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Cuando Cortés mostró el cobre, y las mujeres liberaron a sus hombres del yugo

Por Livia Díaz, México.-  Tepoztlán, Morelos es el paraíso, hogar de migrantes golondrinos hace siglos. Ha sido gobernado por un ejército de viajeros y meteorólogos, su bosque hospeda a miles de especies y recibe a cientos de turistas a diario.

Siglos antes del mandato liberal, intentando reformar a los indios que no querían trabajar, a los tepoztecos los encarcelaron, siendo liberados luego por las mujeres.

La rebelión de las mujeres terminó con siglos de intentos por esclavizar a los indios al trabajo de minas en Taxco, Guerrero, en donde el rico cultivó al jornalero para someterlo a su expectativa de producción.

Todo comenzó para el valle tepozteco cuando el marqués Hernán Cortés pasó por el hallazgo en las minas de Taxco en un reino en donde él era un señor por concesión virreinal, gobernador y capitán general en la Nueva España, y recomendó que se sacara todo a cualquier costo.

Poco después y condolidos por la situación de los indios obligados a cumplir la orden de sacar todo el cobre, los misioneros exigieron suspender aquéllos trabajos, y dijeron que los indios caían muertos "porque apenas acababan de hacer una cosa se les exigía otra, y otra, y otra… "

Uno de ellos, Fray Francisco de Mayorga en 1533, después de una visita a las minas relató que “el trabajo es de opresión desmedida.”

En las décadas siguientes murieron cientos de miles, al grado de despoblar valles enteros.

Entonces comenzó la crisis de mano de obra que desencadenó la rebelión de los tepoztecos y la incursión de las mujeres para sacarlos de la cárcel en agosto de 1725.

El trabajo de alquiler 

La mente española de 1542 concibió el deseo del “trabajo voluntario” del indio.

Los siglos siguientes, los indios, que ya no poseían los medios de producción y tenían que aportar dos por ciento de trabajo registrado en el “padrón de tributarios” obtenidos en una cuota derivada de cultivos, “en beneficio de la corona”, eran sometidos a “donar” parte de su producción como tributo o castigo.

Estos tributos terminaron en 1632 con la prohibición de la práctica de repartimiento, creando lo que llamaron “trabajo rotativo de alquiler”.

En su libro, “Antología Histórica de Tepoztlán”, la etnohistoriadora, Pilar Sánchez Ascencio cuenta que, los dueños de las minas intentaban por todos los medios que los indios trabajaran en las minas y ellos no querían.

Para los empresarios, sus argumentos al negarse a hacer el viaje y trabajar para los mineros, eran “pretextos para no cumplir la ley.”

Llegó este caso a la corte varias veces a lo largo de dos siglos. Se puede suponer que llevar gente a la mina se volvió la pesadilla y el motivo de malas maniobras, chantajes, encarcelamientos injustos y persecuciones, promovidos por los empresarios.

En Tepoztlán los jueces de los indios y los defensores se confrontaron.

Cuando modificaron las leyes de trabajo, los de Tepoztlán, a los que nunca les gustaron las minas porque además de que dejaban su casa y la huerta para ir a trabajar en el negocio de otros, el dinero de la paga se les iba en la comida y el viaje; el “trabajo" ofertado no les convenía. Además, según documentos de la época que se pueden consultar en el acervo del Convento de Nuestra Señora de la Natividad de Jesús, el proceso de contratación "estaba inundado de corrupción, pagos privados y sobornos entre empresarios, jueces repartidores, vendedores y administradores.”

Presión política

En aquellos tiempos el poder era vertical. Se ejerció de la alta esfera en forma directa hacia abajo, pero tenía otro paralelo, el de los indios o "la república de indios", la que en su esfuerzo por el dominio público, suprimen en Tepoztlán, en el siglo XVII.

Previamente, las jerarquías comandadas por Hernán Cortés como una “encomienda personal”, según lo relata el libro producido por el INAH Morelos, narra que mientras los dueños de las minas y los clérigos y los defensores de los mineros tiraban la cuerda a un lado y a otro, a falta de conocimiento de la lengua, en los tribunales se atacaba a quienes no se podían defender.

Entre quienes se jugaron la vida por los indígenas, se cuenta que, el abogado Francisco de Gálvez, luchó por la administración de la república de indios, y contra la imposición de un gobernador contrario al elegido del pueblo; hecho que también tenía que ver con las minas.

