OPINI脫N de Rafael Fernando Navarro.- La vida se encuadra en una organizaci贸n. Lo seres vivos nos desarrollamos en ella. La evoluci贸n viene dada tal vez desde un caos que poco a poco se va reglando a s铆 mismo.
Los pueblos necesitan de esa vida reglada para que su desarrollo sea armon铆a como es hermosa armon铆a la vida c贸smica. El d铆a es una cosecha de luz procreada entre lunas y r铆os. La belleza de las estrellas engendra la hermosura del sol. Y as铆, rodando por el tiempo, vamos madurando hasta que la muerte nos reclama como un fruto que lleva dentro la ternura de lo vivido.
Son los gobiernos leg铆timamente elegidos los que reciben el mandato emanado del pueblo para legislar, orientando necesaria y escrupulosamente esa legislaci贸n a la vida mejor de la ciudadan铆a. Nunca puede ser por tanto capricho de los legisladores desvinculado de esa exigencia de colaboraci贸n al bienestar del pueblo. El pueblo encomienda, supervisa y exige porque de 茅l dimana la concesi贸n temporal de gobernar. Y cuando alguien, dejando al margen al pueblo, gobierna sin esa donaci贸n popular y contra el horizonte del bien com煤n, se convierte en un dictador al que hay que derrocar cuanto antes denunciando la usurpaci贸n de funciones que no pueden pertenecerle. Los dictadores tienen tambi茅n conciencia de ser instrumentos. Pero s贸lo reconocen una designaci贸n divina. Son los escogidos por dios y de ese voto 煤nico de la deidad les llega el poder. El caudillo lo fue por la gracia de dios. El dictador por tanto ignora al pueblo y convierte a los ciudadanos en s煤bditos.
Las democracias por el contrario otorgan la dimensi贸n de ciudadan铆a a los que bajo la dictadura eran relegados al despreciable estado de s煤bditos. Por eso en las dictaduras no hay libertad. En realidad los s煤bditos no la necesitan porque no pueden ejercerla. Todo les viene dado desde la podredumbre que las dictaduras ostentan
Los dictadores esgrimen continuamente el arma del miedo. Los espa帽oles sabemos mucho de eso. Hay incluso un exceso de legislaci贸n porque hay que tapar todos los huecos por donde pueda respirar la libertad. Un fusil en cada posible espacio de libertad har谩 explotar la nuca de quien se atreva a correr la aventura de constituirse en decisi贸n sobre s铆 mismo. El miedo paraliza y consigue que el silencio sea el alimento de la represi贸n m谩s atroz. El dictador teme a la palabra porque ella es un arma de poder. Se legisla para asustar. La advertencia es siempre una amenaza. Y quien no sea consciente de esa equivalencia entre ley y amenaza expone sus sienes a la rotundidad de la muerte f铆sica o existencial.
Despu茅s de a帽os de opresi贸n ejercida por un dictador puesto en la historia por la gracia de dios y bendecido por una jerarqu铆a cat贸lica prostituida, despertamos a la libertad conquistada con la sangre y muerte de muchos. Y es responsabilidad de cada ciudadano ejercer conscientemente su derecho a ser libre con la exigencia ineludible de exigir a los poderes el respeto a esa libertad. Y cada d铆a corremos el peligro de que se nos robe esa libertad porque todo poder tiende a engrandecerse a s铆 mismo y a instalarse en el autoritarismo.
Parece que hay intereses manifiestos a deslizar una democracia que tanto nos ha costado hacia estercoleros de dictaduras subrepticiamente inoculadas. El exceso de legislaci贸n y la legislaci贸n en s铆 misma concebida como amenaza es prueba de ello. Las leyes deben ser los ra铆les sobre los que rodar la vida ciudadana sin estridencias. Cuando esas leyes llevan aparejada la amenaza de castigos, c谩rceles o sanciones de todo tipo, se convierten en la antesala de ataduras de manos, de palabra tapada por peligrosa, de iniciativas tachadas de destrucci贸n, terrorismo, radicalismo. Y se argumenta que los ciudadanos quieren romper la democracia, cuando en realidad es la legislaci贸n la que quiere amparar al poder sancionador. Amamos la democracia porque sabemos lo que significa carecer de ella. La astucia de los poderosos no empieza rompi茅ndola, sino amenazando a la ciudadan铆a, tratando de convencerla de que la libertad de expresi贸n, de reuni贸n, de informaci贸n es un prop贸sito de destrucci贸n. Y ellos, albaceas y vig铆as de esa democracia, deben amputar derechos, porque de lo contrario el ejercicio de esos derechos nos llevar谩 a un precipicio que despe帽a a la democracia.
La Ley de Seguridad Ciudadana no tiene por objeto preservar la democracia, ni garantizar la tranquilidad de la libertad democr谩tica. Es m谩s bien un chaleco de fuerzas para que no ejerzamos una libertad de movimientos que puede costarle el poder a los que habi茅ndolo recibido de las urnas, pretenden construir una sociedad de espaldas a los derechos ciudadanos y a la apropiaci贸n indebida de la aut茅ntica democracia. Esta es la m谩s obscena corrupci贸n.
No siempre la autoridad elegida democr谩ticamente persevera en un devenir democr谩tico. Cuando se ciegan los derechos con amenazas continuas, hay que sentir en lo m谩s hondo el acecho de fuerzas destructoras.
Cuesta mucho levantar la libertad. Cuesta muy poco fusilarla contra la una pared y dejarla caer en una cuneta.