Por Rafael Fernando Navarro.- Iba la vida por una calle cualquiera. Hermosa a veces. Alegre a veces. Festiva a veces. Iba la vida por una calle cualquiera. Mal vestida a veces. Triste a veces. De luto a veces. Pero era siempre vida. Y ten铆a los que la amaban. Por ego铆smo tal vez. Por miedo tal vez. Pero siempre ten铆a amantes. Grupos numerosos. No sab铆an contarlo las empresas especialistas, ni las fuerzas del orden, ni los obispos. Muchos. Eran muchos y eso se pon铆a delante de los ojos de quienes, al parecer, eran enemigos de la vida, y se blindaba como un argumento irrefutable. Ellos eran los amantes al parecer excluyentes de la vida. Lo dec铆a un slogan que corr铆a de boca en boca por las aceras de una calle cualquiera. Eran sus defensores, los que ped铆an dimisiones y exig铆an cumplimientos de programas electorales porque coincid铆an con sus propias concepciones. Contra el aborto y en defensa de la vida. Los que no estaban con ellos por una calle cualquiera, eran sentidos como aprovechados de la vida, pero no amantes ni mucho menos defensores.
Iban tambi茅n por una calle cualquiera. Marea blanca le llamaban a todos los que exig铆an una sanidad que abarcara a todos, que se ocupara de todas las dolencias humanas, que atendiera sanitariamente a todos. Los enfermos no quer铆an ser mercanc铆a, aunque de vez en cuando un nefr贸pata hubiera deseado ser autopista o Cajamadrid para que alguien lo rescatara. Unos kil贸metros de asfalto valen m谩s que yo, pensaba el dependiente en silla de ruedas. Hay dinero para sacar ese asfalto de la ruina del tiempo, pero no hay dinero para que alguien me saque de esta silla y me meta en la ducha.
Por una calle cualquiera, una marea verde. Chavaler铆a hilvanando futuro. Padres rumiando un pasado. Profesorado implicado en el ma帽ana de la muchachada. Apretados. Sin becas que llevarse al talento. Sin posibilidades de seguir estudiando porque los andamios se hundieron con la crisis y los padres alba帽iles se hab铆an venido abajo.
Por una calle cualquiera un oleaje asqueado. Los que con cuarenta a帽os son viejos para trabajar y j贸venes para ser arrojados de sus casas, atados por el cuello por una hipoteca vitalicia. Un oleaje de parados. Millones. Con la desesperaci贸n en los ojos, en las manos. Con el hambre de sus hijos crucificando los est贸magos. Con el amor de pareja amargado porque la desesperanza se nutre con caricias olvidadas, con besos archivados, con piernas herm茅ticas para el amor de cada noche.
Por una calle cualquiera un pu帽ado de viejos. Ya no son jubilados, ya no son los alegres. Los han degradado a la categor铆a de viejos. Empotrados en la duda entre comprar comida o copagar el tavanic para la neumon铆a. Que dice el m茅dico que es necesario el antibi贸tico porque la tos, porque la expectoraci贸n, porque la asfixia… ¿Pero no ser谩 tambi茅n necesaria la tortilla francesa? Y los nietos y el yerno y la hija en paro que ahora viven con ellos. ¿Qu茅 hacen esos viejos con las bocas j贸venes que tienen nuevamente a su cargo?
Por una calle cualquiera los que exigen que les devuelvan la dignidad. Porque los sanitarios, los estudiantes, los parados, los viejos, los dependientes, no s贸lo se han quedado sin las coordenadas que constituyen la vida. Es que adem谩s les han robado la dignidad, arrancada de cuajo como una piel, porque sin dignidad todos se someten m谩s f谩cilmente. El estudiante renuncia al futuro. El parado sucumbe al chantaje de la propuesta de trabajo a ocho euros la hora porque m谩s corn谩s da el hambre. Y los viejos tienen miedo a que le disminuyan los euros de la pensi贸n porque va a faltar el caldo caliente para todos. S铆. Les han quitado la dignidad.
Y eso amantes de la vida exigen que no se prodiguen m谩s “asesinatos” aunque no les importa que la vida de estudiantes, dependientes, parados, enfermos, viejos, desahuciados carezcan de ella. Les obsesiona, como a Gallard贸n, los no nacidos, pero olvidan a los que exigen seguir viviendo y que s贸lo piden un trabajo, una medicaci贸n, la posibilidad de un futuro, la alegr铆a de ser viejo, la dignidad de vivir.
Uno se echa a andar por una calle cualquiera. Proclama su amor a la vida. Y siente ganas de llorar o de romper cristales o de besar o de pegar. Porque uno est谩 vivo, aunque no le importe a nadie.