Jacques de Maio, jefe de delegación del CICR en Israel y los territorios ocupados, al regresar de una visita a Gaza
Norte de Gaza, a media tarde, en una calle frente a un edificio de siete pisos.
Un niño juega con una pelota. Un hombre se arrodilla frente a él y le sonríe. Tomando la mano del niño como lo haría un tío cariñoso, le dice: "Que Dios te proteja".
Abdel*, el padre del niño, observa al hombre que habla con su hijo y la situación no le gusta: el extraño es un miliciano "buscado". En la jerga militar, el hombre es un "objetivo de alto valor"; todo el mundo lo sabe.
Norte de la franja de Gaza. Un palestino sostiene a una niña herida/ © Reuters/F. O'Reilly |
Llama a su hijo y lo envía con la madre, que está en el cuarto piso del edificio.
Unos minutos más tarde, el edificio quedó cortado en dos por un ataque aéreo. El cuarto piso dejó de existir.
Cuando el padre despierta en el hospital -el mismo hospital que fue bombardeado días atrás, con un saldo de varios pacientes muertos y decenas de civiles heridos, entre ellos profesionales médicos- sus primeras palabras son: "¿Dónde está mi familia?"
Los médicos no tardarán en decirle que sus familiares han muerto. Su hijito, su esposa y su madre, entre otras personas. Que también ha perdido su pierna izquierda a causa de una amputación traumática por encima de la rodilla. Junto a él, Fatima, una niña de tres años, sufre graves dolores causados por la metralla alojada en su columna vertebral; junto a ella, su prima adolescente está en estado de conmoción.
"¿Este niñito es el número 226 de los niños palestinos que han muerto aquí desde la reanudación de este conflicto de alta intensidad? ¿Es el número 228? ¿El hijo de este hombre ha sido reducido a una estadística más?"
Mientras tanto, el miedo también se refleja en los ojos de los niños israelíes. La vida cotidiana de la población civil del país se ve perturbada todo el tiempo por la amenaza de ataques indiscriminados y por las constantes corridas a los refugios. Mi mirada vuelve a posarse en Fatima*, que no tenía un refugio donde protegerse y que tal vez nunca más pueda correr ni caminar.
El CICR dialoga con "ambas partes" sobre las "normas de la guerra". Hablamos sobre principios tales como "precaución en el ataque", "objetivos legítimos", "ventaja militar concreta" y "proporcionalidad". Recordamos a todos que si se prevé que un ataque cause "un número excesivo de víctimas civiles incidentales" en relación con la ventaja militar concreta y directa que se espera, el ataque debe ser cancelado o suspendido. Decimos en voz alta y clara que en esta guerra, como en cualquier otra, no es aceptable que los soldados reduzcan sus riesgos a expensas de los civiles de la otra parte. También decimos que en ningún conflicto es aceptable usar a personas civiles como escudos humanos. Participamos en conferencias diplomáticas, organizamos talleres, procuramos "sensibilizar" a los beligerantes para "minimizar el número de víctimas". ¿Cuán útil es todo esto?
En Gaza, evacuamos a pacientes con heridas de guerra y a personas de edad atrapadas en los escombros de lo que pocas horas antes habían sido sus viviendas. Visitamos a prisioneros capturados en las zonas de combate. Reparamos los sistemas eléctricos y de suministro de agua. Mientras tanto, cientos de miles de personas reciben la orden de evacuar sus hogares en medio de la noche. ¿Qué pasa con los que quedan atrás porque no pueden huir? ¿Adónde irán? ¿A centros superpoblados que pueden ser bombardeados? ¿A hospitales o servicios médicos de emergencia, que ninguna de las partes beligerantes respeta? ¿A barrios destruidos donde se dispara hasta contra las ambulancias de la Media Luna Roja Palestina? ¿Cuántas más Shujaiyas –un mar de escombros, en el que antes vivían casi 100.000 personas– deberá haber antes de que todos abran los ojos y tomen conciencia de la gravedad de la situación?
Junto a un padre mutilado que ya no tiene familia y a una niñita privada del futuro al que tiene derecho, me invade un sentimiento de impotencia.
El costo humano es lisa y llanamente excesivo. Demasiadas mujeres y niños son heridos, mueren o sufren daños en sus mentes y cuerpos. No se trata de a quién echar la culpa porque no respeta esta o aquella norma de guerra, ni de determinar si la ventaja militar esperada supera los daños colaterales. De esas cuestiones se ocuparán los académicos, los abogados, las ONG, los periodistas y los ciberactivistas.
Para el CICR, se trata de poner fin a la inhumanidad de esta guerra. Se trata de hacer lo correcto.
"Como delegado del CICR, sencillamente alzo mi mano para decir: Ahora, no sólo invoco la ley, sino que invoco el imperativo humanitario: basta de muertos, basta de destrucción".
*Se han cambiado los nombres para proteger la privacidad de las personas.