España es el único país de Europa en donde no está perseguida la apología del fascismo. El dictador Francisco Franco yace en el mausoleo del Valle de los Caídos, obra faraónica construida por prisioneros de guerra que trabajaron en condiciones de esclavitud.
¿Alguien se imagina un culto a Adolf Hitler en Alemania o a Benito Mussolini en Italia en una sepultura semejante? Tanta dignidad para el dictador y tanta ignominia para muchas de sus víctimas provoca una situación lacerante e inadmisible.
La Transición tuvo voluntad de reconciliación y concordia. Pero la interpretación sobre la forma de gestionar tanta generosidad de las víctimas frente a los verdugos no puede significar perpetuar el castigo añadido a quienes fueron asesinados por los golpistas, negando el derecho irrenunciable de los familiares de los ajusticiados a un enterramiento digno.
Mientras en Argentina proliferan las causas judiciales contra torturadores de la dictadura española, los sucesivos gobiernos democráticos de España no han sido capaces de arbitrar fondos y medios para remediar las últimas injusticias vigentes por quienes fueron asesinados y desaparecidos sin juicio. Esta espera es interminable y no se puede permitir que siga pendiente.