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Siria: tanto tiempo en tres años

OPINIÓN de Antonio Hermosa.- Más de once mil muertos por tortura en la sola capital entre los aproximadamente 150.000 computados; más de un millón de niños confinados en campamentos asediados entre los cinco millones terriblemente afectados por la violencia, de una población que no alcanzaba los 23 millones en 2011; la violación como arma de destrucción social y como chantaje cómodamente realizado por el régimen a la cultura en cuyo humus ha germinado; el uso de armas químicas en la periferia de Damasco; la hambruna como método de conquista, etc. Tres años de guerra, civil al principio pero ya internacionalizada, cada uno más cavernario que el anterior, conforman por tanto un espacio de tiempo sobrado para medir cuánto tarda una civilización en retornar a la barbarie. Durante su curso hemos asistido al espectáculo –y lo más inaudito: como espectadores- del desarrollo de un minucioso programa de industrialización de la muerte en el que su responsable principal, el mandatario sirio Bachar el Asad, logra traernos a la memoria a un pintor de brocha gorda austríaco por algo más que su bigotito.

Es verdad que alguno de esos hechos truculentos ha podido acometerse porque la cultura siria era en ese punto casi tan troglodita como la barbarie urdida sobre ella. Cuando las milicias, siguiendo órdenes, violan sistemáticamente a mujeres de entre 9 y 60 años; cuando convierten sus cuerpos en un campo de batalla social que destruye la entera comunidad, ello se debe en parte a que las víctimas se imponen a sí mismas la pena del silencio ante sus familias al objeto de no aparecer como delincuentes ante las mismas, e incluso de evitar la muerte a manos de ellas. Una culpabilidad voluntaria ésa, añadida a la involuntaria, que muestra el real estatus de la mujer en esos simulacros de sociedades; si encuentran castigo donde debieran hallar las caricias de la solidaridad y el afecto es que algo huele a podrido en su interior.

Naturalmente, aunque la violación represente para muchas mujeres su segunda muerte, ello no la exonera de su condición bárbara; ni atenúa a sus autores en su crimen que cumplan órdenes en una atmósfera criminal. Esos milicianos que cortaron la cabeza de los dos hermanos que, refutando las suyas, se negaron a violar a su hermana, y que asesinaron sobre su cuerpo al tercero que sí aceptó luego de violarla ellos, han llevado con sus actos a la especie humana al nivel más bajo de degradación.

La planificación de la barbarie, como bien sabe el lector mínimamente informado de la contienda, dista un mundo de detenerse en las acciones en las que condensamos al inicio su epítome. Más de nueve millones de desplazados; millones de refugiados; niños torturados para aterrorizar a la sociedad; mujeres (embarazadas, preferentemente) y, cómo no, niños, usados como escudos humanos; destrucción de inmuebles a fin de dar a la saña vida; civiles inmovilizados en campos de refugiados al objeto de servir de fácil blanco a quienes lanzaban sobre ellos toneles explosivos llenos de clavos, piezas de acero, etc., que repartían su carga horizontalmente al estallar sembrando de heridas, inaudito sufrimiento y muerte su paso; represalias mortales contra inocentes ejercitadas en nombre de la crueldad; traspaso de la misma al bando opuesto, especialmente al integrado por la yihad; todo eso, y un sinfín de etcéteras, ayudan a formarse una idea más cabal de ese museo del horror que una imaginación perversa decora de prodigios.

¡Cuánto tiempo ha pasado en los tres años transcurridos desde que el grupo de escolares de la ciudad de Deraa hiciera célebre a escala mundial la pintada que señalaba llegada la hora del Doctor! (esto es, del oftalmólogo Bachar el Asad). Empero, ya la detención y tortura posterior de cuantos estamparon ingenuamente su firma en el muro anunciaban el curso de los hechos, que el tiempo venía con prisa por regresar a la noche de los tiempos en un estado de cosas en el que el régimen tenía más fácil hacer la guerra a su pueblo que reformarse. Vinculando su suerte a una sola persona se prohibía negociar con la oposición, que pedía la cabeza del tirano como condición sine qua non para emprenderla; de ahí las pocas relaciones entre ambas fuerzas durante la contienda, y de ahí también que Ginebra 2 fuera desde la fijación de su fecha la crónica de un fracaso anunciado: destruir hasta incluso dividir Siria era preferible para el régimen a perder a su gerifalte. Craso error, por cuanto al final habrá lo uno y lo otro, pues quien se cree titiritero del futuro del país al haber recuperado sus tropas la iniciativa militar, no es sino una triste marioneta en manos de Irán o Rusia.

