OPINI脫N de Rafael Fernando Navarro.- No hace mucho escrib铆 un art铆culo titulado "La maleta de cart贸n". Fue por entonces. Nos pisaba el cuello la dictadura. Era la miseria, el hambre, el abandono. Vac铆os los est贸magos. Ellos en las plazas de los pueblos. Por si el se帽orito precisaba alguien que orde帽ara, que hiciera surcos, que recogiera aceituna o algod贸n. Y ven铆a el se帽orito. Los miraba de arriba abajo y eleg铆a como cuando en el motel de carretera eleg铆a a la puta de muslos morenos y ojos que le tocaban la entrepierna.
Y se quedaban los otros, con la tristeza a cuestas, con el vac铆o a cuestas, con el hambre a cuestas. Y a medio d铆a decirle a ella que igual que ayer, que antes de ayer, que desde hace tiempo, y que los ni帽os vayan a pedirle a la abuela y que t煤 y yo no comeremos, como ayer, como antes de ayer.
Y otro d铆a sin que el se帽orito se fije en su est贸mago y piense en el est贸mago de ella, en el de los hijos. Y la abuela ya sin nada que darle a nadie. Y el hambre que no espera. Y un amigo se lo propone. ¿Y si nos vamos a Alemania? ¿Est谩 muy lejos? S铆, est谩 muy lejos, pero hay trabajo y dicen que comen todos los d铆as y que desde all铆 pueden alimentar a la parienta y a la chavaler铆a.
Llen贸 la maleta de recuerdos, de nostalgias, de soledades, de ausencias. La maleta de cart贸n. Atada con unas cuerdas. Y les dijo adi贸s desde la tercera clase de un tren con humo infecto. Asiento de madera enrejada. Como si empezara un cautiverio. Por miles se fueron. Alemania, B茅lgica, Holanda, Francia. Camareros alegres, simp谩ticos, r谩pidos. Mec谩nicos de puntualidad exquisita. Alba帽iles de andamio met谩lico, sin tortilla a media ma帽ana ni piropos a una mujer hermosa. Y lavar la ropa. Y tenderla en aquellos pabellones prefabricados sin sol espa帽ol. Y a fin de mes el giro de dinero para que ella se ponga guapa y los churumbeles estrenen pantal贸n azul marino.
Fueron nuestros emigrantes, nuestros exiliados. Europa estaba poblada de hambre espa帽ola, de miseria espa帽ola, de honradez y soledad y nostalgia espa帽olas. Y en verano, vuelta al pueblo. A abrazar a los ni帽os, a besarla furiosamente a ella, a decirle a los paisanos que se pasa mal, que Manolo Escobar, que Julio Iglesia, que El Fari, que Antonio Molina. Pero que no hab铆a m谩s remedio. Que m谩s corn谩s da el hambre. Y que a lo mejor pod铆an comprar un seat 6oo. Que a lo mejor pod铆an alquilar una casita y llevase a la mujer y a los ni帽os. Que a lo mejor, qui茅n sabe, sucede y pasa y se llega a…Y se protagonizaba el cuento de la lechera porque de algo serv铆a para sobrellevar la angustia.
Dos millones de espa帽oles est谩n en estos momentos sufriendo como emigrantes. Ahora llevan maletas Adolfo Bachiller o de loneta con ruedas, rebajas de Carrefour, un port谩til con Skype para besarse a distancia, acariciarse a distancia, abrazarse a distancia, encenderse a distancia. Y un m贸vil para que la abuela sin casi vista le oiga al nieto. Y se van los sanitarios, los maestros, los investigadores. Aqu铆 sobran. Porque otra vez es como entonces. Ni帽os que se marean en el colegio porque no han desayunado. Casas sin calefacci贸n por aquello de la pobreza energ茅tica. Familias donde no entra un euro. Matrimonios que se dividen entre la casa de los padres de ella y de 茅l. Colchones separados. Desahuciados que duermen mirando a la luna, trabajadores intoxicados de miedo aceptando condiciones de esclavitud. Y se van. Y la ministra no le llama emigraci贸n porque le da verg眉enza y habla de movilidad exterior. Y Pons blasfemando que irse a Alemania es como trabajar en Espa帽a porque somos Europa. Y nos quejamos del mal trato que a veces reciben los Pacos, los Manolos, los Pepes por el delito de ser inmigrantes. No nos hemos dado cuenta que Alemania es provincia de Ceuta. Como M茅xico, Argentina, Francia o B茅lgica.
En Ceuta hemos instalado un muro de cuchillas para que se desgarre la carne negra del hambre, de la miseria, del olvido. En Ceuta disparamos al aire pero las balas saben el camino de la nuca. En Ceuta levantamos muros de espinas para coronar la cabeza de la miseria, para que quede claro qui茅nes son los ricos y qui茅nes los pobres, para que sepamos distinguir el sudor del loewe. Hemos explotado sus tierras, sus riquezas, sus minerales. Los hemos conducido a la sombra del universo mediante el eufemismo de una colonizaci贸n que deb铆a llevarles a la civilizaci贸n y en nombre de la cruz hemos destruido sus costumbres, sus ritos, sus bailes gloriosos para dioses que son sus dioses. Los abandonamos (el lenguaje eufem铆stico le llama reconocimiento de su independencia) cuando ya no ten铆an nada que nos enriqueciera.
Muros de la verg眉enza de los que ya no nos avergonzamos. Les llamamos fronteras necesarias de un pa铆s, el nuestro. Dos millones de espa帽oles ense帽ando su carest铆a, su miseria, su hambre por el mundo, no nos ruboriza como naci贸n porque trabajar en Europa es como hacerlo en Espa帽a, porque no es emigraci贸n, sino movilidad exterior.