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Gallardón y la extraña familia


OPINIÓN de Carlos Carnicero.- Menudo regalo de Navidad. Mientras las ciudadanas y los ciudadanos hacían esfuerzos por organizar las fiestas desde la escasez o desde la penuria, Alberto Ruíz Gallardón se daba el lujo de retrotraernos en el tiempo y situarnos como una rara avis en Europa. La interrupción legal del embarazo deja de ser un derecho para las mujeres y se convierte en un delito que podrá ser despenalizado solo en algunos casos muy restringidos y específicos. El aborto se convierte en un concesionario que intervendrá el Gobierno y que limitará, tasadamente, solo en caso de grave peligro para la madre o por una fecundación mediante violación. Ni siquiera en caso de malformación del feto, que tendrá que venir acompañada de un grave peligro para la salud de la madre.

Resulta que Gallardón era la joyita del Grupo Prisa, porque hasta que llegó al Gobierno le tuvieron por progresista, tolerante y demócrata. Era laesperanza blanca de este progresismo de salón que tanto daño hace a los derechos de los ciudadanos y de los trabajadores.

El mismo caso que el ministro Wert, que de las tertulias y de los sesudos artículos de opinión en ese grupo pasó, también, a ser más papista que el papa, y a perseguidor de herejes. Técnicas de conversos.

Conozco algunos detalles de la personalidad de Gallardón que no me permito a mi mismo reproducir. Casarían mal con morales católicas tan estrictas como las que práctica el ministro en sus actos políticos. Pero lo que no tolero es el cinismo de pretender que la ley la hace para “proteger a las mujeres”, como si el aborto, hasta ahora, fuera obligatorio.

Reprochamos al Islam la injerencia permanente de la religión y las creencias en los asuntos públicos; y lo que ahora hace el Gobierno de Mariano Rajoyno es lapidar a las mujeres adulteras. Le basta con considerar delito la interrupción del embarazo. Claro que en un mundo sin fronteras, cualquier mujer puede abortar con todas las garantías médicas si dispone del dinero para un avión para viajar al Reino Unido, a Holanda o a cualquier país europeo civilizado, donde no están vigentes ayatolas como Alberto Ruíz Gallardón o Jorge Fernández Díaz, y donde los personajes del Opus Dei tienen derecho al cilicio y también a la ducha fría, pero no pueden aplicar sus creencias en forma de ley al resto de los ciudadanos. Gallardón nos va a islamizar, en el peor sentido, y naturalmente le da duro a los derechos de las mujeres. Claro, para protegerlas de sí mismas. El mismo criterio querige en Arabia con el derecho a conducir. De momento no hay noticia de una modificación del código de la circulación.

Supongo que habrán hecho cálculos electorales para esta contrarrevolución conservadora. Viene acompañada de una nueva ley de seguridad, para aplicarla cuando salgamos a la calle, que saldremos, a reventar nuestra indignación con este atropello.

El argumentario de este sustrato ideológico cavernario se las trae. ¿Recuerdan la primera intervención parlamentaria del ministro de Justicia sobre este asunto en el Congreso de los Diputados? Determinó Gallardón que existe en España una violencia estructural contra las mujeres que les obliga o empuja al aborto. Y, naturalmente no situaba esta violencia en las decisiones del Gobierno sobre la crisis, que castigan doblemente a las mujeres, sino en áreas etéreas del feminismo. Nada que ver que la educación de los hijos, cuya existencia quieren garantizar Gallardón, sea más elitista. Que se hayan suspendido becas comedor y de libros y material escolar; que haya denuncias de organismos internacionales sobre la violencia de la pobreza en la población infantil. El Gobierno de Mariano Rajoy obliga a las mujeres, si quedan embarazadas, a dar a luz a todos los niños, incluso a los que la ley y el estado de derecho solo protege hasta el momento de salir del útero de su madre. Luego, en un universo de millones de mujeres en desempleo, dejan el trabajo de su protección de las criaturas con certificado de nacimiento obligatorio en manos de Dios, en quien tanto confían y a quien sirven más allá incluso de lo que, si pudiera expresarse, les pediría.

Si como me temo la decisión de machacar los derechos de las mujeres tiene un sustrato electoral, me declaro insumiso de un país en que la religión se impone a la vida civil, y a los criterios de unos integristas, especie en vías de desaparición en el resto de Europa, que se dan el gusto de restringir la interrupción del embarazo a sus mujeres y a sus hijas en España, a las que no tendrán, en la mayoría de los casos, inconveniente en buscarles una buena cínica en Londres. Que aborten, pero que se lo paguen y lo hagan fuera de esta España tan católica que lleva lastrando nuestra existencia desde tiempos inmemoriales.



*http://ccarnicero.com/




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