aquéllos que obren con la devoción indebida, lo cual garantiza
el cumplimiento de la prescripción y de su finalidad, a saber,
re-espiritualizar los corazones tan esquivos del personal.
De momento parece que no se podrán obtener mediante venta, como en sus
buenos tiempos medievales, y que produjeron la reacción de Lutero acusando al
Papa de vender el cielo por lotes, vale decir, el cisma de la Reforma en el
seno del cristianismo; pero llegará, ya verán. A todo esto, el papa polaco
recién canonizado, suprimió durante su pontificado el purgatorio y el infierno
después, temeroso quizá de conocer su futuro; y si las indulgencias se conceden
para abreviar la estancia de la oveja descarriada en el infierno, mas no por
recortar gastos por eso de la crisis, ¿no hay aquí algo que, en fin, igual le
hace al fiel la picha espiritual un lío? Para mí que o se debería haber
restituido el purgatorio con la gloria y gracia de un tiempo o suprimido las
indulgencias, o bien sustituido con otra cosa, como, por ejemplo, el regalo de
una entrada para visitar los museos vaticanos y, así, in situ, contemplar arrobados El
Dedo. Por lo demás, ninguna
preocupación para quienes desean respetar las tradiciones y adquirir
indulgencias haciendo tintinear en sus bolsas las monedas o la tarjeta de
crédito, pues antes o después se toparán con un mercadillo de indulgencias ad hoc, e incluso de ofertas especiales:
¡si sabrá la Iglesia de negociar con la superstición!
Porque, a fin de cuentas, es de eso de lo que se trata: de mantener el
dominio totalitario sobre las mentes al objeto de no ceder en sus privilegios
sociales y en su posición de poder sobre la sociedad, con independencia de lo
que piense o desee la mayoría de la misma y con independencia de las leyes que
protegen la libertad de todos, incluso frente a las creencias de esa pútrida
naturaleza, sancionando la tolerancia. Si para ello se ven forzados a recurrir
a las nuevas tecnologías, pues se recurre: el fin justifica los medios, aunque
los apóstoles del totalitarismo enmascaren ese principio, el de su acción, con
la máxima pragmática de la adaptación a los nuevos tiempos. Es un modo de
proceder que bien ha podido inspirarse en el modus operandi del terrorismo islámico, que desde luego sabe de
adaptaciones a los nuevos tiempos tecnológicos para divulgar su mensaje divino, bien que se valga de
medios conspicuamente diferentes. No obstante, si de adaptación se trata, igual
habría de considerar asimismo llegada la ocasión de cambiar su opinión acerca
del rol de la mujer en la sociedad, de los homosexuales, del papel de la
familia, de la educación, del divorcio, del aborto, etc.: no es materia sobre
la que adaptarse lo que falta, según
se ve. Es sólo voluntad de hacerlo lo que precisamente no sobra.
Así pues, la Iglesia, una vez más, cambia las formas para perpetuar su
contenido. Forma parte de su esencia, y la estupidez humana, máxime si sazonada
por el temor y un núcleo duro de intereses espurios, garantiza para la
eternidad su existencia; pero para quien desde tiempos inmemoriales tiene
vendida su alma al diablo se requiere algo más que un mero cambio de Papa, o un
gesto nuevo de brujería informática, para ganarse la indulgencia.