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Renacimiento

OPINI脫N de Rafael Fernando Navarro.-

El Renacimiento supuso una supremac铆a de lo humano sobre lo divino. Lo terrenal se constitu铆a como un valor en s铆 mismo. Dios pas贸 a un segundo plano y las deidades se relegaron a programas salv铆ficos m谩s all谩 de las fronteras de tiempo. El teocentrismo dej贸 paso al antropocentrismo. El mundo cambi贸 su movimiento de rotaci贸n y se empez贸 a observar la historia como el quehacer de los que hasta entonces hab铆an sido subyugados por la tiran铆a caprichosa de los dioses. Hasta entonces todo acontecimiento ven铆a fundamentado en la voluntad soberana de Dios. Nada acontec铆a sin su consentimiento y como expresi贸n de su voluntad soberana, absolutista y dictatorial.

Surgi贸 un laicismo embrionario. El hombre era el due帽o de su propio destino, resultado final de su propia voluntad, de su libertad para ejecutar la empresa de su humanidad. El laicismo no incluye un ate铆smo. Es m谩s bien la liberaci贸n de un determinismo divino que se impone desde fuera, que predetermina cualquier opci贸n, que anula y pervierte la libertad porque ni siquiera un cabello se cae de vuestras cabezas sin el permiso del Padre ni un pajarillo muere sin que 茅l lo ejecute de antemano. El laicismo acepta la projimidad de un Dios implicado en la angustia del hombre, pero que no es nunca una evasi贸n de sus preocupaciones ni un burladero donde cobijar la cobard铆a y el v茅rtigo humanos. Ya no se admiten los criterios seg煤n los cuales el ser humano ha venido al mundo para sufrir y alcanzar mediante ese sufrimiento un mundo de felicidad que est谩 m谩s all谩. Por el contrario, estamos en esta intrahistoria con un destino de felicidad, para vivir el amor, para ser amor. Y debemos ejercer el m煤sculo para derrotar todo aquello que nos impida la felicidad, conscientes de que s贸lo cada uno y todos solidariamente debemos llevar adelante un mundo justo, habitable y entra帽ablemente dichoso.

La historia sufre de ciclotimia. Sin ser repetitiva, es verdad que decae con frecuencia y soporta per铆odos en los que deber铆amos sentarnos a reflexionar sobre su estado an铆mico. No se trata de a帽orar el pasado ni de elevarlo a los altares adjudic谩ndole una felicidad casi siempre ficticia y necesaria para condenar el presente. Cualquier tiempo pasado no fue mejor, sino que fue lo que consiguieron que fuera los que lo plantearon. El hoy, como vientre del ma帽ana, nos corresponde a los que en el presente tenemos que engendrarlo, sin estrabismos, sin enso帽aciones y sin nostalgias.

Y aqu铆 estamos. En el hoy y el ahora. Cre铆amos ser el producto de luchas por la consecuci贸n de derechos humanos que pens谩bamos no tendr铆an marcha atr谩s. Hemos salido de dos guerras mundiales. Nos hemos dado unos derechos humanos que deber铆an ser inviolables. Nos hemos protegido con organismos internacionales en la convicci贸n de que ser铆an el paraguas que nos guarecer铆a del aplastamiento como empe帽o perpetuo de algunos.. Y a fuerza de ser sinceros, hemos de confesar que la Carta de Derechos Humanos ha sido devuelta a un remitente desconocido y que esos Organismos est谩n prostituidos entregando sus directrices al capital, a las grandes potencias, a los mercados y que una parte 铆nfima de la humanidad padece el hambre, las guerras y la destrucci贸n de la mayor铆a. No nos arrodillamos frente a los dioses, pero idolatramos por obligaci贸n a otros becerros de oro.

De crisis se habla. Dicen algunos que en aras de la econom铆a, el progreso, el futuro, debemos sacrificar el estado de bienestar, los derechos de los trabajadores, la sanidad, la dependencia, la vejez, la educaci贸n. El hambre ha agrandado sus fronteras. Ha habido pa铆ses tradicionalmente empobrecidos y de los que el primer mundo viv铆a desentendido porque era una pobreza casi fatalista. Hoy Europa tiene hambre, tiene millones de parados, millones de seres sin m谩s techo que las estrellas, millones de desesperanzados, de carentes de futuro y sin ni siquiera un presente que llevarse al alma. Se ha agrandado el abismo entre ricos y pobres y es una minor铆a poderosa la que exige que los pobres lo sean m谩s para que ellos puedan crecer y aumentar su insultante riqueza. Los ricos, tal vez hoy m谩s que nunca, lo son a costa de los pobres.

Es urgente un renacimiento. Hay que empezar nuevamente la lucha que destruya los nuevos dioses para poner en el centro del mundo al ser humano. Costaron mucha sangre los derechos adquiridos durante siglos y destruidos en muy poco espacio de tiempo. Pero nadie puede permanecer bajo los escombros de tanto derrumbe. Hay que renacer de estas cenizas para conseguir volver a un humanismo que haga girar la historia en torno al hombre como valor supremo de la historia.

Necesitamos volver a ser expertos en humanidad.

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