Al parecer, con eso no resolvieron la ausencia de obreros en las minas, sino que agudizaron los problemas.

Era una época de ajustes similares en todo el país. Muchos pueblos, acorralados y cansados de dar sin recibir, tras apoyar en su guerra armamentista a los españoles en contra de los aztecas, bajaron los brazos, como los de Tepoztlán.

Como los tepoztecos no quisieron viajar a Taxco a trabajar por la fuerza, lo siguiente a los juicios en su contra, fue aplicar una ley que al final se abolió, y resurgió con otras modalidades los siglos siguientes hasta volver al "voluntario" un peón, figura que hoy en día se llama jornal.

Panorama tepozteco 

Quizá para mayor presión los españoles suprimen la república de indios, a partir de lo mismo ocurrieron otras cosas, por ejemplo, comenzaron a asentarse en Tepoztlán los perseguidos políticos, los mulatos, negros, rebeldes, refugiados, mestizos, mientras muchos tepoztecos migraron.

El fenómeno de migración masiva lo registró la historia en 1616, a partir de la supresión y la imposición de otro gobierno, por el que la población realizó un “éxodo masivo”. Se trató de la imposición de un cabildo, quitando votos a Cristóbal Molina, quien tenía la simpatía popular.

Para la escritora consultada, luego de la imposición comenzó el “trabajo forzado disfrazado”.

Los pobladores del valle, originalmente llamado Santa María Natividad de Tepoztlán, comenzaron a esconderse y “agotaban recursos para evitar acudir al trabajo de las minas”.

A la par, la Santa Inquisición hizo trascender a su religión para inyectar medidas coercitivas en su rebaño. En la misma época fueron diciéndoles a los moradores de los pueblos, que el castigo por su rebelión sería la “perdición del alma”.

Según escribe Serge Grozinski, del departamento de Investigaciones Históricas del INAH, la aplicación de los mecanismos de terrorismo coercitivo, operaron en el ánimo de la gente, que comenzó a vivir con miedo.

Cronología de hechos 

El virrey Juan de Acuña, marqués de Casafuerte condenó a los indios tepoztecos el primero de julio de 1742 a pagar mil pesos oro por no cumplir la ley de repartimiento.

1723.- Francisco de Borda se sigue quejando de falta de indios. Pasaron tres años desde la primera queja.

Para 1725 los habitantes “debían dos años” de "trabajo voluntario", según los acusó ante el tribunal, el empresario Alonso Jiménez de Castilla.

Junio de 1725.- Los indios de Tepoztlán están en franca resistencia. Se amotinan contra las órdenes virreinales y están decididos a llegar hasta las últimas consecuencias.

Francisco de Santiago y Miguel Xala son señalados como principales cabecillas en complicidad con el gobernador del pueblo Nicolás de Roxas.

El asesor de los tepoztecos Francisco de Gálvez, sigue ante los tribunales defendiendo al pueblo, a quienes acusan de “ir contra las leyes reales de indias.”

La sentencia.- Los castigan a seis meses de trabajo en las minas sin volver a su hogar. Los tepoztecos que se niegan son amarrados y encerrados y atados con un palo de argollas para que se les dieran 50 azotes públicamente.

A los cabecillas los persiguieron y los encerraron y les exigieron el pago de una multa de 200 pesos.

El gobernador pasó la misma suerte, y tuvo que pagar una multa de mil pesos.

El defensor también recibió sentencia, fue desterrado por dos años, sin derecho a acercarse a 40 leguas de Tepoztlán y tenía que pagar 50 pesos de multa para la obra “Real del Palacio”.

Agosto de 1725.- “Al verlo todo perdido, las mujeres tepoztecas se amotinaron ante las autoridades y armando gran alboroto han arrojado, descerrajado las puertas de la cárcel, echando fuera a los indios que por irreverentes, se hallaban en ella por no haber ido a trabajar.”

El castigo había superado lo imaginado y terminó con la paz en toda la región. Pronto, el mismo marqués dio a conocer que había perdonado los actos de las mujeres por “benignidad y atención por sexo y miseria.”

La obra consultada no da cuenta de si los indios tuvieron que pagar los mil pesos que les demandó la corona como multa pero sí del final feliz de la historia, cuando, rompiendo su extradición, Francisco de Gálvez, regresó y puso una apelación a las sentencias y al revisar los documentos previos descubrieron que se trató de una injusticia.

Poco después los tribunales desistieron del caso diciendo que se “descubrió” que los empresarios habían mentido.




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