OPINI脫N de Rafael Fernando Navarro.- Espa帽a tiene sobre s铆 el peso de una maldici贸n reciente. All谩 por el 36 fue la Rep煤blica, el comunismo, la proliferaci贸n de partidos pol铆ticos, la ense帽anza p煤blica que se atrev铆a a hablarle a los ni帽os de genitales inmundos y proclamar que la mujer es un valor en s铆 misma. Y ante tal degradaci贸n, surgi贸 el salvador de la patria. Dispar贸 ca帽ones y mitras, pisote贸 la piel de toro con botas y b谩culos y termin贸 con el comunismo, ense帽贸 a los ni帽os que masturbarse conllevaba la ceguera y puso a la mujer atada a la pata de la cama para disfrute exclusivo del macho Queipo de Llano. El pueblo que hab铆a votado a los gobernantes que permit铆an y alentaban semejantes ense帽anzas y vivencias era perdidamente perverso y hab铆a que aniquilarlo. Franco empu帽贸 la pluma de firmar sentencias y las tapias de nuestros cementerios se poblaron de cad谩veres bendecidos por la cruz sagrada de un dios de derechas. Algo habr铆an hecho aquellos fusilados al amanecer.
No s茅 por qu茅 he pensado que hoy se est谩 repitiendo la historia. De aquellas alpargatas, de aquellas pelotas de trapo, de aquel chocolate de tierra, de aquellas telefonistas de pueblo, hemos pasado al mocas铆n elegante, a los fichajes multimillonarios, a las redes sociales donde es posible besarse en Skype. Pero parece que los ciudadanos hemos regresado a la categor铆a de s煤bditos y que nuevamente hemos perpetrado la maldad cruel propia de nuestra estirpe. Los que protestan son radicales de izquierda, filo terroristas, nazis, antisistema irredentos con instintos destructivos, orgullosos de ver c贸mo hacemos pedazos la democracia. Exigimos una sanidad, una ense帽anza, una ayuda a dependientes, una jubilaci贸n digna, un techo. Y lo peor es que creemos que tenemos derecho a estas exigencias. Y ah铆 est谩 nuestra maldad.
No hace mucho nos dedicamos a comprar una pisito de sesenta metros cuadrados, un ba帽o, una televisi贸n de plasma y un m贸vil para decirle a ella que la quer铆a a media ma帽ana desde el andamio o la oficina. Quisimos que nuestros hijos no pasaran hambre y que fueran “le铆dos” en la universidad. Quisimos disfrutar de Benidorm quince d铆as con una cerveza en la terraza y cuatro colchones en los pasillos del apartamento alquilado entre cuatro familias. Compramos un utilitario para ir al campo los domingos, tortilla y tinto y mucha alegr铆a en los labios.
Y alguien vino hasta el piso de sesenta metros, hasta Benidorm, hasta el utilitario, hasta la tortilla, hasta el c谩ncer, hasta la universidad, hasta la vejez y nos dijo que eso era destruir el pa铆s. Que qui茅n nos hab铆a dicho que el estado de medio bienestar era un derecho. Que est谩bamos viviendo por encima de nuestras posibilidades. Todas esas circunstancias, todos esos derechos, esas prerrogativas estaban tirando abajo al pa铆s y los culpables de este hundimiento eran los derechos adquiridos a base de lucha, el pisito, Benidorm y la ca帽a dominguera con su pincho de tortilla. Y aqu铆 estamos, en penitencia, cumpliendo las consecuencias de nuestro mal vivir, de nuestra creencia en que pod铆amos enfermar y esperar que nos curen, trabajar y alimentar a la chavaler铆a con el sueldo merecido, el ser jubilado por encima de ser viejo, el empuje de la silla de ruedas para tomar el sol en una primavera regalada.
Pero hay que cambiar esa visi贸n. Lo derechos se nos hab铆an subido a la cabeza y ahora hay que bajarlos de forma brusca, dejando atr谩s jirones de piel, abriendo en canal el alma, para que regrese a la miseria donde siempre debieron vivir los pobres, los que se hab铆an empa帽ado en pagar una hipoteca de por vida a cambio de una manteler铆a bancaria, los que pretenden que tener una leucoplasia en cuerdas bucales sea cargado a una sanidad que paga con sus impuestos pero que adem谩s hay que copagar llegado el momento, los que creyeron que el trabajo es un derecho y no un regalo empresarial. Todo esto ha conseguido hacer del pa铆s una maldici贸n de la que s贸lo los pobres son responsables. Y en justicia deben ser los pobres quienes paguen por esa maldici贸n.
La banca debe ser rescatada. Si se muere una mujer en el parto no importa, pero que se hunda la banca estar铆a mal visto. Ser铆a como andar desnudos por las alfombras lujosas del F.M.I. Millones y millones han ido a las cajas fuertes de los bancos. Ellos tienen que hacer frente a jubilaciones millonarias de sus directivos, a dietas de consejeros, a pr茅stamos a bajo inter茅s a las grandes constructoras, a coches blindados, a los Blesa, los D铆az Ferr谩n, as铆, en plural porque son legi贸n, porque las contabilidades en negro tienen que surtirse de favores concedidos y recompensados, porque el dinero regalado a los partidos pol铆ticos son inversiones hechas con visi贸n de futuro.
Y todo se ha vuelto provisional. El trabajo, el despido, el desahucio, la enfermedad, la vejez. Nada es definitivo. Todo es precario como la vida, como el amor, como la primavera. Los fusilados siempre eran seres sospechosos: algo habr谩n hecho. Algo han hecho los pobres para que la vida los obligue a ser pobres para siempre