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Rajoy, en caída libre hacia el abismo de las municipales

OPINIÓN de Carlos Carnicero.- Mariano Rajoy es un gallego adusto, tímido, timorato y lento en sus reacciones; enemigo de mostrar sus pensamientos e indeciso en la toma de decisiones, hasta el punto de permitir que el tiempo haga su trabajo, aliviándole de la exigencia de compromisos. Confía ciegamente en su asesor demoscópico, Pedro Arriola, que es su Richelieu informático; determina todas las conductas del Gobierno con el único objetivo de garantizar las elecciones.

En la cuestión catalana su único refugio es y ha sido la ley. La ley se aplica porque es inevitable su cumplimiento. Pero la política existe, sobre todo, para conseguir la superación de conflictos. Y en esa estamos. Atrapados entre las picardías de Artur Mas para violar la ley sin que se note demasiado y la incapacidad del presidente de Gobierno de tomar iniciativa alguna que oriente soluciones. Ahora, en una vuelta de tuerca a la locura en la que se ha instalado Artur Mas, propone una consulta de feria y asegura que habrá “locales, urnas y papeletas”, como si fuera una verbena como sucedánea de algo tan serio como un referéndum.

España, después de quinientos años, muchos de ellos en declive, no tiene la confianza ni el afecto de muchos ciudadanos que no la reconocen como nación que ha dado forma a un estado. Aplicaremos la ley y ésta se hará cumplir, pero no conseguiremos los requisitos políticos, emocionales y afectivos para que este país se constituya en una nación arropada por un estado moderno.

Con este embalaje, las costuras saltan por casi todos los parámetros. Y la forma en la que se ha afrontado la aparición del primer contagio de Ébola en territorio europeo, es un ejemplo del declive del gobierno de Mariano Rajoy.

El tiempo se encapsula en esta España que acude al precipicio sin que haya espacio distinto del de la amarga queja de la mayoría de los españoles que ya no confían en nada ni en nadie. Desde la Casa Real al mítico líder de los sindicalistas asturianos, nadie esté exento de la indignación ciudadana y la sospecha en todos y cada uno de los estamentos de la sociedad y del estado. En estas condiciones, la eclosión de movimientos populistas es la forma que tienen las sociedades desesperadas para huir hacia delante, que es el caos como condición del cambio.

Como la propaganda es el norte político de este gobierno, se decidió traer a los dos misioneros enfermos de Ébola para demostrar que la decrépita sanidad española podía con este reto de solidaridad. A las dos hermanas negras que trabajaban con los misioneros, también enfermas, no se les aplicó la dosis de solidaridad de traerlas a España probablemente porque reunían todos los requisitos para el abandono: eran mujeres, africanas y negras. Si hubieran sido rubias y suizas, hubieran venido. La vida nos ha dado otra lección. Quines nos gozaron de nuestra asistencia han superado la enfermedad; los que fueron rescatados han muerto. Las abandonadas donan el suero para quienes les abandonaron.

Hay una pregunta difícil de formular e imposible de contestar: ¿Por qué los misioneros, sus familiares y las órdenes religiosas a las que pertenecían aceptaron su repatriación dejando atrás a las religiosas africanas?

El caso es que la decisión de repatriar a los misioneros lo fue para que pudieran morir en España, no para salvarlos de la muerte. No había, en aquel momento, ningún tratamiento de ninguna clase para enfrentar la enfermedad. Ni siquiera el suero de las religiosas que se han curado y a las que no asistimos, porque entonces todavía estaban enfermas. Pero hubiera sido una buena operación publicitaria para hacernos creer que los errores en los recortes de la sanidad no eran ciertos. Les ha salido, dramáticamente, el tiro por la culata.

Naturalmente que era una buena elección la repatriación de los sacerdotes enfermos. Pero con una sola condición: era indispensable tener un tratamiento para ellos, que no lo había.

A partir de esa decisión, que nadie discutió ni condicionó, todo han sido disparates. No ha habido un sistema o protocolo riguroso de obligado cumplimiento que contara con las garantías para ser eficaz. La España de pandereta distribuía trajes pequeños para hombres grandes. Las ambulancia que recogió a Teresa Romero no se desinfectó y siguió haciendo recogida de enfermos, candidatos a la contaminación. La prensa, una parte de ella ha respondido al disparate con la sordidez de una información amarilla.

Sería largo, prolijo e innecesario elaborar un vademecum de disparates de los responsables de esta crisis.

El presidente de Gobierno solo afirma que nos han felicitado en Europa. Y en los bares, cuando comparece Rajoy en televisión, saltan las burlas y las carcajadas. España le ha perdido el respeto al presidente de Gobierno. Y cuando pone cara solemne para exaltar la obviedad, los parroquianos cambian de canal. Eso es el declive. El precipicio para el PP está en las elecciones municipales.


*ccarnicero.com




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