Despu茅s vino el encuentro con lo que muchos denominan la vida, la realidad. Y uno fue aprendiendo otra lecci贸n: el trabajo era una forma de ganarse el pan de cada d铆a. Y era tambi茅n una manera de sometimiento a un jefe en detrimento de la propia libertad.. Y nos enfrentamos a esa frase tan real, tan real, que hiere los ojos cuando se la mira de frente: “trabajar para otro” Nada de coadyuvar a la creaci贸n del mundo, al devenir del cosmos, de la historia, junto a los dem谩s.. Es m谩s exactamente colocarse debajo. La realidad consiste en engordar billeteras ajenas a base de doblar la espalda propia. S铆, es m谩s bien la victoria de la realidad sobre la utop铆a. Mi profesor muri贸 hace unos a帽os. Yo sigo aqu铆, enfrentando la n谩usea sartriana, debatiendo la dualidad en que se erige mi historia personal, como t煤 con la tuya.
En estos momentos de estafa convertida en crisis, siento la orfandad que me produce su ausencia. Me gustar铆a poder quedar con 茅l, tomar un caf茅 y pedirle que me abra caminos para regresar a sus ense帽anzas, a mi urgencia personal y comunitaria para hacer del trabajo un elemento dignificante y volver as铆 a aquella utop铆a laica pero bendita. La crisis, me dir铆a, no ha producido la ca铆da de los bancos. Por el contrario, la estafa de los bancos ha ocasionado la crisis, donde somos seres malditos, condenados por el capital.Y ahora, como siempre, pagan los m谩s pobres.
Los pa铆ses del sur de Europa se desangran. Hay una verdadera hemoptisis que exten煤a el organismo sure帽o. Son millones los europeos que no tienen trabajo, que no tienen posibilidad de conseguirlo, aunque se les consuma la vida en la angustia de su b煤squeda. Una persona de cincuenta a帽os no tiene futuro porque es considerado demasiado viejo. Un ciudadano de veinticinco no tiene futuro porque es demasiado joven. Eso han conseguido: arrancar el futuro del horizonte vital de la gente. Y cuando no se tiene futuro se est谩 muerto, definitivamente muerto.
Se abre cada vez m谩s el muro vergonzante entre los que m谩s tienen y los que no tienen nada. S贸lo les queda el hambre, la sanidad convertida en negocio, el dolor en mercanc铆a, ense帽anza subastada al mejor postor, el desahucio y la carencia de derechos elementales como la libertad de expresi贸n o de manifestaci贸n. Los pobres son peligrosos. Cuantos menos derechos tengan, mejor.
Los gobiernos se han convertido en prestidigitadores que nos hacen ver horizontes de colores, pero horizontes como escombros de luz. Y se repite machaconamente que el dinero de los ricos es el que crea riqueza, cuando en realidad es el sudor del trabajador el que engorda las cuentas bancarias de unos pocos, porque estas siempre se nutren de lo que injustamente se detrae de las espaldas del de abajo. El trabajo es el que crea dinero. El empresario lo que hace es poner en el mercado ese dinero ganado para que le produzca m谩s dinero. Debemos colocar a cada participante en el orden de salida que le corresponde.
Bruselas acaba de programar el futuro para los pueblos sure帽os. No habr谩 posibilidad de encontrar un trabajo que dignifique. Quien consiga un puesto de trabajo recibir谩 un sueldo tan exiguo que no le permitir谩 llevar una vida digna. Necesitar谩 que los gobiernos suplementen esa percepci贸n para poder m谩s o menos comer. Es decir, la esclavitud se nos pone delante como meta y coordenada vital. Se convierte el hambre, la carencia de todo y el miedo en criterios para aceptar o rechazar ese puesto de esclavo. Un est贸mago que a煤lla termina someti茅ndose al chantaje miserable: esto es lo que hay y si no te sometes hay diez mil esperando su turno. Y si los gobiernos, escud谩ndose en situaciones espurias, aseguran que no pueden llenar ese complemento, trabajaremos, pero sin que ello suponga una vida con un m铆nimo de dignidad. Los empresarios no podr谩n ni siquiera acudir a aquella falsa aseveraci贸n que afirmaba que daban de comer a quince familias (cuando la verdad era que quince familias le daban de comer a 茅l). Hasta hace poco trabajar por mil euros estaba mal visto. Ahora te ofrecen cuatrocientos y parece que te est谩n haciendo un favor.
Y esto es lo que viene porque esto es lo que se han propuesto con este genocidio econ贸mico.
La historia necesita un giro copernicano. Mi viejo profesor siempre tuvo una ira contenida, envuelta en la paz de una sonrisa redentora. Hoy volver铆a a repetirme que las guerras las hacen los ricos, pero que las revoluciones s贸lo las hacen los pobres. Queda la esperanza como creaci贸n del futuro.