¡Cuánto tiempo también el transcurrido en estos tres años desde que a Bachar el Asad asesinar a multitudes le saliera gratis por un año ante una oposición desarmada decidida a no desfallecer en su protesta! Quienes en la oposición temían que la lucha armada sustituyera la protesta popular, y que los estragos causados entonces por el terrorismo en Damasco y Alepo fueran los primeros emisarios de su temor, consideraban una pesadilla el cambio de una en otra –la trampa preparada por Asad-, convencidos como estaban de que el régimen nunca podría triunfar ante una revolución pero sí de una guerra civil. Era su canto del cisne, cuando ya potencias como Francia o Turquía invitaban a la oposición a armarse, cuando Arabia Saudí nutría con armas a una parte de la misma, cuando Naciones Unidas fracasaba estrepitosamente en sus intentos de lograr un alto el fuego, cuando Occidente se desentendía de las víctimas; y cuando, en la otra parte, Irán empujaba al tirano a seguir tiranizando y Putin le dictaba órdenes al oído con sus colmillos cada vez más remojados en sangre. Un escenario en el que el horror y la muerte serían a la postre los grandes beneficiarios, máxime al hacer su aparición en él las huestes de Al Qaeda, en teoría ideológicamente comprometidas con la oposición, pero con una estrategia claramente diferenciada desde el principio.

Fue esa la antesala de la regionalización definitiva del conflicto, el paso previo a su internacionalización; de la irrupción de los nuevos intereses regionales, que alteraron antiguas lealtades y recompusieron nuevas alianzas, predicaron un nuevo destino, más gélido, a la primavera árabe, fragmentaron el poder emergente de los Estados aspirantes a la hegemonía regional y provocaron la voladura de la falsa armonía de los países musulmanes, desenmascarando con ello la fragilidad de la unidad religiosa de la Umma y su nula incidencia respecto de la religiosamente anhelada unión política de los países de la zona… a la espera de un nuevo califato, tan del gusto de los amantes del terror en la política.

¿Adónde abocará previsiblemente la crisis siria? La internacionalización del conflicto ha convertido la respuesta, en sí misma nada sencilla, en una cuestión harto escabrosa, por la sencilla razón de que ya el destino sirio no depende de fuerzas sirias. Sin duda, a nivel interno el tirano seguirá gozando de patente de corso para continuar masacrando a sus súbditos, partidarios incluidos cuando favorezca su interés, y para terminar de dejar a su país, o lo que próximamente quede de él, sin futuro. Máxime ahora que, como señalé, sus tropas han recuperado la iniciativa sobre el terreno luego de largos meses de estancamiento de la situación. Mas si Asad goza actualmente de una condición de ventaja ello se debe a la presencia sobre el terreno de pasdarán iraníes y de la milicia chií de Hezbolá, su prolongación libanesa.

Por otro lado, Estados Unidos, por boca del director nacional de información, James Clapper, ha identificado entre 20.000 y 26.000 “terroristas” dispuestos a atacar a Europa y a su país, lo que permite aplicar el concepto de “interés estratégico americano” a la situación, o lo que es igual, brindar una nueva oportunidad a Obama de intervenir. Lo que la continua violación de las líneas rojas se manifestó otrora en el indeciso presidente como un continuo incumplimiento de sus promesas de intervenir en defensa de los derechos humanos de los ciudadanos sirios -enredo del que, ironías del destino, lo librara una solución de urgencia propuesta por Putin-, ahora lo podría invertir el cada vez más envenenado conflicto que mantiene con el líder ruso en Ucrania; la retorsión de Obama a un personaje que gusta tanto de amenazar como tan poco de ser amenazado inducirá a éste a profundizar la crisis siria como medio de agravar el contencioso de Estados Unidos con Irán, lo que situará de golpe a China un poco más lejos en el mapa, que podrá armarse más cómodamente aumentando anualmente su presupuesto militar en una proporción superior a la de su crecimiento económico. Para la crisis ucrania, por tanto, no es osado predecir entre sus soluciones la peor de todas.

Y a la espera, en una esquina próxima al centro, Israel. La inestabilidad de la frontera norte ha llevado al Estado judío a bombardear en diversas ocasiones objetivos militares sirios, que si no han llegado a más se debe a esa situación extraña en la que Israel no firma el ataque y el ejército sirio no responde a la agresión. Pero ahora, con Hezbolá sobre el terreno, la situación cambia radicalmente. De momento, Israel ya ha advertido a Asad que considera una frontera única la doble que le separa de Líbano y Siria, y que se reserva golpear a discreción cuando considere en peligro su seguridad. Por otro lado, Israel, blanco además en los últimos tiempos de ataques sin tregua de Hamás en el sur, lleva quejándose en vano del peligro que representa para la comunidad internacional, y en concreto para sí, la obsesión iraní por hacerse con la energía nuclear. ¿Qué nos dice que la actual presencia de Irán en la frontera israelí a través de Hamás no sea la ocasión esperada por el gobierno de Netanyahu para llevar a cabo su particular ajuste de cuentas con el país de los ayatolás? De tener lugar semejante acontecimiento, todo sería posible, y la tercera guerra mundial, que a veces se deja vislumbrar entre la descomposición de Ucrania, tendría entre las ruinas sirias una rampa más segura de lanzamiento.

Así pues, la crisis siria no parece dar ninguna oportunidad a la paz, máxime si aliada a la de Ucrania. Lo único cierto que sabemos de ella es que lo peor está por llegar.




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