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12 años de esclavitud… y lo que nos falta

OPINIÓN de Leonora Esquivel.- La película 12 años de esclavitud (12 Years a Slave) es una película británico-estadounidense ganadora de los Premios Óscar de 2014, por mejor película, mejor actriz de reparto y mejor guion adaptado. Está basada en la autobiografía de Solomon Northup, un mulato afroamericano nacido libre en el estado de Nueva York que fue secuestrado en Washington D. C. en 1841 para ser vendido como esclavo y que trabajó en plantaciones en Louisiana durante doce años hasta su liberación.

Según un artículo de Terrence McNally titulado “There Are More Slaves Today Than at Any Time in Human History” y una crónica de las Naciones Unidas, “Slavery in the Twenty-First Century”, el número de esclavos alcanza la elevada cifra en la actualidad de entre 12 millones de personas y 27 millones, el número más alto de la historia de la humanidad. La mayoría son esclavos por deudas, principalmente en Asia del Sur, quienes se encuentran bajo la servidumbre por deudas contraídas con usureros, en ocasiones incluso durante generaciones completas, y por la trata de personas cuyo objetivo es principalmente la prostitución de mujeres y niños.

Creer que la película es “una historia del pasado” es una cómoda manera de adormecer nuestra conciencia. La esclavitud se practica hoy día con personas y animales. Por mencionar otra cifra estremecedora: al año se crían y matan 60 mil millones de animales terrestres sólo para consumo humano, sin contar los peces o los animales usados en laboratorios, espectáculos, vestimenta, etc.

En algunas escenas de la película era inevitable para un defensor de los animales hacer asociaciones con los “procedimientos habituales” de las granjas factoría, donde una madre es separada de sus hijos para ser vendida ella, a una industria, ellos, a otra. Golpear a un hombre hasta desmayarlo para obligarlo a moverse, dar latigazos en la espalda a otro a manera de castigo, exhibir humanos desnudos en un mercado para que los compre el mejor postor, hacinar personas en un dormitorio con nula o poquísima higiene, encadenarlos para que no huyan; no es muy diferente a lo que hace la industria cárnica, láctea, del huevo, circense, del tráfico ilegal de especies con los animales. Cualquier escena de esclavitud humana tiene un paralelismo con otras especies. Incluso la prostitución y la pornografía se practica con orangutanes y otros animales.

Me sorprendió que en la sala del cine la gente pudiera ver estas formas de violencia tanto física como psicológica, mientras apuraba un refresco y unas palomitas: entretenidos, cómodos en sus butacas. No quiero decir que sea válido ir solamente a películas donde la vamos a pasar bien y reír a carcajadas, pero no deja de ser alarmante la capacidad que hemos desarrollado para mostrar -o sentir- genuina indiferencia ante el sufrimiento ajeno. A mi no me basta repetirme “esto pasó hace muchos años”, pues como ciudadano medianamente informado no ignoro que millones de seres humanos pasan por las mismas condiciones de esclavitud en pleno siglo XXI, ¡y qué decir de los animales! Los primeros quizá tengan más oportunidades de revertir su condición, sea mediante la fuerza o la acción organizada de mecanismos internacionales, entre algunos, y cuentan al menos con el apoyo generalizado de la sociedad, pues la mayoría está en contra de la esclavitud humana aunque sin saberlo, quizá son copartícipes al adquirir ciertos bienes y servicios producidos en condiciones similares.

Pero con los animales lo tenemos aún más difícil, pues en primer lugar las prácticas que mayor explotación representan son legales: granjas factoría, laboratorios, industria de lana, pieles y cuero. En segundo, porque ni siquiera la mitad de la población humana las reconoce como negativas, al contrario, las damos por “naturales”, y en tercero porque no serán los propios animales quienes se liberen de su condición perpetua de esclavos, sino que dependen de humanos, lo cual lleva aparejadas muchas dificultades: coincidir en estrategias, convencer a la sociedad mediante información, alcanzar metas, decidir por los animales con el riesgo de equivocarnos a pesar de tener buenas intenciones, etc.

El cine no necesariamente tiene la función de educar, tampoco es beneficencia y no está obligado a donar parte de sus ganancias a organizaciones contra la esclavitud, por ejemplo. Sin embargo, eché de menos una reflexión respecto a algo que ocurre hoy día y parece ser parte de nuestra condición humana: someter, dominar, encarcelar, ensañarse.

No puedo evitar indignarme porque el espectador no asocie que su filete o pollo rostizado son símbolos de una sociedad esclavista, y nada va a cambiar para humanos ni animales mientras esa mentalidad nos siga dominando, y el egoísmo y la indiferencia sean los amos de los siglos por venir.




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