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¿Centro izquierda?


OPINIÓN de Rafael Fernando Navarro.-  Me siento incapaz de pertenecer a un partido político al uso. Tengo mi corazón a la izquierda desde jovencito, pero nunca he guardado en la cartera carnet alguno que me adhiriera expresamente a una formación concreta. Respeto a la derecha cuando ésta renuncia a sus raíces más hondas, aunque creo que hasta la fecha, y después de treinta y tantos años de democracia, todavía sigue sin romper aquel cordón primitivo que se le envolvió al cuello y que no le permite respirar el aire nuevo de los tiempos. No me vale decir que hay dentro de la derecha personas centradas y muy centradas. Como tampoco me vale que la derecha respete a la izquierda cuando ésta ocupa un centro izquierda. Detesto el valor atribuido a esa sentencia de que en el centro está la virtud. Me lo metió por los ojos un profesor de mi niñez. Si la virtud es centro, ¿de qué debe guardar equidistancia? El amor, decía mi viejo profesor, consiste en amar hasta el extremo, hasta el fin, hasta el vértigo. La tibieza que caracteriza el centro es nauseabunda. Y citaba no sé qué libro de la biblia: “porque no eres frío ni caliente, sino tibio, tengo ganas de vomitarte” Y se me clavó dentro, muy dentro. Y desde que usé mi sentido político y necesité definirme, me repugna ese centrismo del que se enorgullecen nuestros partidos.

Ser de centro-derecha o centro-izquierda encarna la cobardía de la indefinición. Sólo se puede ser radicalmente de derechas o de izquierdas, sin que ello entrañe las adherencias negativas que el término radicalidad encarna, para así poder despreciar o denigrar al de enfrente. Cuando nuestra derecha gobernante califica de radicales de izquierdas a los manifestantes que piden un trabajo, una vivienda o simplemente un trozo de pan y de dignidad están afirmando de forma prevaricadora la negatividad del término radical. El terrorismo es terrorismo. El vandalismo es vandalismo. Los saboteadores son saboteadores. Se ignora la riqueza del vocablo radical cargándolo de negatividad. Radical viene de raíz y la raíz es la base de la vida, es aquella parte que humildemente se hunde en la tierra para beber vida, renunciando incluso a la vistosidad exterior, para alimentar ramas y flores y convertir los almendros en primavera de brazos abiertos.

Cuando la izquierda gira hacia el centro, está buscando el chiquero donde esconder su cobardía, está abandonando las raíces que le dan seriedad y anda añorando subterfugios para disimular el miedo que alberga en el estómago. No es lícito disfrazar el miedo ni refugiarse en el centrismo para evitar el compromiso con los más débiles de la sociedad. Una fuerza política de centro izquierda no es fuerza y además está siempre dispuesta a congraciarse con los poderosos bajo la premisa de que son los creadores de empleo, los que sostienen la economía, lo que enriquecen a un país. Para eso ya está el centro derecha que se llama de esa forma a sí misma para dar la impresión de su renuncia a orígenes turbios, a padres desconocidos, porque es mejor la orfandad que las botas abrillantadas de El Pardo.

Los políticos de izquierdas no deben ser ejemplos de pobreza como a veces exigen muchos ciudadanos. No son monjes ni pertenecen a sectas religiosas que orientan sus enseñanzas hacia un cielo prometido o a hacia un infierno como castigo de pecadores. Lo creo y lo digo con claridad: no tienen por qué ser pobres. Pero deben tener muy claro que su acción política sí debe estar informada por una visión del mundo donde hay que elevar a los más pobres a los altares de la dignidad, de la vivienda, del trabajo, de los derechos sociales, de la sanidad, la educación. Hay que luchar para que las oportunidades estén equitativamente repartidas, para que los bienes de este mundo se distribuyan lo más igualitariamente posible, para que nadie pueda convertir en esclavo a quien por definición es centro del mundo como el que más. Un partido de izquierdas debe desterrar la esclavitud ejercida por el poderoso, el adinerado. Y no debe permitir que la riqueza de unos pocos descanse sobre la humillación de la mayoría. Lo ricos ya se las arreglan solos. Son los de abajo los que necesitan ayuda para luchar por su ascensión, instituyendo una justicia donde la riqueza desempeñe un papel social en favor de los más necesitados.

Nada de esto lo puede llevar adelante un centro izquierda. Hay que desnudarse de esa ambigüedad para quedarse en el extremo único donde la lucha se ejerce hasta sus últimas consecuencias.

Hay que despegarse de esos centros que equilibran y pretenden compatibilizar la lucha con la quietud, con la falsa prudencia. Reclamo la urgencia de una izquierda transformadora. Lo que hoy padecemos en nuestro país no es culpa sólo de la derecha gobernante, sino responsabilidad de una izquierda tan tibia que la sociedad siente necesidad de vomitarla de su boca.
















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