OPINIÓN de Pura María García.- Hace tres años comenzó a preocuparnos oficialmente, probablemente porque las noticias venían de un lugar cercano y porque todos padecemos ese miedo selectivo que únicamente despierta nuestra sensibilidad cuando intuimos que los problemas de los otros no van a respetar nuestra inmunidad. En Portugal, un grupo profesores de educación primaria, alertaban de que algunos de sus alumnos mostraban síntomas inusuales, como mareos, pérdida de conocimiento y soñolencia crónica.
Era el hambre, el vacío de lo indispensable, instalándose en las bocas pequeñas y los ojos medio entornados por la ausencia de fuerzas y por la necesidad vital de no ver la realidad para engañar al estómago y no desfallecer. Las noticias pudieron leerse en el interior de los diarios. Cruzaron las pantallas y las emisoras de radio como dardos que debían haber hecho diana en la conciencia colectiva. No lo lograron ¿Por qué iban a conseguirlo esta vez, cuando el hambre de los niños rumanos, los niños gitanos o los niños griegos no lo había hecho todavía? ¿Qué tenían los niños de Portugal de diferente?
Hace tres años, los indicios de que la miseria salpicaba con su onda inaceptable a los pequeños cuerpos que eran la semilla del futuro más oscuro impactaron en nuestra sensibilidad como siempre sucede, momentánea y transitoriamente. Nos preocupó un instante, el necesario para auto engañarnos y mentirnos sobre nuestra inexistente solidaridad.
En los primeros meses del año siguiente, 2012, en Portugal se cifraron en 13.000 los alumnos que carecían de una alimentación apropiada, y eso rebajando la llamada línea de la pobreza hasta considerar que lo apropiado era lo mínimo para no desfallecer.
Hace un año Unicef tuvo que poner en marcha una campaña dirigida a recoger firmas para reclamar al gobierno y las instituciones oficiales el cumplimiento de los compromisos que supuestamente habían aceptado para combatir la pobreza infantil en España. Habían olvidado, uno más de las decenas de peligrosos olvidos que sufre la casta política diestra y la siniestra, que se habían comprometido ante la Unión Europea a reducir en 250.000 la cifra de niños catalogados con la injustificable etiqueta de víctima de la pobreza infantil antes de 2020. Subidos en el atril de la demagogia, los representantes de este gobierno, que únicamente se representa a él mismo y los suyos se llenaron la boca diciendo que “erradicar la pobreza infantil sería una prioridad dentro del conjunto de los planes de acción que estaban elaborando para la inclusión social y el apoyo a las familias”. En realidad no mintieron: el conjunto de los planes de acción para la inclusión social y apoyo a las familias es un conjunto vacío, uno más de sus conjuntos vacíos y las prioridades de un conjunto vacío, simples matemáticas, son prioridades vacías.
El gobierno se limita a cruzar los brazos y fingir esa preocupación demagógica que, dice, “impulsará nuevos retos, nuevos programas, nuevas iniciativas, nuevas…” MENTIRAS. Los ciudadanos, nosotros, escudándonos en la justificación que, aunque no lo es, podría parecer suficiente de que ya hacemos bastante con intentar llegar a fin de mes, sorteando medidas políticas asfixiantes y recortes de nuestros más mínimos derechos, sentimos un escalofrío MOMÉNTANEO cada vez que leemos las cifras de la pobreza infantil.
El año pasado, nuestro país fue el segundo país de la Unión Europea con la tasa más alta de pobreza relativa, tras Rumanía, traducida en más de 2.500.000 niños víctimas de la pobreza, un 5,6% de la población total. La cifra es aún más conmovedora si aceptamos que, para no ser tan conscientes de esta delirante injusticia, los estudios han bajado el rasero con el que se miden los ingresos aceptables que son la linde entre los pobres y los no pobres hasta la cifra de algo más de 16.000 euros de ingresos en una familia con 2 hijos. Actualmente, el índice de pobreza infantil ya se sitúa en un 34%.
Son los mismos niños que el sistema ha ido entrenando, con maquiavélico esmero, para ser los perpetuadores del capitalismo, los niños intencionadamente programados para ser peter-pan en el país no de Nunca-Jamás sino en el país de la infancia mágica. Son los niños a los que el capitalismo ha programado para consumir sin medida desde la mano de sus endeudados padres. Los mismos que no veían razón para conformarse con comer un bocadillo y exigían, con lloriqueos consentidos por los padres hipotecados para alcanzar el premio de una segunda casa, un segundo coche, una segunda vida, un huevo de chocolate que debía contener un premio, un incentivo a la ambición de tener por tener.
El sistema ha ido preparando a esa infancia que hoy no tiene que llevarse a la boca para esclavizarla a él, agrandando su estómago y su boca, los mismos que ahora se niega a alimentar. Nos ha entrenado, a los padres de los niños que hoy sienten su extraño pero familiar hormigueo en el estómago, para que alimentásemos la mentira de una infancia mágica, en la que no podía haber problemas, todo estaba permitido, y el futuro era una línea de horizonte del color dorado de posesiones y metas, siempre inalcanzables, a costa de la esclavitud de recibos de préstamos pagados con horas inacabables de trabajo. Cuando ha querido, cuando no ha tenido suficiente, el sistema les ha girado su espalda, nos ha girado la espalda, dejando tras él la hambruna y la necesidad.
Hace unos días, un nuevo informe de UNICEF, ha evidenciado lo que todos sabíamos, o al menos era fácil intuir: la pobreza infantil en España aumenta vertiginosamente. No es ya suficiente el argumento del eufemismo de la crisis, en realidad el triunfo evidente del capitalismo. Conocemos y sabemos las cifras que recuentan las bocas que llevan demasiados días sin saborear el más mínimo alimento, pero, en realidad, NO LAS SENTIMOS, no hacen eco en nuestra inexistente sensibilidad.
De ser así, ¿no nos habrían conmovido ya los niños y adultos rumanos que llevan años ingiriendo ranitidina para no sentir hambre, porque no pueden ni recoger comida de los contenedores, tan vacíos como sus estómagos? ¿No nos habrían conmovido las cifras de niños gitanos que no comen, desde mucho antes de la crisis, mientras malviven en poblados de chabolas? ¿No nos habría conmovido YA el retrato del hambre infantil en el continente africano?
Tras las cifras del hambre infantil, en cualquier país, se amaga la cifra del índice de necesidad de estructurar nuestra rabia, de darle forma organizativa, de SENTIR nuestra parte de responsabilidad, más allá del argumento de “Es la crisis está que no acaba de irse”, y de enfrentarnos a la voluntad del podrido sistema que nos vence, cada día, un poco más.
Fuente: Unicef |