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Pasar

OPINIÓN de Mauricio Castaño H., Colombia.- No hemos visto noticias durante todo el día, ni al desayuno, ni al almuerzo ni en la cena, estamos descansados del menú de asesinatos. No nos perdemos de nada de la repetición de todo día: robos, crímenes, enfermos desatendidos y fallecidos en las puertas de los hospitales; prostitución infantil, venta de niñas vírgenes; apuñalados por hurto de celular, políticos corruptos, parrandas mafiosas en cárceles, rama judicial en huelga porque no hay dinero para su funcionamiento; magistrados derrochones que van a gastar 500 millones de pesos a las playas de Cartagena con el pretexto de hacer convenciones como si en Bogotá o en la misma sede de los togados no existieran tales espacios. La pantalla chica nacional que muele chismes de modelos ligeras de ropa y tetonas. Mafiosos que compran reinas de belleza. Bufones en contra de la paz y a favor de atizar el negocio de la guerra.

Nada se ha perdido. Más bien hemos ganado calma interior, alejados de esos ruidos que reproducen banalidades y rutinas, conciencias embotadas por tanto muerto que ver, tanta violencia exhibida nos vuelve indiferentes. Todo pasa y nada pasa. Trancones en las vías por las obras interminables, retrasos y corrupción, caos vehicular. Hampones de aquí y de allá, políticos y pillos tienen sitiada a Colombia. Bogotá y Medellín hierven en su miseria, la delincuencia manda en la ciudad, regulan los comportamientos ciudadanos en las calles. La vida va mal; la empresa, la televisión van bien, todos van a venerar la pantalla chica, la miseria convertida en rentable y divertido negocio.

La miseria es manifestación de la inequidad, unos pocos tienen mucho, y muchos tienen muy poco, y la violencia, el reglón de la guerra es un negocio para los empresarios. Las tierras despojadas a campesinos y ganadas para la siembra de coca o tan sólo para hacer de ella corredores geoestratégicos por donde traficarla. Esta ultraderecha manda en el país, dicta lo que debe o no hacerse. Todos nos hemos acostumbrado a la violencia que a diario me enseña la televisión suavizada por sus bellas mujeres estilizadas y tetudas, todos esperamos con diversión el próximo asesinato, el próximo corrupto.

La costumbre todo lo hace normal, lo ruin nos parece hermoso, el asesinato justificado, la violencia merecida. Somos el camello conforme con su joroba alta de tanto cargar el peso de los demás, su carácter dócil de borrego que nada cuestiona, inclinado, carga lo que le echan, todo es tradición, se ha vuelto costumbre llevar el peso de los demás. Lo insoportable, la rebelión adviene del fiero León. Indomable fiera, no acepta cargas ajenas, su agresividad lo hace un ser temible, indomesticable, imposible para adoptar costumbres ajenas, que otros quieren imponer. El león es anárquico, dispuesto a clavar garras y colmillos ante desafío. El león, rey de las selvas, es temido, rebelde, sus fuerzas inquebrantables parecen nutrirse de una especie de insubordinación que colma todo su ser, tan necesaria para el cambio. Hará falta la inocencia de un niño y de su capacidad imaginativa, inventiva y de olvido para allegar a un espíritu libertario y ligero. Sin odios.

Tres personajes, tres espíritus que representan la metamorfosis de los cambios culturales, de las revoluciones sociales, de los cambios interiores de las personas, de los relevos de las costumbres que amenazan con petrificarnos o peor aún, doblegarnos. Primero el dócil que todo lo carga y ante todo cabizbajo dice sí; luego el espíritu fiero y guerrero, rebelde desafía a quienes quieren someter; por último sin odios, imaginativo es el niño, ante todo espíritu creador, en movimiento, todo en nosotros es pasar.





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