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Treinta kilos


06.10.13. Por Rafael Fernando Navarro.-  La muerte le pesaba treinta kilos. Treinta kilos le pesaba la vida. Treinta kilos el hambre, la soledad, el silencio, el abandono. All谩, por Sevilla. Donde la elegancia se hace giralda y el Guadalquivir cintura para el oro de una torre. Para una Maestranza de mujeres con claveles y sombreros de ala ancha. Qu茅 hermosa Sevilla. Estrecha por Placentines con Cachorros a medida, con Macarenas de lujo, con Trianas morenas de verde luna.

All谩 por Sevilla. Con comedores del hambre, con hospitales de bronconeumon铆as, con pobreza de guitarras cantando a la muerte y a la vida porque en Sevilla hay un derecho a copla en el Patio de los naranjos y en los Alc谩zares con huellas de reyes magos.

All谩 por Sevilla. Muri贸 un muchacho cualquiera. Treinta kilos de muerte como herencia de treinta kilos de vida. Kilos de asco, de inmigraci贸n, de ilegalidad porque el hombre con papeles es un ciudadano como dios manda. Y dios manda mucho en la Sevilla.-semana-santa, en los cofrades descalzos, en las cadenas arrastradas por Sierpes en la m谩s bella “madrug谩”

De hambre. Muri贸 de hambre, dicen. La autopsia dice que muri贸 de pena. Se la encontraron en las tripas del alma. All铆 estaba la pena agazapada, junto al desprecio, la indiferencia. Le pesaba m谩s de treinta kilos la soledad y no la soport贸 su esqueleto con piel de inmigrante. Libertad vino pidiendo. Un trozo de trabajo, un poco de pan. Y una sonrisa para aprender a ser feliz de una pu帽etera vez. Unos derechos que le dec铆an que ten铆a porque era humano. Se lo dec铆a la ONU, los pa铆ses democr谩ticos, civilizados, cristianos. Ten铆a derechos. Y el chaval busc贸 por la Calle Feria, Relator, cerca del Gran Poder y San Gil. Y los derechos no estaban. Preguntando anduvo. Rastreando huellas de civilizaci贸n occidental. En un hospital a lo mejor. Virgen del Roc铆o se llama. Quer铆a cobijar su bronconeumon铆a. Poner su fr铆o bajo techo, su disnea en el latex profesional de la conciencia m茅dica, su dolor al amparo de un antibi贸tico que sabe de pulmones sin broncodilatadores. Y dos horas bastaron para que volviera a la calle, al asfalto, al hambre. Porque hab铆an hecho el milagro de curarlo en dos horas. Y el alta, para que aprenda a respirar el aire de la Sevilla hermosa, la luz de las estrellas apoyadas en giraldas, para que siga buscando los derechos a los que tiene derecho por el simple hecho de ser humano.

A lo mejor no era humano porque nadie le daba esa categor铆a. Por encima del hombro lo miraban, por encima de la ilegalidad, por encima de la sospecha. Los pobres casi siempre son delincuentes y a los mejor s贸lo eran treinta kilos de criminal, de asaltador de viejecitas-cuatrocientos-euros-de-pensi贸n. Hab铆a que desviar la mirada porque a lo mejor estaba al acecho de un trozo de pan, de una manzana, de la manteca “color谩” o tejeringos calientes.

Y lleg贸 hasta el albergue del hambre, de los sue帽os sin cama, de los fr铆os sin mantas. Y estir贸 sus treinta kilos en un banco. Y se le acomod贸 la muerte en la postura estrenada a lo largo de su cuerpo. Joven. Era muy joven. Lo suficiente como para morirse. Lorca recitaba: “Y se muri贸 de perfil, viva moneda que nunca se volver谩 a repetir”.

Se equivocaba Federico. Se repetir谩 la muerte. Le bastar谩n treinta kilos de miseria para dibujar el perfil de cera. Bastar谩 ser inmigrante, buscar derechos, pan, alegr铆a. Bastar谩 una bronconeumon铆a, una hepatitis, un c谩ncer. Y no podr谩 llegar a la farmacia porque Ana Mato expulsa del para铆so, como cualquier dios de derechas, a los que no tengan una tarjeta plastificada. Entre la vida y la muerte s贸lo media un pl谩stico. Y Ana vigila. Y deniega. Y margina, sin remordimientos de conciencia que para eso es cristiana, apost贸lica y romana.

All谩 por Sevilla est谩n velando una pena joven, delgada, silueta casi de hombre. Treinta kilos de desprecio. Pero estamos todos llorando para lavar la hipocres铆a, el farise铆smo, avergonzados de nuestra propia verg眉enza.

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