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El precio de la vejez

OPINIÓN de Miriam Robles Yáñez.- Según estudios realizados en la Universidad americana de Hampshire, cada año, cerca de un millón de personas mayores sufren lesiones físicas, maltrato psicológico o abandonados por algún miembro de su familia. Esto lo confirma un estudio realizado en Barcelona con mayores de 70 años, donde se detectaron casos de maltrato psicológico, físico, abandono y, en algún caso, de abuso sexual.

Si las cifras resultan desalentadoras, más desconcertantes se muestran los casos de abandono de personas mayores por parte de sus hijos en hospitales, gasolineras e incluso en centros comerciales; “iba con su hija, y la llamaron por megafonía, pero nunca apareció”.

Además de las familias, son numerosas las ocasiones en las que el abuso es cometido por el cuidador profesional, el cual puede estar motivado por una necesidad patológica de controlar a otra persona, o bien debido a factores como el estrés, la ignorancia del buen cuidado, la frustración o la desesperación. En un boletín emitido por la Universidad católica de Chile, se hace referencia a este “buen cuidado” o “arte de cuidar”, y explican que depende de la atmósfera de comunicación que se crea entre el cuidador y el receptor.

Según Ana Matos, psicóloga y autora del libro Las mil caras del maltrato psicológico, la falta de atención o el abandono emocional son también considerados formas pasivas de maltrato psicológico. “Las víctimas son ancianos, menores o discapacitados abandonados por sus familias en instituciones que cuidan de ellos, pero que jamás reciben una visita, una llamada o una caricia”. “Son formas de maltrato no reconocido”, añade.

Si en la relación del anciano con su familia y con los profesionales que procuran sus cuidados, su entorno más cercano, surgen este tipo de situaciones conflictivas, las instituciones a las que acuden, como las residencias para mayores, también presentan sus carencias. Entre las protestas se incluyen una nutrición inadecuada, agresiones físicas o la falta de dedicación del personal hacia los residentes,

Ante estas deficiencias, en Estados Unidos se ha impulsado el movimiento por el cambio cultural en residencias Person Directed Care, cuya traducción en castellano es “Atención orientada desde la propia persona” el cual la psicóloga gerontóloga Teresa Martínez define como un “nuevo modo de comprender la relación asistencial y la provisión de cuidados frente a un modelo tradicional centrado en los servicios, la enfermedad y la organización”. “Esta expresión subraya que es la propia persona usuaria quien debe tener el control de su propia vida y, por tanto, dirigir su atención y cuidados teniendo en cuenta la expresión tanto de su bienestar como de su malestar cotidiano.” añade. Este enfoque, en los países con eficientes políticas sociales y sanitarias, es considerado uno de los ejes que deben orientar la calidad de los servicios, y está basado en la idea de que, a pesar de sus necesidades de apoyo, tienen derecho a ejercer control sobre su vida y a desarrollarla en un contexto normalizado y no con políticas que separan y excluyen.

Esta exclusión es consecuencia de la “discriminación por edad” que implanta la sociedad, entendida como el conjunto de acciones que se ejercen al considerar inferior a este grupo de personas vulnerables y definido en función de la edad. “De la concepción negativa sobre el envejecimiento deriva que sean tratados con infantilismos “son como niños pequeños”, sin darles la posibilidad de demostrar que aún tienen valía y sin favorecer el cambio”, explica el Profesor Emérito Dr. José Carlos García Fajardo. Esta discriminación fomenta también los auto estereotipos, “que son la causa de que se comporten de manera ajustada a lo que se espera de ellos, se aumenta el estrés y la resignación en diferentes tipos de tareas, lo que disminuye el rendimiento”.

Entre las propuestas planteadas para combatir esta situación de exclusión se recalca la educación de la población, y la asistencia más personalizada posible. Es fundamental adoptar una actitud de respeto y consideración a nuestros mayores, pues aunque a veces el desgaste de vivir les impida exponer su sabiduría, también ellos tienen sensaciones, y perciben cuando molestan o incomodan. Cabe preguntarnos cómo nos gustaría que nos vieran y nos trataran cuando alcancemos la vejez: como seres únicos, con nuestras propias fortalezas y debilidades, o bajo la lupa de las creencias estereotipadas que la sociedad tiene sobre nosotros, sin la posibilidad de demostrar lo que seguimos siendo y aún lo que podemos llegar a ser.

Miriam Robles Yáñez
Periodista




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