OPINI脫N de Rafael Fernando Navarro.- “Debemos tener todos los hijos que Dios nos d茅” Esta frase y su contenido procreador ha formado parte del devenir cat贸lico a lo largo de los tiempos. “Los hijos son un regalo de Dios” Dios pone y quita como si la vida fuera un juego de ajedrez. “Dios me lo dio y Dios me lo quit贸” Regalos y amputaciones pertenecen a una voluntad divina incompatible con la libertad humana. Enfermedad, salud, fortuna, todo depende del libre albedr铆o de un dios comandante en jefe que dispone la fila de beneficios y dolores, de alegr铆as y tristezas. A los humanos s贸lo nos queda el sometimiento a unos designios indescifrables por definici贸n.
Las ense帽anzas eclesi谩sticas se han empe帽ado en recalcar que los humanos tenemos sexo. Nunca han admitido que seamos sexuados o que el sexo sea tan humano como los ojos o los brazos. Y esa distancia entre el tener y el ser le lleva a maldecir todo lo referente al sexo y ensalzar a continuaci贸n el razonamiento, la l贸gica, la bondad y otras muchas cualidades. No han aceptado que el ejercicio sexual se lleva a cabo a trav茅s de unos 贸rganos muy concretos pero que est谩n integrados en la totalidad del ser. El ser humano no tiene visi贸n. Es visi贸n, que se ejerce a trav茅s de los ojos, pero es la totalidad del ser el vidente.
Esta separaci贸n del sexo de la totalidad humana ha hecho posible la aversi贸n de la jerarqu铆a cat贸lica hacia todo lo genital. Todo placer es subestimado porque al parecer dios prefiere el sufrimiento, el dolor, la muerte antes que la alegr铆a, el gozo, la vida. Y conscientes de que el sexo incluye el m谩s atractivo de los placeres, es digno de la mayor de las condenas. No obstante, la iglesia admite, por una vez y sin que sirva de precedente, que el sexo encarna un placer porque as铆 provoca la procreaci贸n y en consecuencia la supervivencia de la especie. El sexo ejercido con voluntad de procrear contiene bondad destinada a perpetuarnos. El placer sobrevenido fuera de esa voluntad procreadora es perverso. La masturbaci贸n, el coito, las caricias, los besos son maldad en s铆 mismos y condenable el disfrute del placer que ocasionan.
Y en ese af谩n procreador, se dir铆a que dios permanece vigilante durante el encuentro sexual para insuflar el alma, siendo desde ese primer instante una persona que no debe ser reducida a un mero cigoto. El uso de preservativos est谩 prohibido porque busca el placer y le dice a dios que puede retirarse de los pies de la cama porque no se busca la gestaci贸n de un ser nuevo. Y esa prohibici贸n es tan firme que ni siquiera el sida ha sido capaz de su autorizaci贸n. El sida ser谩 considerado un mal sobrevenido por la voluntad divina y como consecuencia del ego铆smo de quien practica sexo sin la finalidad impuesta por la divinidad. Y como el preservativo, todos los dem谩s anticonceptivos.
Parece que el Papa Francisco modula esa visi贸n estr谩bica y expresa con una claridad de calle que todos entendemos que el matrimonio no tiene por qu茅 convertirse en una forma de tener hijos como conejos. Ya sab铆amos que se pueden no tener m谩s hijos que los deseados. Pero estaba claro en la deformada doctrina eclesi谩stica que para evitar la venida de nuevos hijos s贸lo es admisible un m茅todo: la abstenci贸n sexual o el c谩lculo de Ogino. Ah铆 radica la perversi贸n de la doctrina. El sexo no es amor, ternura, fusi贸n gozosa. El escalofr铆o sudoroso de la entrega es pernicioso. El amor no se alimenta de sexo ni el sexo es semilla de amor.
Surge la pregunta que se deriva de las palabras de Francisco. Admitiendo que la procreaci贸n va unida al sexo, puede considerarse el sexo como un todo humano m谩s all谩 de la procreaci贸n? Es decir, se puede tener sexo con todo los que de positivo hay en 茅l sin mirar al horizonte de la procreaci贸n como fin 煤nico de la genitalidad? ¿Admite el Papa lo que es conciencia libre en la sociedad, que el sexo es un valor en s铆 mismo? Que es un acto de amor? Hermosa esa denominaci贸n de hacer el amor. Que ese ser sexuado que somos tiene derecho a disfrutar de la totalidad de su ser?.
Es verdad que a una gran parte de la sociedad no le preocupa el pecado ni la condena eterna, ni el abandono de la divinidad, ni las enfermedades que son calificadas como castigo divino. La sociedad tiene asumido que el cuerpo sexuado que vive es su propia plenitud y que los 贸rganos sexuales est谩n situados donde est谩n situados y nunca entre los parietales. Entre los parietales s贸lo lo tienen los cuerpos jer谩rquicos de la iglesia y por eso no piensan en la proclamaci贸n liberadora de Jes煤s.