OPINI脫N de Rafael Fernando Navarro.- Era el de la camiseta morada. No ten铆a nombre porque los pobres son tan pobres que ni siquiera tienen nombre. Trataba de saltar la valla, la de las cuchillas, la de la verg眉enza, la del asco que separa a los ricos de los que no tienen nada, ni siquiera nombre. Era simplemente el de la camiseta morada.
Trepaba como un gato. Saltaba por la alambrada como un mono. Hu铆a del hambre, de la miseria, de la humillaci贸n de no ser nadie. Hu铆a tal vez de s铆 mismo. Buscaba un trozo de pan, un vaso de leche, un pedazo de dignidad. A lo mejor llegaba a conseguir un nombre. Buscaba una camiseta blanca, azul, roja para enmarcar su camiseta morada como se enmarca el primer beso, la primera caricia, la primera ofrenda abierta y regalada.
En ese momento era s贸lo el de la camiseta morada. Colgado de las cuchillas que abren la carne, que rasgan la piel, que cortan venas como manantiales de sangre africana, negra, sangre con sabor a sal, a mar, a desierto, a patera. Cuchillas como gritos que desgarran el alma porque dicen que 茅l no es de los nuestros, que hay que defenderse de sus anhelos de comer pan con aceite, del olor de sus cuerpos sudados, sin una gota de loewe que llevarse a la piel.
Buscaba un poco de libertad para decir su palabra, para exigir igualdad, distribuci贸n del mundo entre todos porque de todos son las cosechas, los p谩jaros, las flores. Porque todos tenemos derecho a saciar los est贸magos vac铆os, hinchados de desprecio, infecundo porque el semen se debilita, porque las mujeres est谩n secas como troncos de olivos retorcidos.
Abajo, las fuerzas del orden. Escuece el t茅rmino orden. Porque en realidad son fuerzas del desorden, las que se dedican a guardar a los ricos en sus fronteras, en sus castillos de riqueza, en las poltronas de su bienestar. Custodian a los antiguos propietarios de unas colonias donde todas las camisetas moradas eran esclavos, donde robaron sus riquezas, donde dejaron sus secarrales cuando ya no sal铆a nada de sus ubres ricas en otro tiempo, donde dejaron la pobreza sembrada y ahora ha florecido en miseria. Y esas camisetas moradas estaban ahora colgadas de las cuchillas que sajan la carne en vivo. Y esos hombres del orden tienen instrumentos pensados para que duelan, para que priven de los sentidos, para dormir la conciencia, para injertar el miedo en la piel. Hombres entrenados para acertar con zonas del cuerpo que destrocen. Hombres con armas que abren heridas. Hombres fuertes capaces de arrastrar cuerpos vencidos. Hombres con alma blindada para que no les penetre el dolor ajeno. Hombres que besan a sus hijos, que acarician el cuerpo de una mujer, que sienten la ternura del abrazo, que trepan por el vientre delicado de la esposa. Pero que ahora pegan, rompen cr谩neos, espaldas, tobillos porque son hombres del orden. Y el orden dicta que los pobres tienen la obligaci贸n de ser pobres porque a costa de esa pobreza los ricos son ricos.
El vest铆a una camiseta morada. Sin nombre, sin apellidos. Simplemente era una camiseta morada. Cay贸 al suelo. Roto el cr谩neo de un golpe certero. Inconsciente. Arrastrado por la tierra como si ya estuviera muerto. Entregado a las fuerzas marroqu铆es para hacerlos part铆cipes de una muerte. Hay que dividirse el m茅rito de matar.
El de la camiseta morada morir谩 ma帽ana, pasado ma帽ana. Cuerpo de tierra espa帽ola, de palos espa帽oles, de rechazo espa帽ol, de humillaci贸n espa帽ola. Sue帽os frustrados. Y los marroqu铆es, s煤bditos de una dictadura sagrada, rematar谩n la faena y cobrar谩n un plus porque la muerte est谩 bien pagada.
No sabemos casi nada de su pasado y no nos importa su presente. Sabemos que ha quedado parapl茅jico, que le han tenido que quitar un ri帽贸n, que tiene el bazo destrozado. Son las consecuencias del orden establecido, producidas por la reserva de occidente, por cristianos que comulgan diariamente con su dios, que ponen bajo el manto de una virgen a los parados a los enfermos, a los dependientes.
Como naci贸n, dedicamos una parte muy peque帽a al desarrollo de los pueblos pobres. Tal vez puedas aspirar a una camiseta morada y nueva, donativo altruista del pueblo que te dej贸 parapl茅jico.